Butcher & Blackbird - Brynne Weaver - PDFCOFFEE.COM (2024)

La traducción de este libro es un proyecto de E r o t i c B y P o r n L o v e . No es, ni pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación con la editorial oficial, por lo que puede contener errores. El presente libro llega a ti gracias a l e s f u e r z o d e s i n t e r e s a d o d e l e c t o r e s c o m o t ú , quienes han traducido este libro para que puedas disfrutar de él, por ende, n o s u b a s c a p t u r a s d e p a n t a l l a a l a s r e d e s s o c i a l e s . Te animamos a apoyar al autor@ comprando su libro cuanto esté disponible en tu país si tienes la posibilidad. Recuerda que puedes ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con discreción para que podamos seguir trayéndoles más libros Ningún colaborador: T r a d u c t o r , C o r r e c t o r , R e c o p i l a d o r , D i s e ñ a d o r , ha recibido r e t r i b u c i ó n a l g u n a p o r s u t r a b a j o . Ningún miembro de este grupo recibe compensación por estas producciones y s e p r o h í b e e s t r i c t a m e n t e a todo usuario el uso de dichas producciones c o n f i n e s l u c r a t i v o s . Erotic By p*rnLove realiza estas traducciones, porque determinados libros no salen en español y quiere incentivar a los lectores a leer libros que las editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a dichos lectores a adquirir los libros una vez que las editoriales los han publicado. En ningún momento se intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que el trabajo se realiza de fans a fans, pura y exclusivamente por amor a la lectura.

Erotic By p*rnLove al traducir ambientamos la historia dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el vocabulario y expresiones léxicas cambian y se adaptan.

Aunque Butcher & Blackbird es una oscura comedia romántica y espero que te haga reír en medio de la locura, ¡sigue siendo oscura! Por favor, lee con responsabilidad. Si tienes alguna pregunta sobre esta lista, no dudes en ponerte en contacto conmigo en brynneweaverbooks.com o en alguna de mis redes sociales (soy más activa en Instagram y TikTok). -Sacar ojos y cuencas de ojos -Cirug ía de aficionados -Adornos de piel -Motosierras, objetos afilados.

hachas,

cuchillos,

bisturíes...

muchos

-Canibalismo accidental -Canibalismo no tan accidental -Uso cuestionable de un cadáver momificado -Hombre lobotomizado sirv iente -Uso impruden te de utensilios de cocina -Siento lo del helado de galletas y nata (en realidad no lo siento) -Escenas de sexo detalladas que incluyen (sin límites ) calentar pollas, sexo duro, rogar, anal, juguetes para adultos, asfixia, escupir, inter acciones dom/sumisa , piercings de genitales... -Referencias a la negligencia parental y al maltrato infantil -Referencias a agresiones sexuales a menores (no en detalle) -Es un libro sobre asesinos en serie, así que en general hay asesinatos y caos...

Para aquellos que leyeron las advertencias y dijeron "¡¿Canibalismo accidental?! ¡Cuenta conmigo!" Esto es para ti. "Esa lección sugiere que, al final, sólo podemos encontrar la paz en nuestras vidas humanas aceptando la voluntad del universo". -Stephen King, Pet Sematary

La lista de reproducción por capítulos aún está en construcción, pero la lista en sí se puede encontrar aquí. Todavía estoy añadiendo cosas y cambiando la secuencia de las canciones, ¡así que tengan en cuenta que se actualizará a diario hasta que se termine la trilogía! Apple Music - Butcher & Blackbird Playlist

Todo asesino en serie necesita un amigo. Cada partido debe tener un ganador. Cuando un encuentro fortuito da lugar a un vínculo improbable entre los asesinos rivales Sloane y Rowan, los dos encuentran algo difícil de alcanzar: la amistad de un alma negra afín. Desde la pequeña ciudad de West Virginia hasta la lujosa California, desde el centro de Boston hasta un lugar rural de Texas, los dos cazadores chocan en un juego anual de sangre y sufrimiento, que los enfrenta a los monstruos más peligrosos del país. Pero a medida que su amistad se convierte en algo más, los inquietos fantasmas que dejan a su paso están sólo unos pasos por detrás, dispuestos a reclamar algo más que su recién descubierto amor.

¿Podrán Rowan y Sloane salir de la ruleta de la muerte? ¿O han encontrado por fin a su pareja?

Butcher & Blackbird es el primer libro de la trilogía Ruinous Love Dark Romance de novelas independientes interconectadas. Esta novela con el punto de vista de cada protagonista termina en un final feliz.

***Butcher & blackbird es un ROMANCE OSCURO destinado a un público adulto. Por favor, consulte el sitio web de Brynne para una lista completa de CWs***. Trilogía Ruinous Love #1

ACLARACIÓN DEL STAFF : ............................................................................ 4 BUTCHER & BLACKBIRD .......................................................................... 5 CONTENIDO Y ADVERTEN CIAS ...................................................................... 6 DEDICACIÓN .................................................................................................. 7 PLAYLIST ........................................................................................................ 8 SINOPSIS ........................................................................................................ 9 ÍNDICE .......................................................................................................... 10 PRÓLOGO ...................................................................................................... 12 1 .................................................................................................................... 13 2 ................................................................................................................... 20 3 ................................................................................................................... 32 4 ................................................................................................................... 4 1 5 ................................................................................................................... 48 6 ................................................................................................................... 58 7 ................................................................................................................... 68 8 ................................................................................................................... 7 9 9 ................................................................................................................... 95 10 ................................................................................................................ 105 1 1 ................................................................................................................. 1 1 7 12 ................................................................................................................. 139 13 ................................................................................................................. 157

14 ................................................................................................................. 166 15 ............................................................................................................... 1 7 9 16 ................................................................................................................. 19 7 1 7 ................................................................................................................. 2 1 1 18 ................................................................................................................ 220 19 ................................................................................................................ 235 20 ............................................................................................................... 252 2 1 ................................................................................................................ 265 22 ................................................................................................................ 276 23 ............................................................................................................... 290 EPÍLOGO .................................................................................................... 298 LEATHER & LARK ................................................................................... 300 AGRADECIM IENTOS .................................................................................. 303

Carnicero y Mirlo Enfrentamiento anual de agosto 7 días Empate Piedra, papel o tijera, El mejor de cinco el ganador se lleva el Forest Phantom

Ser un asesino en serie que mata asesinos en serie es un gran pasatiempo... Hasta que te encuentras encerrado en una jaula. Durante tres días. Con un cadáver. En el verano de Luisiana. Sin aire acondicionado. Miro fijamente el cadáver plagado de moscas que yace tras la puerta cerrada de mi jaula. Los botones de la camisa de Albert Briscoe se tensan contra la hinchazón de su estómago distendido, de color gris verdoso. Su estómago en movimiento, la fina piel ondulando sobre los gases y gusanos que mastican la carne que hay debajo. El hedor de la putrefacción, el zumbido de los insectos, el olor a mierda y orina que han desalojado su cuerpo, es jodidamente repugnante. Y no soy aprensivo. Pero tengo normas. Prefiero mis cadáveres frescos. Sólo quiero tomar mis trofeos y montar mi escena e irme, no quedarme mirando cómo se licúan. Como si fuera el momento justo, se oye un desgarro silencioso, como papel mojado que se rompe. —No... Casi puedo oír a Albert desde el más allá: Sí. —Oh no no no...

Está pasando. Esto es por matarme, maldita perra. La piel se abre y sale una masa blanca de gusanos, como pequeñas pastas de orzo. Excepto que un número significativo de esas pastas se arrastran hacia mí a un ritmo glacial, buscando un lugar tranquilo para completar la siguiente etapa de su ciclo de vida de gusanos. —Jesucristo, joder. —Me escabullo sobre el mugriento suelo de piedra de mi jaula para hacerme un ovillo. Me aprieto la frente contra las rodillas hasta que me duele el cerebro. Empiezo a tararear con la esperanza de ahogar los sonidos que de repente son demasiado fuertes a mi alrededor. Mi melodía se hace cada vez más fuerte, hasta que mis labios agrietados empiezan a formar alguna que otra palabra. Aquí nadie puede quererme ni entenderme... Mirlo, adiós, adiós... Tarareo y canto hasta que las palabras se desvanecen, y la melodía también. —Renuncio a mis malos caminos —digo después que la canción se desintegre entre las motas de polvo y el zumbido de las alas opalescentes de los insectos. —Es una pena. Apuesto a que me gustaría tu maldad. Me sobresalto al oír la voz profunda y suave de un hombre, la cadencia de un tenue acento irlandés que calienta cada nota. Mis maldiciones cortan el aire húmedo cuando mi cabeza se estrella contra un travesaño de hierro de mi pequeña celda al escabullirme fuera del alcance del hombre que se adentra en el delgado hilo de luz de la estrecha ventana, el cristal opaco por la mierda de mosca. —Parece que estás en un aprieto —dice. Una sonrisa ladeada se dibuja en su rostro, el resto de sus rasgos envueltos en sombras. Se adentra unos pasos en la habitación para contemplar el cadáver y se inclina para verlo más de cerca—. ¿Cómo te llamas? Estoy en el tercer día sin café. Sin comida. Mi estómago probablemente ha implosionado y ha succionado otros órganos al vacío. Un coro de monólogos internos desesperadamente hambrientos trata de convencerme que esas son, de hecho, pequeñas pastas de orzo que marchan hacia mí, y que podrían ser comestibles. No puedo con esta mierda.

—No creo que él vaya a responderte —le digo. El hombre se ríe. —No me digas. De todas formas ya sé quién es. Albert Briscoe, la Bestia del Bayou. —La mirada del hombre se detiene en el cadáver durante un largo momento antes de cambiar su atención hacia mí—. ¿Pero quién eres tú? No contesto y permanezco inmóvil mientras el hombre da pasos cuidadosos y medidos por la esquina de la jaula para verme mejor, donde estoy acurrucada en las sombras. Cuando está tan cerca como le permiten los barrotes, se agacha. Trato de esconderme bajo mi cabello enmarañado y mis extremidades dobladas, para no dejarle ver más que mis ojos. Y como mi suerte es la peor, él, por supuesto, es guapísimo. Cabello castaño corto, artísticamente despeinado. Rasgos fuertes, pero no severos. Una sonrisa coqueta con dientes perfectos y una cicatriz recta que le atraviesa el labio superior, unos labios demasiado apetecibles dado mi actual estado de cautiverio, el inferior un poco más grueso que el superior. No debería estar pensando en cómo me gustaría morderlo. En absoluto. Pero sí lo hago. Y por mi parte, soy un puto asco. Cabello anudado. Ropa manchada y ensangrentada. El peor aliento jamás respirado en la historia de la respiración. —No eres el tipo habitual de Albert —dice. —¿Qué sabes de su tipo habitual? —Que eres demasiado mayor para ser su tipo. Tiene razón. No es que sea una vieja, con sólo veintitrés años. Pero este hombre lo sabe tanto como yo, que soy demasiado mayor para los gustos de Albert. —¿Y cómo lo sabes, exactamente? La mirada del hombre se desliza hacia el cadáver mientras una leve expresión de disgusto recorre sus rasgos ensombrecidos.

—Porque me propuse saberlo. —Me mira una vez más y sonríe— . Supongo que tú también lo has hecho, a juzgar por la calidad del cuchillo de caza clavado en su garganta. Acero de Damasco hecho a mano. ¿Dónde lo conseguiste? Suspiro. Mi mirada se detiene en el cuerpo y en mi cuchillo favorito antes de apretar las mejillas contra mis rodillas estiradas. —Etsy1. El tipo se ríe entre dientes y yo recojo una piedrecita de mi recinto sólo para dejarla caer al suelo. —Soy Rowan —dice mientras extiende una mano hacia la jaula. Lo miro y tiro otra piedrecita, y aunque no hago ningún movimiento para aceptar su gesto, él sigue con la mano extendida hacia mí—. Quizá me conozcas como el Carnicero de Boston. Sacudo la cabeza. —¿La Masacre de Mass...? Vuelvo a sacudir la cabeza. —¿El Fantasma de la Costa Este...? Suspiro. Me suenan todos esos nombres, aunque no se lo voy a decir. Pero por dentro, el corazón me martillea la sangre por las venas. Me alegro que no pueda verlo encender mis mejillas con una llama carmesí. Sé exactamente los nombres por los que lo llaman y que no es tan diferente de mí: un cazador que prefiere lo peor que la sociedad puede sacar de las fosas del infierno. Rowan retira por fin la mano de mi jaula, su sonrisa adquiere un cariz abatido. —Qué pena, pensé que reconocerías mis pequeños apodos. —Se lleva las manos a las rodillas y se levanta—. Bueno, será mejor que Etsy, Inc. es una empresa estadounidense de comercio electrónico centrada en artículos hechos a mano o antiguos y material para manualidades. Estos artículos pertenecen a una amplia gama de categorías, como joyería, bolsos, ropa, decoración del hogar y muebles, juguetes, arte, así como materiales y herramientas para manualidades. Los artículos descritos como antiguos deben tener al menos 20 años. 1

me vaya. Un placer casi conocerte, cautiva sin nombre. Mucha suerte. Con una última y fugaz sonrisa, Rowan se da la vuelta y camina hacia la puerta. —¡Espera! Espera. Por favor. —Me pongo en pie para agarrarme a los fríos barrotes justo cuando él llega al umbral—. Sloane. Mi nombre es Sloane. La Tejedora de Orbes. Hay un momento de quietud entre nosotros. El único sonido que llena el espacio es el zumbido de las moscas y el trabajo constante de los gusanos al consumir carne en descomposición. Rowan gira la cabeza y mira por encima del hombro. Y en un abrir y cerrar de ojos está allí, justo delante de mí, su movimiento es tan rápido que me sobresalta, pero no antes de agarrarme la mano y estrechármela enérgicamente. —Dios mío. Lo sabía. Sabía que se habían equivocado. Tenía que ser una mujer. ¡La Tejedora de Orbes! Un nombre tan original. La intrincada línea de pesca, los malditos globos oculares. Increíble. Soy un gran fan. —Uhh... —Rowan sigue dándome la mano a pesar de mi esfuerzo por apartarla—. Gracias... supongo... —¿A ti se te ocurrió ese nombre? ¿El Tejedor de Orbes? —Sí... —Me suelto la mano para poder alejarme de este irlandés extrañamente entusiasta. Me sonríe como asombrado y, si no llevara sesenta capas de mugre en la piel, estoy segura que sería capaz de ver la llama del rubor en mis mejillas por segunda vez—. ¿No te parece una tontería? —No, es estupendo. La Masacre de la Masa es tonta. El Tejedor de Orbes es bastante genial. Me encojo de hombros. —Me parece un superhéroe poco convincente. —Mejor eso que las autoridades inventando algo para ti. Confía en mí. —La mirada de Rowan se desplaza hacia el cadáver y vuelve a mirar hacia atrás, ladeando la cabeza mientras me observa.

Inclina la cabeza una vez en dirección a Albert—. Debe haber estado actuando como un gusano. ¿Entiendes? Hay una larga pausa, el silencio entre nosotros es interrumpido por el zumbido de las alas de los insectos. —No. No lo hago. Rowan agita una mano. —Dicho irlandés, que significa que estaba tramando una travesura. Pero fue una broma bastante ingeniosa, dadas las circunstancias —dice, con el pecho hinchado de orgullo mientras señala el cadáver con el pulgar—. Sin embargo, cabe preguntarse cómo acabaste en la jaula mientras él estaba muerto con tu cuchillo ahí fuera. ¿Lo acuchillaste a través de los barrotes? Miro mi camisa, antes blanca, y la sucia huella de bota que se esconde bajo la salpicadura de sangre. —Podría decirse que fue un momento inoportuno. —Hmm —dice Rowan con un sabio movimiento de cabeza—. Puede que yo mismo haya tenido uno o dos de esos en el pasado. —¿Quieres decir que te han encerrado en una jaula con un cadáver y una infantería de pastas orzo marchando a tu paso? Rowan mira hacia abajo a través del espacio que nos rodea y frunce el ceño. —No. No puedo decir que lo haya hecho. —No lo creo —murmuro con un suspiro cansado. Me quito el polvo de las manos en mis mugrientos jeans y doy un último paso hacia atrás mientras muevo la cadera. Empieza a molestarme este intruso que parece no hacer más que retrasar mi lenta muerte por inanición. Estoy segura que está un poco loco y no me da la impresión que tenga muchas ganas de dejarme salir de aquí. Será mejor que nos pongamos manos a la obra. —¿Y bien...? —Los pequeños orzos avanzan a buen ritmo —dice Rowan, más para sí mismo que para mí, mientras su mirada sigue atrapada en

el rastro de pequeños gusanos blancos que se dirigen hacia mí. Cuando levanta los ojos del suelo, se encuentran con los míos con una sonrisa ansiosa—. ¿Quieres ir a comer? Dirijo a este desconocido una mirada fulminante mientras señalo mi camisa sucia y manchada de sangre. —A menos que quieras enviarnos a los dos a la cárcel inmediatamente... no... —De acuerdo —dice frunciendo el ceño antes de acercarse al cadáver de Albert. Rebusca en los bolsillos, pero no encuentra nada. Cuando levanta la vista hacia el cuello hinchado, suelta un pequeño sonido de triunfo y le saca el cuchillo antes de tirar de una cadena de plata, cuyos eslabones se rompen con el rápido asalto de su fuerte agarre. Me sonríe mientras se levanta, y sus dedos se despliegan alrededor de la llave que descansa en su palma. —Date una ducha. Te buscaré algo de ropa. Luego quemaremos la casa. Rowan desbloquea la puerta y extiende una mano hacia las sombras de mi jaula. —Vamos, Mirlo. Tengo ganas de barbacoa. ¿Qué me dices?

La Tejedora de Orbes. Estoy sentado al otro lado de la mesa de la maldita Tejedor de Orbes. Y es jodidamente hermosa. Cabello negro. Cálidos ojos color avellana. Un ramillete de pecas en las mejillas y una naricilla un poco roja. Se aclara la garganta, da un largo sorbo a su cerveza y frunce el ceño, con los ojos fijos en su vaso mientras lo aparta. —Estás enferma —le digo. Los ojos de Sloane se cruzan con los míos con una mirada cautelosa antes que su atención se desplace hacia la cafetería. Su aguda mirada se posa en una mesa de clientes sólo un instante antes de flotar hacia la siguiente. Sloane está nerviosa. Probablemente justificado, todo por lo que ha pasado. —Tres días en ese infierno tenía que pasar factura. Menos mal que tenía agua. —Busca el lugar de las servilletas y toma una para sonarse la nariz. Su mirada vuelve a encontrar la mía, pero no se queda mucho tiempo—. Gracias por dejarme salir. Me encojo de hombros y doy un sorbo a mi cerveza, y observo en silencio cómo su mirada se desvía hacia una camarera que sale de la cocina con el pedido de otra mesa. Sloane pidió un reservado a mitad de la ventana, señalando exactamente el que quería cuando la camarera nos condujo a la sala. Ahora entiendo por qué. Está

equidistante entre la entrada principal, la salida de emergencia junto a los baños y la cocina. ¿Siempre es así de huidiza, o su estancia en la jaula de Albert la ha asustado? ¿O soy yo? Hace bien en desconfiar. Mis ojos permanecen fijos en ella, y aprovecho la oportunidad para evaluar abiertamente a mi compañera de cena mientras inspecciona la cafetería. Sloane se enrosca el cabello húmedo sobre el hombro y mi mirada desciende hasta su pecho, como cada dos minutos desde que salió del baño de Albert Briscoe con una camiseta de Pink Floyd y sin sujetador. Sin sujetador. El pensamiento resuena en mi cerebro como las campanas de una iglesia en una luminosa mañana de domingo. Su cuerpo, curvilíneo y fuerte, hace algún tipo de brujería con la ropa robada, que deberían parecer cualquier cosa menos sexy, dado que proceden del armario de Briscoe. Incluso hace que los jeans le queden bien, con los dobladillos de las largas perneras enrollados hasta los tobillos y la cintura holgada ceñida con dos pañuelos rojos atados para formar un cinturón improvisado. Ha anudado la parte inferior de la camiseta para que se ciña a su cintura, mostrando un trozo de piel tentadora y su ombligo perforado cuando se reclina contra la cabina con un suspiro de agotamiento. Sin sujetador. Tengo que ponerme las pilas. Es la Tejedora de Orbes, por el amor de Dios. Si me atrapa mirando, podría sacarme los ojos de la cabeza y atarme con hilo de pescar antes que diga "sin sujetador". Sloane gira un hombro, lo que no ayuda mucho a mi misión de abandonar mi mantra de no llevar sujetador. Sus dedos tocan la articulación y una pequeña mueca de dolor dibuja sus facciones. Frunce el ceño cuando sus ojos se cruzan con los míos. —Me dio una patada —explica, su tacto se detiene en la parte superior de su hombro con su respuesta a mi pregunta no

formulada—. Mi hombro golpeó el borde de la jaula cuando caí dentro. Mis manos se cierran en puños apretados bajo la mesa mientras la rabia arde en mis venas. —Cabrón. —Bueno, lo apuñalé en el cuello, así que supongo que estaba justificado. —La palma de la mano de Sloane se desliza por su brazo y ella inhala, arrugando la nariz. Jodidamente adorable—. Se las arregló para encerrarme antes de caer. Incluso se rio. La camarera se acerca con dos platos de costillas y uno de papas fritas, ganándose una mirada voraz de Sloane. Cuando le ponen el plato delante, sonríe y se le dibuja un pequeño hoyuelo junto al labio. Le damos las gracias a la camarera, que se queda un momento en la periferia antes que Sloane confirme que tenemos todo lo que necesitamos. Cuando la mujer se marcha, Sloane hace una mueca con el hoyuelo. —No me digas que te lo dicen tan a menudo que ni siquiera se te pasa por la cabeza. Eso es deprimente. —¿Decirme qué...? Sloane dirige su mirada a la camarera y yo la sigo hasta la mujer que sonríe a nuestra mesa por encima del hombro. —Oh Dios mío, realmente no se da cuenta. En absoluto. —Sloane sacude la cabeza y arranca una costilla de la rejilla humeante de su plato—. Bueno, prepárate, niño bonito. Mi estómago ha estado comiendo cerca de órganos durante los últimos tres días y voy a devorar estas putas costillas de la manera menos femenina posible. No digo nada, clavado en la visión de sus dientes perfectos mientras desgarra la carne humeante que se desliza por el hueso gris. Una gota de salsa barbacoa se acumula en la comisura de sus labios y su lengua sale a buscarla, y me muero de ganas. —Entonces... —Me aclaro la garganta con la esperanza que no se me quiebre la voz. Sloane frunce el ceño mientras le da otro mordisco a la carne—. ¿Por qué no Mirlo?

—¿Eh? —Se mete el extremo de la costilla en la boca y chupa la carne directamente del hueso para pasársela por los labios con los dedos manchados de salsa. Mi polla se tensa contra mi cremallera solo de ver cómo se ahuecan sus mejillas. Imagina lo que podría hacer con esa puta boca. Tomo un sorbo de cerveza y miro el plato. —Tu nombre —respondo antes de empezar con una costilla, puramente para distraer ciertas partes del cuerpo que se están volviendo bastante insistentes sobre lo que quieren—. ¿Cómo es que no elegiste un nombre como Mirlo? Pelo de cuervo, la naturaleza huidiza, la canción... Voy a arriesgarme a adivinar que es de tu infancia, ¿verdad? Te oí cantarla en la jaula. Sloane deja de masticar un momento y me mira pensativa pasándose el pulgar por el labio inferior. Es la primera vez que su mirada se posa en mí, y se clava en mi cabeza. —Eso es para mí —dice—. Tejedor de Orbes es para ellos. Los ojos de Sloane se han oscurecido y, en un abrir y cerrar de ojos, ha pasado de ser una belleza sexy, de nariz respingona y voraz a una asesina malvada, sin remordimientos y con una voluntad de hierro. Asiento con la cabeza. —Entiendo. Puede que sea la única persona que lo hace. Sloane mantiene su inquebrantable mirada clavada en mí. —¿Cuál es tu trato, niño bonito? —¿Mi trato? —Ya me has oído. Te presentas en casa del cabrón, me dejas salir de su jaula, quemas su casa y me traes a comer costillas y cerveza. Sin embargo, no sé básicamente nada de ti. Entonces, ¿cuál es tu problema? ¿Por qué estabas en casa de Briscoe? Me encojo de hombros.

—Vine a cortarle los miembros y a disfrutar de su agonizante y lenta muerte. —¿Por qué él? Estamos un poco lejos de Boston. Estoy segura que hay un montón de traficantes de drogas de baja vida para el entretenimiento hasta allí que no es necesario venir tan lejos por un solo hombre. Un pesado silencio espesa el aire, ambos en pausa con las costillas dirigiéndose a nuestras bocas. Una sonrisa socarrona se dibuja en mis labios cuando Sloane decae. —Sabes perfectamente quién soy. —Oh, Dios mío. —Lo sabes. Ya sabes lo que me gusta cazar en mi tierra. ¿Desde cuándo eres aficionado? —Dios mío, para. Me río mientras Sloane deja caer la frente sobre el dorso de sus muñecas dobladas, con una costilla aún aferrada entre sus dedos pegajosos. —¿Cuál fue tu favorito? —pregunto—. ¿El tipo que desollé y colgué de la proa de aquel barco en Griffin's Warf? ¿O el que colgué de la grúa? Ese parecía popular. —Ya puedo decir que eres lo peor. —Sloane mantiene las manos en alto en un esfuerzo inútil por cubrir el ardiente rubor que enciende sus mejillas. Sus ojos color avellana bailan a pesar de la mirada que intenta lanzar hacia mí—. Envíame de vuelta a la celda de Briscoe. —Tus deseos son órdenes. Miro hacia el mostrador de servicio y levanto la mano hacia la camarera, que tarda un segundo en verme y se dirige hacia nosotros con una sonrisa creciente. —¿Rowan...? —¿Qué? Dijiste que querías volver a casa de Briscoe, así que volveremos.

—Estaba bromeando, psicópata... —No te preocupes, Mirlo. Te llevaré de vuelta a tu apestosa jaulita. Seguro que sigue en pie a pesar del incendio. ¿Crees que algún gusano sobrevivió? Puedes picotearlos de las cenizas si es así. —Rowan... —La mano de Sloane sale disparada y me rodea la muñeca, dejando huellas pegajosas en mi piel. Una descarga de electricidad recorre mi piel al contacto con ella. Apenas puedo contener el pánico en sus ojos. —¿Pasa algo, Mirlo? La camarera se detiene junto a nuestra mesa con una sonrisa radiante. —¿Puedo traerles algo? Mantengo mis ojos en Sloane, levantando las cejas cuando su mirada salvaje pasa entre mí y las salidas. —Dos cervezas más, por favor —digo. Sloane me fulmina con la mirada, sus ojos se entrecierran hasta convertirse en finas rendijas. —Enseguida. —Como he dicho —refunfuña Sloane mientras despliega sus dedos de mi pulso—. Lo peor. Le dedico una sonrisa ladeada. Sloane capta mi sonrisa y su mirada se suaviza, aunque me doy cuenta que no quiere. —Algún día me querrás —ronroneo, sin apartar sus ojos de los míos. Mi lengua pasa lentamente sobre la salsa que ha dejado en mi piel. Los ojos de Sloane brillan en la cálida luz de la tarde que se filtra a través de las ventanas de la cafetería, ese hoyuelo junto a su labio es una sombra de la diversión que no puede contener. —No lo creo, Carnicero. Ya veremos, dice mi sonrisa. Las cejas oscuras de Sloane se mueven como si estuviera lanzando un desafío, luego cambia su atención a su comida. —Todavía no has respondido realmente a mi pregunta sobre Briscoe.

—Sí, lo hice. Cortando miembros. Disfrutando de la agonía. —Pero, ¿por qué él? Me encojo de hombros. —La misma razón por la que lo elegiste, supongo. Era un pedazo de mierda. —¿Cómo sabes que lo elegí por eso? —Sloane pregunta. —¿Por qué no iba a serlo? —respondo mientras apoyo los antebrazos en la mesa de aluminio. Sloane levanta la barbilla, con expresión indignada. —Tal vez tenía lindos ojos. Una carcajada brota de mi pecho mientras tomo otra costilla. Dejo que el silencio se prolongue y pruebo un bocado antes de responder: —No es por eso por lo que les sacas los ojos de los cráneo. Sloane ladea la cabeza, sus ojos brillan mientras me evalúa. —¿No? —No. Definitivamente no. —Entonces, ¿por qué iba a hacerlo? Me encojo de hombros, no dispuesto a encontrarme con su mirada a pesar de cómo me atrae. —Los ojos son las ventanas del alma, supongo. Sloane se burla y yo levanto la vista para ver cómo sacude la cabeza. —Más bien "cría cuervos y te sacará los ojos a picotazos". Mi cabeza se ladea mientras intento descifrar lo que quiere decir. Se sabe muy poco sobre Sloane, o al menos muy poco llega a la prensa. Se especializa en otros asesinos en serie y deja una intrincada escena del crimen. Eso es todo. Cualquier otra teoría que el FBI pueda tener sobre el Tejedor de Orbes está a medias. Por lo que he leído, la idea que el escurridizo justiciero sea una mujer ni siquiera se les ha pasado por la cabeza. Sea cual sea su pasado y

sus motivaciones, sea lo que sea lo que quiere decir con su comentario, todo sigue bajo llave. Desde el momento en que nos conocimos, despertó mi curiosidad, avivando brasas hasta convertirlas en carbones encendidos, y ahora ha encendido el primer hilo de llama. Quiero saber. Quiero la verdad. Y tal vez quiero que ella sienta la misma curiosidad por mí. —¿Sabías que fui yo quien mató a Tony Watson, el Degollador del Puerto? —pregunto. Baja el vaso de cerveza de sus labios, su movimiento es lento, sus ojos clavados en los míos. —¿Fuiste tú? Asiento con la cabeza. —Pensé que se había metido en una pelea con alguien a quien intentaba matar. —Esa parte de la historia no está mal, supongo. Se metió en una pelea y definitivamente intentó matarme, pero no lo consiguió. — Ese pedazo de mierda de Watson. Le golpeé hasta que se le partió el cráneo y su cuerpo se paralizó, y luego vi como un último suspiro sangriento y gorgoteante pasaba entre sus dientes rotos y sus labios partidos. Cuando su cuerpo quedó inmóvil, lo dejé en el callejón para que las ratas lo devoraran. No fue una muerte bonita. No fue elegante. No hubo nada escenificado o inteligente al respecto. Fue visceral y crudo. Y disfruté cada puto segundo. —Watson no era tan estúpido como pensaba. Me atrapó siguiéndolo. Intentó tenderme una emboscada. Un pensativo hmm pasa de los labios fruncidos de Sloane. —Estoy triste. —¿Triste por qué, porque no me mató primero? Duro, Mirlo. Estoy herido.

—No —dice entre carcajadas—. Es que tenía un plan genial para él. Los cuerpos de sus últimos cinco asesinatos ya estaban trazados en mi web —dice. Sus dedos pegajosos bailan en mi dirección como si trazaran un patrón en el aire. Ni siquiera levanta la vista. Es como si no se tratara de una gran revelación que acaba de dejar caer sobre la mesa entre nosotros. Un mapa. En la web. —No es que hubiera importado, supongo. No es que los imbéciles del FBI se hayan dado cuenta todavía. Pero aun así... tú fuiste y la cagaste —continúa Sloane, sin levantar la vista del siguiente hueso que arranca de la carcasa que tiene delante. Un suspiro pesado se derrama sobre la carne que se lleva a los labios— . Supongo que debería estar agradecida. Quizá yo también subestimé a Watson. Teniendo en cuenta que Briscoe me metió en su jaula con tanta facilidad y que era un hijo de puta perezoso, no estoy segura de haber podido luchar contra Watson tan bien como tú. —Sus ojos brillantes e inusuales encuentran los míos a través de los mechones de cabello negro que han caído sobre su frente mientras una mirada encantadora fulmina mi alma ennegrecida—. Me duele físicamente admitirlo, por cierto. Pero que no se te suba a la cabeza, bonito. Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mis labios. —Crees que soy bonito. —Literalmente acabo de decir que no dejes que se te suba a la cabeza lo de Watson. También se aplica a tu guapura —dice Sloane con un épico giro de ojos, uno de sus párpados se crispa—. Además, ya lo sabes. Mi sonrisa se ensancha un poco más antes de ocultarla tras el borde de mi vaso. Nuestras miradas permanecen fijas hasta que Sloane finalmente rompe el trance y aparta la vista, con un toque de color en sus mejillas pecosas. —Bueno, tú llegaste a Bill Fairbanks antes que yo —digo—. Así que creo que estamos en paz. Los ojos de Sloane se abren de par en par y sus gruesas pestañas oscuras se dirigen hacia sus cejas.

—¿Ibas tras él? —me pregunta cuando asiento con la cabeza y alzo un hombro. Antes me fastidiaba haber perdido a Fairbanks, aunque fuera a manos de la Tejedora de Orbes, a quien he considerado una especie de ídolo. ¿Y ahora? ¿Conocer a la mujer detrás de la telaraña? Perdería contra ella otra vez para ver cómo ilumina sus ojos de orgullo. Quizá incluso más de una vez. El borde del labio inferior de Sloane se pliega entre sus dientes mientras intenta anclar su sonrisa malvada contra sus bordes afilados. —No tenía ni idea que estabas cazando a Fairbanks. —Le estuve siguiendo la pista durante dos años. —¿En serio? —Planeé llevármelo el año antes que lo tomaras, pero era astuto y se mudó antes que tuviera la oportunidad. Tardé unos meses en volver a encontrarlo. Entonces, mira por dónde, trozos de su cuerpo estaban ensartados en hilo de pescar con los globos oculares arrancados. Sloane resopla, pero puedo ver la chispa que destella en sus ojos cansados. Se sienta un poco más recta y se remueve en el asiento. —Yo no los arranqué, Carnicero. Los saqué. Con delicadeza. Como una dama. —Sloane se mete el dedo en la boca, presionándolo contra la mejilla mientras lo rodea con los labios para sacarlo con un chasquido—. Justo así. Resoplo una carcajada y Sloane me regala una sonrisa radiante. —Culpa mía. Sloane vuelve la sonrisa hacia la mesa antes que los nervios parezcan apoderarse de ella, y su mirada revolotea por la sala. Toma unas cuantas papas fritas, con los ojos fijos en los clientes y las salidas, antes de empujar su plato de costillas hacia el borde de la mesa. Se va a ir. Y si lo hace, nunca la volveré a ver. Ella se asegurará de eso. Me aclaro la garganta:

—¿Has oído hablar de una serie de asesinatos en los parques nacionales de Oregón y Washington? Sloane vuelve a centrar su atención en mí con los ojos entrecerrados. Una leve arruga aparece entre sus cejas oscuras. La única respuesta que da es un pequeño movimiento de cabeza. —El asesino es un fantasma. Uno prolífico. Exigente y muy, muy cuidadoso —continúo—. Prefiere a los excursionistas. Campistas. Nómadas con pocos contactos en su zona de caza. Los tortura antes de colocar cada cuerpo mirando al Este en zonas muy boscosas, ungido en la frente con una cruz. La fina máscara de Sloane vacila. Es toda una depredadora, olfateando un rastro. Casi puedo ver sus pensamientos en espiral en los confines de su mente. Estos detalles son pistas que cualquier cazador con talento puede seguir. —¿Cuántas muertes hasta ahora? —Doce, aunque podría haber más. Pero se ha mantenido bastante en secreto. Sloane frunce el ceño. Hay una chispa en las profundidades verdes y doradas de sus ojos color avellana. —¿Por qué? ¿Por miedo a asustar al asesino? —Probablemente. —¿Y cómo lo sabes? —De la misma manera que sabías quién era la Bestia del Bayou. Me ocupo de saberlo. —Le guiño un ojo. La mirada de Sloane se fija en mis labios para posarse en mi cicatriz antes de arrastrarse de nuevo hasta mis ojos. Apoyo los antebrazos en la mesa y me inclino hacia ella—. ¿Qué te parecería una amistosa? El primero que gane se lo queda. Apoya la espalda en el cojín de vinilo de la cabina mientras Sloane tamborilea con su manicura desconchada y roja como la sangre sobre la mesa. Se muerde el labio inferior agrietado durante un largo momento de silencio mientras deja que su atención fluya

por mis rasgos. Lo siento en la piel. Toca mi piel. Enciende una sensación que siempre persigo pero que nunca soy capaz de captar. Nunca hay suficiente riesgo para asustarme. Nunca hay suficiente recompensa para saciarme. Hasta ahora. El tamborileo de sus dedos se detiene. —¿Qué tipo de competencia? —Sloane pregunta. Llamo a la camarera y le pido la cuenta cuando capto su atención. —Sólo un pequeño juego. Vamos por un helado y lo hablamos. Cuando vuelvo a mirar a Sloane, mi sonrisa es conspirativa. Malvada y necesitada. Astuta... —Ya sabes lo que dicen, Mirlo. "Todo es diversión y juegos hasta que alguien pierde un ojo" —susurro—. Y entonces es cuando empieza la verdadera diversión.

La necesidad. Empieza como un picor. Irritación bajo mi piel. Nada de lo que hago libera su susurro constante en mi piel. Se mete en mi mente y no la suelta. Se convierte en dolor. Cuanto más lo niego, más me arrastra al abismo. Debo detenerlo. Haré lo que sea. Y sólo hay una cosa que funciona. Matar. —Tengo que ponerme las pilas —murmuro mientras miro el teléfono por quincuagésima vez en el día. Mi pulgar se desliza sobre el cristal liso mientras recorro mi breve intercambio de mensajes con el único contacto. Carnicero, dice debajo de la foto que elegí para el perfil de Rowan: una salchicha humeante en el extremo de un tenedor de barbacoa. Decido no desgranar las diversas razones por las que elegí esa foto y, en su lugar, recurro a visualizarme apuñalándolo en la polla con el tenedor.

Apuesto a que es una polla muy bonita también. Igual que el resto de él. —Jesucristo. Necesito ayuda —siseo. El hombre que hay sobre mi mesa de acero inoxidable interrumpe mi ocupada mente mientras lucha contra las ataduras que le sujetan las muñecas y los tobillos, la cabeza y el torso, los muslos y los brazos. Una mordaza apretada atrapa sus súplicas en su boca abierta como la de un pez. Tal vez sea exagerado atarlo tan minuciosamente. No es que vaya a ir a ninguna parte. Pero el golpeteo de la carne contra el acero me irrita, avivando el picor hasta convertirlo en un tormento mordaz como garras que raspan mi materia gris. Me doy la vuelta, con el teléfono en la mano, mientras repaso el puñado de mensajes que Rowan y yo hemos intercambiado en el último año, desde el día en que nos conocimos y acordamos participar en esta competencia ciertamente alocada. ¿Quizá haya algo que me haya perdido en nuestras escasas conversaciones de los últimos doce meses? ¿Hay algún indicio de cómo se supone que va a desarrollarse este juego? ¿Alguna forma de estar mejor preparado? No tengo ni puta idea, pero me está dando un dolor de cabeza épico. Me dirijo al fregadero, tomo un bote de ibuprofeno de la estantería y dejo el teléfono sobre la encimera mientras pongo dos pastillas en la mano enguantada, repasando nuestros mensajes de texto de principios de semana, aunque probablemente podría recitarlos de memoria. Carnicero: Te enviaré los detalles el sábado Yo: ¿Cómo sé que no vas a sacar ventaja para ganar esta ronda? Carnicero: Supongo que tendrás que confiar en mí... Yo: Eso suena tonto. Carnicero: ¿verdad...?

¡Y

divertido!

*Jadeo*

Sabes

Yo: Cierra la boca. Carnicero: ¿Te refieres a mi guapa cara?

cómo

divertirte,

Yo: � Carnicero: ¡Sábado! ¡Ten tu teléfono a mano! Y he hecho exactamente eso. Llevo casi todo el día con el teléfono en la mano y ahora son las O8:12. El tictac del enorme reloj de pared, que a decir verdad sólo está montado en la pared frente a la mesa para torturar aún más a mis víctimas, me está torturando ahora a mí. Cada tic vibra en mi cráneo. Cada segundo abrasa mis venas con un pulso de necesidad. No me di cuenta de lo mucho que esperaba este partido hasta que la expectación arraigó en mis pensamientos. El hombre de mi mesa se sobresalta cuando abro el grifo y el agua salpica el fregadero de acero inoxidable. —Cálmate, bebé —le digo por encima del hombro mientras lleno un vaso—. Aún no hemos llegado a la parte divertida. Gemidos y quejidos, súplicas ahogadas. Su miedo y sus súplicas me excitan y me frustran a la vez mientras me trago el ibuprofeno y bajo el vaso de agua para depositar el recipiente vacío sobre la encimera con un sonoro golpe. Vuelvo a comprobar mi teléfono desechable. 8:13pm. —Joder. Mi teléfono personal zumba en mi bolsillo y lo saco para leer la notificación. Lark. Su mensaje es solo un emoji de un cuchillo y un signo de interrogación. En lugar de contestarle, saco los AirPods del bolsillo y la llamo, dejando las manos libres para trabajar. —Hola, nena —dice, contestando al primer timbrazo—. ¿Algo del carnicero ya? Me deleito en la voz del sol de verano de Lark durante un instante antes de dejar que el peso de un suspiro abandone mis pulmones. Aparte del malvado trabajo de mis manos, Lark Montague es lo único en este mundo que me aporta claridad cuando mi mente desciende a otra dimensión de oscuridad. —Nada todavía. Lark tararea pensativa.

—¿Cómo te sientes? —Ansiosa. —Un pequeño sonido de reflexión pasa por la línea, pero Lark se limita a esperar. No presiona ni da su opinión sobre lo que debo o no debo hacer. Ella escucha. Escucha como nadie más puede hacerlo—. No sé si es una idea épicamente estúpida, ¿sabes? No es como si conociera a Rowan. Podría ser algo imprudente e impulsivo. —¿Qué hay de malo en ser impulsivo? —Es peligroso. —Pero también es divertido, ¿no? Un fino hilo de aliento pasa por mis labios fruncidos. —¿Quizás...? La risa alegre de Lark llena mis oídos mientras me dirijo a las hileras de utensilios pulidos que bordean el mostrador, los cuchillos y escalpelos y tornillos y sierras que brillan bajo las luces fluorescentes. —Tu idea actual de... diversión... —Lark dice, su voz se interrumpe como si pudiera ver el bisturí que recojo y examino—. ¿Sigue siendo lo suficientemente divertido para ti? —Supongo —digo encogiéndome de hombros. Dejo el cuchillo en el atril junto a unas tijeras quirúrgicas, un paquete de gasas y un kit de sutura—. Pero siento que falta algo, ¿sabes? —¿Es porque el FBI no está descubriendo las pistas que dejas en el sedal? —No, al final lo conseguirán, y si no lo hacen, enviaré una carta anónima. ''Comprueben las webs, malditos idiotas''. Lark suelta una risita. —Los archivos están en el ordenador —dice, citando a Zoolander. Nunca falla a la hora de decir una frase al azar, pero relevante, de una película. Suelto una risita mientras Lark se ríe de su chiste; el brillo de su luz penetra en los fríos confines de mi contenedor de

almacenamiento modificado como si se hubiera conectado ella misma a los circuitos eléctricos. La frivolidad entre nosotras se desvanece cuando agarro los bordes de la bandeja y la conduzco hacia mi cautivo. —Hay algo en esta competencia que me parece... inspirador, supongo. Como una aventura. Hacía mucho tiempo que nada me entusiasmaba tanto. Y creo -o espero- que Rowan ya habría intentado matarme si hubiera querido. No sé por qué, y esta es quizá la parte más imprudente e impulsiva de toda esta idea, pero creo que él se siente como yo, como si buscara algo para aliviar un picor que cada vez es más difícil de rascar. Lark vuelve a tararear, pero esta vez el sonido es más profundo, más oscuro. Ya he hablado con ella de esto antes. Sabe dónde me encuentro. El alivio es más difícil de encontrar con cada muerte. No dura tanto. Falta algo. Precisamente por eso tengo a este pedazo de pedófilo de mierda en mi mesa. —¿Qué hay de ese escurridizo asesino de la costa oeste del que te habló Rowan? ¿Has encontrado algún detalle sobre él? Frunzo el ceño, con el dolor de cabeza aguijoneándome los ojos. —La verdad es que no. Leí sobre un asesinato que creo que podría ser suyo, de hace dos meses, en Oregón. Un excursionista fue asesinado en el parque Ainsworth. Pero no había detalles sobre la unción como los que describió Rowan. Quizá tenga razón, quizá las autoridades estén callando las cosas para no asustar al asesino. —El hombre de la mesa suelta un gemido agudo alrededor de la mordaza y golpeo la bandeja con la palma de la mano, haciendo sonar los instrumentos—. Hombre, cállate. Lloriquear no va a servir de nada. —Seguro que estás de un humor picante hoy, Sloaney. ¿Segura que no estás...? —No. —Sé lo que Lark quiere preguntar, pero no estoy en espiral. No estoy involucionando. No estoy fuera de control—. Una vez que esta competencia comience oficialmente, estaré bien. Sólo quiero saber los detalles del primer objetivo, ¿sabes? No llevo bien las esperas. Necesito relajarme, eso es todo.

—Mientras tengas cuidado. —Por supuesto. Siempre —digo mientras dirijo la máquina de succión hacia el hombre, que intenta liberarse de las implacables correas de cuero. Pulso el interruptor y lo enciendo mientras los gemidos desesperados del hombre suben de tono. Una fina capa de sudor cubre su piel. Sus ojos desorbitados derraman lágrimas por las comisuras arrugadas mientras intenta sacudir la cabeza con la lengua contra la mordaza de bola que lleva en la boca. Entrecierro los ojos al contemplar sus rasgos tensos, su desesperación filtrándose por sus poros como almizcle. —Tienes un invitado digno hoy, ¿eh? —Lark pregunta mientras el pánico del hombre se filtra a través de la conexión. —Claro que sí. —El mango metálico de mi bisturí Swann-Morton favorito me refresca las yemas de los dedos a través de los guantes de látex, un beso reconfortante contra mi piel acalorada. Mi concentración reduce mi voz a un hilo mientras me concentro en colocar el filo del cuchillo bajo la nuez de Adán del hombre—. Es un completo saco de mierda. Guío la punta afilada de la hoja a través de la piel del hombre, manteniendo una línea recta mientras presiono y la paso a través de su carne. Grita dentro de la esfera de silicona atrapada en su boca. —Esto se llama las consecuencias de tus actos, Michael. — Limpio la sangre que corre por la incisión—. ¿Quieres hablar con menores por internet? ¿Enseñarles fotos de tu polla arrugada? ¿Atraer a los niños del barrio con promesas de perritos y caramelos? Como te gusta tanto hablar, primero voy a quitarte la voz —digo mientras presiono con el bisturí en el vacío de carne partida de la garganta de Michael Northman para hacer un segundo corte, más profundo, que me permita acceder a sus cuerdas vocales y ventriculares. La máquina de succión gorgotea mientras aspira su sangre a través de la válvula de control que sujeto con mi mano libre—. Y luego tomaré tus dedos por cada asqueroso mensaje de texto y amenaza que hayas enviado, y te los meteré por el puto culo. Si tienes suerte, me aburriré y te mataré antes de llegar a los dedos de los pies.

—Jesús, Sloane —dice Lark, su risita oscura burbujeando a través de la línea—. Sí, ¿sabes qué? Creo que deberías competir con el Carnicero. Necesitas desahogarte, señorita. Sí, no podría estar más de acuerdo. Los últimos gritos de Michael Northman inundan mi sala de muerte mientras me despido de mi mejor amiga y desconecto tanto la llamada como las cuerdas vocales de mi presa. Una vez finalizada la intervención quirúrgica, suturo la herida sin otro motivo que darle una falsa esperanza de supervivencia, ordenando a Michael que no pierda de vista el reloj antes de dirigirme a mi bandeja de utensilios para tomar mis pinzas de corte óseo Liston. Puede que no escuche mis órdenes, pero he aprendido lo suficiente sobre la frágil mente humana en esta sala como para saber que querrá algo en lo que concentrarse en las próximas horas, y no hay nada más tentador e implacable que ver cómo el tiempo avanza lentamente hacia tu perdición. Estoy a punto de volver con el hombre atado a mi mesa cuando mi teléfono prepago zumba en mi bolsillo: Carnicero: Mi hermano Lachlan dibujará un mapa. Nos enviará un mensaje a ambos con la ubicación. Tan pronto como lo haga, el juego comienza. El primero en matar gana. Si ninguno de nosotros encuentra el objetivo en siete días, es un empate. Entonces supongo que tendremos que jugar piedra-papel-tijeras que perra Una fuerte sacudida me golpea las costillas mientras mi ritmo cardíaco se dispara. Yo: Tienes una ventaja ridícula Veo parpadear los puntos de nuestra conversación mientras Rowan teclea su respuesta a mi mensaje. Carnicero: Créeme cuando digo que Lachlan quiere que ganes tú, no yo. No tengo ninguna ventaja aquí. No me ha dicho una mierda Mi sonrisa se extiende. Las sacudidas desesperadas y la respiración acelerada de Michael Northman se convierten en un nebuloso telón de fondo mientras golpeo mi respuesta.

Yo: No te conozco lo suficiente como para confiar en ti. Y si descubro que te está dando información, te patearé el culo. Sólo lo digo ahora para que estemos en la misma página, ¿sabes? El aire frío parece más pesado en el recipiente de almacenamiento cuando veo los círculos grises pulsar en la esquina inferior izquierda de la pantalla. Carnicero: Creo que ahora yo también quiero que ganes, así que me parece bien �. Yo: Eres el peor Carnicero: Quizás... pero al menos piensas que soy guapo � Yo: Jesucristo Sé que estoy sonriendo al aparato que tengo en las manos. Debería sentirme estúpida. Debería parecerme tan peligroso como es. Pero lo único que percibo es un alivio que se instala en mi médula, una excitación que carga las cavidades de mi corazón. Es una corriente que empapa de luz cada célula. Estoy a punto de guardar el teléfono y centrarme en mi cautivo cuando zumba en mi mano un Remitente Desconocido. Ivydale, Virginia Occidental Y buena suerte, señorita ojos de araña, o como demonios te llames. Piensa, hermanito, que tu título de perdedor está a punto de ser oficial. Mi sonrisa se ensancha. Un mensaje de Carnicero llega justo después del de Lachlan. Carnicero: ¿Lo ves? Te lo dije. Nos vemos en Virginia Occidental, Mirlo. Dejo las pinzas a cambio del bisturí ensangrentado. Cuando me vuelvo hacia el hombre atado a mi mesa, sus ojos se abren de par en par con el tipo de miedo que me da paz. Su rostro está pálido por el estrés y el dolor. Sangre y saliva resbalan por la comisura de sus labios. Intenta sacudir la cabeza mientras giro el bisturí bajo la luz artificial.

—Tengo sitios a los que ir, así que supongo que tendremos que acortar esto, si me disculpas el juego de palabras —digo antes de clavarle el cuchillo bajo la oreja. La sangre cae sobre la mesa en un torrente carmesí. —Es noche de juegos.

—¿Qué haces? —pregunta Fionn al entrar en mi habitación, con una zanahoria chasqueando en el agarre de sus muelas—. ¿Te vas de viaje? Pongo los ojos en blanco y señalo la zanahoria. —¿Pero qué mierda. ¿Es esta una nueva fase en tu adoctrinamiento Crossfit, andar por ahí con tubérculos crudos? —Beta caroteno. Hijo de puta. Antioxidantes. Estoy ayudando a mi cuerpo a eliminar los radicales libres. —Tómate una vitamina. Pareces un imbécil. —Para responder a su pregunta, Dr. Kane, Rowan se va a una pequeña expedición de caza con un alma afín —comenta Lachlan mientras se deja caer en uno de los sillones de cuero de la esquina de la habitación—. Pero al más puro estilo Rowan, ha decidido convertirlo en una competencia. Me ha convencido para que encuentre una presa adecuada que sea una sorpresa para los dos. Así que, esencialmente, él va a tener su culo entregado a él como la pequeña perra masoquista que es. Lanzo a Lachlan una mirada fulminante, pero él se limita a sonreír por encima del borde de su vaso, dando un largo sorbo de bourbon mientras golpea el borde de cristal con un anillo de plata. —¿Dónde? —Fionn pregunta. —Virginia Occidental.

—¿Por qué? Lachlan suelta una carcajada. —Yo diría que porque está tratando de salir de la zona de amigos, pero no creo que ni siquiera esté en una zona a este paso. Fionn da otro mordisco crujiente a su zanahoria, llenándose la boca mientras suelta una risita bobalicona como un puto niño tonto. Así que hago lo que cualquier hombre maduro y razonable haría con su hermano pequeño. Le quito la zanahoria de la mano y se la lanzo a Lachlan, golpeándole en la frente. Mis hermanos protestan al unísono y sonrío hacia mi equipaje mientras meto otro par de jeans en el equipaje de mano. —No creo que hayas hecho tanto esfuerzo por una mujer desde... nunca. No la has visto en cuánto, ¿un año? —Lachlan pregunta, sin perder el ritmo. El sonido de la tos ahogada de Fionn llena la habitación. Lachlan y yo observamos cómo atrapa motas de naranja en su puño apretado. —¿Qué? ¿Un puto año? ¿Por qué me entero de esto ahora? —Has tenido la cabeza metida en el culo en la puta nada jugando al médico del pueblo, por eso. —Se ríe Lachlan—. Vuelve a Boston, Fionn. Deja de revolcarte como un Hombre Triste de Película Hallmark Cinderwhatever y ven a casa a practicar medicina de verdad. —Imbécil —decimos Fionn y yo al unísono. Lachlan sonríe, deja el vaso sobre la mesa auxiliar y se saca del bolsillo un cuchillo con mango de perla, antes de inclinarse hacia atrás para desabrochar la tira de cuero gastado del cinturón que lleva en la cintura. Se pasa la anilla metálica del extremo suelto del cinturón alrededor del dedo corazón, estira el cuero y empieza a afilar la hoja en el borde áspero de la piel. Es algo que ha hecho desde que éramos niños, algo que lo tranquiliza. Puede que Lachlan disfrute haciéndonos bromas a Fionn y a mí, pero sé que está

estresado porque nuestro hermano pequeño ya no vive en la misma ciudad que nosotros, y ahora porque me voy a ir a jugar a un loco juego mortal con una asesina en serie a la que apenas conozco. —No me equivoco —dice tras unas cuantas pasadas de la cuchilla sobre la piel—. Nebraska está demasiado lejos, hermano. Además, está claro que te estás perdiendo todos los buenos detalles de la inexistente y cómicamente triste vida amorosa de Rowan estando ahí fuera. —Cierto —admite Fionn. Su mirada pensativa se posa en la madera mientras cruza los brazos y se apoya en la cómoda. Probablemente está asignando valores numéricos al hecho de conocer los chisme frente al de estar fuera de onda, y está sopesando la probabilidad estadística de su felicidad dividida por pi. Maldito nerd. —¿La has visto? —pregunta Fionn al salir de su neblina analítica, mirando directamente a Lachlan como si yo no estuviera aquí. —Sólo en algunas fotos. —Lachlan da un sorbo a su bebida mientras sonríe ante mi mirada letal—. Está jodidamente buena. Definitivamente tiene un lado oscuro: le gusta quitarles los globos oculares a sus víctimas cuando aún están vivas. Los federales la llaman El Tejedor de Orbes no saben que es una mujer. Su nombre real es Sloane Sutherland. —Mantén su puto nombre fuera de tu boca —gruño. La estruendosa carcajada de Lachlan llena la habitación. Levanta la mano que empuña el cuchillo hacia la boca mientras el sonido de su diversión inunda el espacio que nos separa. Sin duda, el listillo me está recordando que, de los dos, él es el que tiene un arma preparada. Si no tuviera la hoja afilada en la mano, le estaría dando un puñetazo en la cara. —Digamos que te las arreglas para arañar tu camino en la zona de amigos, y luego por algún puto milagro consigues ir más allá y entrar en los buenos modales de la dama araña sin perder un ojo, ¿cómo te gustaría que me refiriera a ella?

—No sé, imbécil. ¿Qué tal Reina? O, Su Alteza. Vete a la mierda. Gimo mientras la risa de Lachlan vuelve a envolvernos, aún más fuerte que antes. —Vete a la mierda será. ''Encantado de conocerte, Vete a la mierda. Soy tu cuñado, bienvenido a la familia, Vete a la mierda''. Estoy a punto de lanzarme sobre Lachlan cuando suena mi teléfono prepago en el bolsillo. Mirlo: Aprovechar al máximo Hay una foto de los delicados dedos de Sloane envolviendo una copa de champán en primera clase de un avión, con su manicura roja como la sangre brillando bajo la luz artificial de la cabina. Mi corazón golpea contra mis costillas. Casi puedo sentir esas uñas rozándome el pecho y los abdominales, envolviéndome la polla con una fuerza engañosa. Imagino el calor de esos ojos color avellana clavados en los míos, su aliento calentándome el cuello mientras me susurra al oído. Lachlan se ríe como si pudiera leer todos mis pensamientos y me aclaro la garganta. Yo: Veo que ya estás en el avión. Eso es... genial... Mirlo: En efecto, lo estoy. Y tú claramente no. ¡Veré si finalmente te pones al día! Aunque no aguantaré la respiración � Mis mejillas se sonrojan mientras mis pulgares se ciernen sobre el teclado. Yo: ¿Es demasiado tarde para volver a empezar? La respuesta de Sloane es inmediata. Mirlo: Absolutamente. Un gruñido vibra en mi pecho mientras redoblo mis esfuerzos por hacer la maleta, aunque sé que eso no me hará tomar un avión más rápido. —¿Estás bien ahí, hermanito? ¿O Vete a la mierda ya ha matado a tu objetivo?

Me planteo arrojar mi equipaje a medio hacer al rostro sonriente de Lachlan cuando suena su teléfono. Cualquier rastro de humor se desintegra de sus facciones como la ceniza que cae de un tronco carbonizado, dejando tras de sí solo carbón resquebrajado. —Soy Lachlan —dice. Su voz es ronca y responde a la llamada con un "sí" y un "no" entrecortados. Me retuerzo la camisa que estoy enrollando hasta que me blanquean los nudillos. Tengo los ojos clavados en mi hermano mayor, pero él no levanta la vista del cuchillo que gira en su mano—. Estaré allí. Dame treinta minutos. Cuando me mira a los ojos, la breve sonrisa de Lachlan es sombría. —¿Turno de noche? —pregunto. —Turno de noche —responde. De día, Lachlan dirige el Atelier Kane, su estudio especializado en marroquinería, donde crea belleza a partir de la piel de la muerte. Pero por la noche, cada vez que Leander Mayes le llama, mi hermano se convierte en la despiadada herramienta del diablo. Personalmente, disfruto quitando la vida a cualquier escoria que se cruce en mi camino a través de la sopa infernal de la sociedad moderna. ¿Lachlan...? No sé si disfruta mucho de algo en estos días. Mata con un propósito, pero se envuelve en un frío distanciamiento. A menos que esté tallando piel con sus manos o tomándonos el pelo a Fionn y a mí, no creo que la vida le importe en absoluto. Siento una punzada en el pecho cuando Lachlan se levanta de la silla, se guarda el cuchillo en el bolsillo y se cruje el cuello mientras vuelve a ponerse el cinturón. Un leve rastro de su sonrisa regresa cuando se posa en mí. —Cuídate, imbécil —dice. —Tú también, hijo de puta. Lachlan hace una mueca de desprecio, pero al pasar me da una cálida palmada en el hombro. Aprieta su cabeza contra la mía para respirar y luego se va, dirigiéndose hacia la puerta para hacer lo mismo con Fionn. A nuestro hermano pequeño nunca se le ha dado

bien ocultar sus preocupaciones. Fionn muestra todos los matices de tristeza y preocupación en sus ojos azul claro, y observa a Lachlan alejarse a grandes zancadas con una dolorosa preocupación dibujada en sus rasgos infantiles. —Hasta luego, chicos —dice Lachlan mientras cruza el umbral a grandes zancadas y desaparece por el pasillo poco iluminado—. Y muévete a casa, Fionn. —Paso difícil —responde Fionn, y una risita responde desde la oscuridad antes que la pesada puerta de mi apartamento se cierre con un golpe reverberante. Fionn se vuelve hacia mí, con esa ansiedad aún grabada como una arruga en el entrecejo—. ¿Estás seguro que este viaje tuyo es una buena idea? Quiero decir, ¿hasta qué punto conoces a esa Sloane? Dejo de mirar a Fionn y sonrío mientras cierro la cremallera y me la cuelgo al hombro. —No muy bien. Sólo la he visto una vez. El trago nervioso de Fionn es casi audible. —¿Una vez? ¿Cómo se conocieron? —Realmente no quieres saberlo. —Esto suena un poco impulsivo, Rowan, incluso para ti. Sé que tienes todo eso del hijo mediano —dice, agitando una mano en mi dirección de la forma en que él y Lachlan siempre lo hacen para explicar mi comportamiento salvaje y mis decisiones imprudentes— . Quedar con una asesina en serie con la que sólo has hablado una vez hace un año... no es normal. Mi risa parece hacer poco por tranquilizarlo. —Nada de lo nuestro es normal, pero estaré bien. Tengo un instinto visceral sobre ella. Suena el teléfono desechable en mi bolsillo. Miro: Estoy a punto de despegar. Si esto fuera una carrera, ya estarías detrás

Yo: Oh, espera... ¡ES una carrera! Mira esto. Espero que les gusten los globos oculares desarticulados porque me voy a cargar esta mierda, valga el juego de palabras. Buen viaje y que se jodan � —Sí, Fionn —digo con una sonrisa radiante mientras vuelvo a deslizar el teléfono en el bolsillo y me dirijo hacia la puerta—. Creo que estaré bien.

Esto es absurdo. Yo soy absurda. Estoy sentada en el vestíbulo del Cunningham Inn, intentando concentrarme en la misma página de mi kindle en la que llevo atascada los últimos cinco minutos mientras delibero entre salir corriendo o quedarme. ¿Qué mierda estoy haciendo con mi vida? Esto es peligroso. Y estúpido. Absurdo. Pero parece que no puedo obligarme a irme. Mis pulmones se llenan de olor a Pine-Sol y a malas decisiones mientras un profundo y nervioso suspiro sale de mis labios. Abandono el libro y me siento a contemplar el silencioso vestíbulo, donde mi única compañía es un gato gris que me mira desde un sillón de cuero junto a la chimenea apagada. La habitación es anticuada pero es cómoda, con paneles de roble oscuro y una antigua alfombra estampada que una vez fue burdeos. Los muebles antiguos no combinan entre sí, pero están pulidos y relucientes. Un par de búhos taxidermizados en pleno vuelo hacen guardia sobre las reproducciones de cuadros de Rodin descoloridas por el sol y las reliquias de herramientas ferroviarias y mineras esparcidas por las paredes.

Vuelvo a suspirar y miro el reloj. Son casi las dos de la madrugada y debería estar cansada, pero no lo estoy. Ha habido muchas prisas esta noche, entre trocear el cuerpo de Michael Northman y meterlo en mi congelador mientras reservaba un vuelo para salir de Raleigh, hacer la maleta en un tiempo récord de treinta minutos, alquilar un auto para mi llegada a Virginia Occidental mientras Lark me llevaba al aeropuerto. Cuando me lamenté que toda esta escapada fuera una idea estúpida, su respuesta fue: —Puede, pero necesitas salir y hacer más amigos. —Tengo una amiga —le había dicho—. Tú. —Necesitas más de uno, Sloane. —¿Pero este amigo en particular? ¿Este tal Rowan? ...¿En serio? Aún puedo oír la cadencia de la risita de Lark mientras observa mi confusión con una sonrisa amable. —Tener otra amiga que te entienda, a tu verdadero yo, quizá no sea malo —dijo encogiéndose de hombros, con una sonrisa que no se vio empañada por el escrutinio de mi inquebrantable mirada—. No has saltado del vehículo en marcha. Aún nos dirigimos al aeropuerto. Así que sí, supongo que ese tal Rowan es tu amigo ahora. Tal vez debería haber saltado del auto. Gimo mientras me hundo aún más en el fondo de la silla. —Su razonamiento ni siquiera tenía sentido —le digo al gato mientras repito la conversación con Lark, y el felino me devuelve la mirada con una furia hirviente y sentenciosa. —¿Tratando de consumir su alma, Mirlo? Dejo caer el kindle al sobresaltarme y me vuelvo hacia la fuente del sutil acento irlandés con una mano aferrada al corazón. —Por Dios —siseo cuando Rowan sale de entre las sombras junto a la puerta con una sonrisa burlona. Se me corta la respiración cuando me doy cuenta que está aquí, realmente aquí. Rowan tiene exactamente el mismo aspecto que hace un año. Puede que tenga un aspecto un poco mejor que en nuestro primer encuentro, al no haber pasado los últimos días en una jaula

repugnante mientras un cuerpo se putrefactaba a pocos metros. No estoy segura de sí le importaría tanto mi falta de maquillaje o mi cabello anudado o mis labios agrietados, teniendo en cuenta que pasó tanto tiempo mirándome las tetas. El recuerdo me hace sonrojar, y no por vergüenza. Me trago un repentino ataque de nervios. —Quizá debería consumir el alma del gato. La mía acaba de abandonar mi cuerpo. —Me imaginé que así fue como adquiriste tus pecas. Robando almas. —Veo que eres tan gracioso como la primera vez que nos vimos. —Pongo los ojos en blanco y voy a tomar mi kindle, pero Rowan lo toma primero—. Pásamelo, guapo —le digo mientras me dedica una sonrisa magnética que llena mis sentidos y empapa mis preocupaciones con otro tipo de ansiedad. La cicatriz que le atraviesa el labio parece iluminarse cuando su sonrisa se vuelve pícara. —Me pregunto qué le gustará leer a mi pequeña y nerviosa Mirlo —bromea mientras me agita el aparato. Un resoplido desdeñoso sale de mis labios, aunque sus palabras me recorren las venas y me inyectan un calor carmesí en las mejillas. —p*rno de monstruos, está claro —respondo. Rowan se ríe y consigo arrebatarle el aparato de las manos, lo que sólo hace que se ría más—. El hombre dragón tiene dos pollas y sabe cómo usarlas. También tiene una lengua bífida. Y una cola con mucho talento. Así que no te burles. —Devuélveme eso. Mi televisor está roto en mi habitación y ese es el tipo de entretenimiento que necesito en mi vida. —Que te den, carnicero. —Deslizo el kindle bajo mi culo y dirijo a Rowan una mirada letal—. Espera un momento. ¿Tu televisor está roto? ¿Cuándo has llegado? Se encoge de hombros y deja caer la mochila al suelo con un ruido sordo mientras me dedica una sonrisa coqueta y se acomoda en la silla contigua a la mía.

—Hace unos cuarenta y cinco minutos. Debías de estar en tu habitación. Salí de la mía en busca de alcohol. Por cierto, soy tu vecino de al lado. —Fantástico —digo con una mirada de soslayo, lo que le hace sonreír. Rowan abre la bolsa lo suficiente para mostrar la botella de vino tinto que contiene. —Son las dos de la mañana. ¿No están todas las tiendas cerradas? —La cocina no. —La cocina también está cerrada. —¿Es...? Culpa mía. —Rowan saca la botella de su bolso y rompe la tapa de rosca, su mirada se funde con la mía mientras bebe un largo sorbo. Mis ojos se entrecierran cuando me guiña un ojo—. No me digas que estás enfadada por un robo insignificante. —No —me burlo. Se me pone la piel de gallina en el brazo en el breve instante en que nuestros dedos se entrelazan alrededor del vaso frío mientras le quito la botella de la mano—. Me molesta que tardes demasiado en pasarme la botella. Y la estás manchando con tus gérmenes de chico. Seguro que intentas infectarme para que me ponga enferma en mi habitación con tu viruela mientras tú vas a ganar nuestra pequeña competición. —Manpox. —Rowan resopla mientras doy un largo sorbo y le devuelvo la botella. No me quita la mirada de encima mientras bebe un trago, la sonrisa de su expresión sigue brillando en sus ojos—. Bueno —dice, presentando la botella con una floritura mientras me la da—. Ahora tengo tus bichos de chica, así que estamos en paz. Intento no sonreír, pero ocurre de todos modos, y en cuanto esa sonrisa se cuela en mis labios, ilumina los ojos de Rowan como si me reflejara mi diversión. No solo eso, sino que la amplifica. Mientras vuelvo a acomodarme en mi asiento, me doy cuenta que es como si nos hubiéramos visto ayer. Es tan fácil estar con él, incluso cuando no quiero, como cuando nos sentamos en la cafetería hace un año. A pesar de lo mucho que había intentado forzar mi atención en otra parte, seguía volviendo a él. Y ahora no

es diferente. Él me atrae, un punto de luz constante en la oscuridad estática. —¿Alguna idea de para quién estamos aquí? —pregunta Rowan, sacándome de mis pensamientos. Bebo un sorbo de vino y le miro con recelo. —Seguro. —Por ''seguro'', quieres decir ''en absoluto'', ¿verdad? —Más o menos. ¿Y tú? —No. —¿Cómo se le ocurrió a Lachlan esta ubicación, de todos modos? ¿Y cómo sé que no te va a dar información para ayudarte a ganar? Rowan suelta una carcajada burlona y me quita la botella de los dedos, dando un largo trago antes de responder: —Porque, como ya he dicho, a mi hermano no le interesa verme triunfar. Si pierdo, podrá restregármelo en la cara durante un año, y disfrutará cada segundo. —Cuando Rowan me devuelve la botella, echa un vistazo a la habitación, su mirada recorre cuidadosamente los rasgos como si buscara cámaras ocultas o invitados de los que no se hubiera percatado. Ya sé que somos los únicos registrados. Aparte del propietario, un tipo llamado Francis que vive en una casa bien cuidada de estilo Segundo Imperio que domina la posada, somos los únicos en la propiedad. Seguro que Rowan también lo sabe, pero hace bien en ser precavido—. En cuanto a cómo llegó a Virginia Occidental, bueno... digamos que tiene conexiones con ciertas personas que pueden acceder a ciertos archivos de ciertas agencias gubernamentales, y algunos asociados que pueden llenar los vacíos. —Eso suena ciertamente dudoso —digo, sonriendo cuando Rowan pone los ojos en blanco ante mi burla—. ¿En qué trabaja tu hermano? Rowan se echa hacia atrás en su silla y golpea el reposabrazos mientras sus ojos siguen las curvas y los ángulos de mi rostro. Su caricia azul marino hace que me ruborice. Me mira de una forma que nadie más lo hace, como si no solo intentara descifrar mis

pensamientos y motivaciones. Es como si intentara memorizar los más pequeños detalles de mi piel, descubrir cada secreto atrapado tras mi piel. —Nuestro pasatiempo —dice cuando parece darse cuenta que puede compartir esta respuesta—. Para Lachlan, no es un pasatiempo. Es una profesión. Asiento con la cabeza. Ahora entiendo cómo puede tener acceso a información sobre investigaciones criminales. O trabaja para los militares, o para individuos peligrosos y bien conectados. —Así que es seguro que no te va a ayudar a hacer trampas —le digo. —En todo caso, encontraría la manera de ayudarte a hacer trampa. —Ya me gusta. —Mi sonrisa se ilumina cuando Rowan me lanza una mirada maliciosa. Bebo un sorbo de la botella y se la paso a Rowan—. ¿Y a ti? ¿Te gusta el negocio gastronómico? Rowan me dirige una sonrisa socarrona. —¿Me has estado investigando, Mirlo? —Como si tú no hubieras hecho lo mismo conmigo —replico. —Culpable de los cargos. —Rowan bebe un largo trago de vino y equilibra la botella sobre su rodilla. Me observa un momento antes de asentir, con una sonrisa un poco melancólica—. Sí, me gusta. Me encanta llevar mi propia cocina. Me gusta el ritmo. Puede ser frenético, pero me gusta. Me va bien un poco de caos. Quizá por eso me gustas —dice guiñando un ojo. Resoplo una carcajada y pongo los ojos en blanco. Este hombre. Puede hacer que cualquier cosa parezca coqueteo. —¿A qué viene ese nombre? —pregunto, y aunque eludo su comentario, no parece molestarle lo más mínimo—. ¿Por qué elegiste tres en vagón? —Mis hermanos —dice Rowan, y su sonrisa vuelve a ser nostálgica mientras mira la botella que tiene en la mano—. Éramos adolescentes cuando dejamos Sligo y vinimos a América. Recuerdo

a Lachlan comprando los billetes. Tres en vagón Fue el comienzo de otra vida para nosotros. —Igual que en el restaurante —digo, terminando el hilo de pensamiento que me ha dejado. Sus ojos se iluminan cuando asiente—. Eso me gusta. Rowan me pasa la botella. Nuestros dedos se rozan alrededor de vidrio frío. Nuestro contacto se prolonga más de lo debido, pero por alguna razón me parece menos tiempo del que me gustaría. Esto es absurdo, me recuerdo. No conoces a este hombre. Reafirmo mi postura, desplazo mi línea de visión hacia el mostrador para observar a Rowan sólo por el rabillo del ojo cuando bebo de la botella. Las paredes son buenas. Los límites son necesarios. Él es el tipo de hombre que los traspasará si bajan la guardia. Y esto sigue siendo una competición, después de todo. Sólo debería buscar información que me ayude a ganar. En mi periferia, veo la mano de Rowan acercarse sigilosamente a mi silla y me giro para clavarle la mirada. El cabrón descarado me pone su máscara más inocente. —¿Qué demonios estás haciendo? —Voy a robar tu kindle. Quiero leer sobre el hombre dragón de dos pollas. —Estoy sentada encima. Tócame el culo y te rompo la mano — le digo, sin poder contener una carcajada mientras me pincha rítmicamente el brazo. —No lo haré. Te empujaré y lo agarraré, luego río maníacamente mientras corro a mi habitación triunfante. —Bájate la aplicación como una persona normal y léelo en tu celular, rarito. —Piedra, papel o tijera. —De ninguna manera. —Vamos, Mirlo. Necesito un poco de dragonman DP.

Me da otro codazo en el bíceps y suelto una risita cuando un sonido extraño entra en nuestro dominio. De repente parece como si estuviéramos en una burbuja que acaba de estallar. No es normal para mí, y la aparición de Francis en la recepción es un shock para mi sistema. Normalmente soy muy consciente de lo que me rodea. Pero Rowan me tenía encerrada en otro reino, como si no existiera nada más que nosotros. Y por alguna razón, eso me parece un alivio, un descanso de la presión constante de buscar el peligro que acecha en las sombras. —Oye, amigo. Espero que no hayamos desvelado a nadie —dice Rowan. Ni siquiera intenta ocultar la botella de vino que tiene sobre la rodilla, con la otra mano agarrada al reposabrazos de mi silla. Los ojos de Francis pasan del vino a Rowan, con los labios apretados en una sonrisa tensa. —No, en absoluto. Son los únicos invitados. Sólo venía a recoger a Winston por esta noche —responde mientras señala con la cabeza al gato que sigue acurrucado en la silla junto a la chimenea. Francis desliza la mano por su corbata rosa y sus ojos rebotan entre nosotros—. No tenemos demasiado tráfico por aquí, no con algunos de los nuevos lugares que están apareciendo en la zona. Todo el mundo tiene un AirBnB ahora, tratando de hacer un dinero extra. Hago un gesto hacia el vestíbulo. —Me gusta esto. Tiene encanto. Aunque Winston parece que podría arañarme la cara si me acerco demasiado. —No, es inofensivo. —Francis se pasa una mano por su melena oscura y se acerca al gato, que lo mira mal y sisea antes de dirigirme sus ojos amarillos de felino. No estoy segura de si quiere la salvación de Francis o sólo quiere seguir mirándome mal, pero sus gruñidos se pierden cuando Francis levanta su cuerpo gris en sus brazos—. ¿Están visitando a alguien de la zona? ¿O sólo de paso? —Es nuestra excursión anual —me ofrezco voluntaria—. Cada año elegimos un lugar nuevo, normalmente algún sitio un poco "fuera de los caminos trillados", por así decirlo. Francis asiente, acariciando la cabeza del gato.

—Hay algunos senderos locales estupendos. Elk River es un buen lugar para empezar. The Bridges es una ruta panorámica. Sólo tengan cuidado si se dirigen hacia Davis Creek. Es fácil de caer. Un excursionista desapareció por allí el año pasado y nunca lo encontraron. Tampoco sería la primera vez. —Gracias, amigo. Nos aseguraremos de tener cuidado —dice Rowan en un tono que educadamente dice: "Por favor, vete a la mierda ahora". Francis capta la indirecta y asiente con la cabeza. —Pasen una buena noche, amigos. No duden en llamarnos si necesitan algo —dice, y luego se despide con la pata de Winston antes de marcharse. Nuestras palabras de agradecimiento lo siguen mientras desaparece por un pasillo a la derecha del vestíbulo. Un momento después, oímos el ruido de una puerta que se cierra. —Parece que debería estar intentando ligar con un avatar tonto del culo que no se parece en nada a él mientras hace streaming en Twitch o algo así, no dirigiendo un hotel en ninguna parte de Virginia Occidental —refunfuña Rowan. Mantiene la mirada clavada en el pasillo mientras tira del reposabrazos de mi silla en un intento de acercarla. —¿Cuál es tu problema? —pregunto entre risas mientras me acerca—. ¿Estás celoso de su corbata rosa o algo así? Rowan se burla y desplaza esa dura mirada hacia mí mientras vuelve a tirar de mi silla. —No. Cristo. Ahora dame esa polla de dragón, Mirlo. —De ninguna manera. —Consigo escabullirme de la silla con el kindle antes que pueda agarrarme, agitándolo hacia él en señal de burla mientras retrocedo hacia nuestras habitaciones—. Buenas noches, rarito. Me voy a la cama. A quien madruga Dios le ayuda. Podría planear una excursión en solitario a Davis Creek. No se permiten chicos a no ser que tengan escamas y una manía reproductora. —De todas las veces que se me ha olvidado el mono de dinosaurio en casa. —Rowan suspira, inclina la botella hacia mí y

vuelve a sentarse en su silla. Su sonrisa es cálida y sus ojos brillan a pesar de lo tarde que es—. Hasta mañana, Mirlo. Con un último gesto de la mano, me doy la vuelta y me dirijo a mi habitación. Estoy tumbada en la cama, mirando al techo, cuando mi teléfono zumba con un mensaje de texto. Carnicero: Buenas noches. Que no te piquen las chinches. Carnicero: Estoy bastante seguro que hay chinches. Sonrío en la oscuridad. Y luego me duermo.

En el lado negativo, todavía no he descubierto a quién demonios perseguimos. En el lado positivo, tampoco Sloane. Doble ventaja: odia que se lo diga. Llamo a la puerta de Sloane y meto las manos en los bolsillos, intentando parecer indiferente a pesar de la tormenta de excitación que me invade el pecho. Cuando abre la puerta, su ceño se frunce de inmediato. —¿Esperando a alguien más? —pregunto con una sonrisa burlona. —No —resopla, como si fuera la idea más ridícula del mundo que otro hombre le tocara la puerta un jueves por la noche a las nueve. Supongo que las opciones son escasas en el pueblo de Ivydale—. Sólo sé que estás aquí para regodearte. Dejo escapar un jadeo teatral. —Nunca lo haría. —Mi sonrisa se extiende y la mirada de Sloane baja hasta mis labios. Le gusta fingir que en realidad no quiere conocerme, pero cada vez que sus ojos se funden con mi cicatriz, una pequeña arruga parpadea entre sus cejas—. Si me dejas entrar, te contaré cómo me hice esa cicatriz que no puedes dejar de mirar. La mirada que me dirige es de puro horror. El rubor le sube por el cuello y le ilumina las mejillas.

—Yo no... yo no... —resopla y levanta la barbilla—. Eres lo peor. Toda esa furia combinada con toda esa timidez, toda su habilidad letal cubierto en un envoltorio fácil de enloquecer. Es tan jodidamente adorable. Me cuesta todo lo que hay en mí no reírme, y ella lo nota. Sloane se inclina sobre el umbral, con los dedos agarrados al borde de la puerta mientras intenta impedirme ver el interior de su habitación. Su mirada furiosa me recorre el rostro . —Soy una asesina en serie, ¿sabes? —sisea—. Podría entrar en tu habitación mientras duermes y sacarte los ojos de la cabeza con la aspiradora industrial que Francis utiliza para limpiar los pelos de gato de la horrible alfombra del vestíbulo. —Seguro que sí, Mirlo. Sin duda. —Mi sonrisa se extiende y levanto las manos en señal de tregua, aunque Sloane no parece convencida—. Entonces, ¿vas a invitarme a pasar o qué? —No, en realidad. —Sloane saca la tarjeta-llave del soporte junto a la puerta y se la mete en el bolsillo trasero de los jeans mientras me empuja. La puerta se cierra tras ella con un sonoro clic—. Tengo que ir a un sitio. Mis pies parecen pegados al suelo mientras veo a Sloane avanzar a zancadas por el pasillo, pasándose la correa del bolso por el cuerpo mientras avanza. —Tiene que ser... ¿qué? —Corro tras ella e igualo su zancada, examinando su perfil mientras avanza por el pasillo con una sonrisa comemierda—. ¿Estar en algún sitio? ¿Dónde? —En algún sitio, Rowan. ¿O has olvidado que esto es una competencia? —pregunta. Intenta ocultar su creciente sonrisa, pero no puede. El corazón me golpea la pared torácica al darme cuenta que va un poco más arreglada de lo habitual. Un jersey blanco de cachemira. Su maquillaje es el mismo que ha llevado los tres últimos días desde que llegamos, con los ojos delineados, máscara de pestañas negra y pintalabios rojo mate, pero ha cambiado sus múltiples pendientes por otro juego de piezas doradas, algunas con piedras que brillan bajo sus oscuros mechones.

Se me seca la boca. —¿Tienes una cita? —pregunto mientras doblamos una esquina y nos dirigimos a la amplia escalera que lleva al vestíbulo. Sloane suspira. —Yo no lo llamaría una cita, per se2... —Entonces, ¿a dónde vas? Ya sabes, por... seguridad y todo eso... Sloane resopla. —¿Crees que necesito tu protección, niño bonito? No. Pero también sí. —Debería ir contigo, por si acaso. No querría que volviera a ocurrir algo como lo de Briscoe —digo mientras entramos en el vestíbulo. Sloane se detiene y se vuelve hacia mí. —No, Rowan, no puedes venir. ¿Y si es una cita? Sería muy incómodo. —Me da una palmadita en el pecho y sonríe—. No te preocupes, te contaré todos los detalles más tarde. Con un último golpecito en el pecho que en realidad es más bien una bofetada, se da la vuelta y se aleja a grandes zancadas. —Pero... se suponía que era yo quien tenía que regodearse. —La persigo cuando llega a la salida del vestíbulo. —Lo siento, no lo siento —me dice. Me hace una seña antes de salir por la puerta, dejando tras de sí un ruido sordo. Me paro a su paso, aturdido. Una oleada de confusión, preocupación y celos me atraviesa el pecho. De un solo golpe, se me ha llenado un puto océano de ellos. ¿Qué mierda? —Sloane —grito tras ella, marchando hacia la puerta. La abro de un empujón con más fuerza de la necesaria y dejo que golpee el "Per se" es un término latino que significa literalmente "por sí mismo", "en sí mismo" o "de sí mismo". Significa que estás sacando algo de su contexto para describirlo por sí mismo. 2

tope de la puerta con un satisfactorio ruido sordo de madera contra el metal recubierto de goma—. Sloane, maldita sea... Miro a la izquierda y la derecha. Contengo la respiración y escucho. Nada. Me paso la mano por el cabello. No sé si me irrita más estar en el lado perdedor de nuestro primer partido o que Sloane esté en una posible cita con un hijo de puta de ninguna puta parte. Me esfuerzo por oír algo más que grillos, pero aún no hay señales de Sloane. —Mierda. Me dirijo hacia la puerta del vestíbulo y la abro de un tirón con más fuerza de la necesaria para entrar en el hotel y dirigirme a mi habitación. Me quedo allí un rato pensando en mis opciones. Quizá debería salir a buscar el bar local y emborracharme. Pero, ¿y si se topa con alguien como Briscoe o Watson? Briscoe debió de dar un golpe de suerte: el tipo era tan sedentario como una puta roca. Pero Watson era un bastardo astuto. ¿Y si se ve acorralada por alguien así? ¿Y si está atrapada y no puedo encontrarla? ¿Y si pide ayuda y yo estoy borracho en la taberna cantando Country Roads? Nunca imaginé que me pasearía por mi habitación estresado por el paradero de la maldita Tejedora de Orbes, con el corazón acelerado y las palmas de las manos sudorosas, preocupado por si podría resultar herida. El sonido de un mensaje de texto entrante es lo único que me impide hacer un agujero en el suelo: Mirlo: Estoy bien. Resoplo. Yo: No estaba preocupado. Una completa mentira, obviamente. Me siento en el borde de la cama mientras intento resistir el impulso de reanudar mi camino por la habitación, con la rodilla rebotando. Mirlo: Oh, bien.

Mirlo: En ese caso, no me esperes �. —Qué mierda... Apenas puedo contener las ganas de estampar el celular contra la pared, pero prefiero agarrarlo con fuerza y pegarle un puñetazo al colchón. Por cierto, golpear un puto colchón es tremendamente insatisfactorio. Así que reanudo el paso. Al cabo de un rato, dejo de caminar y trato de investigar sobre la zona, pero no encuentro casi nada, como en todos mis esfuerzos de los últimos tres días. Lo único importante que he encontrado son un puñado de artículos de prensa. Historias al azar, nada que vincule las piezas a un sospechoso. Un excursionista desaparecido, como dijo Francis. Otro cadáver en un barranco. Un auto con matrícula de Nueva York sacado del río Kanawha. Cómo carajo Lachlan juntó que hay un asesino serial en el área, no tengo idea. De hecho, estoy empezando a pensar que nos envió aquí como un engaño. Me rindo y me tumbo en la cama a mirar el techo. Han pasado tres horas cuando por fin oigo el silencioso chasquido de la puerta de Sloane al cerrarse y entrar en la habitación contigua a la mía. Tres putas horas. Además que podría haber ganado nuestro partido en ese tiempo, también podría haber hecho muchas otras cosas. Haber estado en una cita, por ejemplo. Tal vez cenó en otro lugar que no fuera este hotel con guisantes congelados de Francis y chuletas de cerdo sin sazonar y demasiado cocidas que probablemente me romperán un diente antes que acabe la semana. Tal vez ella se acostó con algún tipo. Un gemido retumba en mi garganta y me doy la vuelta para sofocarme en el estampado floral del edredón de poliéster barato. —Rowan, maldito imbécil —gruño en el colchón indiferente—. Este juego ya te está explotando en la cara y es el segundo día. El sonido de la música llega de la puerta de al lado.

El volumen es bajo, pero puedo distinguir algunas letras a través de las paredes delgadas como el papel, y luego el sonido de la voz de Sloane mientras canta junto con los compases ocasionales de la canción. Aunque me alivia que haya vuelto de una pieza, me tapo la cabeza con la almohada y trato de amortiguar el sonido, sobre todo para no ir hacia allí a exigirle que me cuente lo que ha estado haciendo, aunque no sea asunto mío y no quiera saberlo. La almohada no funciona, por supuesto. Y no sólo porque sea tan fina como un puto pañuelo de papel. Probablemente sea porque me esfuerzo en escuchar aunque finjo que no lo hago. La canción cambia y la voz tranquila de Sloane desaparece. La ausencia de su presencia se prolonga, arañándome el cráneo. En contra de mi buen juicio, ruedo fuera de la cama y me dirijo a la pared que nos separa antes de inclinarme hacia delante para pegar la oreja al papel pintado de damasco descolorido. La música es un poco más clara, el volumen aún bajo. Oigo crujir su colchón. Y luego un suave zumbido. —Jesús, María y José —susurro, arrastrando las manos por la cara. Lo que no daría por estar en esa habitación ahora mismo. El gemido áspero de Sloane hace arder mi sangre. Mi polla ya está dura como una roca. Estoy a punto de apartarme del muro. De verdad. Empiezo a alejarme cuando oigo una sola palabra pasar por sus labios. Rowan. O tal vez Sewin. O Cohen. O Samoan. No puedo estar seguro. Me quedo con Rowan. Mi sangre es jodidamente volcánica. Mi corazón truena. Cada célula de mi cuerpo grita de necesidad. Necesito todo lo que hay en mí para empezar a alejarme de nuevo, pero entonces oigo algo extraño que viene de más abajo de la pared. Un gemido silencioso. Me arrastro hacia la fuente del sonido.

Otro gemido. Un susurro confuso. Cuando acerco el oído a la superficie, todavía capto el débil zumbido del juguete de Sloane. Pero mucho más cerca está el sonido distintivo de alguien masturbándose. Me alejo de la pared y observo la estructura. Unos dos tercios más abajo, hacia donde se une con el fondo de la habitación, hay un ángulo recto en el que la pared se adentra más en el espacio vital. Así que me dirijo hacia allí, cada paso con cuidado y en silencio. Camino lentamente. Me detengo en el saliente de la pared y aprieto el oído junto al marco de latón de un cuadro retrato. El susurro de un hombre me encuentra por encima del sonido rítmico de una mano bombeando una erección. —Sí, nena... así... La rabia inunda mis venas. Doy un paso atrás y escudriño la habitación en busca de algo que pueda utilizar para destruir la maldita pared antes de tener que recurrir a utilizar mis propias manos. Mi mirada se posa en la mesilla de noche y se queda allí. Si los objetos inanimados tuvieran sentimientos, la lámpara de latón que hay junto a la cama se estaría cagando encima. Marcho hacia ahí y lo arranco del tapón, agarrando su largo cuerpo como si fuera un bate de béisbol mientras me giro hacia la sección de la pared donde está escondido el pervertido. Estoy a punto de dar el primer golpe cuando los ojos del cuadro se abren de golpe. Unos auténticos ojos humanos me miran fijamente y se agrandan alarmados. —Oh, mierda —susurra la voz de un hombre. Mi instante de shock se disuelve en furia cuando los ojos desaparecen, dejando tras de sí agujeros oscuros y vacíos. —Hijo de puta. Me abalanzo sobre la pared y rompo el cuadro con mi arma, tambaleándome a medio camino dentro de la diminuta y oculta

habitación cuando el fino lienzo cede sin que haya nada detrás. Ni siquiera veo al otro hombre, solo oigo cómo se escabulle como la maldita rata que es. El grito de Sloane se eleva por encima del caos de la habitación de al lado, su cadena de improperios se funden en una cascada de vitriolo. —Rowan Kane maldito irlandés pervertido rarito QUE MIERDA ESTAS HACIENDO TE VOY A JODER... —No, no, no —protesto, aunque ella no me oye por encima de la continua retahíla de palabrotas y ahora de estruendos. Debe de estar lanzando sus pertenencias contra la pared. Mi imaginación me lleva de inmediato al vibrador que acaba de usar cuando un fuerte golpe se estrella contra la pared. Doy un traspié hacia mi habitación y salgo al pasillo, con la lámpara aún en la mano, mientras corro hacia su habitación y aporreo la puerta. La puerta se abre antes que termine de dar el tercer golpe. Sloane está echando humo. —Había un hombre en la pared —suelto. —Lo sé —gruñe mientras me empuja con ambas manos—. Se llama Rowan Kane y no tiene putos límites porque es un puto rarito pervertido... —No, lo juro... —¿Estabas espiándome mientras me masturbaba? —No —protesto, pero me mira como si no estuviera convencida que estoy diciendo la verdad. No me ayuda el hecho que lleve un minúsculo pantalón corto de dormir y una camiseta de tirantes, y probablemente sea capaz de oír la alarma que no llevo sujetador repitiéndose en mi cabeza—. De acuerdo, te he oído, pero me he apartado de la pared... —Rowan... —Y entonces oí algo más —digo, agarrándola de la muñeca con la mano libre. La arrastro detrás de mí. Se retuerce y protesta, pero me niego a soltarla—. Tienes razón, había alguien observándote en

la pared. Y se largó antes que pudiera verle la cara, y mucho menos darle con una lámpara. Nos detenemos ante el enorme agujero donde cuelga el cuadro en ruinas y suelto la muñeca de Sloane para que pueda asomarse a la estrecha habitación. Se inclina hacia dentro, girando para evaluar el punto de salida a un pasillo oculto en la pared del fondo. —Hijo de puta —susurra. —¿Verdad? Eso es lo que he dicho. Sloane se vuelve hacia mí, con los brazos cruzados sobre el pecho. Espero ver ira persistente o desconfianza, no sus ojos bailando en la penumbra y la sonrisa asesina que se dibuja en sus labios. —Lo sabía, joder. Un latido más tarde, Sloane está pasando junto a mí. —Espera... ¿qué pasa? —Sigo su estela y me detengo ante su puerta mientras se pone una camisa de cuadros, sin molestarse en abrocharse los botones. Se calza las zapatillas, levanta del suelo su cuchillo de caza envainado y vuelve a pasar a mi lado para alejarse por el pasillo hacia la escalera. Lanzo la lámpara a su habitación con un estruendo de cristales rotos y corro tras ella, alcanzándola mientras baja las escaleras a toda prisa. —¿Qué estás haciendo? —Tengo tetas, Rowan. ¿Qué te parece? —¿Estás... qué? —Persiguiendo a ese hijo de puta, eso . —¿Quién? —Francis —dice mientras irrumpe en el vestíbulo—. Francis Ross. Todas las piezas encajan en su sitio y la imagen se hace visible. El auto en el río. La matrícula de Nueva York. Cuando las víctimas correctas tomaban las decisiones equivocadas y terminaban en el Cunningham Inn, él las vigilaba. Y a veces las mataba.

Observó a Sloane. Tal vez él también habría tratado de matarla. La rabia tiñe de rojo mi visión mientras salimos del vestíbulo y nos adentramos en la noche. La idea que podría haberle hecho daño choca con otra idea y me detiene en seco en el aparcamiento, mientras Sloane avanza a toda velocidad por un camino asfaltado que rodea el hotel y conduce a la casa del conserje. —¿Ese aspirante a emo con corbata rosa es el asesino? ¿Y tú tuviste una cita con ese hijo de puta? Sloane suelta una carcajada pero no se detiene. —Qué asco. —Sloane... —Es una competencia, carnicero —dice al llegar a la esquina del hotel. Ni siquiera mira por encima del hombro cuando me hace un gesto con el dedo y me deja con dos palabras de despedida—: Que te jodan. Sloane dobla la esquina con una carcajada diabólica, sus pasos corriendo consumidos por la sombra. —Como el infierno —siseo. Y entonces salgo tras ella hacia la noche.

La figura de Sloane es poco más que una silueta mientras corre colina arriba hacia una vieja casa negra, los empinados picos del tejado sobresaliendo hacia la luna como jabalinas. Cuñas de luz amarilla se derraman por las ventanas, por el empinado jardín y por el sendero que lo atraviesa, dándome la iluminación suficiente para divisar a mi presa. Mi sonrisa es salvaje mientras devoro la distancia que nos separa. Corro con todas mis fuerzas hacia Sloane y la derribo en un placaje de rugby. Nos retorcemos en el aire, así que yo sufro la peor parte del golpe. La hierba y la grava me aplastan los antebrazos mientras me deslizo hasta detenerme y nos hago rodar para inmovilizarla debajo de mí. La respiración agitada de Sloane inunda mis sentidos de jengibre y vainilla. Se aparta un mechón de cabello de los ojos y me mira antes de retorcerse bajo mi peso. —Vete a la mierda. Es mío. —No puedo hacerlo, Melocotón. —Vuelve a llamarme así y juro por Dios que te corto las pelotas. —Lo que tú digas, Mirlo. —Sonrío y le doy un rápido beso en la mejilla, la sensación de su piel suave y dócil se graba en la memoria en cuanto mis labios tocan su piel—. Nos vemos.

Me alejo y corro, el delicioso sonido de su frustrada protesta, es la melodía más hermosa detrás de mí. El corazón me retumba y las piernas me arden mientras subo a toda velocidad la empinada cuesta. Casi he llegado a la valla de hierro forjado que rodea la casa cuando el sonido de un motor atraviesa la noche. Francis está corriendo. Doy un rodeo y sigo la línea de la valla hacia el camino de entrada, donde la luz del vehículo que está en el garaje cae sobre el asfalto. Llego al borde de la acera y recojo una piedra del borde justo cuando se abre la puerta del garaje y el auto sale disparado del edificio. Así que hago lo que haría cualquier persona cuerda. Salto sobre el maldito capó. Sloane grita mi nombre. Chirrían los neumáticos. Miro fijamente al conductor mientras su pánico choca con mi determinación. Con el cuerpo pegado al capó, me agarro al borde con una mano y golpeo el parabrisas con la otra. No me detengo, ni cuando cogemos velocidad, ni siquiera cuando el auto se desvía y el conductor intenta esquivarme. Doy un golpe tras otro. El cristal se desmorona con mis repetidos golpes. Me corta los nudillos. Se desliza por mi piel cuando atravieso el otro lado y suelto la piedra para alcanzar el volante. Un grito de pánico se eleva por encima del caos. —¡Rowan, árbol! Tiro del brazo para liberarme del parabrisas y suelto el capó para deslizarme fuera del vehículo y aterrizar de costado. Mi gruñido de dolor es tragado por una sinfonía de metal cuando el parachoques delantero se dobla alrededor de un roble. Me pongo en pie en un instante. Una respiración agitada me desgarra el pecho. La rabia desciende como una cortina roja mientras observo el lento y dificultoso movimiento del desorientado conductor dentro del humeante trozo de metal. —Jesucristo, Rowan, estás...

La preocupación de Sloane se interrumpe cuando giro sobre ella para agarrarle el cuello con mi mano pegajosa. Me abalanzo sobre ella, la empujo hacia atrás a cada paso mientras en sus ojos se agitan la alarma y el desafío. Me agarra el brazo con ambas manos, pero no intenta resistirse mientras la alejo del auto. Solo me detengo cuando está fuera de la calzada y protegida por las profundas sombras de un roble. Pero no la suelto. Una percusión retumba detrás de mí, un golpe metronómico ahogado por el velo de los latidos de mi corazón resonando en mis oídos mientras miro fijamente los ojos vidriosos de Sloane. La delicada piel de su garganta se mueve bajo mi palma ensangrentada. —Rowan —susurra. —Es mío. Sus ojos brillan a la luz de la luna. —De acuerdo. —Ella asiente en mi agarre—. Es tuyo. La atraigo hacia mí y clavo mi mirada en el abismo tenebroso de su miedo y su fortaleza, sin detenerme hasta que sus cálidas exhalaciones se abren en abanico sobre mi cara. Las rodajas que recubren mi antebrazo arden cuando su pecho roza la carne arruinada con cada respiración. —Sloane... Un gemido de metal deformado y una retahíla de maldiciones ponen fin al golpeteo a mis espaldas. —Quédate aquí —le digo, y con un dedo cada vez, la suelto de mi agarre. Le echo una última mirada, mi sangre es poco más que una mancha negra sobre su piel, antes de girar sobre mis talones y alejarme. Mi paso se acelera cuando veo a mi presa salir cojeando del vehículo. Tiene un pie detrás y un brazo roto pegado al pecho. Se vuelve cuando mis pasos se acercan y sus ojos se abren de par en par al ver mi sonrisa perversa. —Me va a encantar cada puto segundo de esto —digo.

Francis ya está pidiendo clemencia cuando lo agarro por detrás de la camisa. Aprieto su horrible corbata rosa con el puño para estrangularlo con ella, pero se le suelta del cuello. Miro la tela que tengo en el puño. Luego a Francis. Luego vuelvo a mirarlo. —¿Es puto enganchable? ¿Cuántos años tienes, doce? —Por favor, déjame ir —me suplica. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando tiro la corbata a la calzada y lo agarro con las dos manos. La rabia me quema la garganta, pero me la trago. —Dime qué estabas haciendo en la pared. Sus ojos miran a nuestro alrededor, tal vez buscando a Sloane, tal vez buscando un salvador. —No iba a hacerle daño —dice cuando su atención se posa en mí—. Sólo estaba observando. Su miedo es como una droga que invade cada célula de mi cuerpo, cada deseo recorre mis venas. Una lenta sonrisa se dibuja en mis labios mientras él forcejea cuando cambio mi agarre y le atrapo la garganta. —Dos cosas. Primero, no te creo una mierda. Creo que ibas a vigilarla y luego tu plan era matarla. No sería la primera vez, ¿verdad, Francis? —No, lo juro... —Segundo, y esta es la parte más importante, así que escucha, hijo de puta. —Levanto su cuerpo tembloroso del asfalto hasta que su oreja está junto a mis labios—: ¿Esa mujer que estabas mirando...? Mis dedos le aprietan la garganta mientras asiente desesperado. —Ella es mía. Estoy seguro que suplica. Pero no escucho sus súplicas. Son palabras inútiles que no lo salvarán ahora. Dejo caer a Francis en la acera y caigo tras él hacia la locura.

Mi primer golpe le da en la mandíbula. El siguiente en la sien. Un puño tras otro. Mandíbula. Sien. Mandíbula. Sien. No acierto y le rompo la nariz con un crujido satisfactorio y él gime. La sangre brota de sus fosas nasales y cubre mis nudillos. Su mandíbula se rompe con un estallido. Los dientes rotos le cortan los labios y caen a la calzada como trozos de porcelana. Como recuerdos que quiero olvidar. Así que lucho contra ellos. Aprieto los dientes y golpeo con más fuerza. El olor a sangre, orina y asfalto. El gorgoteo de respiraciones ahogadas. El deslizamiento de su carne partida contra mis puños. Es combustible, joder. Pienso en él mirándola. Pienso en su cara. Y sigo golpeando. Incluso cuando se paraliza. Incluso cuando pierde sangre. Incluso cuando muere. Estoy golpeando un trozo de carne en ruinas cuando por fin me detengo. Mis pulmones respiran entrecortadamente mientras pongo una mano sobre el asfalto caliente y me miro los nudillos, donde el dolor palpita con cada latido. Es una sensación bienvenida. No porque me lo merezca, sino porque él lo hizo, y yo lo devolví. Destrucción con mis propias manos. Sufrimiento donde debía ser causado. Ahora es cuando una pizca de miedo se adentra en mi pecho. —Sloane —llamo a las sombras. Sólo encuentro silencio. —Sloane. Nada. Mierda. Mierda, mierda, mierda. Una nueva oleada de adrenalina inunda las cavidades de mi corazón mientras me reclino sobre los talones y escudriño cada sombra de oscuridad que me rodea. La emoción de la matanza se desvanece a medida que me invade una oleada de pánico. La he asustado.

Probablemente corrió de vuelta al hotel para tomar sus pertenencias y salir de aquí. El chirrido de los neumáticos de un auto será probablemente lo siguiente que oiga cuando se marche sin mirar atrás. ¿Y puedo culparla? Los dos somos monstruos, después de todo. Monstruos diferentes, empujados juntos en la jaula que he creado. Sloane es calculadora, metódica. Espera, teje una red y atrapa a su presa. Y aunque me gusta montar una escena de vez en cuando, para mostrar algo de teatralidad, ¿esta matanza de aquí? ¿Este lío de carne desgarrada y huesos expuestos? Esto está en mi alma. Soy jodidamente salvaje en el fondo. Quizá sea mejor que se aleje de mí todo lo que pueda. Aun así, me quema en el pecho, una aguja caliente que se ha deslizado entre mis costillas para alojarse en el centro mismo de mi corazón. Es un lugar en el que nunca pensé que pudiera sentir dolor o anhelo. Pero así es. Me paso una mano pegajosa por el cabello mientras se me caen los hombros. —Maldita sea, Rowan, maldito idiota. —Mis ojos se cierran a presión—. Sloane... —Estoy aquí. Mi mirada se encuentra con las sombras mientras Sloane emerge de sus garras. Al respirar siento lo mismo que después de sumergirte demasiado, sin saber si llegarás a tiempo a la superficie. El alivio es celular cuando el aire llega a mis pulmones. No me muevo mientras ella se acerca, sus pasos tentativos, su cuerpo iluminado por la tenue luz que se derrama desde el auto en ruinas, su garganta todavía manchada con mi sangre. Su mirada se fija en cada detalle, desde la película de sudor de mi cara hasta la carne hinchada de mis manos. Sólo cuando me ha evaluado y se ha detenido a mi lado, su atención se centra en el cuerpo que se enfría en la calzada.

—¿Estás bien? —me pregunta. Me mira con una arruga entre las cejas. Quiero alcanzarla, sentir el consuelo de su tacto desconocido. Pero no lo hago. Me limito a mirar. —Parece un Picasso —continúa mientras señala con la cabeza el rostro destrozado de Francis. Su mano fluye en su dirección con la gracia de un pájaro—. Ojos por aquí, nariz por allá. Muy artístico, carnicero. Abrazando tu época cubista. Genial. Sigo sin contestar. No sé qué decir. Tal vez sea el creciente dolor físico. O podría ser la adrenalina menguante. Pero creo que es Sloane. El eco de su pérdida y el alivio de su presencia. Sloane me dedica una leve sonrisa ladeada y se pone a mi altura, con los ojos clavados en los míos. Su sonrisa no dura. Su voz es tranquila, casi un susurro cuando dice: —¿Te comió la lengua el gato, guapo? No creí que llegaría el día. Un suspiro se agita entre mis labios mientras una gota de sudor cae de mi cabello para deslizarse por mi mejilla como una lágrima. —¿Estás bien? Sloane suelta una carcajada y le sale un hoyuelo junto al labio. —Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo? —Sus palabras quedan suspendidas en el aire mientras mi mirada se posa en el cuerpo. La sorpresa se enciende en mi pecho cuando sus delicados dedos se posan en el dorso de mi mano, su tacto ligero como una pluma mientras traza un reguero de sangre que gotea de una herida en mi nudillo—. Eso debería preguntártelo yo. —Estoy bien —digo sacudiendo la cabeza. Los dos sabemos que es mentira, igual que sabemos que sus palabras también lo eran. Iba a marcharse. No tengo ninguna duda. Pero no lo hizo. Ella todavía está aquí. Tal vez no por mucho tiempo, pero al menos por ahora. —Esto va a tardar un rato en limpiarse —dice Sloane cuando su mano abandona la mía y se levanta. Su mirada recorre el cadáver que tenemos al lado antes de dirigirse al maltrecho auto—. Menos

mal que aún tengo unos días libres. Probablemente los vamos a necesitar. Sloane extiende la mano y me quedo mirando las líneas que cruzan su palma. Vida y muerte. Amor, pérdida y destino. —¿Nosotros? —pregunto. —Sí, nosotros —dice. Su sonrisa es suave. Acerca la mano y extiende los dedos—. Pero será mejor que empecemos contigo primero. Deslizo mi mano entre las suyas y me levanto del camino oscuro. Dejamos a Francis en la entrada y nos dirigimos a su casa en silencio. Vive solo, pero aun así vamos con cuidado. Nos separamos y recorremos la casa para reunirnos de nuevo en el salón cuando estamos seguros que está despejado. —¿Es aquí donde estuviste esta noche? —pregunto mientras echo un vistazo a la habitación. Está decorada de forma muy parecida a la del hotel, con antigüedades y cuadros descoloridos, muebles con tapicerías desgastadas pero brillantes armazones de madera, los detalles pulidos. Sloane asiente cuando mi mirada se posa en ella—. No parece realmente su estilo. —Sí, pensé lo mismo. Habló un poco de su familia. Dijo que llevaban aquí varias generaciones. Suena como si estuviera atrapado por los fantasmas del pasado de otra persona —dice mientras se detiene junto a la repisa de la chimenea y se inclina hacia un viejo farol de agujas de ferrocarril. —Es el tipo de casa adecuada para fantasmas, supongo. Sloane se vuelve hacia mí y me dedica una leve sonrisa antes de señalar con la cabeza un pasillo. —Ven aquí. Vamos a curarte. La sigo como un espectro que le pisa los talones. Nos detenemos en el cuarto de baño, donde me hace señas para que me siente en el borde de la bañera mientras ella recoge material del botiquín. Desempaqueta un rollo de gasa y prepara vendas con crema antibiótica. Cuando todo está listo, empapa una compresa estéril

con alcohol isopropílico y se arrodilla frente a mí para limpiarme la piel de los nudillos. —Vas a acabar con algunas cicatrices —dice mientras frota la herida más profunda, dejando tras de sí un incómodo escozor. —Ya tengo algunas. Sloane levanta la vista de su trabajo. Su mirada se posa en mi labio antes de volver a mi mano, su tacto tan suave a pesar del sufrimiento que sé que podría infligirme si quisiera. Observo en silencio cómo toma la primera venda del mostrador y la coloca sobre la carne desgarrada antes de preparar otra gasa y volver a empezar el proceso con el siguiente corte. —Me la dio mi padre —le digo. Sloane me mira con una pregunta en los ojos—. La cicatriz de mi labio. La que no dejas de mirar porque es muy sexy. Sloane suelta una carcajada. Su cabello le oculta la mayor parte de la cara mientras mantiene su atención en mi mano, pero aún puedo ver el rubor a través de los espacios entre sus mechones. —Creí haberte dicho una vez que no dejaras que tu belleza se te subiera a la cabeza —dice. —Sólo tenía que comprobar que sigues pensando que soy guapo. Sloane mantiene la cabeza gacha, pero me dedica un destello de sus ojos cuando se ponen en blanco. Sonrío cuando se fijan en mí con una mirada despiadada. —También te dije que eres lo peor, y sigue siendo cierto. —Qué cruel, Mirlo. Vuelves a herirme —digo mientras me llevo la mano libre al corazón. Esto me gana una sonrisa antes que ella esconda la cara. Sloane me pone la siguiente venda en los nudillos y no tengo valor para decirle que probablemente se me caerán en la ducha que pienso darme esta noche para aliviarme los hombros doloridos. Decido robar el paquete de vendas restantes cuando nos vayamos para que no se entere. —¿Todavía está por aquí? ¿Tu padre? —me pregunta para apartarme de mis pensamientos sobre qué más podría haber aquí

que mereciera la pena llevarse, algún pequeño recuerdo de nuestra primera partida, quizás. —No. —Trago saliva. Los secretos que nunca comparto suplican ser liberados cada vez que ella está cerca, y no es diferente con este—. Lachlan y yo lo matamos. Fue la misma noche que me hizo esta cicatriz. Me rompió la cara con un plato roto. El movimiento de su mano se ralentiza mientras Sloane me observa. —¿Y tu madre? —Murió dando a luz a Fionn. Los hombros de Sloane suben y bajan con una respiración profunda y pesada. Su labio inferior se pliega entre los dientes mientras me mira a los ojos. —Lo siento. —No lo sientas. No habría acabado aquí si todo no hubiera ocurrido como ocurrió —le digo. Le recojo un mechón de cabello detrás de la oreja para que pueda ver sus pecas—. No me arrepiento de dónde estoy. Y ahí está. Ese colorete. Un rosa tan adictivo que me persigue. Quiero atesorar estas imágenes de Sloane, su cara sonrojada, sus ojos bailando, su sonrisa desesperada por liberarse. —Eres lo peor. Lo sabes, ¿verdad? —Técnicamente, soy el mejor. Porque acabo de ganar. Sloane podría gemir, pero no puede evitar soltar una carcajada también. —Y estoy segura que me lo vas a recordar regularmente. —Probablemente. —Sabes, aunque no gané, lo cual, por cierto, es una mierda — dice, deteniéndose para entrecerrar los ojos antes que su expresión se suavice en una leve sonrisa—. Me divertí. Me siento... bien. Mejor. Como si esto fuera lo que necesitaba. Así que... gracias, Rowan.

Alisa el adhesivo de la última venda sobre mi piel con una lenta pasada de su pulgar y luego deja de tocarme. Luego se levanta y retrocede hasta detenerse en el umbral de la puerta, con la mano enroscada alrededor del brazo. —Voy a empezar por la entrada —dice Sloane, y con un último destello de sonrisa insegura, desaparece. Espero un largo momento. Sus pasos silenciosos se dirigen a la puerta principal y entonces todo el sonido de la casa se apaga. Podría huir en la noche. Dejar todo esto atrás. Hacer lo que fuera para que nunca la encontrara. Pero durante los tres días siguientes, cada vez que pienso que puede desaparecer, me demuestra lo contrario.

Carnicero: ¿Sabes lo que hice esta mañana? Yo: *suspiro profundo* Carnicero: Decoré con mi toaster strudel3 Yo: Fascinante. Estoy fascinada. Carnicero: Además, ¿toaster strudel? ¿No está hecho para adolescentes hormonales que necesitan grandes cantidades de azúcar procesada para funcionar por la mañana? Pensé que eras un hombre adulto Yo: Un hombre que aprecia la masa hojaldrada producida en masa y el glaseado que se puede utilizar para deletrear "GANADOR" en glaseado de vainilla. Yo: Estoy 100% segura que te odio Carnicero: Y estoy 100% seguro que algún día me amarás... Han pasado seis meses. Seis meses desde la última vez que lo vi. Seis meses de mensajes diarios. Seis meses de Rowan contándome cómo está celebrando su victoria. Seis meses de memes, bromas, mensajes y a veces llamadas, sólo para saludar. Y cada día lo espero con ilusión. Cada

El acto sexual de hacer un diseño con su sem*n en su pareja (por lo general durante la eyaculación), al igual que haría un diseño con el glaseado von sem*n... 3

día, me calienta, iluminando lugares que siempre han estado oscuros. Y cada noche, cuando cierro los ojos, sigo imaginándomelo en aquel resquicio de luz de luna en el camino de entrada de Virginia Occidental, doblado sobre una rodilla, como si estuviera a punto de hacer un juramento. Un caballero envuelto en plata y sombra. ''Creo que ibas a vigilarla y luego tu plan era matarla'', había dicho. Francis suplicó clemencia en el agarre de la mano de Rowan. Y lo que Rowan dijo a continuación fue sólo un susurro, pero esas palabras desataron el demonio en su corazón. No había nada entre él y la rabia que le quemaba por dentro. No quedaba máscara tras la que esconderse. —Le ha dado una buena paliza —le digo a Lark mientras echo un último vistazo a nuestro último intercambio de mensajes antes de dejar el celular a un lado. Coloco un bol de palomitas entre nosotras y tomo a Winston para dejar al felino, siempre disgustado, sobre mi regazo. También hace seis meses que no veo a Lark. Como es habitual en ella, le ofrecieron una oportunidad de última hora para salir de gira con un grupo indie, la aprovechó y ha estado dando tumbos de un pueblo a otro y de una ciudad hipster a otra. Y parece feliz por eso. Brillante. —¿Hacía calor? —pregunta mientras amontona sus largas ondas doradas en un moño desordenado en lo alto de la cabeza. De alguna manera, siempre sale perfectamente desordenado—. Suena un poco caliente. —Bastante caliente, sí. Aunque por un momento me preocupó. Estoy acostumbrada a... control. Y esto fue crudo. Definitivamente la antítesis del control. —Mi mirada se posa en la colcha de ganchillo que tengo bajo las piernas, una que me hizo la tía de Lark el año que dejamos el Instituto Universitario Ashborne, cuando la familia de Lark me acogió y saldó una deuda que nunca tuvo. Meto los dedos en los agujeritos que hay entre los bucles de hilo y, cuando vuelvo a levantar la vista, Lark me observa con sus ojos azules y claros fijos en los contornos de mi cara—. Casi lo dejo ahí. Lark ladea la cabeza. —¿Y te sientes mal por eso?

—Sí. —¿Por qué? —No creo que me hubiera dejado si la situación fuera al revés. —Pero no te fuiste. Sacudo la cabeza. —¿Por qué no? Me duele el pecho. Me duele cada vez que recuerdo cómo pronunció mi nombre como una plegaria rota. La caída derrotada de sus hombros es una imagen vívida en mi mente, incluso ahora. —Parecía tan vulnerable, a pesar de lo que acababa de hacer. No podía dejarlo así. El labio de Lark se tuerce como si estuviera conteniendo una sonrisa. —Qué bien. —Se mordisquea la comisura del labio inferior y yo pongo los ojos en blanco—. Es un detalle. Te has quedado. Has hecho otro amigo. —Cállate. —Tal vez un futuro novio. Lanzo una carcajada incrédula. —No. —Tal vez un alma gemela. —Eres mi alma gemela. —Entonces un mejor amigo. Con beneficios. —Por favor, para. —Ahora lo veo —dice Lark, con los ojos brillantes, más erguida, con una mano en alto. Se aclara la garganta—. Él puede mostrarte el mundo... —canta—. Brillando algo brillante... ''Creo que nuestro amor puede hacer todo lo que queramos''.

—No acabas de mezclar una versión destrozada de Aladino con El diario de Noa. Tienes la voz de un ángel, Lark Montague, pero eso es atroz. Lark suelta una risita y se acomoda en el sofá mientras suena Constantine en mi televisor, un telón de fondo familiar en nuestra limitada lista de películas reconfortantes. Miramos un momento en silencio cómo Keanu atrapa una araña bajo un cristal. —Podría venir a mi casa a atrapar arañas cualquier día —dice mientras mueve los dedos hacia la pantalla—. ¿Oscuro, melancólico y gruñón? Apúntame. —Estoy bastante segura que has dicho eso cada una de las doscientas veces que hemos visto esto. —Es el pico Keanu. No puedes culparme. —Lark suspira y toma un puñado de palomitas del bol—. Estoy de sequía. Se podría pensar que hay algún músico sexy en la carretera, pero todos son demasiado emo. Sólo quiero que me zarandeen un poco. Que me manoseen, ¿sabes? Llámame sucia y lo acepto. Estos tipos que lloran ante el micrófono no me van. Resoplo una carcajada y lanzo un trozo de palomitas al aire en un intento fallido de atraparlo con la boca. —No me hables de periodos de sequía. Voy a necesitar un superordenador para calcular mis días de celibato a este paso. —Y escúchame —me dice Lark dándome una palmada en el brazo cuando me quejo—. Podrías hacer un viajecito a Boston para visitar a tu carnicero y ver cómo acabas con esa sequía. Llena ese pozo, hermana. —Qué asco. —Llénalo hasta que salga a borbotones. Que rebose. —Eres inquietante. —Apuesto a que estaría encantado. —Literalmente acabamos de pasar por esto. Somos amigos. —Y podrían ser amigos con beneficios adicionales. No hay ninguna regla que diga que no puedes follarte a un amigo y seguir

siendo amigo —dice Lark. Intento ignorarla y mantener los ojos en la pantalla, aunque su mirada pesa como un velo caliente sobre mi mejilla. Cuando por fin la miro, su sonrisa burlona se ha desvanecido en una sonrisa de complicidad—. Pero tienes miedo. Vuelvo a apartar la mirada y trago saliva. —Lo entiendo —dice. Su mano se pliega sobre mi muñeca y aprieta hasta que la miro. La sonrisa de Lark es como el sol, y siempre está dispuesta a compartir su brillante luz—. Tienes razón. Mi ceño se frunce. —¿Sobre qué? —Que probablemente nunca volverás a conocer a alguien como él. Que probablemente sea el único ahí fuera como tú. Que podrías estropearlo. O que él podría decepcionarte. O que quizá su amistad podría arder en llamas. Tienes razón sobre todas esas preocupaciones que dan vueltas en tu cabeza. Quizá todas sean ciertas. Pero quizá no debería importar, porque todo el mundo mete la pata. Todos nos decepcionamos de vez en cuando. Y a veces las mejores cosas salen del fuego. Mi voz es suave cuando le digo una verdad sencilla: —Nunca me has defraudado. —¿Y si un día lo hago? ¿De verdad crees que no me darías la gracia de corregir mi error? —Por supuesto que lo haría, Lark. Te quiero. —Entonces dale a Rowan un poco de gracia también. Mi suspiro conflictivo no sirve para limpiar una repentina oleada de nervios en mi pecho. Lark me empuja la muñeca hasta que pongo los ojos en blanco. —De acuerdo, de acuerdo. Si tengo una reunión en Boston, quizá le escriba a ver si está libre para quedar. —No tienes que tener ninguna excusa. Apuesto a que le encantaría verte. Simplemente ve. Aunque sólo sea para ser amigos en persona más de una vez al año. Lo extrañas, ¿verdad?

Dios, sí que lo extraño. Extraño su ligero acento, su gran sonrisa, sus bromas siempre presentes. Extraño sus bromas, su calidez y lo fácil que es ser yo misma a su lado, lo agradable que es dejar la máscara a un lado. Extraño el modo en que me hace sentir que no soy una aberración, sino única. —Sí —susurro—. Sí, quiero. —Pues vete —dice Lark mientras se acurruca bajo la manta y sonríe a Keanu—. Ve y diviértete. Puedes hacerlo más de una vez al año, ya sabes. Nos quedamos en silencio mientras pienso en ello. Y sigo pensando en ello. Durante tres meses más. Y ahora permanezco acurrucada en la entrada de unos grandes almacenes frente a 3 In Coach más tiempo del que probablemente lo haría cualquier persona en su sano juicio, observando a los camareros y a los clientes mientras el ajetreo de la hora de la comida se reduce a un zumbido más tranquilo de actividad. Como una auténtica acosadora, he buscado todos los artículos sobre el restaurante desde su inauguración hace siete años. Cada fotografía, hasta el final de los resultados de búsqueda de Google. Cientos de reseñas. Incluso he encontrado los planos del permiso de obras. Probablemente podría recorrer el local con los ojos vendados y ni siquiera he entrado nunca. Quizá sea hora de cambiar eso. Mi labio inferior se desliza entre los dientes mientras meto las manos en los bolsillos de mi gabardina de lana y me adentro en la amarga mordedura de un viento primaveral inusualmente frío. Al entrar en el restaurante, me recibe una música moderna pero sin alma y una anfitriona rubia de sonrisa radiante. —Bienvenida a 3 In Coach. ¿Tiene una reserva con nosotros hoy? Una punzada de nervios recorre mi estómago mientras miro hacia la extensión abierta de mesas de madera oscura y ladrillo visto.

—No, lo siento. —No hay problema. ¿Para cuántos? —Sólo yo. La mirada de la mujer recorre mi cabello, que está sobre mi hombro, antes de encontrarse con mis ojos con una sonrisa contrariada, como si la hubieran atrapado haciendo algo que no debía. —Claro. Por aquí. Sigo a la anfitriona hasta el comedor y, antes que pueda pedir un sitio concreto, me lleva a un reservado semicircular que hay junto a la pared del fondo, en lugar de a una de las mesas pequeñas del centro de la sala. Retira los tres cubiertos innecesarios y empieza a dirigirse a la cocina, pero entra un grupo numeroso, así que cambia de rumbo y los saluda a ellos. La enormidad de lo estúpido que es esto empieza a filtrarse en mis venas como gusanos retorciéndose. He dejado que estas emociones desconocidas se apoderen de mí. Cosas como la nostalgia. Y la soledad. Es como si me hubieran arrojado al océano, ahogándome en el oleaje, y de repente me doy cuenta que podría haber bajado los pies todo el tiempo. Podría haberme puesto de pie y mantenerme orientada. Todo eran imaginaciones mías. Debería irme. Esto es tonto. Tonto y tan acosador. Tampoco en plan acosador sexy. Más bien como una extraña y espeluznante asesina en serie acosadora, que rastrea. Así que tengo que irme, antes de... —Hola, me llamo Jenna y seré su mesera esta tarde. ¿Puedo traerte algo de beber? Vuelvo a sentarme, fingiendo que no estoy llegando al final de la mesa, y miro a Jenna. Está aún más guapa que la anfitriona, con la cara iluminada por una amplia y genuina sonrisa y el espeso cabello castaño recogido en una coleta perfecta. ¿Por qué me hago esto? —Alcohol... —le digo.

Jenna sonríe, percibiendo mi ansiedad. Es algo que siempre ha jugado a mi favor. Una mujer como Jenna, que despliega la carta de cócteles y sugiere algunas de sus bebidas favoritas, nunca sospecharía que soy capaz de asesinar a nadie. Lo único que ve es a una científica de datos nerviosa, extrañada por la mujer guapa, simpática y extrovertida que acaba de ordenarme una margarita de pepino helado, que insiste en que es su favorita. Es cierto, estoy nerviosa y extrañada, no sólo por la opción de bebida que aparentemente acabo de pedir, sino por todo este escenario de ser una intrusa en un espacio que se siente demasiado sagrado para plegarse a mis obsesiones. Tal vez necesito engrandecerme. Pensamientos positivos, recordar mis puntos fuertes y toda esa mierda. Porque por mucho que pueda parecer tranquila y asustada por fuera, también soy una asesina en serie a la que le gusta la vivisección y un poco de cartografía. Y también disfruto de un concurso anual de asesinatos. Y puede que me sienta cada vez más atraída por otro asesino en serie y ahora no estoy tan segura de sí tal vez Lark tenía razón el año pasado, que estoy perdiendo mi mierda. Intento aferrarme a los pensamientos racionales que aún nadan en la sopa de ansiedad de mi cabeza como moscas ahogadas. Puede que Rowan ni siquiera esté aquí hoy. De acuerdo, es mentira, he pirateado el horario del restaurante y se ha apuntado a estar en el horario de la cocina. ¿Y qué si está aquí? Rowan está en la cocina. Si me levantara para irme ahora mismo, ni siquiera sabría que estuve aquí. Me arrastro desde el borde del cojín hasta el centro de la cabina, donde me cobija el alto y curvado respaldo. Tardo un minuto en concentrarme lo suficiente para leer el menú, aunque es corto y está bien estructurado, pero cuando Jenna vuelve con mi bebida verde brillante, ya estoy lista para pedir. Y luego reflexionar en silencio. Y beber en silencio. Y comer en más silencio.

Saco mi teléfono prepago y me planteo mandar un mensaje a Rowan, pero acabo guardándolo porque la presión sólo hace que me ponga más nerviosa. En lugar de eso, opto por un bolígrafo y mi cuaderno, y lo abro en una hoja limpia. Me concentro en plasmar la imagen de mi mente en tinta. El universo entero puede colapsar en una sola página. Las distracciones disminuyen y mis pensamientos siguen las líneas de tinta negra, ideas y conversaciones que existen en trazos de oscuridad dibujados por mi mano. Incluso cuando Jenna trae las coles de Bruselas carbonizadas, la sopa de curry y coco, apenas me doy cuenta, ajena al mundo que me rodea. Al menos, hasta que se abre la puerta y un bullicioso grupo de siete personas entra en el restaurante. Levanto la vista y me encuentro con un hombre al que nunca he visto, pero cuyos rasgos me resultan inconfundiblemente familiares. Cabello oscuro. Labios carnosos con una sonrisa de satisfacción. Tatuajes que le trepan por el cuello desde debajo de la camisa. Tiene el brazo sobre los hombros de una mujer morena y los anillos de sus nudillos tatuados brillan bajo sus olas perfectas. Es alto y de constitución fuerte. Incluso con su cazadora de cuero y su grueso jersey, me doy cuenta que es un muro de músculos. Y con esos ojos oscuros y depredadores que se afilan como una cuchilla dispuesta a cortarme, sé que es problemático. Un gran puto problema llamado Lachlan Kane. Aparto la mirada cuando Jenna vuelve a mi mesa con mi postre, un Napoleón de filo de higo. —Lo siento mucho, pero ¿puedo pedir una caja para esto y la cuenta, por favor? Ha surgido algo y tengo que irme. La sonrisa de Jenna no vacila. —Por supuesto, no hay problema. Enseguida vuelvo. —Gracias. Cuando vuelvo a mirar a Lachlan, su atención se centra en una larga mesa en el centro de la sala, donde sus amigos están buscando sitio, algunos ya sentados, otros charlando mientras se quitan los abrigos. Pero en cuanto acerco la chaqueta al asiento

para ponérmela, sus ojos vuelven a clavarse en los míos, y la diversión tiñe sus oscuros matices con una luz que me pone los pelos de punta. Dejo de concentrarme en mi boceto y me obligo a no levantar la vista mientras me pongo la chaqueta sobre los hombros y me abrocho los botones con un ligero temblor en los dedos. Jenna llega con el postre en caja y le doy dinero más que suficiente para cubrir la cuenta antes que se dirija a la mesa de Lachlan para recoger los pedidos de bebidas. Cuando oigo un acento irlandés entre las voces, aprovecho para salir corriendo, pero no sin antes arrancar el dibujo de un cuervo del cuaderno. Una parte de mí sólo quiere dejar atrás un trocito de mí misma, existir en un lugar que signifique algo para Rowan, aunque sólo sea por un momento. Tal vez Jenna lo tire. O tal vez lo colgará en algún lugar de la cocina. Tal vez permanezca aquí mucho después que yo haya encontrado un agujero donde meterme para morir. En cuanto la hoja se desgarra, salgo de la cabina. Llego a mitad de camino hacia la puerta con pasos apresurados antes que una sola palabra me detenga en seco: —Mirlo. La voz se oye en todo el restaurante y estoy segura que todo el mundo me está mirando. Susurro una maldición, respirando hondo hasta el fondo de los pulmones en un vano intento de librar mis mejillas de una llama carmesí. Cuando giro lentamente sobre mis talones, mis ojos se posan primero en Lachlan, cuya sonrisa es poco menos que diabólica. Y entonces mi mirada choca con la de Rowan. Las mangas de su bata de chef están remangadas hasta los codos, y unas cuantas motas naranjas salpican la tela blanca, por lo demás impoluta. Las manchas son del mismo color que mi sopa y, por alguna razón, eso hace que el rubor arda aún más en mis mejillas. Sus pantalones negros holgados son increíblemente sexys y adorables al mismo tiempo. Pero es su expresión la que me hace un nudo en la garganta. Está llena de asombro, confusión, excitación y algo caliente, algo que me quema por dentro. La

combinación cortocircuita mi cerebro hasta que todo lo que sale de mi boca es una sola palabra entrecortada: —Hola. Rowan casi sonríe. Casi. —Meg —ladra, desviando su atención hacia la puerta principal mientras hace un gesto hacia mí—. ¿Qué mierda? Meg, la anfitriona, se queda inmóvil, con el rostro sin color, como si le hubieran chupado la sangre con una pajita. —Dios mío, lo siento mucho, Chef. Quería ir a decírtelo pero me despisté. La mirada de Rowan se dirige exactamente a la cabina en la que estaba sentada y luego a Jenna, que se acerca con un pulverizador y un trapo. La hoja de papel que he dejado es una prueba irrefutable sobre la mesa, cruda y evidente contra la superficie negra y brillante. —No toques esa jodida mesa —suelta Rowan. Los ojos de Jenna se abren de par en par y sus labios se pliegan entre los dientes para esbozar una sonrisa, mientras gira sobre sus talones y se dirige a la barra. Rowan la observa un momento y frunce el ceño cuando ella le sonríe por encima del hombro. Su mirada se posa en ese maldito dibujo. Y entonces se fija en mí. —Sloane... —dice, dando unos pasos cautelosos más cerca como si tratara de no provocar a un animal salvaje—. ¿Qué estás haciendo aquí? Sufriendo una agonizante y lenta muerte de mortificación, claramente. —Umm... ¿comiendo? Los ojos azul marino de Rowan brillan, una chispa fugaz se enciende en sus profundidades.

—En Boston, Mirlo. ¿Qué estás haciendo en Boston? —Yo... estoy aquí por trabajo. Reunión. Una reunión de trabajo. No como, aquí en el restaurante, obviamente. En la ciudad. Ciudad. Ciudad de Boston. —Dios mío, haz que pare. Estoy ardiendo de calor, mi chaqueta de lana atrapa mi calor corporal y lo amplifica hasta que estoy segura que mi sangre se ha convertido en lava. El sudor me pica entre los omóplatos e intento no inquietarme, optando por retroceder un paso hacia la puerta en lugar de despojarme de la chaqueta para rascarme la piel. La mirada de Rowan se desvía hacia mis pies y detiene su intento de avanzar un poco, con una arruga entre las cejas en forma de ceño fruncido. —Quédate —dice, con voz baja y tranquila—. Podemos sentarnos en la cabina. Una risa nerviosa sale de mis labios, con el color oscurecido por mis pensamientos de autodesprecio. El último lugar del mundo al que quiero volver es a esa cabina en la que dejé un dibujo como una tímida y patética estudiante de secundaria, confusa y enamorada de su primer flechazo. Así que hago lo que haría cualquier patético estudiante de secundaria. Doy otro paso atrás hacia la puerta y miento con cara dura. —Tengo que irme, en realidad. Pero ha sido genial verte. Le dirijo a Rowan una sonrisa de disculpa y me doy la vuelta para dirigirme a la salida, pero Lachlan me detiene en seco y se interpone como un centinela entre la salida y yo. Se lleva un vaso de whisky a los labios y bebe un sorbo con una sonrisa diabólica. Estaba tan absorta viendo a Rowan y luchando contra mis emociones que ni siquiera me di cuenta que recibió su bebida, ni que se levantó de la mesa, ni que me bloqueaba el acceso a la puerta. Mierda. —Vaya, vaya —dice Lachlan con su sonrisa de comemierda—. Vete a la mierda. Rowan gruñe detrás de mí.

—Lachlan... —Pero si es la escurridiza Sloane Sutherland —continúa Lachlan, removiendo el hielo de su vaso—. Empezaba a pensar que eras producto de la imaginación hiperactiva de mi hermano. —Siéntate, Lachlan —dice Rowan. Miro por encima del hombro y veo que está rígido a poca distancia detrás de mí, con las manos cerradas en apretados puños. —Lo que tú digas, hermanito. Lachlan levanta su trago en un brindis simulado antes de alejarse en dirección a mi cabina. —Toca esa puta mesa y te arrancaré las malditas manos y las usaré para limpiarme el culo hasta el día de mi muerte —gruñe Rowan. Lachlan se detiene, se gira lentamente y le dedica a su hermano una sonrisa ladina antes de encogerse de hombros y volver a su mesa, pasando lo bastante cerca del chef para darle una palmada en el hombro y susurrarle algo al oído. Los ojos de Rowan se oscurecen, pero no se apartan de los míos. Incluso cuando mi mirada se desvía, cada vez que se posa en él, está ahí, esperando. —Sloane... Una ráfa*ga de animada conversación entra en el restaurante con la fresca corriente de aire de la puerta abierta. —¡Rowan! ¿Has terminado por hoy? Me giro y veo entrar en el restaurante a una rubia guapísima con dos amigas igual de guapas pisándole los talones, ambas enzarzadas en una animada conversación llena de risas y confidencias. La rubia se dirige directamente hacia Rowan. Nunca vacila sobre los tacones de aguja que acentúan sus piernas desnudas y bronceadas, su piel resplandeciente como si acabara de regresar de unas costosas vacaciones en un balneario. Lanza a Rowan una amplia sonrisa, ajena a la tensión que acaba de romper en la habitación, cuyos fragmentos me llegan al corazón. —Hola, Anna —dice. Esas dos palabras parecen llenas de resignación cuando la mujer le rodea el hombro con un brazo en un

abrazo que él no devuelve, aunque ella no parece darse cuenta. Cuando lo suelta, se gira y me ve por primera vez. —Oh, lo siento, he interrumpido, ¿no? —me ofrece lo que parece una genuina sonrisa de disculpa. Me doy cuenta que está tratando de determinar si soy una cliente descontenta, un crítico gastronómico o una vendedora de carne o verduras, aunque mi aspecto no es el de un jardinero. No, Anna. Claramente estoy aquí para morir de vergüenza. —Anna, ella es Sloane. —Rowan hace una pausa como si estuviera considerando cómo debería explicar cómo me conoce, pero no dice nada—. Sloane, esta es mi amiga Anna. —Hola, encantada de conocerte —dice, y su sonrisa experta pasa de ser de disculpa a ser de bienvenida—. ¿Vas a unirte a nosotros? Tengo la garganta irritada. Mi voz suena áspera, chirriante comparada con el tono suave y brillante de Anna. —No, pero gracias por la oferta. Tengo que irme. —Sloane... —Me alegro de verte, Rowan. Gracias por la comida, ha estado deliciosa —digo, sacudiendo la caja de Napoleón de higo que tengo ganas de tirar al contenedor en llamas más cercano, donde pertenece el resto de mi vida. Miro a Rowan sólo un instante y me arrepiento en cuanto lo hago. La resignación que había en su voz hace un momento se ha trasladado a sus ojos, que se arremolinan con desesperación y consternación. Es una combinación terrible que convierte el dolor de mi corazón en un dolor agudo y punzante. Le dirijo una última y fugaz sonrisa, sin esperar a ver qué efecto puede tener. Las ganas de correr son tan fuertes que tengo que pensar cada paso apresurado que doy hacia la puerta. Probablemente no me quede mucha dignidad que salvar, pero al menos puedo obligarme a caminar. Así que eso es lo que hago. Me voy. Salgo por la puerta principal. Por la calle. Sin saber adónde voy. Sin recordar cuándo tiro la caja

de postres. Sin darme cuenta de cuándo cae por mi mejilla la primera lágrima caliente de vergüenza. Sigo adelante, hasta Castle Island, donde me detengo en la orilla y miro el agua oscura. Y me quedo allí mucho tiempo. Lo suficiente para que el camino de vuelta al hotel me parezca una caminata interminable, como si hubiera gastado toda mi energía. Nada más cruzar la puerta, enciendo el portátil el tiempo suficiente para cambiar la reserva de mis vuelos a la salida más temprana de la mañana siguiente, luego me deslizo en la cama y caigo en un sueño intranquilo. Carnicero: ¿Podemos hablar? Yo: Estoy subiendo al avión. ¿Quizás cuando llegue a casa? Carnicero: Sí, por supuesto, házmelo saber. Buen viaje. Carnicero: ¿Llegaste bien a casa el otro día? Yo: Sí, lo siento. Ha sido un caos. El trabajo está a tope. Estoy en reuniones todo el día, pero te enviaré un mensaje cuando pueda. Yo: Lo siento, mi semana se descontroló un poco. Yo: Y siento haberme presentado en tu restaurante y no haberme puesto en contacto contigo antes. Eso fue raro de mi parte. Cada uno de los últimos diez días desde que volví de Boston ha pasado como una bruma, y cada vez que mi teléfono ha sonado con un mensaje, mi corazón se ha alborotado con una explosión de nervios. He estado trabajando para llegar a este momento, pero mientras pulso enviar en mi mensaje más reciente y coloco mi teléfono desechable boca abajo sobre mi regazo, ya me estoy preguntando si debería intentar recordar el texto antes que Rowan tenga la oportunidad de leerlo. Sigo mirando la alfombra, sumida en una profunda indecisión, cuando el teléfono zumba en mi regazo. Carnicero: No fue raro. Ojalá hubiera sabido que estabas allí. Ojalá te hubieras quedado. Apago el teléfono y lo dejo sobre la mesita, luego dejo caer la cabeza sobre las palmas de las manos y espero que puedan absorberme en otro mundo.

Una en la que no tenga que sentir nada. Porque la venganza es fácil. Pero todo lo demás es difícil.

Miro desde detrás del olmo de enfrente cómo el chico al que he pagado llama a la puerta amarilla del 154 de Jasmine Street. La puerta se abre un momento después y allí está ella, con la confusión grabada en su hermoso rostro mientras mira la bolsa de papel que el chico le tiende. No puedo distinguir la pregunta que le hace, pero capto su pequeño encogimiento de hombros antes de esconderme detrás del árbol para evitar la mirada de Sloane mientras recorre el vecindario. Mi sonrisa se extiende mientras escucho atentamente el sonido de la puerta al cerrarse y los pasos arrastrados del chico al salir de la casa para acercarse a mi escondite. —Todo listo, señor —dice mientras toma su bicicleta donde la dejó apoyada en el árbol. —¿Preguntó de quién era? —Sí. —¿Le has dicho algo? —No. —Buen chico. —Le doy cincuenta dólares y se los mete en el bolsillo trasero de los jeans—. Mañana a la misma hora. Nos encontraremos en el buzón, calle abajo, ¿sí? —Genial. Nos vemos. El chico se va en su BMX, con cien dólares más para gastar en caramelos, videojuegos o lo que sea que compren los niños de doce

años hoy en día. Se lo va a pasar como un demonio si se atiene a nuestro acuerdo. Dale la bolsa. Cíñete al guion. Cincuenta por la entrega, cincuenta cuando esté hecho. Saco mi teléfono desechable, mostrando mi intercambio de mensajes más reciente con Sloane. Ojalá te hubieras quedado, decía mi último mensaje. Y ella no contestó. Eso fue hace más de una semana. Han pasado casi tres semanas desde que ella estaba de pie en 3 In Coach con una mirada de mortificación absoluta en sus ojos, como si hubiera volcado su corazón en el suelo sólo para tenerlo pisoteado. Me quemó de una manera que no esperaba. Pensé que podría convencerla para que se quedara y habláramos, pero el momento no podría haber sido peor, ya que nuestros amigos llegaban para comida de cumpleaños de Lachlan. A la manera típica de Sloane, su primer instinto fue largarse, como una pluma en el viento del norte. No puedo dejar que se aleje más, o se me escapará de las manos y nunca la recuperaré. Estoy mirando alrededor del tronco del árbol en dirección a la casa cuando el teléfono vibra en mi mano. Mirlo: ¿Orzo...? Me apoyo en la corteza y miro el celular. Yo: ??? Mirlo: ¿Repartiste pasta orzo en mi casa? Yo: No tengo ni idea de lo que estás hablando. Yo: Pero... ya que está ahí, más vale cocinar. Yo: Y si hay parmesano en la bolsa, probablemente deberías empezar a rallarlo. Yo: Ah, y pica también un poco de ajo, si hay. Yo: ¿Hay hongos? Tal vez lavar esos.

Yo: Los espárragos van bien como guarnición. ¿Hay espárragos? Suena el teléfono y me obligo a esperar un momento antes de aceptar la llamada. —¿Puedo ayudarte, Mirlo? —¿Qué haces? —Su voz es cautelosa, pero aún detecto un leve rastro de diversión bajo su inquietud. —No estoy seguro de lo que quieres decir. —¿Entregaste comida en mi casa? —Hay una pausa. Imagino que estará mirando por las ventanas, buscando alguna señal mía— . Tengo comida, Rowan. —Me alegro por ti. Creo que eso te califica como un adulto hecho y derecho. Casi puedo ver los ojos de Sloane en blanco, casi puedo sentir el calor del rubor deslizándose por sus mejillas, si pudiera tocar esa espolvoreada de pecas que motea su piel. Su larga y constante exhalación es el único sonido entre nosotros. La voz de Sloane es melancólica y tranquila cuando pregunta: —¿Qué haces? —Lo que debería haber hecho el otro día. Voy a cocinar contigo —digo—. Lo vamos a hacer juntos. Pon el teléfono en altavoz y empieza a rallar el parmesano. Otra pausa tensa el hilo entre nosotros hasta que parece que se va a romper. Mi voz es baja, la diversión se desvanece cuando digo: —Ojalá te hubieras quedado, Mirlo. Te habría llevado a la cocina. Podríamos haber hecho algo juntos. —Estabas ocupado. Estaba... molestando. —Habría hecho tiempo para ti. Eres... —Trago saliva antes de decir más de lo que debería—. Eres mi amiga. Quizás algún día mi mejor amiga.

El silencio se alarga tanto que me quito el teléfono de la oreja para comprobar si la llamada se ha desconectado. Cuando la voz de Sloane llega a través de la línea, es poco más que un susurro, pero aun así corta más fuerte que un grito. —Apenas me conoces —dice. —¿En serio? Porque apuesto a que conozco las partes más oscuras de ti mejor que nadie. Igual que tú conoces las partes más oscuras de mí. Y a pesar de eso, sigues queriendo salir conmigo. La mayor parte del tiempo. —Sonrío cuando el aliento de Sloane de una risa suave viaja a través de la línea—. Así que creo que eso te convierte en mi amiga, te guste o no. Hay un largo silencio, y luego el sonido de un cajón abriéndose, con los cubiertos crujiendo en su interior. —¿Se supone que tengo que rallar todo este bloque de queso? Es del tamaño de un bebé pequeño. Sé que debo parecer ridículo, sonriendo como un puto lunático junto a un árbol, pero me importa una mierda. —¿Cuánto te gusta el queso? —Mucho. —Suficientemente rallado para hacer una cabeza de bebé. —¿Hablas en serio? —Dijiste que te gustaba el queso. Ponte a trabajar, Mirlo. Un "okaaaay" inseguro se filtra por la línea, aunque estoy seguro que está hablando consigo misma y no conmigo. El sonido metronómico del parmesano duro contra los dientes metálicos del rallador marca una suave percusión en mis pensamientos mientras intento imaginarme cómo sería su cocina, Sloane de pie frente a la encimera con el cabello negro recogido en un moño desordenado y una camiseta vieja muy chula atada a la cintura. Yo podría estar allí con ella, acercándome por detrás, aprisionándola contra la encimera, con la polla pegada a ese culo redondo que sólo quiero morder, y entonces... —Después de rallar una cabeza de queso de bebé, ¿qué hago a continuación? —pregunta Sloane mientras el sonido del rallador

continúa de fondo. Por un segundo me pregunto si habré gemido en voz alta. Me aclaro la garganta, de repente me olvido de los ingredientes que puse en la bolsa para ella. —Uhh, lava los espárragos y recorta la punta de los tallos. —De acuerdo. El rallador continúa con un ritmo constante. Me paso la mano por el cabello y decido recomponerme. —Dijiste que estabas en Boston por trabajo. ¿Una reunión? —Umm... sí. —¿Qué tipo de reunión? —Reunión de investigadores. —Eso suena... aterrador. Sloane suelta una carcajada. —Sí y no. No son investigadores como los de la policía. Es lo que llamamos médicos de estudio que dirigen nuestros ensayos en sus clínicas. Una Reunión de Investigadores es donde les formamos a ellos y a su personal sobre el estudio. Las reuniones sólo dan un poco de miedo si tienes que hacer una presentación. Estar en el escenario delante de un grupo de médicos puede ser un poco intimidante. Puede haber cincuenta personas entre el público o trescientas. He hecho muchas, pero a veces me sigo poniendo nerviosa cuando los técnicos me ponen el micrófono. —¿Un micro? ¿Como el de Madonna, Britney Spears? Sloane suelta una risita. —A veces. Demasiado para decidirme a poner las cosas en orden. Pensar en la profesional Sloane con una puta falda lápiz ceñida a las curvas y un micrófono de Madonna, de pie en el escenario mientras da órdenes a un grupo de médicos con su voz áspera de cantante de salón es la fantasía que nunca supe que necesitaba.

Estoy perdido. —Divertido, divertido... —digo, cambiando de postura mientras mi polla prácticamente me suplica que camine hasta su puerta y me la folle sobre la encimera de la cocina—. ¿Puedo ir a mirar? Sloane se ríe. —¿No...? —¿Por favor? —No, bicho raro. No puedes venir a mirar. —¿Por qué no? Suena caliente y educativo. Su risa ronca me calienta el pecho. —Porque todo es confidencial, para empezar. Y por dos, me distraerías. Mi corazón se ilumina con fuegos artificiales. —¿Con mi cara bonita? —Pfft. No. —Ese "no" es totalmente un "sí". Prácticamente puedo ver el ardor de su rubor a través de la línea telefónica. Me gustaría poder hacerle FaceTime, pero Sloane sabría dónde estoy, de pie al otro lado de la calle como un maldito tonto enamorado, demasiado nervioso para asustarla o ir realmente a su puerta, pero demasiado desesperado por estar cerca de ella para que realmente me importe—. Tengo una cabeza de queso de bebé. Ahora estoy haciendo los espárragos —dice, con voz suave. —Cuando hayas hecho eso, pon agua con sal a hervir. —De acuerdo. El picado comienza de fondo, llegando a través de la ausencia de la voz de Sloane. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el árbol mientras intento imaginarme a Sloane con la mano expertamente enroscada en el mango de un cuchillo. No sé por qué es tan jodidamente sexy, pero lo es. Igual que pensar en ella en el escenario con su pequeño micrófono de Madonna. Igual que la imagen de Sloane en la cabina de mi restaurante, inclinada sobre un boceto.

—¿Por qué trabajas allí? —pregunto bruscamente. —¿En Viamax? —Sí. ¿Por qué no vivir del arte? Hay una pausa antes que resople. El rubor en su garganta y en su pecho debe ser absolutamente carmesí. —No voy a ganar dinero vendiendo bocetos de pájaros, Rowan. Me sorprende que fuera allí, después de la forma en que miró hacia la cabina en 3 In Coach como si quisiera tomar un lanzallamas para ese dibujo que dejó atrás, y probablemente todo el puto restaurante. Pero por mucho que vaya directamente a este momento que claramente la avergonzó, sigue siendo un desvío. —Pero podrías. Podrías hacer otro arte, si es lo que quieres. —No lo es. —palabras firmes resuenan entre nosotros como si esperara a que se asentaran en mi cabeza—. Me gusta lo que hago. Es diferente de la carrera que imaginaba para mí cuando era joven. A quién le gusta, ¿verdad? No muchos acabamos siendo entrenadores de delfines o lo que sea. —Se ríe entre dientes y vuelve a hacer una pausa, pero esta vez no la presiono—. A veces el arte me trae malos recuerdos. A mí me encantaba pintar. Me pasaba horas pintando. También empecé a experimentar con la escultura. Pero las cosas... cambiaron. Los bocetos son como los cimientos. Es todo lo que quedó cuando el resto se quemó, lo único que aún disfruto. Bueno, eso y mis telarañas, que me parecen arte. Puede que sólo sean pequeños trozos de Sloane, pero aun así los conservaré. Mi arte nunca estuvo tan empañado que no pudiera soportar crearlo. Me hace preguntarme qué despojaría al arte de Sloane tan profundamente que ya no pueda pintar o esculpir, reducida a la monocromía. —Siempre quise ser chef —ofrezco—. Incluso cuando era joven. —¿En serio? —Sí. —Miro mis zapatos mientras recuerdo la cocina de la casa de mi infancia en Sligo, comiendo alrededor de la pequeña mesa con mis hermanos, los tres normalmente solos en la oscura y poco acogedora casa—. Lachlan encontraba la manera de traer comida a

casa. Yo la cocinaba. Y nuestro hermano pequeño era un quisquilloso a esa edad, así que me volví bastante bueno creando sabores decentes a partir de recursos limitados. Cocinar se convirtió en una especie de escape. Un lugar seguro para que mi mente corriera libre y explorara. —Arte culinario. Literalmente. —Exacto. Y mi habilidad para cocinar probablemente hizo que los tiempos difíciles en casa fueran un poco más fáciles. —Al menos los ataques de ira de mi padre, borracho o drogado, no empeoraban por el hambre. Algunas veces se controlaba lo suficiente como para empujarme a la cocina y exigirme la cena en lugar de golpearme. Cocinar se convirtió en una especie de armadura. No a prueba de tontos, pero al menos una barrera. Algo para suavizar el golpe—. Tuve suerte, supongo. Sobreviví. Con el tiempo, se convirtió en otro mecanismo para mí y mis hermanos para construir una vida mejor. Sloane hace una pausa, su voz melancólica cuando dice: —Siento que tú y tus hermanos pasaran por eso. Pero me alegro por ti que tu arte sobreviviera. —Y siento que ya no disfrutes de tu arte. —A mí también. Pero gracias por enseñarme el tuyo. Puede que sólo haya rallado el queso, pero... —Hace una pausa para respirar hondo, como armándose de valor—. Me divierto. Jadeo teatralmente. —No, no puedes, eso no era parte de mi plan. Sloane suelta una risita y sonrío durante el resto de la preparación del plato. Nos quedamos en la cola mientras ella come e insiste en que busque algo para picar para no cenar sola. Todo lo que tengo es una barrita de cereales que estaba aplastada en mi equipaje de mano, pero me la como de todos modos mientras hablamos de cosas al azar. Raleigh. Boston. De comida. De bebidas. De todo. Nada. Me voy cuando ha terminado de comer, sólo salgo de mi escondite cuando sé que está ocupada en el fregadero.

Al día siguiente, vuelvo. Espero detrás del árbol mientras el chico entrega la bolsa de la compra. Gana otros cien dólares. Sloane me llama y hacemos camarones asados con feta y polenta. Traigo una ensalada ya hecha para poder comer con ella. Hablamos de trabajo. Sobre diversión. Un poco sobre Albert Briscoe y las secuelas de nuestra visita fortuita a su casa. Se le atribuyen varios asesinatos, y Sloane parece complacida. Puede que haya empujado a la policía en la dirección correcta, pero no se lo digo. Al tercer día, me escondo detrás de otro árbol, un poco más cerca de la casa, donde puedo oírla cuando abre la puerta. Sloane acribilla al chico a preguntas, pero él resiste. Hay que reconocer que es bastante fiable. Cuando me asomo por detrás del maletero, veo su frustración, pero está claro que tampoco quiere asustar al chico. Mientras recoge su bicicleta, le pregunto qué va a hacer con todo ese dinero, y me dice que está ahorrando para comprarse una PlayStation. Antes que se vaya, le doy doscientos dólares más. Sloane hace filete, un hermoso filet mignon de Wagyu, con coles de Bruselas carbonizadas al lado. Ella es la más nerviosa acerca de este. Sé que no quiere embarrarla. Pero no lo hace. Sale un perfecto medio raro. Tararea cada bocado. Hablamos de nuestras familias. Bueno, yo hablo de mis hermanos. Ella no tiene mucho que decir sobre la suya. No tiene hermanos. Ni primos cercanos. Sus padres se mantienen en contacto en su cumpleaños y en Navidad, pero eso es todo. Están demasiado inmersos en sus propias vidas y no tengo la sensación que ella quiera compartir. Tal vez no haya mucho que recordar de ellos. Y lo entiendo, mejor que la mayoría. Al día siguiente, me escondo detrás del árbol durante un buen rato y vigilo su casa. En un momento dado, abre la puerta y sale unos pasos. Mira hacia la calle, con el ceño fruncido. La pierdo de vista cuando su mirada se dirige hacia mí mientras evalúa el otro extremo de la calle. Pero no hay ningún chico. No hay comida. Vuelve a entrar y cierra la puerta. Las cortinas se apartan de la ventana y vuelven a caer. Tras unos minutos más, me voy. Estoy en mi auto de alquiler, conduciendo ya hacia el aeropuerto, cuando un mensaje de texto zumba en mi grabadora. Pero me obligo a no leerlo. No hasta que estoy de vuelta en mi apartamento de Boston.

Porque sé que si lo hago, existe la posibilidad que arranque la puta puerta del avión para volver a Jasmine Street. Unas horas más tarde, tengo el teléfono apretado en la mano cuando me sirvo un generoso trago de whisky sobre los cubitos de hielo que se resquebrajan. Hasta que no me acomodo en mi sillón de cuero favorito, sin zapatos y con los pies en alto, no miro la pantalla. Obligarme a esperar es un tormento delicioso. El alcohol me quema la garganta mientras abro el mensaje sin leer de Sloane. Mirlo: Hoy te extraño. Mirlo: También me di cuenta que no puedo cocinar una mierda sin ti. Creo que no soy una adulta hecha y derecha después de todo. Sonrío y doy un largo sorbo a mi bebida antes de dejarla a un lado y responder con un golpecito. Yo: Yo también te extraño. La próxima vez que vuelvas a Boston para otra de esas reuniones haremos Napoleón de filo de higo en el restaurante. Al principio no estoy seguro que responda, dada la hora que es y el tiempo que he dejado para enviar una respuesta. Pero casi de inmediato veo parpadear esos tres puntos, y entonces: Mirlo: Me gustaría. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el cuero. Sonrío al pensar en su cara de hoy cuando estaba en el porche y miraba en ambas direcciones esperando la entrega que no llegaba. La decepción nunca había sido tan dulce. Mi teléfono zumba en mi mano. Mirlo: Nos vemos en unas semanas para el partido. Amigos o no, todavía voy a patearte el culo. Sólo para que lo sepas... Sonrío en la penumbra. Yo: Cuento con ello.

Hay un arte en acorralar a un hombre como Thorsten Harris. El primer truco es acercarse a él en un lugar en el que se sienta seguro, un lugar en el que crea que es el depredador supremo en su pequeño estanque porque ya ha cazado con éxito allí antes. Como este lugar, Orion Bar, una coctelería de lujo dentro de lo que ya sé que es la zona preferida de Thorsten. Está lo suficientemente lejos de su casa para que sienta que es una aventura, lo suficientemente cerca de su casa para que atraer a su presa allí sea viable. El segundo paso del proceso es saber qué le gusta. Lo que le excita. Lo que detesta. En el caso de Thorsten, le gusta el vino tinto, la cocina impecable y las cosas caras. No siempre cosas bonitas, de hecho suelen ser llamativas y pretenciosas, pero caras al fin y al cabo. ¿Qué odia? Los malos modales. Y los boniatos, por lo visto. Entonces toma todo ese conocimiento y empieza a construir una relación con él. Y el último paso es la parte complicada: tienes que hacerle creer que eres lo bastante lista como para ser una conquista interesante; puede que seas una presa, pero merece la pena correr el riesgo de llevarte un trofeo. Pero también tienes que parecer lo suficientemente tonta como para aceptar de buen grado su invitación a cenar en su casa mañana por la noche, aunque sea básicamente un desconocido. O, puedes tirar todo eso por la ventana y simplemente ser Rowan Kane.

Un casco de moto cae sobre el espacio vacío a mi lado en el sofá de cuero blanco. Instantáneamente, mi sangre se vuelve volcánica. —Me alegro de verte por aquí —dice Rowan mientras se sienta a su lado con una sonrisa devoradora de mierda. Le lanzo una mirada fulminante. Mi ferocidad sólo me hace ganar un guiño antes que se incline hacia delante con el brazo extendido sobre la mesa de café hacia el hombre sentado frente a mí. —Hola, un placer conocerte. Soy Rowan. —Thorsten Harris, el placer es mío —dice mi bien vestido y mayor compañero mientras acepta el apretón de manos. Me he pasado los últimos cuatro días intentando evitar exactamente este escenario en mis intentos de acorralar a Thorsten, de quien Rowan sabe ahora que es nuestro objetivo anual, aunque no parece saber por qué. Pensé que por fin había escapado de Rowan cuando salí del hotel y su auto de alquiler seguía en el aparcamiento. Claramente, lo juzgué mal. Y está jodidamente eufórico por ello. —Siento interrumpir —continúa Rowan, dispuesto a encender la mecha de todos los cañones de su arsenal de encanto. Apunta su jodidamente impecable sonrisa a mi presa, su piel brillante y sonrojada, probablemente por la excitación de perseguirme con éxito—. Vi el auto de mi amiga cuando pasaba por aquí y ha pasado tanto tiempo que pensé que debía pasarme y saludarla rápidamente. Y entonces me ataca con toda la fuerza de su encanto. —Hola, amiga. —Qué profunda alegría es verte aquí, Rowan. Estoy encantada. —Doy un largo sorbo a mi vino antes de dedicarle una apretada sonrisa. El silencio entre nosotros se alarga. Thorsten se remueve en su asiento y reprimo un gemido, consciente que ya estoy

sobrepasando los límites de los modales de Thorsten—. ¿Te apetece unirte a nosotros? —le pregunto con voz inexpresiva. Mi sonrisa tiene un tono despiadado que dice claramente: Vete a la mierda. Y Rowan dice: —Estaría encantado. En menos de un minuto, Thorsten le ha servido una generosa copa de caro Chianti. En menos de cinco minutos, Rowan le hace reír a carcajadas y aplaudir. En menos de diez minutos, Thorsten está casi a punto de tropezar para invitar a Rowan a la cena de mañana por la noche en su casa, algo que he pasado toda la tarde orquestando en solitario. Dos horas más tarde, salimos del elegante bar codo con codo tras la estela de Thorsten, con los planes de la cena de mañana grabados en piedra. Y estoy furiosa. —Tengo que reconocerlo —susurro mientras Thorsten entra en su auto y le hacemos señas para que se vaya—. Tu truco de entregar la compra en mi casa fue muy bonito. Casi me engañas con eso de cocinar juntos. —¿Engañada? —Los ojos de Rowan me miran, brillantes e irónicos—. No estoy seguro de lo que quieres decir, Mirlo. —Me engañaste haciéndome creer que no te darías la vuelta y te convertirías en un grano en el culo monumental a la primera oportunidad que se te presentara en el partido de esta temporada —le digo. Él suelta una carcajada y yo cruzo los brazos sobre el pecho mientras lo fulmino con la mirada—. Eres un tramposo. —No lo soy. —Me has estado siguiendo sin descanso para averiguar a quién perseguimos en lugar de buscar por tu cuenta. —No está en el reglamento que no pueda.

—No tenemos un puto libro de reglas. Pero deberíamos. Regla número uno: haz tu propia puta investigación. —¿Por qué, cuando puedo divertirme tanto siguiéndote? —La sonrisa de Rowan sólo se vuelve más amplia cuando gruño en mi más fiel imitación de Winston—. Entonces... ¿quién es ese tipo? Resoplo y pongo los ojos en blanco antes de girar sobre mis talones y caminar hacia el auto de alquiler. —Eres lo peor —siseo mientras Rowan me abre la puerta del conductor—. Tú y tu... —Le hago un gesto con la mano mientras me siento—. Skullduggery4. Rowan resopla mientras se inclina hacia mi vehículo, con la cara tan cerca de la mía que siento cada uno de sus alientos en mi mejilla. Intento ignorar la forma en que me retuerce el vientre con otro tipo de furia. —Skullduggery. ¿Debo tomar esto como una señal que has pasado de la p*rnografía de dragones al p*rno de piratas? —Puede que sí. —Sabes, eres adorable cuando te indignas. —Y tú sigues siendo el peor —gruño mientras tiro de mi puerta para liberarme de su agarre. Consigue moverse antes que se la aplaste en la mano, pero aun así capto su risa burlona y sus palabras de despedida: —Algún día me querrás. El día siguiente no es ese día. No, no cuando Rowan se invita a mi desayuno solo en el restaurante del hotel. Ni cuando aparece en el centro comercial mientras compro ropa, aunque me lleve las bolsas y me ayude a elegir un bonito vestido de estilo retro. Al fin y al cabo, es sólo una estratagema para ganar ventaja. Maldito astuto. Y algún día definitivamente no es hoy, cuando aparco en la gran casa aislada de Thorsten en Calabasas y la moto alquilada de Rowan ya está allí. Skulduggery Pleasant es una serie de novelas de fantasía oscura escritas por el autor irlandés Derek Landy. 4

Está apoyado en ella, caliente como el pecado con una chaqueta de cuero negro, su mirada rastrillando desde los dedos de mis pies hasta mis ojos con una mirada que me enciende, y él lo sabe. —Buenas noches, Mirlo —dice mientras se baja del lado de la moto. —Carnicero. Rowan se detiene delante de mí mientras cruzo los brazos y levanto la cadera. —Es un vestido muy bonito. ¿Alguien te ayudó a elegirlo? Sea quien sea, está claro que tiene un gusto impecable. —Gran gusto. Absolutamente cero límites. Sonríe. —Estoy tan feliz que estemos en la misma página. Le pongo los ojos en blanco y estoy a punto de abalanzarme sobre él cuando se abre la puerta y Thorsten se planta en el umbral con los brazos abiertos en señal de saludo. —Bienvenidos, mis jóvenes amigos —dice, con aspecto de recibir a ilustres invitados. Lleva el cabello blanco perfectamente peinado. Su smoking de jacquard burdeos brilla con el sol poniente. La sonrisa que nos muestra tiene un filo oculto—. Por favor, pasen. Se aparta y nos hace un gesto para que entremos en la casa palaciega. Empezamos con un cóctel en el salón, donde nos rodean libros de primera edición, figuras de cerámica, cuadros, y me tomo mi tiempo para apreciar el arte mientras Thorsten nos hace un recorrido por su colección, con sus posesiones más preciadas cuidadosamente etiquetadas. Incluso después que se haya marchado, me quedo mirando durante un buen rato una punta seca firmada y un grabado de Edward Hopper titulado Night Shadows (Sombras nocturnas). El boceto muestra a un hombre desde arriba caminando solo por una calle de la ciudad, con la luz de la lámpara proyectando profundas sombras a su alrededor. Algo en él parece ominoso, premonitorio. Podría estar acechando. Podría

estar cazando. Y cuando miro a izquierda y derecha, veo surgir la narración del arte que me envuelve. A mi izquierda, una fotografía en blanco y negro de Andrew Prokos llamada Fulton Oculus #2. La imagen evoca la sensación de un ojo ominoso de acero y cristal que todo lo ve. A mi derecha, un cuadro de John Singer Sargent de una mujer sentada a la mesa. Está de cara al espectador, con la mano alrededor de una copa de vino tinto. Un hombre se sienta a su lado, en el extremo derecho de la imagen. Pero no mira al espectador. La mira a ella. Más allá, un grabado de El vals, de Félix Vallotton. Representa a parejas bailando, pero parecen casi fantasmales. La mujer de la esquina inferior derecha parece dormida. Después de eso... Miro a Rowan, coloco mi cóctel en un posavasos y lo dejo en la mesa auxiliar, sin tocar. Está inmerso en la conversación con nuestro anfitrión y no repara en mí. Pero Thorsten sí. —¿La bebida no es de tu gusto, querida? —pregunta Thorsten con una sonrisa tensa. —Está deliciosa, gracias. Solo me reservo para tu maravillosa colección de vinos —respondo inclinando la cabeza. Su sonrisa parece más relajada cuando deja su propia bebida y declara que es hora de pasar al acto principal. —No sabe lo feliz que estoy de tener a un chef profesional en mi mesa esta noche —dice Thorsten, mientras nos conduce al comedor, donde suena música clásica a bajo volumen y las velas parpadean entre las flores oscuras de un elaborado centro de mesa. Me señala una silla de caoba cubierta de lujoso terciopelo rojo, la aparta de la mesa y la empuja hacia dentro mientras me siento—. Y su encantadora acompañante también, por supuesto. —Gracias —digo, dirigiendo una sonrisa recatada a mi cubierto. No sé nada de porcelana antigua, pero apuesto a que a Thorsten le daría un ataque si se rompiera algo.

Archivaré ese pensamiento para más adelante. —Y hacen una pareja encantadora. ¿Cómo se conocieron? —Oh, sólo somos amigos —digo al mismo tiempo que Rowan dice—: Una expedición en el pantano. Nos miramos de reojo mientras Thorsten se ríe. —Parece que tienen opiniones diferentes sobre el tema de su relación. —Bueno, es difícil competir con el despampanante personal de sala y los adorables clientes habituales de Rowan —digo con una sonrisa enfermizamente dulce. —Nadie compite con Sloane. —Los ojos de Rowan se anclan en los míos, arrastrándome a las profundidades de un mar naval—. Sólo que ella aún no se ha dado cuenta. Nuestras miradas permanecen fijas durante un latido que me pesa demasiado en el pecho. Pero el momento de suspensión se interrumpe cuando Thorsten suelta una risita, el chasquido de un corcho de vino rompe la conexión entre nosotros. —Quizá esta noche sí. Inspirémonos en el arte de la cocina. Porque, como dijo Longfellow: "El arte es largo y el tiempo fugaz, y nuestros corazones, aunque grandes y valientes, siguen, como tambores apagados, tocando marchas fúnebres hacia la tumba". Rowan y yo intercambiamos una mirada mientras Thorsten se concentra en servir su vino, y consigo poner los ojos en blanco y captar su fugaz sonrisa en respuesta antes que nuestro anfitrión pueda mirar hacia nosotros. Cuando mi vino se ha decantado en una copa de cristal grabado y Thorsten se ha acomodado en su silla, levanta su copa para brindar. —Por los nuevos amigos. Y por algunos de nosotros, quizá algún día más que amigos. —Por los nuevos amigos —nos hacemos eco, y una pizca de decepción inesperada se abre paso bajo mi piel cuando me doy cuenta que esperaba que Rowan repitiera la última línea del brindis en su lugar.

Nuestro anfitrión da un sorbo a su vino y yo hago lo mismo, pensando que debe de ser seguro beberlo si él da un largo trago. Levanta la copa y sonríe ante el vino rojo. —Tenuta Tignanello 2015, "Marchese Antinori" Reserva. Me encanta un buen Chianti —dice. Da otro sorbo, cierra los ojos y respira hondo antes de abrir los párpados—. Empecemos. Thorsten toma una campanilla junto a su cubierto y su tintineante melodía inunda el comedor. Un momento después, un hombre entra con pasos lentos y cuidadosos, empujando un carrito de servir de plata hacia la mesa. Parece tener unos treinta años, alto, atlético, con hombros anchos que se encorvan como si los músculos hubieran olvidado hace poco que tienen un trabajo que hacer. Los restos amarillentos de los moretones que se han curado rodean sus ojos vacíos. —Este es David —dice Thorsten mientras David coloca un plato de aperitivos delante de mí. David no levanta la vista, se dirige al carrito y trae un plato para Rowan—. El señor Miller no puede hablar. Tuvo un terrible accidente hace poco, así que lo he contratado. —Oh, qué amable eres —digo. Se me revuelve el estómago de malestar. Me imaginaba que Rowan se habría dado cuenta de con quién estamos tratando desde ayer, pero cuando levanto la vista hacia él, los primeros indicios de arrepentimiento empiezan a filtrarse bajo mi piel. Levanto las cejas cuando me mira a los ojos. ¿Todavía no te has dado cuenta, guapo? intento decir con los ojos muy abiertos. Ladea la cabeza y me dedica una expresión fugaz e inquisitiva, una respuesta que simplemente dice: ¿Eh? No. Definitivamente no se ha dado cuenta. Esa punzada de arrepentimiento empieza a arder. Cuando Thorsten deja su plato, David se va. —Crostini de queso de cabra con tapenade de aceitunas — declara Thorsten—. Provecho. Intento que mi suspiro de alivio no parezca demasiado obvio mientras empezamos el primer plato. Está bastante bueno, quizá

un poco salado, pero al menos es un buen comienzo. Rowan seduce a Thorsten con cumplidos que parecen sinceros, y los dos hablan de posibles mejoras que elevarían el plato. Rowan sugiere higos para equilibrar la dulzura, y yo mantengo mi atención en nuestro anfitrión para escapar de su pesada mirada. Se posa en mi mejilla, abrasando mi piel como una marca cuando menciona el Napoleón de filo de higo del menú de postres de 3 In Coach. Sigo el hilo de la conversación, asiento con la cabeza y me río en todos los lugares adecuados, pero en realidad no presto demasiada atención: estoy demasiada preocupada por cómo voy a comunicarle algo a Rowan sólo con el poder de mis expresiones faciales. Cuando termina el recorrido, Thorsten vuelve a llamar a David con la campana y éste recoge nuestros platos para volver con sopa de gazpacho. Esta ronda está bien, nada especial, pero Rowan parece satisfecho, y los dos hablan de las variedades de tomate que Thorsten cultiva en la propiedad. —Me encantaría ver tu huerto —dice Rowan después que Thorsten detalle las otras hierbas y productos que cultiva en el patio trasero. La agradable máscara de Thorsten se desliza, un brillo feroz se enciende en sus ojos antes que un parpadeo se lo lleve. —Oh, estoy seguro que se puede arreglar. Rowan sonríe, pero es su sonrisa de los secretos, y es una que conozco bien. Al menos es consciente que estamos en presencia de otro asesino, así que supongo que eso es una ventaja. Por un momento tengo la esperanza de que, después de todo, Rowan sepa quién es Thorsten y lo haya ocultado con la esperanza de ganar esta ronda de nuestra competencia. Pero cuando Thorsten descorcha una nueva botella de vino, llena nuestras copas pero no la suya y observa con interés depredador cómo Rowan bebe un largo sorbo, sé que mis esperanzas se han desvanecido. Supongo que debería estar contenta. Esto se perfila como una victoria fácil. En realidad, sin embargo, mi ansiedad me hace sentir en el pecho como si me hubieran enchufado a una red eléctrica.

Agradezco el mantel horriblemente adornado que protege mis piernas temblorosas de la vista. Rowan bebe otro sorbo generoso de vino mientras prosigue la discusión culinaria. Thorsten le pide a David que vuelva por los platos de sopa vacíos y le da instrucciones explícitas para que traiga la ensalada de un estante específico de la cocina. Está repitiendo los pasos a David por tercera vez cuando Rowan me mira por encima del borde de su copa de vino con un parpadeo interrogante en las cejas, como si se preguntara qué mierda está pasando. —Lobotomía —le digo con la boca, intentando que parezca que me rasco la frente cuando me la golpeo y asiento hacia David. Rowan ladea la cabeza y yo pongo los ojos en blanco, apretando los dientes. Lo-bo-to-mía. Rowan inclina la cabeza hacia el otro lado, con el ceño fruncido, pero con una sonrisa en los labios. Me señala sutilmente y luego se señala a sí mismo. —¿Me quieres? —dice. Me golpeo la cabeza. —¿Todo bien, cariño? —pregunta Thorsten mientras David se dirige a la cocina. —Oh, sí, por supuesto. Acabo de recordar algo que olvidé hacer en el trabajo antes de irme. Pero no pasa nada, lo haré por la mañana. —Thorsten sonríe ante mi excusa, pero es frágil en los bordes, la incertidumbre sangra en su máscara—. Por la mañana a estas horas. Este vino está buenísimo —añado con una sonrisa encantadora. Me observa mientras me llevo la copa a los labios y trago, aunque no dejo que el líquido entre en mi boca. El engaño parece calmarlo, dejo la copa en la mesa y cruzo las manos sobre el regazo. Thorsten no puede contenerse cuando el carrito chirría en el pasillo, y una sonrisa radiante y voraz se dibuja en sus facciones al tiempo que se desprende de su refinada máscara. Pero Rowan no se da cuenta. Se limita a sonreírme, balanceándose ligeramente en su silla, con los ojos entornados cubiertos de un brillo.

—Estás muy guapa, Mirlo —dice cuando David entra en la habitación con tres platos cubiertos en el carrito. El rubor arde en mis mejillas. —Gracias. —Siempre estás guapa. Cuando viniste al restaurante, dije... — Rowan tiene dos hipos y ahoga el siguiente con un trago de vino—: Dije: "Sloane es la chica más guapa del mundo". Y luego mi hermano me llamó "maldito imbécil" porque podría tener todos los coños que quisiera en Boston, pero en lugar de eso he hecho voto de obstinación... —Abstinencia. —Abstinencia sobre una chica que no me quiere. Estoy segura que el rubor ha prendido fuego a mi piel y la fuente de la llama es mi corazón incinerado. Thorsten sonríe en mi periferia, claramente entretenido con nuestra conversación durante la cena. Separo los labios, con la respiración contenida ardiendo en mi pecho. Todo lo que consigo decir es una sola palabra: —Rowan... Pero su atención se ha desviado hacia el plato que tiene delante. —Carne a la Niçoise —dice Rowan con una sonrisa encantada mientras toma el cuchillo y el tenedor. Miro a Thorsten, que observa a Rowan absorto—. Me encanta la ternera niçoise. —Sí —dice nuestro anfitrión mientras le pone en la lengua un trozo doblado de carne poco hecha y fina como el papel—. Niçoise. —Rowan... —Tengo mucha curiosidad por conocer su opinión, chef — continúa Thorsten—. Esta es mi versión especial de la versión tradicional. —Rowan... —siseo, pero es demasiado tarde. Rowan ya se ha metido en la boca un bocado de ensalada, con los ojos cerrados

mientras saborea la lechuga picada, las judías verdes, los tomates cherry y... la ternera. —Esto es fantástico —dice arrastrando las palabras. Con una mano insegura, ensarta otro tenedor de ensalada y se lo mete en la boca ya llena—. ¿Aliño de dijon casero? Thorsten sonríe por el cumplido. —Sí, he puesto media cucharadita más de azúcar moreno porque la carne es de caza. —Tan bueno. Me paso una mano por la cara mientras Rowan consigue meterse un bocado más en la boca antes de desmayarse boca abajo sobre el plato. Se hace el silencio. Thorsten y yo nos quedamos mirando al hombre que duerme sobre un lecho de ensalada con un filete humano poco hecho cortado en finas lonchas colgando de la boca. Cuando Thorsten me mira a los ojos, es como si saliera de una nube de euforia. Pensó que me estaba bebiendo el vino. Cuando no estaba lo suficientemente borracha, probablemente pensó que podría someterme fácilmente. Pensó mal. Sostengo la mirada confusa de Thorsten mientras empujo la base de mi copa de vino y la vuelco sobre el plato. El cristal se hace añicos, rompiendo la porcelana e inundando la ensalada con vino de color sangre. —Bueno —digo, mientras me vuelvo a sentar en la silla, apoyando la mano en la superficie de la mesa con la hoja de acero regado agarrada en la palma—. Supongo que ahora sólo quedamos tú y yo.

Mi primer pensamiento consciente es una sola palabra, que se desliza por mis labios como si estuviera atascada en un jarabe viscoso. —Sloane. Mi segundo pensamiento es la conciencia del ritmo constante de la música. Al principio, estaba convencido que eran los latidos de mi corazón, pero me equivoqué. La voz angelical de un hombre flota sobre una batería ligera y una melodía de guitarra de ensueño que me recuerda al desierto al atardecer. Sloane tararea con la música que gira a mi alrededor. Mientras canta sobre cocinar a alguien y aplastarle la cabeza, me doy cuenta que reconozco la melodía. Knives Out. Radiohead. La voz ronca y rica de Sloane me llena el pecho de alivio. Sé que está bien, gracias a Dios. Porque yo no estoy bien. Los gritos llenan la habitación y abro los ojos. Veo un candelabro que me resulta vagamente familiar, cargado de llamativos cristales. Intento concentrarme en ellos mientras el resto de la mesa se arremolina en los bordes de mi visión. —Solo... quédate... quieto... —Sloane dice, gritando cada palabra por encima de los gritos confusos del hombre—. Diría que te dolerá menos si dejas de forcejear, pero eso es una mentira total. El hombre vuelve a gritar y giro la cabeza hacia el sonido. Puede que sea lo más jodidamente difícil que he hecho nunca. Siento que la cabeza me pesa cien kilos.

El chillido alcanza un tono febril. Sloane me está dando la espalda. Está a horcajadas sobre el hombre aterrorizado sentado en la silla de la cabecera de la mesa, protegiéndolo de la vista. Algo de la noche llega nadando a través de la sopa de vino y sedantes que nubla mis pensamientos. Thorsten. El hombre es Thorsten. Y me ha jodido. —Sólo un pequeño recorte. Ya está. Los gritos cesan bruscamente y los hombros de Sloane se hunden con decepción. —Cobarde. Sin darse la vuelta, mete la mano por detrás, con el puño enguantado cubierto de sangre, y deja caer un globo ocular cercenado junto a otro que ya descansa en el plato de pan junto a mi cabeza. Tengo arcadas. Sloane se da la vuelta al oírlo. —En el cuenco, Rowan. Por Dios. —Se arranca los guantes mientras se baja del hombre y levanta mi torso para que pueda vomitar en un cuenco de acero inoxidable junto a mi cara. Sus manos se aferran a mis hombros mientras el vino tinto y la cena desalojan mi estómago—. Mejor afuera que adentro. Créeme — refunfuña, con tono sombrío. —El cabrón me ha drogado —consigo gritar cuando por fin se detiene el jadeo y me limpio la boca con una servilleta, con la mano húmeda y temblorosa. —Claro que sí. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —Un par de horas —responde. Con una mano me pasa una botella de agua sin abrir y con la otra arrastra el cuenco. Sloane mira hacia la puerta del pasillo, dudando—. Necesito deshacerme de esto, pero David me está volviendo loca. —¿Te ha amenazado? Si te ha amenazado, juro por Dios...

—No, en absoluto —dice Sloane, empujándome de nuevo sobre la silla cuando intento ponerme de pie. Mi cuerpo se inclina hacia un lado. Intenta sonreír, creo, pero le sale como una mueca—. Parece bastante inofensivo. —Entonces, ¿cuál es el problema? —Está comiendo. En la cocina —dice. Sacudo la cabeza, sin seguir lo que dice—. Los próximos platos. La... comida. —Eso es lo que come la mayoría de la gente. Comida. El color se ha drenado de la cara de Sloane. —Sí... la mayoría... —No lo entiendo... —Te has comido a una puta persona —suelta. Parpadeo a Sloane una vez antes de tirar del cuenco hacia atrás para volver a vomitar. —Dios mío, Rowan, fue realmente asqueroso. Te lo metiste dentro. No podía tener suficiente. Tengo arcadas. —Te desmayaste mientras masticabas. Tuve que rasparlo de tu lengua para que no te ahogaras. La miro con ojos llorosos antes de volver a vomitar, aunque por suerte no queda mucho de lo que deshacerme. —¿Sabías que era un asado de cuadril? Torturé a Thorsten hasta que me lo dijo. Tuve que sacarte el culo humano de la boca. —Al menos no te lo tragaste, Sloane. ¿Por qué mierda no me detuviste? —Lo intenté, pero fuiste por ello. ¿No te acuerdas? Mierda. Lo recuerdo. Recuerdo mucho más que eso. Sloane me observa con demasiada atención. No es tan apática como intenta aparentar. Cuanto más la miro, más se desmorona su

máscara de indiferencia y un leve rubor aparece bajo las pecas que espolvorean sus mejillas y su nariz. Esta maldita chica. Entrando en pánico porque le di una idea de cómo me siento. Claramente nerviosa por una conversación que está desesperada por no tener. Lista para volar. Y yo haría cualquier cosa para mantenerla cerca, incluso si eso significa tomar un martillo a mi propio corazón. —No. —Sacudo la cabeza mientras mi mirada se desvía hacia el centro de mesa—. Lo último que recuerdo es a David entrando por la puerta con el carrito. No recuerdo nada después de eso. Cuando levanto la vista, Sloane mueve los labios. Es casi una sonrisa. Sus ojos son un poco más suaves. Mierda. Tal como sospechaba. Está jodidamente aliviada. Absorberé el veneno de este ardiente aguijón. Dejo caer la cabeza entre las manos. Ella nunca sabrá que recuerdo cada segundo de mi vergonzosa confesión no correspondida. Nunca olvidaré la forma en que su piel se sonrojó de un bonito tono rosa cuando dije que era guapa. Me habría arrastrado por la mesa para besar esos labios carnosos cuando se fruncieron al soltar mis secretos entre nosotros. Tengo que metérmelo en la puta cabeza. Ella nunca querrá más que esto. Pero me niego a perderla. Sloane es la única persona en el mundo que puede mirar a mi monstruo y encontrar un amigo. Y sé que ella necesita un amigo tanto como yo. Tal vez más. —¿Estás bien? —pregunta, su voz apenas es más que un susurro. —Sí. Son sólo las drogas —miento de nuevo. Juro en este instante que será la última mentira que le diga a Sloane Sutherland—. Me siento como una mierda. La verdad. —Imagino que sí. Sé cómo va —dice. Retira el cuenco cuando parece razonablemente segura que he terminado—. Bueno, no la parte de comerse a la gente. Eso no lo sé.

Le dirijo una mirada poco entusiasta que solo sirve para iluminar su sonrisa antes que se dé la vuelta y se lleve el cuenco para dejarlo en el pasillo, murmurando para sí misma que se ocupará de él más tarde. Se oye un gemido de dolor en el extremo de la mesa y agradezco un poco tener algo más en lo que concentrarme aparte del ardor en la garganta. Miro hacia Thorsten. Y por primera vez, me centro realmente en la escena que me rodea. —Tejedora de orbes —susurro, con la respiración entrecortada en el pecho ante el hermoso horror de una intrincada telaraña que brilla a la luz de las velas—. Sloane... ¿cómo? Su sonrisa es tímida mientras se aparta de la mesa encogiéndose de hombros. —Tenía tiempo que matar. Sloane camina hacia Thorsten. Su cabeza cuelga contra su pecho mientras la sangre gotea por su cara desde las cavernas sin luz donde una vez estuvieron sus ojos. Se remueve un poco y gime antes de volver a caer inconsciente. —Ya casi está —le dice, dándole una palmada en el hombro mientras se detiene a examinar el patrón de sedal que hay detrás de él y que se extiende desde el suelo hasta el techo. Algunas líneas se cruzan, otras se superponen. Algunas son más gruesas que otras, las más finas están atadas con delicados nudos para sujetar el hilo más grueso en ángulos específicos o aproximaciones de curvas. En distintos puntos y profundidades hay finos trozos de carne colgando de la tela. Sloane saca un par de guantes de látex de una caja que hay sobre la mesa, luego una cinta métrica y dos trozos de hilo de pescar pre-cortado de calibre más fino. Tararea la música que suena de su propia lista de reproducción a través de un altavoz portátil mientras ata el primero de los dos hilos en la red por encima de la cabeza de Thorsten, utilizando la cinta métrica para distanciarse un metro del primer hilo para colocar el segundo. Una vez tomadas las medidas, vuelve a la mesa y me mira embelesada con una sonrisa ladina.

—Puede que quieras mirar hacia otro lado, niño bonito —dice, pellizcando el borde del plato de pan para deslizar los globos oculares más cerca de su extremo de la mesa. —Vete a la mierda. No soy remilgado. —¿Seguro? Mi estómago no está seguro. —Normalmente no soy aprensivo. Estaré bien. Sloane se encoge de hombros y arranca uno de los ojos del plato con dedos cuidadosos y delicados. —¿Cien por cien positivo? —Prefiero verte hacer adornos para la piel y para los ojos que ir a la cocina a ver a David Lobotomía. Vamos con eso. —Me parece justo. Sloane se dirige de nuevo a la telaraña, enrollando cuidadosamente el primero de los dos hilos medidos alrededor del ojo para atraparlo en el filamento transparente. —¿De verdad hiciste todo esto en un par de horas? —le pregunto. El dobladillo de su vestido sube por la parte trasera de sus muslos mientras se afana en hacer nudos con el cordel. Se me endurece la polla sólo de imaginarme cómo sentiría la curva de su culo en mis manos, la suavidad de su carne en mis palmas. —Primero hago cada capa en el hotel. Es más fácil pegarlas en hojas desplegables y luego enrollarlas para poder despegarlas al llegar aquí —responde mientras señala con la cabeza varios trozos de plástico fino como el papel arrugado en el suelo, junto a la pared—. Sabía que quería ponerlo en escena en el comedor, así que encontré las medidas en los registros de la inmobiliaria. Sloane se acerca a recoger el otro ojo y me dedica otra tímida sonrisa antes de volver a la red con su premio. Al igual que hizo con el primer ojo, enrolla el fino hilo de pescar alrededor del orbe y lo ata a su obra maestra antes de retroceder para examinar su trabajo.

—¡Voilà5! —exclama al oído de Thorsten, pero él no se despierta. Lo observa un momento, dándole un codazo en el brazo ensangrentado que tiene atado a la silla. Cuando sigue inconsciente, suspira y se vuelve hacia mí—. Este no es muy fuerte. Es la quinta vez que se me desmaya. —Para ser justos, le sacaste... —Arrancar, Rowan. Le arranqué los ojos. —Le sacaste los ojos. Aunque no sé, Mirlo... ese agujero del ojo de la izquierda parece un poco excavado. Se inclina hacia Thorsten con el ceño fruncido, escrutando las cuencas vacías de los ojos mientras yo muerdo una sonrisa. —¿Su izquierda? ¿O mi izquierda? —Su izquierda. —No me jodas, no tiene pinta de gubia —me dice. Su duda se convierte en ceño fruncido cuando mira hacia atrás por encima del hombro y capta la diversión en mis ojos—. Imbécil. Me río e intento esquivar la cinta métrica cuando me la lanza a la cabeza, aunque todavía estoy demasiado borracho y drogado para evitar que me golpee en el brazo. Cuando la miro a los ojos, intenta parecer enfadada, pero no lo está. —Dijiste antes que era un mapa —digo mientras me froto el antebrazo. Ella asiente—. ¿Cómo? Sloane sonríe, se acerca y se quita los guantes mientras me mira con sus brillantes ojos color avellana. Ese hoyuelo asoma junto a la comisura de sus labios mientras extiende una palma hacia arriba. —Te enseñaré, si crees que puedes mantenerte erguido sin vomitarme encima. Le doy una palmada y ella se ríe, pero me la tiende de nuevo y esta vez la tomo. La habitación se arremolina mientras me pongo de pie. No estoy muy convencido de poder mantener la compostura, pero Sloane espera, paciente y firme. Su agarre es un ancla. Cuando

5

Ahí está; ahí estás.

dejo de balancearme, ella sigue ahí, asegurándose que cada paso que doy sea firme mientras me conduce a su obra de arte. —Esta es la escala —me dice mientras señala los ojos situados a un metro de distancia por encima de la cabeza inconsciente de Thorsten—. Un metro equivale a diez kilómetros en este mapa. Sloane me acerca más. El calor irradia de su cuerpo para calentar su aroma a jengibre y vainilla. Me lleva hasta el borde de la primera capa de sedal y me suelta la mano para ponerse detrás de mí. Me rodea los brazos con los dedos y se pone de puntillas para mirarme por encima del hombro. —Es difícil, pero intenta imaginarlo en tres dimensiones. Una capa es para las calles. Otra es para los humedales. Otra es para los suelos —me dice. Me pone una mano delicada a cada lado de la cabeza y me desplaza para que pueda ver las capas en ángulo, donde la carne cortada está cuidadosamente atada en puntos específicos de la red—. Si esos investigadores idiotas tomaran cada sección del diseño y la pusieran por capas en el software ArcGIS, tendrían suficiente para hacer un mapa topográfico. —La pieza de su pecho en el centro de la red es esta casa. Cada trocito de Thorsten representa el último paradero conocido de las personas desaparecidas que ha secuestrado o asesinado. —El brazo de Sloane se apoya en mi hombro mientras señala un trozo de piel enrollado en hilo de pescar. Su aliento calienta mi oreja, provocando la subida de la piel de gallina en mi cuello—. Es para un hombre llamado Bennett al que mató hace dos meses. Lo tomé del bíceps de Thorsten. B de Bennett. Miro a Thorsten, que empieza a agitarse de nuevo. Le ha cortado la manga y tiene un trozo de carne en carne viva donde le han arrancado la piel. —Esto es mucho trabajo —digo cuando Sloane me quita las manos de la cabeza y se pone a mi lado. Me mira, con un tono rosado en las mejillas, antes de sonreír y poner los ojos en blanco. —Seguro que piensas que debería dedicarme al ganchillo, tener doce gatos y empezar a gritar a los niños del vecindario para que se vayan de mi jardín.

—Nunca. —Me giro hacia ella y la miro con recelo—. Bueno, quizá lo de gritar a los niños del barrio. Siempre aprobaré eso. ¿Pero esto, Mirlo? Esto es arte. Los ojos de Sloane se suavizan. Una leve sonrisa asoma por una comisura de sus labios. Podría inclinarme fácilmente e inhalar su aroma. Podría besarla. Pasar mi mano por su cabello negro. Decirle que me parece brillante, astuta y jodidamente hermosa. Que me divierto con ella. Que aunque me siento como una completa mierda ahora mismo, me decepciona que el juego de este año esté a punto de terminar, porque odio verla alejarse. ¿Lo que tenemos ahora? No es suficiente. Quiero más. Pero me temo que intentar presionarla sólo conseguirá alejarla. Con el modo en que se marchó del restaurante y lo que tardé en convencerla que volviera, es un riesgo que no estoy dispuesto a correr. Doy un paso atrás y oculto mis pensamientos tras una sonrisa arrogante. —Me sorprende que no tengas ya doce gatos. Me pareces de los que acaparan gatos. Sloane me golpea el brazo y me río. —Vete a la mierda, niño bonito. —Podrías ganar mucho dinero como influencer de arena para gatos en Instagram. —Iba a dejar que hicieras los honores y mataras a este pretencioso imbécil, pero me retracto totalmente. —Con una última mirada que no tiene ningún veneno detrás, Sloane se da la vuelta y se dirige de nuevo a la mesa para ponerse otro par de guantes de látex antes de tomar un bisturí. Thorsten se agita y gime, pero no está totalmente consciente hasta que ella gira el tapón de un frasco de sales aromáticas y se lo pone bajo la nariz. —Por favor, por favor para... —¿Sabes qué, Thorsten... o es Jeremy? Ese es tu verdadero nombre, ¿verdad? ¿Jeremy Carmichael? —Sloane se detiene junto a su hombro y mira a su web, alcanzando a tocar uno de los ojos

que mira a través de la habitación—. Me recuerdas a alguien que conocí una vez. Los gritos de Thorsten se vuelven más frenéticos cuando Sloane le pasa la punta del cuchillo por el cuello. Un leve rasguño recorre su piel y sonrío mientras se agita. Conozco su proceso habitual y sus próximos movimientos. Le hará un corte preciso en la yugular de un solo golpe y lo dejará desangrándose en su silla. El último toque de color en su lienzo perfecto. —Este hombre atrajo a la gente con promesas de seguridad y atención, para luego hacer todo lo contrario —dice mientras mira con desdén el cuerpo tembloroso de Thorsten—. Muy parecido a ti, en realidad. Nos atrajiste con la promesa de una comida y una buena compañía para luego drogarnos y engañarnos. No funcionó del todo como esperabas, ¿verdad? —Te lo ruego, lo siento, de verdad, yo... —¿Te suplicó David que pararas cuando decidiste jugar a la Barbie Lobotomía con su cara? Apuesto a que te suplicó, y a ti te encantó el sonido. Pero lo curioso es, Sr. Carmichael, que usted y yo tenemos algo en común. Le contaré un pequeño secreto —dice. Una sonrisa devastadoramente bella se dibuja en sus labios mientras se acerca a su oído—. A mí también me encanta el sonido cuando mis víctimas suplican. —No, no, no lo entiendes... ¡David! ¡David, ayúdame! Sus súplicas de ayuda quedan sin respuesta cuando Sloane retrocede y regresa a la mesa para cambiar su bisturí por su hoja de Damasco. La cabeza de Thorsten oscila de un lado a otro mientras pierde la pista de su paradero bajo sus gritos desesperados y balbuceantes. Pero Sloane no hace ruido mientras se acerca sigilosamente a su presa. Se mueve como un búho en vuelo, fluida, silenciosa y grácil. Depredadora y poderosa. —El hombre al que me recuerdas, presentaba al mundo una máscara tan civilizada, pero por debajo, era un demonio. Prometió la mejor educación. Las mejores oportunidades para los estudiantes dotados en las artes. Prometió un lugar seguro para aprender y la mejor oportunidad de entrar en las universidades más exclusivas para aquellos de nosotros cuyos padres eran lo suficientemente

ricos como para pagar el precio. Y como los míos nunca estaban, no se dieron cuenta del precio que realmente pagué. Por todas las veces que he pensado que mi alma era poco más que una puta piedra, Sloane Sutherland me demuestra lo contrario. Sus palabras resuenan en mi cabeza hasta que mi imaginación me lleva a todas las posibilidades oscuras y terribles. Mi corazón golpea cada hueso en su camino hacia el suelo. Todo lo que queda detrás es un espacio negro que arde más con cada latido hueco. —Podría soportarlo —dice—. Podía sobrellevarlo. Tenía un final a la vista. Y, en cierto modo, estaba aprendiendo. Estaba aprendiendo a mantener mi rabia y mi oscuridad bajo una máscara para poder seguir en el mundo. Así que mantuve la boca cerrada mientras regalaba pedazos de mí. Pero ¿sabes cuál es el precio que no pude pagar? —pregunta mientras se detiene detrás de Thorsten. Su sonrisa ha desaparecido. Mira fijamente hacia delante, con los ojos casi negros en la penumbra. Su voz es grave y destila amenaza cuando dice—: El precio que nunca pude pagar fue Lark. El hielo infunde mis venas. Un escalofrío se extiende por mis brazos. Me recorre la columna vertebral. —Era la única persona que me importaba. Cuando descubrí lo que le estaba haciendo, lo que había estado ocultando, yo también me escondí. Esa misma noche en que me confesó los pecados de otra persona, esperé en las sombras. Hice un voto en la oscuridad. Que acabaría con todos los que pudiera encontrar como él. Que no pararía hasta encontrar a los peores, los más oscuros, los más depravados, y los borraría del mundo, uno a uno. Y me prometí a mí misma que nunca dejaría que nadie volviera a hacer daño a alguien que me importara. Los brazos de Sloane se alzan a ambos lados de la cabeza de Thorsten, el mango del cuchillo agarrado con ambas manos, su piel blanqueada sobre los nudillos. —Así cumplo mi promesa —dice. La música resuena por los altavoces. Es una maldita virtuosa, rodeada de su obra maestra. Espera una sola palabra del hombre que tiene debajo, esperando la nota perfecta.

—Por favor... Sloane hunde la hoja en el estómago de Thorsten. —Ya que lo has pedido tan amablemente, derramemos juntos la inmundicia de tus entrañas —ella grita, arrastrando el afilado acero hacia arriba a través de su abdomen con la melodía de su grito abrasador. Sangre y vísceras inundan la línea recta tallada en la carne de Thorsten. Una respiración agitada brota del pecho de Sloane, que libera el cuchillo y mancha de carmesí la alfombra con el giro de su mano. El lamento de Thorsten se ralentiza hasta que se queda en silencio bajo la mirada amenazadora y vigilante de Sloane, y con unas últimas respiraciones entrecortadas, muere atado a su silla ornamentada. Una carga eléctrica nos rodea. El aroma de la sangre caliente perfuma el aire. La luz de las velas parpadea en la red. Cada detalle se agudiza, como si el universo se hubiera reducido a esta única habitación. Y Sloane la diosa del caos en el corazón de todo. Hay un escalofrío en su cuchillo. Mi mirada recorre lentamente la longitud de su brazo. Sus hombros tiemblan, su atención agudizada en algún recuerdo lejano traído demasiado cerca de una superficie turbia de otro lugar en el tiempo. Lo sé porque a veces yo también lo siento, como lo siento ahora en ella. Se refleja en sus ojos sin luz. No debemos confiar en ninguno de los dos. Podría volverse contra mí mientras está atrapada en esta niebla letal. Pero cuando veo el primer temblor de sus labios mientras una lágrima se desliza por su mejilla pecosa, sé que correría cualquier riesgo por Sloane. Me acerco con pasos cuidadosos y medidos. No se mueve cuando le rodeo la muñeca con la mano y le arranco el mango del cuchillo. Lo dejo sobre el regazo ensangrentado de Thorsten y ella ni siquiera se mueve, con la mirada atrapada en otro momento del tiempo. —Tú estás bien. Lark está bien —susurro mientras deslizo un brazo por su espalda. Como Sloane no reacciona, la rodeo también

con el otro brazo, hasta que queda enjaulada en mi abrazo—. Lo has hecho bien. No hay ningún cambio en ella, ni siquiera cuando aprieto los brazos o apoyo la cabeza en su hombro. —Yo también estoy bien —continúo—. Aunque puede que necesite algún antiácido. Hay algo en ese aliño casero que no me siento del todo bien. No sé qué puede ser. Sloane suelta una carcajada y apoya parte de su peso en mi pecho. Dondequiera que haya ido, en este momento sé que puedo traerla de vuelta. —David podría tener algunos consejos para mí. Parece que no tiene problemas con la cena. —Está muy mal, Rowan —dice en mi camisa, con la voz apagada—. Cuando fui a la cocina por el cuenco, tenía medio eslabón de salchicha colgando de la boca. —Eso no suena tan mal... —Estaba crudo. —De acuerdo, sí. Eso está bastante mal. —Me trago las incómodas protestas de mi estómago y limpio las imágenes de mi mente con una profunda bocanada del aroma a jengibre de Sloane. No quiero soltarla, pero el tiempo siempre juega en mi contra cuando se trata de ella. Trabaja en mi contra casi tanto como ella. Sloane se tensa en mi abrazo y la suelto antes que pueda separarse. —Probablemente deberíamos ir a ver cómo está —le digo, desviando mi atención cuando me mira con una pregunta en el ceño fruncido. —Sí, supongo que probablemente deberíamos. Sloane se mueve a mi alrededor, con la mirada baja, mientras me guía fuera del comedor. Cuando me ofrezco a llevarme el cuenco de metal, se niega, alegando que podría derramarlo por las paredes y darle el doble de trabajo de limpieza, pero no creo que esa sea

toda la razón. Quizá se sienta culpable por no haberme hablado antes de Thorsten. Tal vez necesita otra cosa en la que concentrarse. O tal vez, sólo tal vez, es porque quería decir lo que dijo. Que le importo. Reflexiono sobre su razonamiento mientras sigo a Sloane por el pasillo, con el cuenco tan lejos de su cara como puede sin riesgo de derramarlo. Sus pasos se ralentizan hasta que se detiene justo antes del umbral de la cocina. Cuando me detengo a su lado, me mira con una mueca, la nariz arrugada, una pequeña salpicadura de sangre rocía la mejilla como un eco carmesí de sus pecas naturales. Si pudiera, se la tatuaría en la piel. Jodidamente adorable. —Está demasiado tranquilo —susurra—. No me gusta. —Tal vez se alejó. —O tal vez está en coma de carne humana. —Cristo. Demasiado pronto. Nos inclinamos hacia delante y miramos a través de la puerta. David está sentado en la encimera, con las piernas balanceándose y la mirada perdida mientras se lleva a la boca con una cuchara lo que parece ser helado de galletas y nata directamente de la tarrina. —Es un alivio —digo mientras suelto un suspiro contenido. —Está viviendo su mejor vida. —Sloane baja los hombros y observa a David por un momento antes de dirigirse a la habitación con pasos cuidadosos como para no asustarlo. Él sigue sus movimientos cuando ella se detiene en el fregadero para tirar el contenido del bol antes de rociarlo todo con lejía, pero él no se mueve, solo sigue hurgando lentamente en el helado. Me apoyo en el marco de la puerta y cruzo los brazos mientras miro a Sloane trabajar en el fregadero. —¿Cuándo descubriste quién era Thorsten? —Más o menos enseguida. —Se encoge de hombros, con la atención aún puesta en sus manos mientras lava el cuenco más a

fondo de lo que probablemente requiere—. Oí hablar de un asesino caníbal en el Reino Unido de hace unos años que no había aparecido últimamente. Cuando Lachlan nos dio la localización e investigué las desapariciones cercanas, encajaban con el mismo perfil que las víctimas de su anterior localización. Después de eso, revisé las compras inmobiliarias locales de los últimos años y bingo, lo encontré. —¿Consideraste en algún momento que podrías querer darme una pista sobre un caníbal que nos invita a cenar? —le pregunto. Sloane se encoge de hombros, su atención aún no se desplaza hacia mí. —Tal vez. Sobre todo cuando estaba raspando carne humana de tu lengua. Hasta entonces, no, no puedo decir que lo hiciera. Insististe en colarte en mi invitación a cenar, después de todo. —Cristo. Suelta una risita, claramente encantada consigo misma. Sus ojos brillan de diversión cuando se vuelve hacia mí mientras se seca las manos con una toalla de papel. —Al final salió bastante bien, ¿no crees? —La verdad es que no. Sloane sonríe mientras se dirige hacia David, cuya atención está consumida por el helado que tiene entre las manos. Me lanza una mirada insegura antes de detenerse junto a sus piernas oscilantes. —Hola, David. Soy Sloane —dice. Él no reconoce sus palabras, sólo la mira mientras se lleva una cucharada de helado a la boca— . Tal vez deberíamos tomar un descanso de la comida, ¿qué dices? La sonrisa de Sloane es dulce, sus movimientos fluidos y elegantes cuando agarra el helado con una mano y la cuchara con la otra, y luego se las quita suavemente a David. Él no protesta y cede ambos objetos a petición de ella. Su hoyuelo es una sombra de diversión contenida mientras mantiene la mirada fija en el simple recipiente blanco que tiene en la mano. Sigue leyendo la etiqueta casera cuando se detiene frente a mí.

—Puede que nunca vuelva a ver el helado de la misma manera. —No quiero saberlo. —Ingredientes: crema... —Sloane... —Sugar... —Te lo suplico —digo, pero en cuanto -te lo suplico- sale de mis labios, la sonrisa de Sloane se enciende. Se me revuelve el estómago de la forma más incómoda. Sloane se aclara la garganta. —sem*n, ordeñado del diez al trece de abril. Es un interesante sustituto de la sal... La empujo y vomito en el lavabo al son de su risa traidora. Dios, creía que ya no quedaba nada, pero me equivoqué. Tardo un buen rato en recuperarme antes de enjuagarme la boca y en el lavabo, con la respiración y el equilibrio agitados. —Por Dios. Qué puto bicho raro —digo mientras me limpio una fina capa de sudor de la frente y me giro para mirar a Sloane, que está de pie junto a David con los brazos cruzados y una sonrisa de comemierda en los labios. —Sí, era un tipo extraño. —Todavía no estoy seguro de si estoy hablando de Thorsten o de ti. Sloane suelta una risita y se encoge de hombros. —Tal vez sea divertido ver al perfecto niño bonito un poco desordenado para variar. Mi mirada oscura sólo parece divertirla aún más. —Creo que eso ya lo has visto muchas veces —respondo mientras los recuerdos del partido del año pasado afloran a la superficie. Aún recuerdo el tacto de Sloane cuando me vendó los nudillos ensangrentados, aún siento el calor de sus dedos sobre mi piel.

—Eso era diferente —dice—. Ese eras tú en tu elemento natural. Esto... definitivamente no es eso. Resoplo en señal de acuerdo, pero no digo nada más. —Pero, como que me debes un extra por la victoria de este año —dice Sloane mientras se acerca. Le dirijo una mirada suspicaz mientras me apoyo en el fregadero de acero inoxidable. —¿Cómo lo sabes? —Salvarte de la asfixia, para empezar. Pensé que eso era obvio —responde encogiéndose de hombros. Se detiene justo fuera del alcance mientras muerde el borde de su labio inferior—. Creo que tengo que hacer una reclamación. —¿Una reclamación? —Un reclamo de victoria. —Espera —digo, sacudiendo la cabeza—. No hice un reclamo de victoria el año pasado cuando le di una paliza a ese pedazo de mierda por espiarte. —Para ser justos, también me espiaste un poco. Me burlo, pero suena forzado. —No lo hice. —¿No? Por lo que recuerdo, estabas casi en la pared, así de fuerte escuchabas cómo me corría. —Estaba escuchando a ese hijo de puta de corbata rosa excitándose contigo. Así que, no. —Claro —dice con una mirada rotunda. Se vuelve hacia David y lo observa durante un largo rato antes de girar sobre sus talones y mirarme con ferocidad en sus ojos verdes y dorados—. David. Mi mirada se desplaza hacia la expresión vacía del hombre que está sentado en la mesa de preparación, con las piernas aun balanceándose en círculos. —¿Qué pasa con él?

—Dale un trabajo. Resoplo una carcajada. —Un trabajo. —Otra sonora carcajada sale de mi pecho antes que asimile la realidad. Lo dice muy en serio—. ¿Qué mierda? —Ya me has oído. Un trabajo. —Los ojos de Sloane se entrecierran cuando niego con la cabeza. Se acerca un paso y me clava una mirada asesina—. No podemos dejarlo así. —Claro que podemos. Debería alegrarse de no haber sido devorado. Está a salvo. Esquivó una bala. O un tenedor —le digo. —Y ahora no tiene nada. Podrías darle un lugar donde trabajar. Un propósito. —¿Te has dado cuenta que estamos en la jodida California? Yo vivo en Boston, Sloane. ¿Cómo demonios voy a llevarlo de aquí para allá sin levantar sospechas? —No sé —dice encogiéndose de hombros, con expresión indiferente ante el dilema que me ha planteado—. Si nadie ha denunciado su desaparición, podrías... llevártelo. —No es como Winston. No puedo meterlo en un transportín y traerlo conmigo. Sloane suspira y trata de contener una mirada que está desesperada por soltar. —En mi investigación no encontré nada sobre una persona desaparecida que coincidiera con su descripción en la zona. Si Thorsten quería un sirviente a largo plazo, probablemente se llevó a alguien cuya ausencia nadie echaría de menos. Podrías decir que es tu hermano. No es como si fuera a decirles algo diferente. —Esta es una idea épicamente mala, Mirlo. —Entonces déjalo en el hospital y vete. Si su reaparición llega a las noticias, podrías acercarte y ofrecerle una cita. Sólo di que te conmovió su historia o algo así. —Yo no. —Miro a David, que me observa sin chispa de interés o conciencia—. No te ofendas, colega.

No responde. Me arrastro una mano por la cara y la clavo en ella una mirada suplicante. —Mira, Mirlo, es muy dulce lo que intentas hacer por él. De verdad. Pero es mucho pedir, y podría estar mejor aquí. Seguro que tiene familia en alguna parte, gente que necesita saber dónde está y que querrá cuidar de él. Ni siquiera sabemos lo que puede y no puede hacer ahora, gracias a ese cabrón de Thorsten. —Apuesto a que podría lavar platos. —Sin inmutarse, Sloane se aleja de mí y se acerca a David. Su mano se pliega alrededor de su muñeca y él mira hacia abajo a su toque—. Ven conmigo, ¿de acuerdo? Con unos suaves tirones, David se desliza fuera de la mesa y sigue a Sloane. Les hago sitio para que se detengan junto al lavavajillas comercial. Ella toma unos cuantos platos y se los entrega a David antes de guiarlo hasta la rejilla, con su sonrisa alentadora, ese maldito hoyuelo que me llena de calidez y consternación a partes iguales. —¿Puedes ayudarme con los platos, David? Sólo tienes que ponerlos en la rejilla y luego abrirla así. —Ella le muestra cómo abrir y cerrar el lavavajillas independiente antes de guiarle para que llene el cesto, lo que hace un poco más rápido de lo que esperaba. Con su ayuda, supera con éxito todos los pasos siguientes y, cuando termina el ciclo, saca la vajilla limpia y la deja enfriar en la encimera—. Ha sido increíble. ¿Ves, Rowan? Lo ha conseguido sin problemas. Resisto el impulso de gemir cuando la brillante sonrisa de Sloane se posa en mí. —Por el amor de Dios. Pareces un niño pidiendo caramelos. —¿Por favor? Súper por favor. Con cerezas por encima —dice cuando se detiene frente a mí. Sus delicadas manos se enroscan alrededor de mis bíceps en un toque inusualmente atrevido, sus uñas rojas como garras contra mi piel—. Incluso te daré una victoria para compensarte por lo del año pasado. Lo que tú quieras.

Trago saliva y resisto el impulso de atacarla o salir corriendo. Mantengo los pies en el suelo y entrecierro los ojos con escepticismo. —¿Lo que yo quiera? Ella asiente, pero frunce el ceño como si estuviera empezando a darse cuenta de en qué se ha metido. Mi lenta sonrisa es perversa. —Estás cien por cien segura de esto. Su cara se contrae. Mi sonrisa se estira. David eructa. Y así, sin más, mi sonrisa desaparece. —Joder. Me voy a arrepentir de esto, ¿no? Sloane rebota en su sitio. —Voy a cobrar —advierto. —Lo sé. —Y tú me ayudas a limpiar. —Pensé que eso era obvio, ya que acabo de lavar tu tazón de vómito. Suelto un suspiro pesado y prolongado. —Bien —digo con un gemido, y Sloane resplandece. Rebota en su sitio. Puede que incluso chille. Creo que nunca la había visto saltar o chillar, y no estoy seguro que sea tanto por David como por convencerme de algo que ella realmente quiere. —Gracias —chilla. De un salto, me besa en la mejilla. Y entonces desaparece, el eco de su contacto se desvanece como si nunca hubiera sido real, sólo imaginado. Pero creo que capto un hilo de rubor en su mejilla cuando se da la vuelta. Creo que me lo oculta mientras recoge provisiones para empezar a limpiar. De

hecho, lo sé. Está en la tímida sonrisa que esboza en mi dirección antes de bajar la cabeza y marcharse al comedor. Hacen falta unas cuantas horas de limpieza para borrar nuestra presencia de la casa de Thorsten. Cuando terminamos, mantengo a David ocupado en la cocina cargando los mismos tres estantes de platos una y otra vez, y luego acompaño a Sloane fuera. Permanecemos en silencio, ambos mirando las pocas estrellas cuya luz penetra la contaminación de la ciudad que se extiende más allá de las oscuras colinas. Hace sólo unas horas sentíamos como si el universo se hubiera derrumbado sobre nosotros. Todo su poder estaba afilado en una sola hoja. Y ahora somos un soplo fugaz de tiempo bajo la luz de las estrellas. Es la voz de Sloane la que rompe la noche. —Creo que ahora somos oficialmente mejores amigos —dice. —¿Ah, sí? ¿Quieres ir a hacer karate en el garaje? Sloane sonríe a sus pies. Su hoyuelo es una sombra a la luz del porche. Mi corazón sigue dando vueltas cuando su sonrisa se desvanece. —Mentí, por cierto —dice. Ojalá me devolviera la mirada, pero no lo hace. No se atreve. Así que me tomo un segundo para memorizar los detalles de su perfil, porque sé que lo más difícil está por llegar, igual que el año pasado, igual que en el restaurante. —¿Mentiste sobre qué? —pregunto. La delicada columna de su garganta se desplaza al tragar. Y entonces gira la cabeza, lo justo para dejarme ver sus ojos y una sonrisa melancólica que inclina una comisura de sus labios y deja entrever el leve rastro de su hoyuelo. —Boston. No estaba allí para una reunión. Sus palabras resuenan en mi cabeza y, antes que pueda asimilarlas o preguntarle qué quiere decir, se sube el bolso al hombro y se marcha.

No sólo odio esta parte. La detesto. —Nos vemos el año que viene, carnicero —dice, se mete en el auto y desaparece en la noche. Yo también mentí, quiero decir. Pero no tengo la oportunidad.

—Más tetas. —¿En serio? —Más. Tetas. Miro mi vestido negro y vuelvo a la pantalla del portátil, donde Lark tiene las manos bajo los pechos, empujándolos hacia arriba. Un profundo suspiro sale de mis labios. El corazón me late con fuerza desde hace una hora. ¡Y piensa! Sólo falta una hora. Mi ritmo cardíaco se duplica. —¡Ve a lo grande o vete a casa, Sloaney! —Lark repica a través del altavoz del portátil—. ¡Tetas! Un gemido conflictivo retumba en mi pecho. —De acuerdo... —¡Ese es el espíritu! Resoplo una risa inestable y me dirijo a mi equipaje para tomar lo que Lark llama el "vestido de emergencia". Es un vestido de cóctel de terciopelo burdeos de inspiración vintage, ceñido a las curvas, con detalles de encaje negro festoneado que bordean el escote. Me queda como una segunda piel. Me quito el vestido a la vista de Lark y me calzo unos sencillos tacones negros mientras me miro en el espejo de pie que hay junto al televisor. Me siento como la chica de

una película retro. Respiro hondo y deslizo las manos por las ondas de la suave tela para ponerme a la vista de la cámara. —Ese es —dice Lark con palmadas de felicidad mientras rebota en el borde de su cama de vuelta a Raleigh—. Cien por cien. Cabello suelto. Hazte unas ondas al estilo del viejo Hollywood. Estrella de oro. Dos estrellas de oro. Una para cada teta. Si estuviera aquí, me pondría una estrella dorada en las tetas. Siempre lleva consigo pegatinas con estrellas doradas, sobre todo para los niños con los que trabaja como musicoterapeuta cuando no está de gira actuando, pero no tiene miedo de sacarlas también para los adultos. —¿Estás nerviosa? —me pregunta mientras recojo el portátil y me lo llevo al baño para empezar a peinarme. —No, por supuesto que no —digo sin palabras mientras Lark levanta una ceja escéptica en la pantalla—. Estoy jodidamente aterrorizada. Y emocionada. Y nerviosa. Y un poco nauseabunda. Hace casi ocho meses que no veo a Rowan en persona. Durante los primeros seis meses, hablamos casi todos los días, de una forma u otra. A veces sólo textos cortos. A veces sólo un meme, o un artículo que la otra persona disfrutaría, o un vídeo divertido. A veces, eran largas videollamadas. Pero últimamente, desde que está trabajando en la apertura de un segundo restaurante, ha disminuido. Aunque respondo enseguida a sus mensajes, a veces tarda una semana en contestar. Superficialmente, parece la situación ideal para mí. Hay menos presión. No estoy acostumbrada a tener gente alrededor. Incluso cuando Lark y yo nos hicimos íntimas en el internado, me llevó mucho tiempo sentirme cómoda con ella. Es como Rowan en el sentido que me ha agotado, abriéndose camino a través de las defensas que he mantenido en torno a mi naturaleza solitaria. Su luz es imparable. Atraviesa todas las grietas. Y ahora, después de los años que han pasado desde que nos conocimos, la extraño cada vez que se va. Como lo extraño a él.

—Se va a quedar boquiabierto con esas tetas —dice Lark. Resoplo una carcajada. —No sería la primera vez. —Mi sonrisa se desvanece rápidamente mientras enchufo el rizador y me paso un poco de crema de peinar por el cabello con los dedos—. Necesito algo más que tetas. —Tú también tienes asesinato, a él le gusta eso. Pongo los ojos en blanco y la miro fijamente a través de la pantalla. —Tetas más asesinato no es igual a una relación, Lark. Esas matemáticas no son matemáticas. Nos quedamos en silencio mientras empiezo con los primeros rizos. Está bromeando sobre la parte del asesinato, por supuesto. Eso ya lo sé. Y sé lo que siento por Rowan. Cuanto más hablamos, más nos reímos y jugamos, más me cuesta imaginar mi vida sin él. Pero tengo mucho miedo. Más miedo de querer algo más que una amistad con Rowan que de cualquier otra cosa que haya hecho en mi extraña y poco convencional vida. Realmente no hay mucho que me asuste, como si esa sensación se hubiera embotado. Entonces, ¿por qué esto? ¿Por qué esto me calienta la piel y me resbala las palmas de las manos y me carga el corazón de latidos galopantes? Ya sé por qué. Porque aparte de Lark, nadie se ha quedado por aquí. Ni siquiera mis padres. ¿Y si no merece la pena conservarme? —Hola —dice Lark, su suave voz es un salvavidas en la resaca de pensamientos oscuros—. Esto va a ser genial. Asiento con la cabeza. Mis ojos permanecen fijos en mi reflejo mientras enrosco otro rizo alrededor del metal caliente. ¿Y si lo he entendido todo mal? ¿Y si todo lo que siento está en mi cabeza? ¿Y si me ha estado evitando? ¿Y si no me quiere? ¿Y si me pasa algo que no se puede arreglar? ¿Y si intento algo más con

Rowan y la cago? ¿Y si no quiere volver a verme? Podría irme ahora. ¿Y si lo hago? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...? —Sloane. Sal de tu cabeza y habla conmigo. Las lágrimas cristalizan mis ojos cuando los vuelvo hacia la pantalla. Me trago el dolor de garganta. —Tiene una gran vida, Lark. Muchos amigos. Tiene otro restaurante que está casi listo para abrir. Tiene a sus hermanos. Yo sólo... —Me encojo de hombros y me paso un pulgar por debajo de las pestañas—. No sé si lo que tengo que ofrecer se compara con todo eso, ¿sabes? —Oh, Sloaney. —Lark se lleva una mano al corazón. Le tiembla el labio, pero pone una expresión decidida mientras agarra el portátil y acerca la cámara a su cara—. Escúchame. Eres increíble, Sloane Sutherland. Eres brillante, tan valiente, leal hasta el fin del mundo. Te propones algo y lo consigues, joder. Trabajas duro. Eres divertida. Me haces reír cuando creo que no puedo. Por no mencionar que estás buenísima. Una cara preciosa. Tetas de estrella dorada. Mi risa sale estrangulada. Dejo el rizador y me agarro al borde de la encimera mientras sacudo la cabeza e intento respirar sin sentir el escozor en la nariz. —Has tenido que encontrar consuelo en estar sola porque no te ha quedado más remedio. Pero por mucho que te guste, también te sientes sola —continúa Lark—. Sé que tienes miedo, pero te mereces ser feliz. Así que pon un poco de esa valentía al servicio de ti misma, para variar. Rowan sería muy afortunado de tenerte. Me muerdo el labio y me miro los nudillos blanqueados. Lark suspira. —Sé lo que estás pensando, cariño —dice—. Lo llevas escrito en la cara. Pero no eres indeseable, Sloane. Porque yo te amo. Y él también podría, si le das la oportunidad. Le dijo esas cosas dulces sobre ti al tipo caníbal, ¿verdad? —Sí, pero estaba borracho y no estaba en su mejor momento, ¿sabes? Además, fue hace un año. Ni siquiera recuerda que dijo esas cosas.

—Puede ser, pero te pidió que fueras hasta allí para verlo, ¿no? —Le debía una victoria. Además, dentro de dos días es su cumpleaños, no podía negarme. —Cariño —dice sacudiendo la cabeza—. Rowan podría haber pedido a otra persona que lo acompañara si hubiera querido. Te lo pidió a ti. Tiene razón, podría habérselo pedido a otra. Cuando llamó el mes pasado para reclamar la victoria que le debía desde Virginia Occidental, había dicho que quería divertirse en la gala anual de Best of Boston para variar. —Eres la única persona con la que puedo divertirme de verdad — me dijo cuando me envió la petición por FaceTime. Podría haberme echado atrás. No es el momento ideal: mañana a primera hora tengo una reunión en Madrid. Pero no me opuse. Sinceramente, me sentí aliviada al oír su voz después de semanas de casi nada. Le dije que cumpliría mi parte del trato y luego cambié mis vuelos para ir a la reunión desde Boston en lugar de Raleigh. Y ahora estoy aquí, preparándome para pasar la noche con Rowan, sin saber qué esperar. Respiro hondo y suelto mi agarre del borde del mostrador. —Tienes razón. —Lo sé. Suelo hacerlo —dice. Encuentro la mirada de Lark a través de la pantalla y me guiña un ojo—. Ahora péinate, maquíllate y ve a divertirte. Te lo mereces. Le lanzo un beso a Lark, que se lo aprieta en la mejilla antes de devolvérmelo. Me regala una sonrisa brillante y desconecta la videollamada. Cuando se va, pongo música, una lista de canciones de Lark mezcladas con otras que me recuerdan a ella. Y pienso en ella. En todo lo que dijo. En lo intensa que ha sido mi vida desde que ella forma parte. Estoy lista para irme, sentada en el borde de la cama con la rodilla rebotando, cuando Rowan me manda un mensaje para decirme que está abajo, en el vestíbulo.

Me miro por última vez en el espejo y salgo por la puerta con el embrague en la mano. El trayecto en ascensor es el más largo de mi vida. Cuando por fin se abre la puerta, lo primero que veo en el vestíbulo del hotel es a él, con la espalda ancha hacia mí y la cabeza inclinada. Mi teléfono zumba en mi bolso. Lo saco y leo el mensaje. Carnicero: Seré el niño bonito con traje negro. Yo: Ya lo veo. Pero no estoy segura de cómo voy a evitar que se te suba a la cabeza si te ves tan bien. Rowan levanta la cabeza y se vuelve hacia mí. Es tan guapo que me deja sin aliento. Lleva el cabello peinado hacia atrás, el traje perfectamente entallado, los zapatos lustrados y una sonrisa radiante eclipsa su momentánea sorpresa. Se guarda el teléfono en el bolsillo y cruza el vestíbulo sin apartar los ojos de mí. Cuando se detiene a mi alcance, sus ojos recorren cada centímetro de mi cuerpo, absorbiéndome sin pudor. Siento su mirada por todas partes. Mis labios, rojo carmesí. Mi cabello, con las ondas sujetas a un lado por un brillante pasador de estrellas. Mi cuello, rociado con perfume Serge Lutens Five O'Clock Gingembre y adornado con un sencillo collar de oro. Mis pechos, como era de esperar, y su atención se detiene ahí un momento antes de bajar hasta los dedos de los pies y volver a subir. —Pareces... —Sacude la cabeza. Traga saliva. Se recompone—. Estás preciosa, Mirlo. Estoy tan feliz que estés aquí. Acorta la distancia que nos separa y me abraza, y le devuelvo el abrazo, con los ojos cerrados mientras respiro profundamente su aroma, cálido aroma a salvia y limón con un toque de especias. Por primera vez en las últimas horas, mi corazón se ralentiza, aunque sigue latiendo con fuerza. Hay algo en todo esto que me resulta extraño y, a la vez, adecuado. Rowan me libera de su abrazo, pero me sujeta los brazos con sus cálidas palmas. Y entonces sus labios se posan en mi cuello, donde me tiembla el pulso. Se me corta la respiración y el beso dura un instante, lo suficiente para grabarse en mi memoria para la eternidad.

Hay una carga eléctrica en el aire entre nosotros cuando se aparta para mirarme con una sonrisa ladeada. No tengo ni puta idea de cómo un hombre puede parecer tan engreído y sonrojarse al mismo tiempo, pero es embriagador. —Te habría besado la mejilla —me dice mientras me recorre con los dedos la piel donde ha apretado los labios—. Pero no quería estropearte el maquillaje. Aprieto los labios en torno a una sonrisa que pide ser liberada. Sé que puede ver cómo mis ojos bailan de sorpresa y diversión. Él traga. —¿Cuál es tu punto de vista, niño bonito? —Para sonrojarte, claro. —Me guiña un ojo y me toma la mano, aparentemente ajeno a la cacofonía de pensamientos que se agitan en mi cabeza con el simple contacto de su palma con la mía—. Vamos. El auto está esperando. Vamos a pasar una noche divertida, Mirlo. Garantizado. Rowan me guía hasta las puertas del vestíbulo y el camino de entrada circular, donde hay aparcado un Escalade negro, con un conductor esperando junto a la puerta trasera del pasajero, que abre cuando nos acercamos. Rowan me toma de la mano mientras subo al vehículo y luego camina hacia el otro lado para dirigirnos al Hotel Omni Boston, en el Seaport, donde se celebrará la gala. —Esto es muy elegante, Carnicero —digo mientras paso la mano por el asiento de cuero—. Pudimos haber tomado un Uber, ya sabes. Rowan me toma la mano y la sujeta en el asiento vacío que hay entre nosotros mientras intento que la sorpresa no me recorra la cara. —No voy a llevar a la chica más guapa de la noche al evento social del año en un puto Honda Accord. —¿Qué tiene de malo un Honda Accord? —pregunto mientras una ráfa*ga de mariposas baila por mi caja torácica—. Yo conduzco uno. Rowan se burla y pone los ojos en blanco. —No, no lo haces. Conduces un BMW serie 3 plateado.

—Acosador. —Por cierto, te falta un cambio de aceite. —No lo hace. —Mentirosa. El auto lleva literalmente tres semanas diciéndote "cámbiame el puto aceite, maldita". Suelto una carcajada y golpeo a Rowan en el brazo. —¿Cómo lo sabes? Sonríe y se encoge de hombros. —Tengo mis maneras. —Su teléfono suena en la chaqueta y me suelta la mano para leer el mensaje con el ceño fruncido—. De todos modos, pensé que estaría bien darme un capricho para variar. Me siento como si hubiera estado con la cabeza agachada, lidiando con un problema tras otro entre los dos restaurantes. Me vendría bien una noche divertida con mi mejor amiga. El corazón me da un vuelco en el pecho, como si de repente estuviera al revés. Como si todo lo estuviera. El apretón de manos. El beso en mi pulso. Tal vez leo demasiado en estos pequeños gestos. ¿Y si todo lo que siento está en mi cabeza? Me aclaro la garganta y enderezo la columna, cruzando ambas manos sobre el reluciente clutch que descansa en mi regazo. —¿Cómo te va con el nuevo lugar? Rowan ladea la cabeza y se concentra en la pantalla del teléfono mientras teclea una respuesta. —No está mal. Mucho trabajo. Todavía estamos en camino de lanzar en octubre, pero las actualizaciones eléctricas han sido una perra. —¿Cómo está David? ¿Sigue bien? Al oír esto, suelta una carcajada y bloquea la pantalla antes de guardarse el celular en el bolsillo.

—Genial, la verdad. Le he pedido a Lachlan que vuelva a buscar informes de personas desaparecidas que se ajusten a su descripción, pero aún no hay nada. Y David ha sido un buen ayudante. Es constante con los platos. Fiable. Desde la última vez que hablamos, está en un nuevo hogar de acogida, que lo lleva y lo recoge en cada turno cuando uno de los empleados de cocina no puede llevarlo. Funciona muy bien. —Me alegro —digo con una sonrisa mientras me quito las ondas del hombro, un movimiento que Rowan sigue con gran interés antes de dirigir su mirada a las calles de la ciudad que pasan junto a su ventana. —A mí también. Al menos una cosa va bien en 3 In Coach. Parece que todo lo demás ha sido un maldito circo en los últimos meses. Sé que forma parte de la naturaleza del negocio: las cosas se rompen y hay que arreglarlas. Las cosas inevitablemente van mal. Pero últimamente... parece que es mucho. Pongo una mano en la muñeca de Rowan y él baja la mirada hacia el punto de contacto antes de encontrarse con mis ojos con el ceño fruncido. —Oye, al menos tienes este premio esta noche. Tercer año consecutivo, ¿no? Sé que ha sido una mierda gestionarlo, pero sigues haciéndolo bien. La expresión de Rowan se suaviza y, por primera vez, noto los sutiles indicios de estrés en su rostro, la insinuación de ojeras bajo sus ojos. —Y si algo se tuerce, sé lo que puede ayudar —le digo con un movimiento de cabeza. Sus ojos se clavan en mi hoyuelo y se entrecierran—. Ensalada Niçoise de ternera. Rowan gime. —Con aderezo casero de Dijon. —Mirlo... —Y tal vez algunos... —No lo digas... —-Galletas y helado de crema para el postre.

Me pincha en las costillas y chillo con un sonido que nunca antes había emitido. —¿Sabes que no he podido comer helado desde entonces? —me pregunta mientras yo suelto una risita ante la avalancha de pinchazos—. Me encantaban los helados, gracias. —No es culpa mía —resoplo cuando por fin me suelta—. Solo me aseguraba que estuvieras informado de los ingredientes, por si querías algo dulce para seguir tu experiencia gastronómica única. —Claro. Muy creíble. El vehículo aminora la marcha y gira hacia la entrada del recinto, deteniéndose frente al edificio de cristal donde llegan otros asistentes a la gala con sus brillantes vestidos y elegantes trajes. Tiro del dobladillo del vestido, que me llega justo por debajo de la rodilla, como si eso fuera a alargarlo por arte de magia. El conductor tiene la puerta abierta, esperando a que acepte su mano y salga del vehículo, pero no lo hago. —No es de etiqueta —dice Rowan mientras su mano se desliza entre mi espalda y el asiento para indicarme que me acerque a la puerta—. Y te garantizo que podrías llevar un saco de papas y seguir siendo la mujer más guapa de aquí. El vestido es impresionante, Mirlo. Perfectamente tú. Con una última mirada insegura a Rowan, tomo la mano del conductor y salgo al aire fresco, con el aroma del mar impregnado en la brisa primaveral. La mano de Rowan se posa en la parte baja de mi espalda en cuanto salimos del vehículo, y el corazón me salta a la garganta y se me clava allí a cada paso que damos. El salón de baile está decorado con mantelería blanca y centros de flores tropicales de vivos colores, y nos sentamos en el centro de la segunda fila del escenario, enmarcado por luces de color rosa y azul intenso. Varias barras preparan bebidas y grupos de personas ríen y charlan cerca de sus mesas mientras suena música de fondo a través de los altavoces situados en el perímetro de la sala. Un grupo de música prepara sus instrumentos en un escenario inferior situado en el extremo opuesto, donde una pista de baile brilla bajo las tenues luces del techo.

Tomamos unas copas y nos mezclamos entre la creciente multitud que serpentea entre las mesas. Me presentan a los amigos y conocidos de Rowan. Restauradores, abogados, atletas profesionales. Clientes habituales. Aficionados esporádicos. Rowan está en su elemento, resplandeciente, brillando más que las salpicaduras de color que se desplazan sobre su cabeza. Su sonrisa es fácil, su risa cálida. Su energía es contagiosa. Aunque es capaz de matar a cualquiera sin remordimientos, sigue tranquilizando a la gente, su máscara es infalible. Puede que sea el elemento de Rowan, pero definitivamente no es el mío. Las conversaciones triviales suelen resultarme más fáciles cuando estoy de caza, porque tengo un propósito, un plan para atraer a alguien. Me cuesta relacionarme con la gente cuando sé que no son unos mierdas que merecen que les quiten los ojos de encima. Pero con Rowan, es más fácil. Él me ayuda a hacer las primeras conexiones con otras personas. A encontrar un terreno común. Tu nuevo álbum va muy bien, ¿sabías que Sloane es amiga íntima de Lark Montague? O, Sloane va a Madrid por la mañana para una reunión, ¿no estuviste allí el año pasado? Y entonces me pongo en marcha, integrándome como si fuera algo más que una simple acompañante. Me ayuda a traspasar los límites de mi zona de confort sin empujarme al precipicio. Y todo el tiempo, su suave tacto es un ancla. La parte baja de mi espalda cuando estamos de pie. Mi codo o mi mano cuando nos movemos. Y a lo largo de la cena, sigue comprobando mi presencia aunque estemos sentados uno al lado del otro, con una sonrisa o una mirada o un solo dedo que se desliza por el interior de mi muñeca. Cuando lo nombran, sube al escenario y recoge su trofeo de lágrima de cristal al Mejor Restaurante durante la ceremonia de entrega de premios, e incluso entonces me encuentra con un guiño y una sonrisa ladeada. Y el dolor enterrado en lo más profundo de mi pecho arde más con cada momento que pasa. Cuando termina la cena, empieza la banda. Algunas personas se dirigen a la pista de baile, otras se quedan charlando en las mesas. Rowan se dirige a la barra para traernos otra ronda de bebidas y se enzarza en una conversación por el camino. Yo

también me dejo llevar por las historias y anécdotas de nuestros compañeros de mesa que se han quedado. Pero mis ojos se desvían hacia el hombre alto y hermoso que succiona todo el aire de la habitación como un infierno. Conoce mis secretos más oscuros. Yo conozco los suyos. Podemos ser monstruos, y quizá no merezcamos las mismas cosas que los demás. Felicidad. Afecto. Amor. Pero parece que no puedo detener lo que siento cuando miro cada faceta de Rowan, desde su luz más brillante hasta su oscuridad más profunda y peligrosa. Tal vez no lo merezca por las cosas que he hecho. Pero lo quiero. Quiero más con él de lo que tengo. De repente, me levanto de la mesa y me dirijo hacia él antes de saber lo que voy a hacer. Está de espaldas a mí, con mi copa de champán en una mano y un vaso de whisky con hielo en la otra. Está hablando con una pareja y otro hombre, uno que me presentó como agente de inversiones. Me detengo justo detrás de él y, cuando se produce una pausa en la conversación, apoyo una mano en la manga de Rowan, mi mente parece dividida en dos, como si me observara a mí misma desde fuera de mi cuerpo. —Oye, lo siento —dice con una sonrisa tímida mientras me pasa la bebida—. Nos pusimos a charlar de negocios. —Por supuesto, no quería interrumpir. —Empiezo a retroceder pero Rowan me agarra la muñeca. Dice algo que no es una interrupción, pero yo sólo absorbo una o dos palabras clave más allá de la música y la ensordecedora percusión de mi corazón. Trago saliva, mis ojos se clavan en sus labios antes que por fin consiga levantarlos y encontrarme con su mirada—. ¿Te gustaría bailar? ¿Conmigo? La sorpresa momentánea de Rowan se evapora cuando su atención se desvía hacia la pista de baile, una chispa se enciende en sus ojos mientras sus labios levantan una comisura. Me recuerda a la sonrisa diabólica que esbozó en casa de Thorsten cuando el caníbal le propuso visitar el huerto de tomates. Cuando los ojos de Rowan vuelven a encontrarse con los míos, brillan. —Por supuesto —dice. Me quita la copa de la mano y deposita nuestras bebidas en una mesa cercana antes de guiarnos entre la multitud.

A medida que nos acercamos a la pista de baile, el grupo termina una canción y empieza otra, con un ritmo más lento pero lo bastante enérgico como para ser algo más que un baile arrastrando los pies, y un tono romántico. Algunas personas se marchan a buscar más bebidas. Otros se emparejan. Por un momento pienso que Rowan podría desviarse hacia la mesa o darse la vuelta para ver mi reacción, pero no lo hace. Sigue adelante con mi mano entre las suyas hasta que estamos en la pista, entre las parejas, uno frente al otro. —Probablemente vas a ser irritantemente bueno en esto, ¿verdad? —digo mientras su mano derecha se desliza por mi cadera, la izquierda sujeta mi mano derecha en alto, su agarre cálido y firme. Rowan me sonríe y empieza a guiarnos en el movimiento. Nada elegante, nada llamativo. Sólo sincronía, como si encajáramos el uno con el otro, con la música. —Y seguirás siendo mejor que yo, ¿verdad? Sonrío y la sonrisa de Rowan se acentúa. Entonces levanto las manos unidas en señal que me entiende. Me guía en un pequeño giro, me suelta y me vuelve a acercar con una risita. —Tal vez. O puede que seamos iguales —digo, y le sostengo la mirada todo lo que puedo antes de desviarla por encima de su hombro. La canción sigue sonando y siento cada pequeño cambio de movimiento y carga en el aire. Rowan me abraza por la espalda. Mi mano en su brazo pasa a engancharse en su hombro. Su pecho roza el mío con cada inhalación. Cuando su aliento me calienta el cuello, donde mis ondas se echan hacia atrás, mis ojos se cierran. Inclino la cabeza. Quiero otro beso allí, justo donde me tiembla el pulso, para saber que no es solo un momento del pasado, una anomalía. —Sloane... —dice cerca de mi oído mientras hacemos un giro gradual. —Sí —susurro, esa simple palabra inestable en una respiración entrecortada. —¿Estás lista para divertirte de verdad?

Se me abren los ojos. La voz de Rowan es firme y clara. Desviada. No como la mía, entrecortada por la necesidad y los deseos desenfrenados. No digo nada mientras me alejo lo suficiente como para mostrarle la confusión y las preguntas alojadas en mi ceño fruncido. Esa sonrisa diabólica vuelve a asomar en sus labios. Una sonrisa de secretos. —El calvo con gafas y corbata roja. Deberías poder verlo al otro lado de mi hombro —dice. Mi mirada recorre la pista de baile y se posa en un hombre delgado de unos cincuenta años con un traje de diseño a la medida. Baila con una mujer más o menos de su edad, con el cabello rubio recogido en un elegante peinado. Asiento con la cabeza. —Se llama Dr. Stephan Rostis. —Los labios de Rowan rozan mi oreja mientras susurra—: Y es un asesino en serie. Ha matado al menos a seis de sus pacientes durante sus quince años en Boston. Quizá más cuando vivía en Florida. Y podemos acabar con él juntos. Esta noche. Mis pasos se vuelven de madera y pequeños. Las piezas que había juntado en mi cabeza se separan de repente y se reorganizan en otra imagen. Lo había entendido todo mal. Sólo estaba en mi cabeza. Me equivoqué en todo. Nuestros pasos se ralentizan y se detienen. Rowan se aparta y me mira, con la emoción aún radiante en sus ojos. —Tengo un gran plan. Nunca se queda hasta tarde en estas cosas. Podemos tomarlo y volver aquí sin que se note nuestra ausencia. La coartada perfecta. —Yo... um... —Los pensamientos mueren antes de aterrizar en mi lengua y me aclaro la garganta para intentarlo de nuevo, esperando poder infundir a mi voz una fuerza que no acaba de llegar—. No estoy vestida para la ocasión —digo, mirando el terciopelo rojo que brilla en el destello de las luces.

—Yo haré todo el desorden. Es la primera vez que no me emociona la perspectiva de matar a otro asesino. No es lo que esperaba, supongo. No es hacia donde quería que fuera esta noche. —Oye, ¿estás bien? —pregunta Rowan—. Creía que el color de tu vestido era una broma interna -ya sabes, rojo sangre y todo eso, pero me aseguraré que no se estropee, por supuesto. Mi corazón se arruga como papel aplastado en un puño. —Pero si no quieres... —continúa, y su voz se va apagando a medida que la preocupación y tal vez la decepción se apoderan de cada nota. Parece darse cuenta que no nos hemos puesto de acuerdo cuando dice—: Creí que cuando dije que podríamos divertirnos de verdad sabías a qué me refería. —No, en realidad no entendí eso. Pero ahora lo veo. La pausa entre nosotros parece milenaria. El pulgar de Rowan me levanta la barbilla y sigo concentrada en el vestido hasta que me veo obligada a mirarlo a los ojos. La confusión se dibuja en su entrecejo. Me mira a la cara, con las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos y los labios tensos. —¿No... no sabías que me refería a eso? —pregunta. —Sorprendentemente, "Quiero divertirme de verdad" no se transfiere de forma fiable a "Quiero que asesinemos a alguien juntos", a menos que me haya perdido algo en Google Translate. —¿Y aun así viniste? Trago saliva e intento apartar la mirada, pero él no me deja. Está ocupando todo el espacio de cada uno de mis sentidos, y por mucho que quiera ser absorbida por el vacío, Rowan me ancla aquí mismo. Claridad e incredulidad se entrelazan en su expresión cambiante. Intenta recomponer su propio rompecabezas roto, una nueva imagen que emerge. —Mierda... —Sus palabras susurradas apenas se oyen por encima de las voces y la música que nos rodean, pero las siento, como si fueran espinas clavadas en mi piel. Su agarre en mi barbilla

se reafirma y se acerca, asomándose sobre mí, sus ojos rebotando entre los míos—. Sloane —susurra—. Estás aquí de verdad. No estoy segura de lo que se supone que significa. Pero no pregunto. No cuando su mirada se detiene en mis labios, que se separan al exhalar temblorosamente. Ni cuando levanta lentamente la otra mano para apartar las ondas de mi hombro, las yemas de sus dedos son un murmullo eléctrico en mi piel cuando recorren la pendiente de mi cuello. Se inclina más hacia mí. Sus ojos no se apartan de los míos. Sus labios están a un hilo de distancia... Y entonces suena su teléfono con el sonido de una sirena. —Joder —sisea, su maldición se derrama por mis labios. Se aparta y el beso se pierde en otra dimensión, otro Carnicero y Mirlo que finalmente chocan. Pero en este reino, la mano de Rowan se aparta de mi cara mientras sus ojos se cierran. Retira el teléfono y acepta la llamada. —¿Qué pasa? —dice mientras intenta contener su suspiro frustrado ante la llamada—. ¿Qué quieres decir con ''explotó''...? Jesucristo. ¿Están todos bien...? —Rowan se pasa una mano por el cabello, ahora despeinado. Sus ojos se posan en mí con una intensidad oscura y concentrada—. Voy para allá. Haz las comidas que tengas que hacer. —Eso no ha sonado bien —digo con una sonrisa agridulce cuando desconecta la llamada. —Tengo que irme. Ahora mismo. Lo siento. —Puedo ir y ayudar... —No —dice, con una voz inesperadamente firme. Su mano encuentra mi brazo y me sujeta, una disculpa por su tono cortante—. La cocina de la sección de repostería acaba de explotar literalmente. Menos mal que no hay heridos. No quiero que te acerques a eso. No puedo, Sloane. Asiento e intento sonreír. —Siento que tu noche haya dado un giro.

—Yo también. Lo siento mucho, maldición —dice con una profunda arruga entre las cejas mientras sacude la cabeza—. Quédate y diviértete. Tomaré un Uber hasta el restaurante y te enviaré los datos del conductor para que puedas volver al hotel cuando estés lista. Me pasa la mano por la nuca y me besa en la frente. La caricia resuena mucho después que sus labios desaparezcan. Me duele el pecho cuando da un paso atrás y deja caer la mano a un lado. La sonrisa de Rowan es débil, su ceño está fruncido. —Adiós, Mirlo. —Adiós, Carnicero. Observo cómo retrocede, casi chocando con las parejas de la pista de baile, sus ojos se clavan en los míos hasta que se obliga a girarse. Y sigo mirándolo, con los pies clavados en el suelo y las manos juntas, como una estatua entre las luces y el movimiento que se arremolinan a mi alrededor. Justo cuando llega a las puertas, Rowan se gira. Sus ojos encuentran los míos. Le dedico una sonrisa fugaz. Se pasa una mano por el rostro y deja a su paso una expresión feroz y decidida. Da dos pasos en mi dirección pero se detiene bruscamente, sus hombros caen mientras saca el teléfono del bolsillo de su chaqueta. Con una última mirada de derrota en mi dirección, acepta otra llamada y se aleja a grandes zancadas. Cinco minutos más tarde, me llega un mensaje de texto con los datos de contacto del conductor. Me voy en cuanto llega. Cuando vuelvo al hotel, repaso mi rutina nocturna y me deslizo entre las crujientes sábanas, quedándome dormida casi al instante, como si mi cabeza y mi corazón hubieran corrido una maratón. Me levanto justo antes que suene el despertador, salgo a los cuarenta y cinco minutos de levantarme y me dirijo al paseo cubierto entre el hotel Hilton y el aeropuerto Logan cuando mi teléfono suena en mi mano. Carnicero: Ya te extraño.

La emoción me obstruye la garganta. Me quedo mirando la pantalla durante un buen rato antes de responder: Yo: Yo también te extraño. Yo: ¿Sigue en pie lo de agosto? No hay presión si no puedes, de verdad. Sé que tienes mucho en tu plato. Espero que no lo consiga. ¿Quién podría? Con un nuevo restaurante en construcción y uno popular que parece estar cayéndose a pedazos, sería razonable esperar que quisiera un año de prórroga. ¿Estaría destrozada? Claro. ¿Pero lo entendería? Sí, claro. Carnicero: Mirlo... Los puntos de su respuesta me mantienen inmóvil. Carnicero: Volaré este restaurante yo mismo perdérmelo. Nos vemos en agosto.

antes de

Carnicero: ¡Y cambia el aceite, maldita vaga! Me guardo el celular en el bolsillo y me trago el ardor que me recorre la garganta, y luego sigo adelante, dispuesta a superar estos próximos meses. Tal vez dispuesta a intentarlo de nuevo. ¿Y si lo vuelvo a intentar? ¿Y si lo hago?

—Maldita sea. ¿Llego demasiado tarde? ¿Ganaste? Rowan me lanza una mirada fugaz cuando me acerco por el desgastado camino, con el polvo cubriendo mis zapatillas de una película de color ruano. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y las mangas de la camiseta le aprietan los tensos bíceps. Hay un destello de inquietud en sus ojos, su escrutinio cataloga los detalles de mi rostro antes que vuelva a centrar su atención en lo que hay más allá de las ondulantes colinas de hierba de la pradera. —No. No gané. —¿Qué estás haciendo? —Tratando de mentalizarme. Ladeo la cabeza con una pregunta, pero Rowan no me mira. Sigo su línea de visión cuando me detengo a su lado. —Wow... Eso es sólo... Yikes. Observo la destartalada granja tejana de dos plantas situada más allá de la suave elevación de las colinas, dejando que mi mirada recorra la maltrecha y blanqueada madera del revestimiento, las ventanas destrozadas y entabladas del segundo piso. Un agujero en el lado derecho del tejado se abre hacia el cielo como unas garras rugientes que llaman a la tormenta que oscurece el horizonte. En el patio cubierto hay un montón de basura: sillas y cajas rotas,

bidones de gasóleo y herramientas, todo esparcido a ambos lados del camino que conduce a la puerta principal con mosquitera. —Bueno... es un lugar hogareño —digo. Rowan tararea una nota baja y pensativa. —Si por hogareño quieres decir pesadillesco, estoy de acuerdo. —¿Estás seguro que está ahí? Una risa maníaca y el grito desgarrador de un hombre preceden al gruñido de una motosierra que se pone en marcha en el interior de la casa. —Bastante seguro, sí. Los gritos, las risas desquiciadas y el rugido de la motosierra rompen el aire que, de repente, parece demasiado pesado, demasiado caliente. Mi ritmo cardíaco se acelera. La sangre zumba en mis oídos, una percusión constante en la sinfonía de la locura. —Podríamos ir a tomar unas cervezas —dice Rowan por encima del caos que emana de la casa—. Eso es lo que hace la gente normal, ¿no? ¿Ir a tomar unas cervezas? —Si... Una parte de mí piensa que es una idea inteligente, pero no puedo negar la excitación que inunda de adrenalina las cavidades de mi corazón. Harvey Mead es un bruto enorme, una bestia de hombre, y quiero acabar con él. Quiero clavarlo a las tablas del suelo de su casa del terror y arrancarle los ojos, sabiendo que soy yo quien ha impedido que vuelva a segar otra vida. Quiero que sienta lo que sintieron sus víctimas. Quiero hacerlo sufrir. Rowan suelta un fuerte suspiro y me mira por encima del hombro. —No vamos por cervezas, ¿verdad? —Claro que sí. Pero después. Otro grito desesperado atraviesa el aire, despertando a un grupo de cuervos y a un buitre solitario del bosquecillo de árboles a la

izquierda del camino. No van muy lejos, probablemente ya son conscientes que los ruidos en la casa son señal de una próxima comida. El tono de la motosierra aumenta y el grito se debilita. La angustia tiene algo de nebuloso. Una desesperanza. No es un grito que pida clemencia. Es sólo dolor, poco más que un reflejo. La humanidad erosionada, despojada, reducida a un animal atrapado en las garras de la angustia. La risa maníaca de Harvey Mead se apaga. Los gritos de su víctima se van apagando hasta desaparecer. La motosierra continúa, con su tono subiendo y bajando a medida que trabaja, hasta que finalmente termina también, cubriéndonos en un silencio absoluto. —Nueva regla —digo mientras me aclaro la garganta y me giro para mirar a Rowan. Me mira fijamente, con las mejillas sonrojadas y los ojos azul marino ardiendo como el núcleo de una llama de alcano. Aunque asiente con la cabeza, no encuentro emoción en su expresión, sus labios se perfilan en una línea sombría mientras una arruga se hace más profunda entre sus cejas—. Si lo atrapas primero, podré llevarme algo. Rowan asiente de nuevo, sólo una vez. Su presencia penetra en mi espacio. Su calor. Su aroma. La salvia, la pimienta y el limón me envuelven. —Sólo uno —me dice, con palabras crudas como si les hubieran quitado el filo. Se me corta la respiración cuando me lleva una mano doblada al pómulo y me pasa el pulgar por las pestañas mientras cierro los ojos. Todo parece más vibrante en la oscuridad momentánea: el silencio de la granja, el aroma de la piel de Rowan. Su suave tacto. El latido de mi corazón—. Sólo uno —vuelve a decir Rowan mientras retira la mano. Cuando abro los ojos, su mirada está atrapada en mis labios. Mi voz es un fino susurro: —¿Sólo un qué? —Sólo un ojo. —Rowan aparta su dura mirada de mi rostro mientras se vuelve hacia la granja en descomposición—. Quiero que sufra. Pero quiero que vea cada momento.

Asiento con la cabeza. Un relámpago ilumina el negro telón de fondo de una tormenta que se avecina, seguido un suspiro después por el estallido de un trueno. —Gane quien gane, nos aseguraremos de ello. Saco mi cuchillo de acero de Damasco del cinturón y me giro para acercarme a la casa, pero las yemas de los dedos de Rowan rozan mi antebrazo y su ligero contacto enciende una corriente en mi piel que me detiene bruscamente. Nuestras miradas chocan y mi corazón se repliega sobre sí mismo. Nunca nadie me había mirado así, con tanta preocupación y miedo enjaulados. Y por primera vez, no es miedo a mí. Miedo por mí. —Ten cuidado, Mirlo. Yo sólo... —Los pensamientos de Rowan se desvanecen con la repentina brisa mientras mira hacia la casa. Sacude la cabeza, deja caer su atención en mis zapatillas sucias antes de volver a mirarme—. Es un tipo grande. Probablemente esté nervioso. No te arriesgues. Una media sonrisa tensa una comisura de mis labios, pero no cambia nada en la severa expresión de Rowan. Una mirada larga. Una respiración contenida. Un puñado de latidos y un relámpago. Luego me alejo, los pasos de Rowan me siguen mientras nos dirigimos a casa de Harvey Mead. El camino serpentea entre dos colinas bajas, abriéndose a un patio de matorrales que rodea los edificios. A la derecha de la casa, el terreno desciende hasta un barranco poco profundo de arbustos y lo que debe ser un pequeño arroyo que probablemente no sea mucho más que un hilo de agua bajo el sol de agosto. Entre la casa y el barranco hay un pequeño jardín rodeado de alambradas de gallinero y tintineantes amuletos de cristales rotos para ahuyentar a los pájaros. En la parte trasera izquierda de la casa hay dependencias. Un gallinero. Un viejo taller con tejado bajo y plano. Un granero que se yergue como una fortaleza premonitoria entre la casa y la tormenta que rueda hacia nosotros. Los restos esqueléticos de autos deformados y oxidados sobresalen entre los troncos de fresnos de Texas y sauces del desierto.

Me detengo al borde del patio. Rowan se detiene a mi lado. —Gran atractivo —susurro. —Mucho mejor de cerca. La cabeza de la muñeca le da carácter —susurra, señalando la cabeza decapitada de una muñeca Chatty Cathy de los años 50 que nos mira desde el porche con ojos negros sin alma. —Lo tomaré si él tira... —Me inclino hacia delante y entrecierro los ojos ante un trozo de pelaje gris atascado bajo una mecedora destrozada—. ¿La... zarigüeya? —Iba a decir "gato", pero claro. Me enderezo y me vuelvo hacia Rowan con el puño entre los dos. —Sloane... —Piedra, papel o tijera. El que pierda toma la puerta principal —digo con una sonrisa sombría. Rowan me mira durante un largo instante antes de sacudir la cabeza con un suspiro resignado. Su puño se encuentra por fin con el mío. A la cuenta de tres, elegimos. Mis tijeras pierden frente a la piedra de Rowan. Él frunce el ceño. —Dos de tres —sisea, agarrándome de la muñeca cuando me dirijo hacia los escalones. —¿Por perder? De ninguna manera. Vete a la puerta de atrás y disfruta de tu ventaja, rarito. —Sonrío y arrugo la nariz como si no fuera para tanto, aunque Rowan puede sentir cómo me sube el pulso bajo su palma hasta que me libero. No miro atrás y me concentro en subir viva la escalinata. Me arde el pecho por volverme hacia Rowan, por quedarme con él y cazar a su lado, pero no lo hago. Cuando apoyo un tacón en los tablones agrietados de la escalera, veo a Rowan en la periferia mientras finalmente acecha hacia la parte trasera de la casa.

A cada paso silencioso que doy, observo mi caótico entorno, con cuidado de no perder el equilibrio o golpear algo. No se oye nada en la casa, no hay movimiento más allá de la puerta mosquitera, ni sombras amenazadoras iluminadas por un relámpago. Las primeras gotas de lluvia golpean el porche cubierto justo cuando llego a la puerta, rebotando en latas y escombros en una melodía metálica. Abro la puerta mosquitera lo justo para deslizarme dentro, el silencioso chirrido de las bisagras oxidadas absorbido por un trueno que sacude las paredes. El olor a comida, podredumbre y moho se mezcla en un remolino nauseabundo cuando empiezo a recorrer un estrecho pasillo. A la izquierda hay un salón con muebles viejos y elementos originales cubiertos de una capa de polvo. El papel pintado floreado se desprende de las paredes y se agita con la brisa de la tormenta mientras se abre paso a través de puertas abiertas y ventanas rotas. Hay un cuerpo parcialmente momificado sentado en un sillón junto a la chimenea, con las piernas cubiertas por una manta de ganchillo y una Biblia abierta entre sus manos esqueléticas. Su cabello largo y blanco se levanta de sus hombros, un par de dentaduras postizas aún se aferran a sus mandíbulas flojas. —La vieja mamá Mead, supongo —le susurro mientras doy unos pasos cautelosos hacia la habitación hasta situarme frente a ella— . Apuesto a que eras una zorra, ¿verdad? Saber que Harvey Mead sigue el mismo camino que muchos otros asesinos en serie, con una fijación por una madre controladora, dominante y probablemente maltratadora, no lo hace menos peligroso. Pero ciertamente me da algunas ideas... Me inclino hacia ella y sonrío ante la piel curtida y los ojos hundidos de la mujer del sillón. —Hasta pronto, mamá Mead. Con un guiño, agarro con fuerza mi cuchillo y salgo de la habitación, dirigiéndome al otro lado del pasillo, hacia la escalera que lleva al segundo piso.

El crujido de los pasos queda amortiguado por los truenos y la lluvia. Parece imposible que la casa esté tan desprovista de sonidos humanos después de la brutal matanza que acaba de tener lugar, pero lo único que oigo es mi corazón y la tormenta. Cuando llego al rellano del segundo piso, la lluvia es cada vez más fuerte y su aroma disipa el hedor del piso principal. Espero un momento, observando, escuchando. Pero no llega nada. No surge ninguna pista sobre el paradero de Harvey cuando me detengo ante la boca de un pasillo. Empiezo a avanzar. Primero, llego a un dormitorio lleno de cajas. Revistas. Periódicos. Manuales amarillentos de autos y tractores. Doy una vuelta por la habitación y no encuentro nada que merezca la pena. Vuelvo a entrar en el pasillo y me dirijo a la siguiente habitación, un cuarto de baño con un lavabo de pedestal agrietado y una cortina de ducha pegada al interior de una bañera con patas, cuyo plástico, antes blanco, está moteado de negro. No hay sangre en el suelo. Ni huellas. Ni olores ni sonidos extraños. La siguiente habitación en la que entro es el dormitorio principal. De todas las habitaciones que he visto, ésta es la más limpia, aunque sería exagerado decir que está impecable. La ventana está llena de polvo y suciedad, pero no está rota. La cama es una sencilla estructura de hierro forjado, las sábanas están arrugadas y hay ropa esparcida por la superficie y el suelo. Reviso la habitación, pero no hay ningún Harvey Mead, así que no me entretengo y decido buscar entre sus escasas pertenencias cuando esté muerto. Salgo de la habitación. La habitación de al lado está al otro lado del pasillo. El ruido de la lluvia al golpear los recipientes metálicos amortigua mis pasos cuando entro en la pequeña habitación. Un agujero en el techo se abre hacia el cielo, atravesando las vigas destrozadas del ático. Un relámpago ilumina el cielo. La lluvia cae dentro de la casa y llena una serie de macetas de metal y recipientes de cerámica apiñados unos contra otros sobre una lámina de plástico transparente que cubre el suelo. Rodeando el borde del agujero hay huesos que cuelgan de cuerdas de hilo mojado como campanillas de viento. Las

vértebras se retuercen y golpean entre sí con la brisa, y de sus cuerpos y alas blanqueados brotan riachuelos de agua. Observo durante un momento, reflexionando sobre la psicopatía del hombre que los ha ensartado aquí, antes de salir de la habitación para dirigirme a la última puerta, en el lado opuesto de la sala, al final del pasillo. Esta puerta está cerrada. Permanezco junto a ella un largo rato con la oreja pegada a la madera y el cuchillo apretado en la mano. No se oye nada desde dentro. Tampoco llega ningún sonido del piso de abajo, aunque no estoy segura de poder oír nada desde el piso inferior a menos que se trate de un enfrentamiento. Los truenos son más seguidos. La lluvia golpea el tejado en cortinas vacilantes. Una punzada de preocupación me llena el pecho por Rowan. Tal vez sea mejor que no lo haya oído, pero tampoco he oído sonidos del sufrimiento de Harvey, y eso se aloja como una espina en lo más profundo de mi piel. A este paso, no me importa quién gane. Sólo quiero a Harvey muerto. Sacudo las muñecas para que la excitación, la tensión y el miedo se desprendan de mis miembros, agarro el pomo de la puerta y la empujo para abrirla. —Qué mierda... Esto no es lo que esperaba. Tres monitores sobre un escritorio lleno de papeles y lápices. Las pantallas muestran las imágenes de dieciocho cámaras. El granero. El taller. La puerta trasera. La cocina. Una habitación oscura en la que no se distingue nada. Una habitación muy iluminada donde un cuerpo desmembrado yace apilado sobre una mesa cubierta de plástico, con sangre y carne goteando sobre el suelo de baldosas. Veo a Rowan, entrando en el salón. Y entonces veo a Harvey, acechando por el pasillo hacia él. La sangre se drena de mis miembros. El hielo infunde mi piel. —Rowan —susurro. Grito su nombre mientras salgo corriendo de la habitación...

Y soy cazada por Harvey Mead.

El agua salpica mi rostro palpitante. Las náuseas se arremolinan en mi estómago. La sangre me cubre la lengua. El mundo gira a mi alrededor. Ruedo. Estoy rodando colina abajo. Rodando y cayendo. Aterrizo con un crujido estremecedor sobre mi hombro izquierdo, el viento desaloja mis pulmones a través de un grito silencioso. Jadeo en busca de un aire que no llega. Se me agarrota el pecho. La lluvia y los destellos de luz me ciegan mientras parpadeo hacia el cielo, las primeras bocanadas de aire entrando por fin en mis pulmones presos del pánico. Unas botas aterrizan cerca con un fuerte golpe y se acercan hasta detenerse junto a mi cabeza. La lluvia lava la sangre congelada del cuero negro. Abro la boca para gemir el nombre de Rowan cuando una mano se enrosca en mi cabello y me arranca del reconfortante aroma a tierra y hierba mojada. Me encuentro cara a cara con Harvey Mead. Remolinos de agua caen en cascada desde su cabeza calva hasta gotear de su frente y caer sobre su rostro inexpresivo. Me mira fijamente. Le devuelvo la mirada en el abismo de sus ojos oscuros. Y entonces le escupo en su jodida cara. Harvey no se limpia la saliva. Me sujeta con firmeza, dejando que la lluvia arrastre las rayas ensangrentadas por su piel picada de viruelas. Una mueca lenta hace que sus labios se retraigan para

mostrar unos dientes cariados en una sonrisa desconectada del resto de su apática máscara. Me suelta, pero sigue sujetándome el cabello mientras arrastra mi cuerpo debilitado por el lateral de la casa. Mi cabeza palpita. Me palpita la cara. Las lágrimas me escuecen en los ojos con cada tirón del cabello, y el dolor del hombro me sube por el cuello hasta el brazo inerte. Mis pies arañan la hierba, el barro y los escombros, pero no consigo hacer pie con su forma de mantenerme agachada. Lo araño y le golpeo la pierna con la mano buena, pero es demasiado grande para sentir el impacto de mi inútil lucha. Nos detenemos ante las puertas de un sótano. Harvey abre un candado oxidado y pasa la cadena por las manillas antes de abrir una puerta y meterme dentro. Golpeo el suelo con un gruñido, mi primer aliento se llenó de olor a mierda, orina y miedo. El contenido de mi estómago se derrama por el suelo. Hasta que no dejo de tener arcadas no me doy cuenta que no estoy sola. Alguien está sollozando en la oscuridad. —Adán —dice una mujer entre gritos desolados—. Él mató a Adam. Lo oí. Lo m-mató. Se mantiene a distancia, repitiendo sus palabras en un canto desesperado que se filtra por cada grieta y hendidura de mi pecho. Hermano, amante o amigo, fuera quien fuera Adam, ella lo quería. Y sé lo que es ser testigo del sufrimiento de alguien a quien amas. Comprendo su dolor y su impotencia mejor que la mayoría. —Sí. Mató a Adam —respondo entre jadeos mientras saco el teléfono del bolsillo trasero. Zumba en mi mano con un mensaje, pero antes enciendo la linterna y la dirijo hacia el suelo, entre la mujer desnuda agachada contra la pared y yo, mientras ella retrocede ante la luz—. Y te prometo que Adam será la última persona a la que Harvey Mead mate. No sé si eso la tranquiliza o la cierra. Quizá algún día lo haga, pero ahora mismo su pérdida está demasiado reciente y la herida es demasiado profunda. Sus sollozos continúan mientras vuelvo mi atención a la pantalla cuando recibo un mensaje de texto.

Carnicero: Sloane Carnicero: SLOANE Carnicero: RESPONDE Carnicero: DÓNDE ESTÁS Los puntos de otro mensaje entrante empiezan a parpadear mientras escribo una respuesta. Yo: Estoy bien. Encerrada en el sótano. Lado derecho de la casa La respuesta de Rowan es inmediata: Carnicero: Agárrate fuerte, amor. Ya voy. Leo su mensaje dos veces antes de bloquear la pantalla y morderme el labio. Me pica la nariz. Me arde un dolor en el pecho. Tal vez sea solo una expresión irlandesa, pero sigo oyéndola una y otra vez en la voz de Rowan, como si estuviera aquí mismo, en mi cabeza. Agárrate fuerte, amor. —¿Cómo te llamas? exclamo mientras dirijo mi atención a la mujer que llora acurrucada contra la pared de ladrillo. Tiene más o menos mi edad, es delgada y su cuerpo desnudo está cubierto de suciedad. —Soy Autumn. —De acuerdo, Autumn. —Dejo el teléfono para que la linterna apunte hacia el techo y empiezo a desabrocharme la camisa—. Voy a darte esto pero necesito tu ayuda para quitármela. Autumn duda un momento antes de acercarse con pasos vacilantes. No hablamos mientras me ayuda a pasar la tela por encima de mi hombro dislocado y, aunque retrocede momentáneamente cuando suelto un grito de dolor, persevera para liberar la camisa de mi cuerpo. La tela está empapada y embarrada, y puede que no la mantenga caliente en el frío sótano, pero al menos estará cubierta. Está apretando el último botón cuando un hacha atraviesa las puertas del sótano.

—Sloane —grita la voz desesperada de Rowan, por encima del grito aterrorizado de Autumn, del viento y de la lluvia torrencial—. ¡Sloane! Un dolor agudo se apodera de mi garganta. Se me llenan los ojos de lágrimas, tomo el teléfono y me acerco a las puertas. —Estoy aquí, Rowan... —Atrás. —Con unos cuantos golpes más, las puertas se astillan y caen en la oscuridad con el candado y la cadena. La mano de Rowan aparece en la tenue luz. —Toma mi mano, amor. Antes debía de haber escaleras, pero las han quitado, y tengo que saltar para agarrarme a la palma de la mano de Rowan, resbalando en el primer intento con la lluvia y el sudor en nuestra piel. Rowan se tumba sobre el vientre y se adentra aún más en la oscuridad. —Las dos manos —exige, ofreciéndome las palmas. —No puedo. Un relámpago ilumina el rostro de Rowan, grabándolo en mi memoria para siempre. Tiene los labios entreabiertos y casi puedo oír su aguda respiración cuando su mirada se clava en mi hombro deforme y la camisa que me falta. Sus rasgos son angustia y furia pintadas con luz y lluvia. Hermoso, inquietante y aterrador. Rowan no dice nada y se acerca a mí. Cuando salto, me agarra la mano con fuerza y me levanta lo suficiente para agarrarme el codo y sacarme del sótano. En cuanto estoy en el suelo, me aplasto en su abrazo, tiemblo entre sus brazos. Aprieto su camisa empapada. Su olor me envuelve y quiero aferrarme a este momento de consuelo, pero nos separa a la fuerza para mirarme a los ojos. —¿Puedes correr? —me pregunta, observando mi rostro. Sus ojos no se detienen cuando asiento, recorriendo mi expresión como si buscara la verdad—. ¿Confías en mí? —Sí —digo, con la voz entrecortada pero segura.

—Voy a mantenerte a salvo. ¿Entiendes? —Sí, Rowan. Nos miramos un último instante antes que él recoja el hacha y me agarre de la mano. Vuelve a mirar hacia el sótano y parece que solo ahora se da cuenta que había alguien más ahí abajo conmigo, a pesar de los continuos gritos y súplicas de Autumn para que la liberara. —Quédate aquí —dice bajando a la fosa, sin admitir discusión a pesar de sus elevadas súplicas—. Si te quedas quieta y escondida, pensará que ya has huido y dejará la bodega en paz. Volveremos por ti en cuanto esté hecho. —Por favor, por favor no me dejes... —Quédate aquí de una puta vez y cállate —ladra Rowan, y me arrastra sin otra mirada al sótano, ignorando los gritos desesperados que siguen mientras corremos hacia la parte trasera de la casa. Nos detenemos en la esquina y hacemos una pausa mientras Rowan se inclina hacia delante para explorar el camino hacia el granero. Cuando parece satisfecho, me aprieta la mano y se gira lo suficiente para mirarme por encima del hombro. Asiente una vez con la cabeza y apenas le devuelvo el gesto cuando ya nos está guiando por el patio trasero, plagado de escombros, hasta el decadente granero. Primero entra en la estructura vacía por la puerta abierta, con el hacha en alto, pero el edificio está vacío, aparte de las herramientas, las palomas y un antiguo tractor John Deere. Sólo cuando está convencido que es seguro, Rowan tira de mí hacia el interior para que me detenga contra la pared, en un punto equidistante entre las salidas delantera y trasera. Los truenos hacen sonar las ventanas y las herramientas que cuelgan de las paredes entabladas. Rowan deja caer su hacha al polvo con un ruido sordo. Hay un suspiro de tiempo entre nosotros en el que sólo nos miramos, ambos empapados y cubiertos de barro y hierba. Y entonces sus manos están en mis mejillas para mantenerme firme, su aliento caliente en mi piel mientras sus ojos recorren los detalles de mi cara.

Un pulgar me pasa por la frente y hago una mueca de dolor. Un dedo sigue la pendiente de mi nariz. Me roza el labio superior y resoplo, con el sabor de la sangre en el fondo de la garganta. —Sloane —susurra. No es para que lo reconozca. Es la confirmación de que estoy aquí, y soy real, pero estoy herida. Rowan me mantiene pegada a la pared, protegiéndome con su cuerpo, sus manos bajando por mi cuello, levantándome la barbilla para comprobar si tengo heridas en cada centímetro de la garganta mientras tiemblo en la oscuridad. —Tu camisa... —Se la di a la chica. No me tocó de esa manera. Los ojos de Rowan brillan cuando se cruzan con los míos. No dice nada en respuesta, solo deja caer su atención en mi hombro herido, donde un moretón furioso tiñe ya la articulación con las primeras vetas de púrpura. Con una cálida palma sobre mi hombro sano, me gira para que me ponga de cara a la pared. Evalúa la herida con un toque cuidadoso. Aunque intento permanecer en silencio, se me escapa un grito ahogado cuando me mueve el brazo de donde lo tengo apoyado contra el costado. —¿Puedes volver a ponerlo en su sitio? —susurro cuando me gira para mirarlo una vez más. —Podría estar roto, amor. Necesitas un médico. Parpadeo para que no se me llenen los ojos de lágrimas cuando Rowan se arrodilla y me examina las costillas. Están doloridas por la caída, pero no rotas. Rowan se limita a ignorarme cuando intento decírselo, como si no estuviera satisfecho hasta que me revisa cada una de ellas pasando las yemas de los dedos por el hueso. Cuando termina, sus manos se posan en mis caderas, una respiración larga y tensa me cubre el vientre de un calor que siento hasta lo más profundo. —Lo siento —susurra. Me apoya la frente en el vientre y me rodea las piernas con los brazos para abrazarme. Por un momento, no sé qué hacer. Estoy inmovilizado por la repentina corriente que se dispara a través de mi piel temblorosa. Cada exhalación contra mi piel hace que mi corazón lata más rápido

hasta ser un martillo contra mis huesos. Y entonces levanto la mano, mi cuerpo toma el control sin que mi mente sepa algo que yo ignoro: que es lo más natural del mundo que mis dedos se deslicen por su cabello. Mis uñas recorren el cuero cabelludo de Rowan y él suspira, apretando con más fuerza la frente contra mi estómago mientras lo hago de nuevo y me pierdo en la cadencia de un simple roce repetido. El calor de su aliento sube desde mi ombligo, entre mis pechos, sobre mi corazón, siguiendo mi pulso acelerado mientras Rowan se levanta lentamente de su rodilla doblada. No me atrevo a dejar de tocarlo. Mis dedos se deslizan desde su cabello húmedo hasta que mi palma se posa en su mejilla y en la barba incipiente que roza mi piel. Rowan se inclina hacia mí. Pone su mano sobre la mía como si fuera a desvanecerme si me suelta. —Sloane —dice, con los ojos clavados en mis labios. Mi nombre es un susurro de salvación y sufrimiento cuando lo repite. Un trago espeso se desplaza en la columna de la garganta de Rowan—. No puedo perderte. —Entonces será mejor que me beses —le susurro. Rowan me mira a los ojos. Sus manos me calientan las mejillas. Estamos a un suspiro de distancia el uno del otro, y sé que todo cambiará en cuanto sus labios toquen los míos. Y es verdad. Todo se transforma con un beso. Los labios de Rowan son suaves, pero el beso es firme, como si no hubiera lugar en su mente para la duda o la incertidumbre. Sabe lo que quiere. Quizá lo ha querido siempre. Quizá sea la única que necesitaba tiempo para darse cuenta. El calor entre nosotros aumenta con cada roce. Abro la boca cuando su lengua rastrea el borde de mis labios y, con la primera caricia de la lengua de Rowan sobre la mía, todo hilo de contención entre nosotros se deshace. Me pierdo en el deseo. Se estrella contra mí, como si siempre se hubiera escondido tras un muro que se derrumba. Y una vez que se desata, me consume.

La urgencia se apodera de mí. La mano de Rowan se enreda en mi cabello y me aprieta contra él. Gimo cuando me mete el labio inferior en la boca. Le agarro la nuca con la mano y le clavo las uñas hasta que gruñe y me mete la lengua hasta el fondo de la boca, exigiendo más de un beso que ya ha desatado un infierno de anhelo en mis venas. Me olvido de quiénes somos. Dónde estamos. Por qué estamos aquí. Un grito repentino nos separa al instante para mirarnos con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada. Las aterrorizadas súplicas de auxilio quedan ahogadas por el sonido de una motosierra que cobra vida. Salimos de las sombras lo suficiente para ver a Autumn correr a toda velocidad por el lateral de la casa, dirigiéndose directamente hacia el granero. Un segundo después, aparece Harvey, persiguiéndola con la motosierra agarrada con ambas manos. A pesar de su corpulencia, le va ganando terreno mientras ella tropieza con los escombros con los pies descalzos y las piernas desnudas. Nos perdemos de vista y Rowan me dedica una sonrisa devastadora y salvaje. —Vuelvo enseguida, Mirlo. Me rodea la nuca con una mano y aprieta sus labios contra los míos en un último y rápido beso, y luego me suelta para recoger su hacha del suelo. —¿Qué haces? —siseo. Rowan apoya el mango del hacha contra su hombro y resopla antes de hacerme un guiño. —Vengándome por haber herido a mi chica, claro. Las duras aristas de mi corazón se derriten un poco con esas palabras, y Rowan sonríe como si pudiera verlo. Sin decir nada más, se da la vuelta y se acerca a la puerta para agazaparse detrás de un conjunto de cajas metálicas de herramientas mientras yo retrocedo hasta quedar al abrigo del motor del tractor.

Un segundo después, Autumn entra corriendo en el granero, se dirige a la puerta trasera y a cada paso emite un gemido de pánico. Harvey Mead entra corriendo en la habitación tras ella. Y todo lo que ocurre a continuación es a cámara lenta, una hermosa coreografía de venganza. Rowan avanza. Balancea el hacha hacia arriba en un arco que barre tan bajo el suelo que levanta el polvo. La hoja conecta con la motosierra en un golpe brutal. La cadena se desprende de la barra guía. Late contra la cara de Harvey, que suelta un rugido furioso. La máquina chisporrotea, Harvey la suelta y se detiene desorientado. Se lleva una mano al rostro ensangrentado en un acto reflejo, sin darse cuenta que Rowan ya lo está acorralando para asestarle otro golpe. El hacha le parte la rótula con un crujido húmedo. Harvey grita de dolor y cae sobre la otra rodilla mientras Rowan arranca la hoja del hueso. —Vamos a ver cuánto disfrutas con esto cuando eres tú el que lo recibe —dice Rowan, y antes que Harvey pueda caer de lado, Rowan le da una patada en la cara, con un fuerte golpe que impacta justo en el entrecejo de Harvey. Harvey cae de espaldas, aturdido y gimiendo, apenas consciente. Su cabeza ensangrentada se tambalea de un lado a otro en medio de una nube de polvo. Rowan se coloca junto a él y aprieta con fuerza el mango del hacha. La rabia y la concentración afilan los rasgos de su bello rostro. La malicia relampaguea en sus ojos mientras mira a su enemigo. —Esto va a ser jodidamente satisfactorio —dice, cerniéndose sobre Harvey con una sonrisa letal. Levanta el hacha. —Espera... —digo mientras me alejo de la seguridad del tractor. Rowan se detiene al instante, aunque parece que le cuesta todo lo que lleva dentro—. No lo mates todavía. Me prometiste un turno. Una sonrisa sombría se dibuja en mi rostro mientras me acerco. Rowan observa mi expresión con un parpadeo en el entrecejo, y entre nosotros se cruza una pregunta no formulada a la que respondo con una sonrisa más amplia.

—Pero siéntete libre de mantenerlo ocupado —digo, y luego me dirijo hacia la casa. Los gritos de Autumn han enmudecido benditamente en el torrente de la tormenta que sigue cayendo sobre nosotros. Será lento para ella ir a pie sin zapatos, pero al final encontrará ayuda si sigue el arroyo o retrocede hasta la parte delantera de la casa para tomar el camino que lleva a la carretera de grava. Los vecinos más cercanos están bastante lejos y la carretera no tiene mucho tráfico, pero no podemos confiar en que la lejanía nos favorezca. Sé que no podemos quedarnos mucho tiempo. El tiempo suficiente para divertirse un poco. No me entretengo en la casa, trabajo rápidamente para recoger lo que necesito antes de volver al granero. Una retahíla de improperios me saluda al acercarme al viejo edificio. A Rowan parece divertirle el colorido vitriolo mientras clava un pincho metálico en la mano de Harvey para mantenerlo atrapado contra el suelo; un instrumento similar ya le está atravesando la otra palma. Rowan está tan absorto en su trabajo que no repara en mí hasta que estoy en la puerta. Tarda un segundo en procesar lo que está viendo antes de ladrar una carcajada incrédula. Dejo caer lo que llevo con el brazo bueno y me llevo un dedo a los labios en medio de un ataque de risa. Las lágrimas se aferran a mis pestañas mientras la histeria amenaza con consumirme. Debo admitir que estoy bastante satisfecha conmigo misma. Puede que sea una de las mejores ideas que he tenido en mucho tiempo. Y quiero aprovechar al máximo el impacto, así que con unos movimientos entrecortados de la mano consigo comunicarle que quiero que Rowan me bloquee de la vista de Harvey. Él asiente y se interpone entre nosotros mientras yo maniobro entre las sombras, acercándome sigilosamente con mi codiciado premio. Cuando llego a los pies de Harvey, pongo mi regalito en sus tobillos y empiezo a deslizarlo por sus piernas. Harvey gime cuando le rozo la rodilla herida. Mira a lo largo de su cuerpo y se encuentra con los ojos vacíos de su madre.

Harvey Mead deja escapar un grito que hiela la sangre. —Has sido un niño terriblemente malo, Harvey —digo con mi mejor imitación de la voz de una anciana mientras sigo deslizando el cadáver hacia la cara de Harvey. Harvey forcejea e intenta quitárselo de encima, pero Rowan interviene y le sujeta la pierna buena. —Los niños buenos no cortan a la gente con motosierras. Otro grito desesperado. Está perdiendo la cabeza y no puede hacer nada al respecto. Me tomo mi dulce, dulce tiempo. Disfruto cada segundo de la tortura de Harvey, arrastrando lentamente a Mama Mead por su torso mientras respiraciones agitadas brotan de su pecho. Su pulso late con fuerza en su grueso cuello. El sudor le recorre la frente arrugada y le gotea por las sienes mientras sacude la cabeza. Mamá Mead y Harvey finalmente se encuentran cara a cara. —Creo que mereces ser castigado. —Esto está muy oscuro —dice Rowan detrás de mí, aunque no parece que se esté quejando. —Cállate. Mamá Mead tiene algunas cosas que decir. —Empujo la cabeza del cadáver mientras Harvey grita y se retuerce. La dentadura postiza se le cae de la boca para aterrizar en su cara y entra en otra dimensión del miedo—. Uy, culpa mía. Dejo a Mama Mead sobre su pecho para poder agarrarle la muñeca quebrada, apartando mi brazo herido mientras Harvey intenta quitársela de encima. Sus dedos curvados le acarician la cara antes que yo los enganche en la comisura de sus labios. —Aguanta, hijo. Sólo quiero entrar y echar un vistazo. Harvey suelta un gemido agudo. Y entonces jadea, traga aire como si no fuera a entrar, su cara es una mueca contorsionada. —Uhh...

Las venas de las sienes de Harvey sobresalen. Su carne se enrojece y luego pierde rápidamente el color. Sus labios se vuelven azules. —Pero qué... Una respiración agitada abandona su pecho. Sus ojos se oscurecen. Sus pupilas se fijan en el techo y se dilatan. —¿Acaba de tener un ataque al corazón? —pregunta Rowan. Se detiene junto a la cabeza inmóvil de Harvey para mirarle la cara ensangrentada. Mis hombros caen con decepción. —Esto no es nada divertido, Harvey. —Literalmente le diste un susto de muerte. Deberías estar orgullosa. —Tenía mucho más en mí. —Le doy un empujón petulante a Mamá Mead y ella rueda fuera del pecho inmóvil de Harvey—. ¿Crees que deberíamos darle RCP? —Si quieres, pero pido no hacer el boca a boca. —Maldita sea. Rowan sonríe cuando levanto la vista. Rodea la cabeza de Harvey y se detiene a mi lado con la mano extendida. —Vamos, Mirlo. Pronto se te pasará la adrenalina y ese hombro empezará a dolerte de verdad. Será mejor que quememos el lugar y nos pongamos en marcha antes que ese pájaro encuentre la forma de ayudarnos. Luego arreglaré nuestras cosas en el motel y nos pondremos en camino. Pongo la mano en la de Rowan y él me levanta. La cicatriz de su labio se aclara un poco cuando me sonríe. Mi mirada recorre su rostro y quiero recordar cada detalle, desde sus cejas oscuras hasta sus ojos azul marino y las tenues líneas de sus bordes, pasando por el pequeño lunar de su pómulo y el brillo de su cabello mojado. Sobre todo, quiero recordar la calidez de su beso cuando aprieta sus labios contra los míos.

Demasiado pronto, se aleja, pero no sin agarrarme de la mano mientras nos lleva hacia la casa. —A la carretera —digo, sus palabras finalmente emergen de la bruma de adrenalina—. ¿De camino a dónde? —Nebraska. Para ver al Dr. Fionn Kane —dice—. Mi hermano.

Sloane duerme a mi lado en el asiento del copiloto, con una manta que robé del hotel cubriéndole el cuerpo y el cabello negro recogido sobre el hombro hinchado. El tirante de su sujetador sostiene una bolsa de hielo sobre la articulación y, aunque sé que probablemente se ha derretido hace una hora, no me he atrevido a cambiarlo por si la despierto. Cuando la miro, parece que no puedo separar una emoción de las demás. Todas se entrelazan cuando pienso en Sloane Sutherland. El miedo se funde con la esperanza. El cuidado con el control, con la envidia, con la tristeza. Es todo, todo a la vez. Incluso el deseo de apagar este sentimiento se traba con la necesidad de alimentarlo. La totalidad me devora. Y sólo crece con cada momento que pasa. Sloane sangra en cada pensamiento. Cuando estamos separados, su ausencia es una entidad. Me preocupo por ella. Sueño con ella. Y ayer, casi la pierdo. Matar nos unió, y es una compulsión sin la que ninguno de los dos puede vivir. Esta necesidad, y ahora este juego entre nosotros, me consume tanto como a ella. Mis obsesiones me empujan a un precipicio por el que estoy abocado a caer, y puede que la caída no tenga fin una vez que lo haga. Sloane se revuelve y gime, y mi puto corazón empieza a desbocarse. Puede que no haya parado desde aquel primer día en el pantano, cuando salió del baño de Briscoe, con el cabello mojado, la piel sonrojada, pecosa y aquella camiseta de Pink Floyd atada a

la cintura. Cada vez que pienso en ella, mi corazón me recuerda que, después de todo, no estoy tan muerto por dentro como creía. —Tranquila, Mirlo —le digo cuando vuelve a gemir, esta vez más un quejido que me araña las tripas. Apoyo una mano en el muslo de Sloane, quizá para tranquilizarme a mí mismo tanto como a ella—. Sólo unas horas más. Se mueve, y cada movimiento doloroso le marca una arruga en la piel hasta que cierra los ojos. La manta le cae hasta la cintura cuando por fin consigue enderezarse, pero no parece darse cuenta y, cuando se la vuelvo a levantar, me regala una leve sonrisa de agradecimiento. Le paso una botella de agua y un puñado de analgésicos antes que pueda pedírmelos. —Me siento fatal —dice, y vuelve a cerrar los ojos mientras se traga las pastillas. Cuando sólo respondo con un hmm pensativo, me mira de reojo—. Puedes decirlo. —¿Decir qué? —Que yo también me veo fatal. Suelto una risita y ella entrecierra los ojos. —No voy a decir eso. Como el infierno. —Vuelvo la vista a la carretera, viendo a una urraca que vuela por encima, tratando de mantener mi atención en el horizonte a pesar que el peso de la mirada penetrante de Sloane en el lado de mi cara es como una marca caliente en mi piel—. ¿Qué? Creo que eres hermosa. Como una especie de diosa feroz y aguerrida de la venganza. Sloane resopla: —Diosa de la venganza, una mierda. —Miro a tiempo para captar uno de sus épicos ojos en blanco. Antes que pueda detenerla, se baja la visera y levanta la tapa del espejo. Un chillido llena el pequeño utilitario. —Rowan... —No es tan malo, una vez que te acostumbras. —¿Acostumbrarse? Tengo una puta huella de bota en la cara. — Se inclina más cerca del pequeño espejo, girando la cabeza de lado

a lado mientras inspecciona los moretones de claras marcas de pisadas en su frente y dos semicírculos negros bajo sus pestañas inferiores. Cuando Sloane se vuelve hacia mí, tiene los ojos vidriosos por las lágrimas no derramadas. —Mirlo... — No lo hagas. Ese hijo de puta me ha estampado un puto sello en la frente. Incluso puedo ver el logotipo de Carhartt en ella —me dice, con la voz quebrada mientras se acerca al espejo antes de volverse hacia mí, con una lágrima derramándose sobre sus pestañas mientras se inclina sobre la consola central y señala el círculo en el centro de su frente—. ¿Ves? Justo ahí. Carhartt. ¿Por qué no podía haberme dado un puñetazo en la cara como una persona normal? —Probablemente porque no era una persona normal, amor. Pensé que la motosierra era una gran pista. —Le limpio una lágrima con el pulgar. Le tiembla el labio y me dan ganas de reír y de quemar el mundo al mismo tiempo hasta que encuentre la forma de resucitar a ese hijo de puta para que pueda volver a matarlo—. No estará ahí para siempre. —Pero tengo que ir al baño —dice Sloane, logrando controlar su voz a pesar que su cara sigue siendo la imagen de la angustia—. ¿Cómo se supone que voy a ir a ninguna parte sin llamar la atención? No me atrevo a ofrecerle la opción de encontrar un arbusto privado al lado de la carretera para acuclillarse detrás. Está claro que ha llegado al límite de su estrés y no me apetece que me apuñalen mientras conduzco. —Hay una parada de descanso en diez millas. Te arreglaré. Sloane me observa durante un largo momento y, aunque su expresión sigue siendo cansada y dolorida, se suaviza un poco antes de volver a acomodarse en su asiento. —De acuerdo. Me duele el pecho. Ella confía en mí. Trago saliva y vuelvo a centrar mi atención en la carretera.

—De acuerdo. Se hace el silencio mientras Sloane se muerde el labio inferior, mirando por la ventana cómo pasan los campos de cultivo. Ahora que está despierta, subo el volumen de la música con la esperanza que la calme cuando perciba la tensión que desprende su cuerpo inmóvil. A veces, cuando está conmigo, me siento como si la tuviera en mis manos. Es como su apodo, lista para despegar con la primera ráfa*ga de viento. Nunca quise ganarme la confianza antes de Sloane. Nunca me había preocupado por mantenerla a nivel personal, no para nadie más que para mis hermanos. Y de repente, la confianza de Sloane es una de las cosas más importantes del mundo para mí. Sé que si la pierdo, nunca la recuperaré. Y eso me da mucho miedo. —¿Y si necesito cirugía? —susurra Sloane. Le ofrezco una sonrisa, pero no parece tranquilizarla. —Entonces te operarán. —La gente hará preguntas. —Mi hermano se encargará de eso. Pero ni siquiera sabemos si es necesario. Veamos qué dice Fionn cuando te revise. Sloane suspira, y yo vuelvo a apoyar la mano en la manta que cubre su muslo, inseguro de si esto es demasiado cuando no sé a qué atenerme. Pero su mano buena se desliza hacia la mía y el corazón me salta a la garganta con un fuerte latido. No tan muerto por dentro después de todo. —¿Fionn también lo sabe? —pregunta, con la mirada desviada hacia el cielo y la tierra. —¿Sobre nuestras... aficiones? ¿Nuestro juego? —Ella asiente, y le doy un ligero apretón en la mano—. Sí, lo sabe. —Pero es médico. Nuestra idea de diversión es la antítesis del trabajo de su vida. Me encojo de hombros antes de hacer un gesto con la cabeza hacia la señal de la próxima salida. La tensión en su mano se alivia.

—Digamos que mis hermanos y yo no tuvimos la educación más convencional, incluso después de salir de la casa de mierda de mi padre. Entre la crueldad de Lachlan y mi temeridad, Fionn no tiene reproches cuando se trata de los matices más oscuros de la vida. Ha elegido su propio camino, como siempre esperamos que hiciera. Pero acepta en lo que nos hemos convertido Lachlan y yo, igual que nosotros lo aceptamos a él. —Tu camino —dice Sloane—. ¿Cómo lo encontraste? —¿Te refieres al restaurante? —pregunto, pero cuando miro a Sloane niega con la cabeza, con la mirada clavada en mi rostro como si estuviera absorbiendo cada matiz—. Después que mi padre nos atacara por última vez, cuando Lachlan y yo lo matamos, me di cuenta que no sentía lo que probablemente debería por hacer algo así. La mayoría de la gente sentiría culpa. Pero sentí un torrente de emoción cuando estaba sucediendo. Realización cuando había terminado. Sentí paz al saber que nunca volvería. Y cuando poco después conocí a otra persona que me recordaba a él, me di cuenta que nada me impedía volver a hacerlo. Siempre había una próxima persona. Alguien peor. Con el tiempo, se convirtió en una especie de deporte, encontrar a la peor persona que pudiera y borrarla del planeta para siempre. Sloane tararea una nota pensativa y desvía la mirada hacia la gasolinera que tiene delante. Quiero saber el mismo tipo de cosas sobre ella. ¿Cómo llegó a esto? ¿Qué pasó antes y después de su primer asesinato? ¿Realmente no tiene a nadie más que a Lark? Pero con Sloane, ya sé que comparte cuando está preparada, no cuando se lo piden. Sólo puedo esperar que ahora esté un poco más preparada. Entramos en la gasolinera, aparco lejos del edificio, donde es menos probable que la vean, y apago el motor antes de dirigirme a ella. —Te dejo las llaves, por si acaso. La mirada de Sloane se desvía hacia el salpicadero y vuelve a mí. Algo se suaviza en el dolor aún rampante en sus ojos inyectados en sangre. —De acuerdo.

—Vuelvo enseguida. Ella asiente, y yo asiento a su vez. Intento pasar el menor tiempo posible en la gasolinera, recogiendo agua y refrescos y un surtido de tentempiés, junto con algunas cosas que espero que hagan que Sloane esté más cómoda. Me sorprendo gratamente cuando el vehículo está donde lo dejé, Sloane observando cada paso que doy desde detrás del parabrisas. Su respiración profunda y un destello de sonrisa no pasan desapercibidos cuando abro la puerta del acompañante. —Pensé que esto era adecuado —le digo. Rompo la etiqueta de una gorra de camionero gris desgastada antes de dársela. Me parece una estupideces, dice la letra cursiva en la parte delantera. —Exacto —responde, centrándolo en su cabeza antes de tomar los lentes de sol baratos que le paso a continuación, aferrándolas con su mano buena. —La siguiente parte probablemente va a doler como la mierda. —Saco una camisa abotonada de mi bolso y ella suelta un suspiro pesado, frunciendo el ceño ante la tela arrugada—. La cortaremos cuando lleguemos a casa de Fionn. Sloane no discute, sólo mira su brazo herido que yace inerte e inútil sobre la manta antes de asentir. Primero le quito la bolsa de hielo derretido debajo del tirante del sujetador y veo cómo se le cierran los ojos y se le desliza el labio inferior entre los dientes. Cuando le tomo la mano herida y le paso la manga por la muñeca, suelta un gemido de dolor y el rubor le sube por el cuello hasta las mejillas. Sigo adelante, aunque sé que soy yo quien la hace sufrir solo por ayudarla a ponerse una puta camisa. Intento alejar el pensamiento que todo esto es por mi culpa, todo este estúpido juego, su hombro roto, su cara maltrecha. Pero reprimo esos pensamientos porque me necesita y lo único que importa ahora es conseguirle ayuda. Una vez que deslizo la camisa sobre su hombro malo, la tarea resulta más fácil. Es capaz de girar el cuerpo lo suficiente para meter el otro brazo sin demasiados problemas, y entonces me pongo en cuclillas para abrocharle los botones.

—Gracias —susurra entre jadeos mientras le abro el primer botón. La miro a la cara, un bonito rubor ilumina sus mejillas bajo una fina capa de sudor—. Ha sido un asco. —Lo has hecho bien —le digo. Mis dedos rozan su vientre, cerca de su ombligo perforado, mientras paso el siguiente botón por el agujero. No era mi intención tocarla, pero no me arrepiento en absoluto, sobre todo cuando responde con un pequeño escalofrío. Su piel expuesta se estremece, y cuando levanto la vista, los ojos color avellana de Sloane están clavados en los míos, su pulso zumba en su cuello mientras mi mirada se posa en su garganta. Soy ligeramente consciente que mis dedos se mueven lentamente alrededor del tercer botón, la necesidad de tocar y saborear su piel opaca cualquier otro pensamiento tras una brumosa película de deseo. Mi polla se tensa contra la cremallera y dejo que mi mirada recorra la pendiente de su clavícula, posándose en la suave piel de su pecho, que sube y baja con la respiración acelerada. Sigo la línea de su sujetador hasta que el borde de la camisa se abre, dejando al descubierto el satén blanco manchado. Y entonces me detengo en seco, todo el mundo estrechándose hasta la punta de su pezón. Su pezón perforado. Puedo distinguir claramente la forma de un corazón alrededor del pico firme y una bolita a cada lado. Eso no estaba allí la primera vez que nos vimos. Y lo sé. Lo sé porque mi monólogo interno estuvo marcado por las palabras "sin sujetador" cada dos minutos desde el momento en que ella salió del baño de Albert Briscoe. Creo que mis manos han dejado de moverse. No estoy seguro. Me quedo mirando ese corazoncito mientras se me seca la boca y la polla se me pone dura como la puta piedra. Un repentino parpadeo de movimiento rompe el hechizo cuando Sloane despliega las gafas de sol con un chasquido de muñeca. —¿Te ha llamado algo la atención, guapo? —pregunta. Esos labios. Ese hoyuelo. Esa puta sonrisa. Se pone las gafas de sol con un guiño antes que sus ojos color avellana desaparezcan

tras los cristales de espejo, y entonces se desliza a mi lado, toda curvas y descaro mientras se baja la camisa lo suficiente para cubrirse el sujetador antes de alejarse hacia la gasolinera. Maldita sea. Me voy a divertir mucho castigándola. Han pasado diez minutos cuando vuelve al portón trasero y yo sigo sentado con una erección furiosa, inmerso en fantasías sobre cómo voy a torturarla para que me cuente todo sobre esos piercings en los pezones. Mi polla no tiene ninguna esperanza de calmarse con esa leve sonrisa todavía en su cara. —¿Estás bien? —me pregunta cuando se quita las gafas de sol y se sienta en el asiento del copiloto. Me mira mientras se pasa el cinturón de seguridad por el cuerpo. —Genial. Sí. Simplemente genial. —¿Seguro? ¿Quieres que conduzca un rato? Pareces un poco... distraído. No querría que algo brillante llamara tu atención y nos sacaras de la carretera. La fulmino con la mirada mientras arranco el motor y nos pongo en marcha. —Cristo. Déjame sobrevivir las próximas dos horas y luego hablaremos. Y siento que eso es lo que apenas logro hacer. Sobrevivir. En cuanto llegamos a casa de Fionn, me apetece un buen trago. Apenas es mediodía. Le envío un mensaje a mi hermano en cuanto aparcamos, pero no contesta, así que asumo que está inmerso en alguna de sus mierdas de entrenamiento y me dirijo al lateral del vehículo para recoger a Sloane. Sus moretones se han oscurecido y parece agotada, lo cual supongo que no es sorprendente, pero reprime cualquier queja mientras la ayudo a salir del auto y a subir los escalones de la casa blanca y roja de Fionn en Cape Cod. Llamo al timbre. Esperamos. Golpeo tres veces la puerta.

Esperamos más. —Maldito Fionn —siseo—. Probablemente esté tocando Metallica a todo volumen en sus auriculares mientras hace ocho mil abdominales, la pequeña mierda... Sloane levanta la vista hacia mí, su dolor ahora impregnado de preocupación. Le dirijo mi mejor intento de sonrisa tranquilizadora antes de darle un beso en la sien. —Sabe que veníamos. Todo irá bien. No nos defraudará —digo mientras envuelvo el pomo de la puerta con una mano. Desbloqueado. Pongo los ojos en blanco: Fionn Kane debería saberlo mejor que nadie. —Para ser tan listo, a veces es un puto imbécil. La casa está en silencio cuando entramos. Es pintoresca como la mierda. Definitivamente Fionn en su pico ''Hallmark Hombre Triste Cinderwhatever'' era, al igual que Lachlan dijo. Incluso hay una blonda de encaje en la mesita. Me dirijo hacia la cocina, donde veo una puerta trasera que da al patio trasero. —Cabeza de chorlito —llamo a la silenciosa casa—. Deja de hacer el tonto. Algo me atraviesa el cráneo. Estrellas explotan dentro de mi visión. —¡Comete una polla, hijo de puta! Un chillido de mujer precede a un segundo golpe que me azota la mano donde la aferro a la llaga de la parte superior de la cabeza. Consigo agarrar el arma y arrancársela de las manos. Sloane grita detrás de mí, una serie de "wow, wow, wow", mientras blando el garrote con una mano e intento mantener a Sloane detrás de mí con la otra. Excepto que el garrote no es realmente un garrote, sino... ¿una muleta? —¿Quién carajo eres tú? —me grita una chaparrita de veintitantos años y cabello oscuro que entra cojeando en mi campo

de visión mientras me golpea con la muleta que le queda. Se la quito de las manos de un golpe y la muleta se desplaza en espiral por la madera, pero la pequeña demonio consigue mantenerse en pie. Estoy a punto de clavarle la muleta en el pecho para empujarla cuando saca un cuchillo de caza de su espalda, casi tan largo como su brazo—. He dicho que quién mierda eres. —¿Yo? ¿Quién mierda eres...? —¿Le has hecho eso en su rostro? —gruñe. Apunta con la punta de su cuchillo entre Sloane y yo, que ahora está a mi lado con la mano buena levantada en un gesto apaciguador—. ¿Tú le has hecho eso? —No, Jesús... —Te cortaré... —¿Qué tal si todos se calman? Creo que todo esto es un simple malentendido —dice Sloane mientras se acerca con cuidado a la pequeña banshee6—. ¿Cómo te llamas? Los ojos oscuros de la banshee se dirigen a Sloane y se quedan allí. —Rose. —Rose. Bien, de acuerdo. Bien. Soy Sloane. —Parece como si una de las tías de Bally te hubiera dado una patada en la cara en el callejón de los payasos —dice Rose. Sloane parpadea. Su boca se abre, se cierra y vuelve a abrirse. —Yo... sinceramente no tengo ni idea de lo que eso significa. Pero él no lo hizo, lo juro. —Claro, seguro. —Rose se burla y pone los ojos en blanco casi tanto como Sloane. Se acerca cojeando, pero la escayola golpea el suelo y ella hace una mueca—. Acaba de darte un codazo con el pie, ¿verdad? ¿Sólo un golpecito de amor? No necesitas proteger a este Una banshee es un espíritu femenino del folclore irlandés que anuncia la muerte de un miembro de la familia, normalmente gritando, lamentándose, chillando o aullando. Su nombre está relacionado con los túmulos o "montículos" mitológicamente importantes que salpican la campiña irlandesa, conocidos como síde en irlandés antiguo. 6

pedazo de mierda, cariño. Le voy a cortar las pelotas —gruñe, apuntándome con la punta del cuchillo. Intento golpearla con el extremo de su muleta, pero ella esquiva mi golpe antes que Sloane se interponga entre nosotros. —No, en serio. ¿Ves? El logotipo de Carhartt. Justo ahí —dice Sloane, levantando el ala de su gorra para señalar el círculo estampado en su frente. Agita la mano detrás de ella, cerca de mis pies—. Él es más de Converse. —¿Dónde está el hijo de puta que te hizo eso en la cara? —Está muerto. —Entonces, ¿quién putas es este saco de pulgas roba muletas? —Es Rowan —dice Sloane, señalándome de nuevo. Rose entrecierra los ojos como si esa información fuera insuficiente—. Él es mi n-nov... amigo. Amigo. Un hombre-amigo. Con el que estoy... Aquí. Resoplo una carcajada mientras Rose frunce el ceño. —Hombre-amigo —me hago eco—. Muy suave, Mirlo. —Cállate —sisea Sloane mientras me mira por encima del hombro como si no estuviera segura de sí debería soltarle los detalles que Fionn es mi hermano. Levanto las cejas y cierro los labios—. ¿Un poco de ayuda antes que me acuchillen? Sacudo la cabeza. —El hombre se calla, como pedí. Sloane gime y pone los ojos en blanco. Juro que sus ojos incluso van en diferentes direcciones antes de volver a la mujer con una cuchilla en la cara. —Mira, necesito ayuda médica, obviamente. Fionn es médico, ¿verdad? También resulta ser el hermano de este saco de pulgas ladrón de muletas. La mirada suspicaz de Rose se interpone entre nosotros. Delibera durante un largo rato antes de sacar un teléfono del bolsillo, con el cuchillo todavía apuntando en nuestra dirección y apartando los ojos de nosotros solo el tiempo suficiente para

seleccionar un contacto al que llamar. Oigo el débil timbre cuando se acerca el teléfono a la oreja y luego el saludo amortiguado de mi hermano. —Hay una chica golpeada aquí con un tipo alto que dice ser tu hermano. Me ha robado la puta muleta —suelta Rose. Se calla cuando Fionn dice algo en el fondo y sus ojos se clavan en mí como láseres. Mueve la barbilla una vez en mi dirección—. Me pide que confirme tu apodo de la infancia. La sangre se escurre de mis extremidades mientras mi mirada se dirige a Sloane. Sacudo la cabeza. —No. Eso parece encantar al gato infernal: la sonrisa de Rose es jodidamente salvaje. —Genial. Entonces te acuchillo en las pelotas. —¿Sí? Cojea hasta aquí y pruébalo —gruño. Intento pincharla con el extremo de goma de la muleta, pero Sloane lo aparta de un manotazo. —Por el amor de Dios, ustedes dos. Tengo un brazo estropeado. Necesito un médico —dice Sloane, moviéndose de lado a lado para dar una demostración de su dolor. Se gira lo suficiente como para mirarme con tristeza. Cuanto más tiempo me mira, más se desmorona mi determinación. Su labio inferior hace un puchero y, aunque sea falso, sé que estoy perdido—. Ayúdame, hombre. Un largo gemido retumba en mi pecho mientras me paso una mano por la cara. —Mierda. De acuerdo. —Las dos mujeres me miran con fijeza inquebrantable, con las cejas levantadas en señal de expectación— . sh*tflicker7. Se miran la una la otra. Hay un momento de bendito silencio. Y luego un ataque de risa.

sh*tflickers son repugnantemente trollopy zapatos que un skan* usaría normaly un pequeño niño pobre, a menudo son demasiado grandes y parecen viejos 7

Rose transmite mi respuesta a Fionn y lo oigo reír por la línea antes que le dé unas instrucciones cortantes y desconecte la llamada. Guarda el teléfono en el bolsillo y enfunda el cuchillo mientras Sloane me quita la muleta de las manos y se la pasa. Genial. Estas dos van a ser las mejores amigas ahora. Justo lo que necesito. —De acuerdo, sh*tflicker. Supongo que has pasado la prueba. Fionn estará en casa en quince minutos para arreglarte. —Espera un momento. No nos has dicho por qué mierda estás aquí —digo mientras Rose esboza una sonrisa burlona en mi cara. —Tal vez soy la chica de Fionn, Sr. Flick-a-sh*t8. Sloane suelta una carcajada. Le tomo el codo bueno y la guío hasta el sofá mientras mantengo la mirada clavada en Rose. —Que Dios nos ayude a todos. Rose se aleja cojeando con sus muletas, murmurando algo sobre "peor que el circo", signifique lo que signifique. La observo mientras se dirige a la mesa del comedor y, cuando me convenzo que no nos perseguirá con una muleta y un cuchillo del tamaño de un machete, vuelvo a centrarme en Sloane. La ayudo a arrastrar unas almohadas bajo el costado izquierdo para que pueda encontrar una posición cómoda en el sofá acolchado, pero sé lo que es estar tan agotado que estás desesperado por descansar, pero tan dolorido que parece una realidad lejana. Cuando parece estar lo más cómoda posible, me arrodillo frente a ella y le retiro el cabello negro de la cara. —¿Quieres una copa? —pregunto, y ella asiente con la cabeza, con los ojos apretados por el dolor que se instala a medida que disminuye su adrenalina—. ¿Qué quieres? El espacio entre sus cejas se arruga mientras sus bonitos ojos color avellana sostienen los míos, su dolor me oprime el pecho. —Quiero... —Se interrumpe mientras sus ojos se desvían y vuelven. Entonces aparece su hoyuelo. Esa maldita cosa es como

8

Juego de palabras que significa una mierda

un faro de travesura. Apenas consigo reprimir un gemido—. Quiero saber cómo surgió el nombre sh*tflicker. —Sloane —advierto. —¿Era tu propia mierda la que tirabas, o la de otro? ¿Con regularidad? Y como... ¿por qué? Su máscara diabólica vacila cuando me inclino hacia delante y apoyo una mano a cada lado de sus rodillas. —Tienes suerte de estar herida. Sloane me dedica una sonrisita de suficiencia. Maldición, deseo tanto tener esa boca inteligente y esos labios carnosos alrededor de mi polla que me duele. —¿Ah, sí? —gruñe—. ¿Y eso por qué? Me acerco aún más. Me meto en su espacio. Ella resiste el impulso de hundirse más en los cojines mientras su respiración se entrecorta. Le rodeo la garganta con la mano, presionando su piel con un dedo cada vez, su pulso como música bajo mi palma. Se estremece cuando mis labios rozan su oreja. —Porque te pondría sobre mis rodillas y te azotaría ese culo perfecto hasta que brillara. Y luego, ¿quieres saber lo que haría? Asiente temblorosa. Tres respiraciones irregulares. —Sí —susurra. —Te enseñaría una lección sobre el deseo. Sobre querer correrte tanto que tienes que rogar por ello. —Mi polla se endurece mientras la sangre de Sloane se agita contra mis dedos—. Y una vez que estuviera seguro que habías aprendido esa lección, te enseñaría sobre querer dejar de correrte tanto que suplicaras por eso también. Su débil aroma a jengibre se ve empañado por el sudor, la sangre y su miedo persistente. Me pregunto si se da cuenta de lo fácil que podría aplastar su delicada tráquea. Me pregunto si piensa en que está atrapada en las garras de un asesino tan letal como ella. —Estás temblando, pajarito.

En un abrir y cerrar de ojos, la suelto y me elevo sobre ella. Mi polla suplica alivio al ver sus mejillas sonrojadas y su respiración acelerada. Sus dedos rozan su cuello, un leve trazo de movimiento sobre su carne sonrosada, como si echara de menos mi contacto. Cuando sus ojos se cruzan con los míos, le dedico una sonrisa oscura, llena de confianza. Llena de promesas. —Tal vez deberías empezar a practicar tu mendicidad, amor. Podría no traerte la bebida de otro modo. El resoplido de Sloane al exhalar un suspiro es respondido por mi guiño antes de darme la vuelta y alejarme a grandes zancadas. Es difícil no mirar atrás. Puede que Sloane, sonrojada y nerviosa, sea mi versión favorita de ella. Por supuesto, miro hacia atrás, porque no puedo evitarlo. Sólo una mirada. Una sonrisa coqueta que lanzo por encima del hombro, y grabo a fuego en mi memoria la imagen de su deseo indisimulado. Cuando llego a la cocina, me tomo mi tiempo para rebuscar entre las opciones de bebida, y me decido por la botella de bourbon Weller Antique Reserve, no porque sea lo que realmente quiero, sino porque es la botella de alcohol más cara de la casa y ese mierdecilla de Fionn se merece que le roben su caro licor después del fiasco del apodo. Rose está sentada a la mesa del comedor, con las luces tenues y una hilera de cartas ante ella. —No te creía del tipo solitaria —digo mientras dejo los vasos en la encimera y sirvo la primera copa. Su mirada es fugaz. —Tarot. —Claramente —digo sin rodeos. Vuelve a mirarme y una leve sonrisa asoma por una comisura de sus labios, como disculpándose por no haber entendido el chiste. —¿Quieres una lectura? —Paso difícil. No me gusta tentar fantasmas o alguna mierda. No necesito más mala suerte. Rose se encoge de hombros, voltea una carta de su baraja. —Como quieras.

Examina las cartas. Una arruga se hace más profunda en su entrecejo cuando sus ojos pasan de una a otra. Le da la vuelta a otra carta con la punta de los dedos y guarda silencio mientras evalúa su significado oculto. —Entonces... —digo, y ella no levanta la vista mientras gira otra carta—. ¿Te quedas con mi hermano? ¿Cuánto tiempo llevan saliendo? —No lo estamos. —Pensé que habías dicho.. —-¿Que "tal vez soy su joven mujer"? —Rose no levanta la vista mientras suelta una carcajada—. Sí, ''Hombre-chica'' tampoco sonaba muy sólido. No te ofendas. Miro hacia donde Sloane está sentada en el salón, con el hombro izquierdo caído y la mirada fija en el teléfono que tiene apoyado en la rodilla derecha. —No hay problema —murmuro. —¿Cuánto tiempo has estado...? —Sus ojos se despegan de las cartas y me miran, y luego—. Suspirando...? Me arrastro la mano por la cara mientras gimo. Algo me dice que no se puede engañar a Rose. —Mucho tiempo. Rose mira sus cartas y asiente sabiamente. —Sí. Eso pensaba. Bueno, de nada, en ese caso. —¿Por qué? —Mi presencia fortuita en esta encantadora morada —dice, dirigiendo una mano hacia el salón—. Fionn tiene el dormitorio principal. Yo tengo el primer dormitorio de invitados. Eso significa que tú, amigo mío, puedes compartir la cama con tu chica de allí. Una explosión de emoción y nervios inunda las cavidades de mi corazón. Me paso una mano por el cabello y miro a Sloane mientras consulta su teléfono. No estoy seguro de sí querrá eso. O si debería quedarme en el sofá. O si puedo obligarme a tomar el sofá. O tal vez

debería dormir en el suelo. Pero tampoco soy un santo, así que como el infierno voy a hacer eso. —Mierda —susurro. Rose resopla. —Exactamente. Dispara tu tiro, hermano. Sacudo la cabeza y resoplo una carcajada ante la pequeña diablesa, pero su atención está absorbida por las cartas extendidas ante ella en forma de cruz a la izquierda, de línea a la derecha. Ladea la cabeza. Arruga la frente. Sus dedos bailan sobre la hilera de imágenes, cuyo significado desconozco. —Entonces, ¿la metiste en esta jodida situación del hombro y la cara con huellas de botas? —Yo... supongo. Sí. —¿Algún tipo de... juego... que salió mal? La botella casi se me resbala de la mano. La dejo junto a los vasos y doy un paso hacia la mesa. —¿Qué? —Un juego —repite sin levantar la vista. Señala la carta de un hombre que lleva una corona y monta a caballo, con otra corona rodeando el palo que tiene en las manos. Su mirada recorre el resto de las cartas—. Un juego de vida o muerte. Hay sufrimiento. Secretos y engaños. Ilusiones —dice, con voz grave, mientras su pulgar toca el borde de una carta cuyo título en la parte inferior dice: La Luna. —Creía que había aprobado una lectura —digo con voz cautelosa que es poco más que un susurro. —Así fue. Las cartas no estaban de acuerdo. —Rose se encoge de hombros—. Ellas hacen eso. Me encuentro en el extremo opuesto de la mesa, con los ojos clavados en Rose mientras da golpecitos con un dedo junto a la carta superior de la fila de la derecha, un tictac metronómico del tiempo.

—La Torre —dice. Su dedo se posa sobre el relámpago de oro descolorido que golpea una torre de piedra—. Destrucción. O liberación. ¿Qué significa para ti? Sus ojos son casi negros en la penumbra cuando se posan en mí. Mi mente se tambalea y mi única respuesta es un movimiento de cabeza. —Una torre de piedra —dice, sin apartar la mirada de mí mientras da un golpecito en la carta—. Debería ser fuerte. Pero construida sobre cimientos inestables, basta un rayo para derribarla. El caos. El cambio. El dolor. Y cuando tu mundo se desmorona a tu alrededor, se revela la verdad. —¿Y qué... crees que lo que le ha pasado es la caída de un rayo? Rose desvía la mirada hacia Sloane, un ceño fruncido pasa por su expresión antes de volver su atención a mí. —No sé. Tal vez lo sea. O quizá ese golpe esté aún por llegar. Y aunque su mirada se desvía cuando Fionn entra por la puerta, las palabras de Rose permanecen como anzuelos de púas clavados en lo más profundo de mis pensamientos. Se niegan a soltarme. Hago las presentaciones. Explico lo sucedido, respondo a todas las preguntas de mi hermano mientras examina el hombro de Sloane. No nos quedamos en la casa, y en veinte minutos estoy recogiéndola para llevarla a la oficina de Fionn. Pero cuando miro a Sloane, son las preguntas de Rose las que siguen ahí. Quizá siempre estuvieron ahí. ¿Alguna vez la liberé de verdad? ¿O seré yo su destrucción?

Apoyo la cabeza en el regazo de Lark y sus dedos me acarician el cabello. Se mece al compás de la melodía de su voz inestable. Nadie aquí puede amarme o comprenderme... canta. Su voz se va apagando hasta convertirse en un zumbido tembloroso. Sé que he hecho algo de lo que nunca podré retractarme. Algo que nunca querría, aunque la mayoría de la gente sentiría arrepentimiento. Pero yo no. Me siento aliviada. Por fin he abierto la puerta donde un monstruo yacía agitando sus barrotes al otro lado, suplicando ser liberado. Ahora que está fuera, no hay forma de volver a encerrarlo. Y no quiero hacerlo. —Mis padres lo arreglarán —susurra Lark mientras me da un beso en el cabello—. Les contaré lo que hiciste por mí. Nos ayudarán. Puedes venir a casa conmigo. Tengo las manos mojadas. Pegajosas. Las levanto a la luz de la luna que entra por la ventana. Están cubiertas de sangre. Cuando bajo las manos, veo el cuerpo en el suelo. El Director Artístico de Ashborne Collegiate Institute. Y mi único deseo es que resucite del más allá para poder hacerlo todo de nuevo. ''Llegaré tarde esta noche...'' canta Lark, ''Mirlo, adiós, adiós''. —Mirlo —dice una voz diferente pero familiar. Salgo de la oscuridad de los recuerdos y los sueños que nunca me abandonan.

Cuando abro los ojos, Rowan está allí, sentado en el borde de la cama. Su mano me aparta el cabello de la cara—. Solo ha sido una pesadilla. Parpadeo y me fijo en lo que me rodea. La luz sale del cuarto de baño e ilumina una parte de la habitación de invitados, decorada en tonos grises oscuros y blancos con toques amarillos que pierden su alegre brillo en la sombra. La bruma de los analgésicos fuertes me trae recuerdos. Recuerdos de la agonía mientras Fionn me giraba el brazo. El dolor en los ojos de Rowan mientras me tomaba la mano y me recordaba que respirara. El alivio que el hueso volviera a su sitio. La forma en que Rowan apoyó la cabeza junto a la mía cuando todo terminó, como si cada momento le hubiera causado un profundo corte en el corazón. Cuando se levantó y me miró, había angustia y arrepentimiento en sus ojos, y no sabría decir cuál era peor. E incluso ahora, aún permanecen en sus ojos. —¿Qué hora es? —pregunto mientras me incorporo un poco con un gemido. Me duele el hombro, pero me reconforta tener el brazo atado al cuerpo en el cabestrillo. —Once y media. —Me siento asquerosa —digo mientras miro mis leggings y la camisa de franela abotonada con la que he dormido las últimas horas. Llevo más de un día sin ducharme, desde la mañana de la casa de los horrores de Harvey. Es como si me persiguiera a través de la película que recubre mi piel. —Vamos. —Rowan me ofrece una mano para ayudarme a sentarme—. Te prepararé un baño. Podría ayudarte con el dolor. Me deja al borde de la cama y se dirige a la rendija de luz, como si supiera que necesito un minuto para orientarme. Oigo el chorro del grifo y el agua que cae en la bañera. Durante un largo momento, me quedo en la habitación poco iluminada hasta que controlo mi ansiedad y me uno a Rowan en el baño. No digo nada mientras me detengo en el tocador para contemplar mi reflejo e intento ahuyentar las lágrimas a pesar del escozor de mis ojos y el nudo en la garganta. Moretones de color púrpura intenso siguen la curva de mis ojos, la huella de la bota de

Harvey Mead aún más vibrante en mi piel que cuando la vi por primera vez en el auto. Todavía tengo sangre seca en los bordes de las fosas nasales. Tengo la nariz dolorida e hinchada. Pero, afortunadamente, sigue en su sitio. Lo cual es bueno, porque ya parezco un puto basurero y no necesito una nariz rota que añadir a la mierda actual. —Listo —dice Rowan mientras cierra el grifo de la bañera. Como no respondo, se acerca y su reflejo se detiene en la periferia. No aparto los ojos de mi cara arruinada—. Le diré a Rose que te ayude. —No —susurro. Las lágrimas se me acumulan en las pestañas a pesar de mis esfuerzos por mantenerlas a raya—. Tú. Rowan no se mueve durante un momento que me parece muy largo. Cuando se acerca, se detiene detrás de mí, la carga de su mirada tan pesada en mi reflejo que puedo sentirlo a través del cristal. —Preciosa. Una risa incrédula que suena más como un sollozo escapa de mis labios. —Parezco una mierda —digo mientras cae la primera lágrima. Sé que no debería importarme tanto como lo hago. Es sólo temporal. En unas semanas, esto no será más que un recuerdo, probablemente incluso divertido. Pero el problema es que me importa, por mucho que intente no hacerlo. Tal vez sólo estoy cansada del dolor, el estrés y las horas en la carretera. O tal vez es difícil ver que mi vulnerabilidad no sólo está atrapada en el interior. Está mirando al mundo a todo color. Lo está mirando a él. —Para mí eres preciosa —dice Rowan. Desde detrás de mí, me quita la lágrima de la piel con el pulgar. La siguiente pasada de su caricia sigue la caída del moretón que tengo bajo el ojo—. Ese color de ahí, ¿cuántas cosas se te ocurren que tengan ese color? Es raro. Vuelve a rozarme el moretón, su tacto es tan suave que no siento dolor. Me tiembla el labio en el espejo. Se me llenan los ojos de lágrimas. —Berenjena —digo, con voz trémula—. Es la peor verdura. La carcajada de Rowan me calienta el cuello y me recorre la piel.

—No lo es. El apio es la peor verdura. —Pero la berenjena es blanda. —No cuando yo la cocino. Te prometo que te gustará. —Tengo cara de berenjena. Eso es básicamente una cara de polla. Una cara de polla blanda con el logo de Carhartt. Rowan me aparta el cabello del hombro y me besa suavemente la mejilla. No tengo que ver su reflejo para sentir su sonrisa mientras sus labios se posan en mi piel. —Esto no está teniendo el efecto deseado. Déjame intentarlo de nuevo —dice, con una cálida sonrisa en la voz. Me rodea con el otro brazo para desabrocharme la primera de las dos hebillas del cabestrillo. Mi gesto de dolor es correspondido con otro beso—. Ese color no me recuerda a la berenjena. Me recuerda a las moras. La mejor baya, en mi opinión. Me recuerda a los lirios. Tienen el mejor aroma de todas las flores. Me recuerda a la noche, justo antes del amanecer. El mejor momento del día. —La otra hebilla se suelta y cierro los ojos para no sentir dolor mientras Rowan me quita el cabestrillo del brazo. —Pero... —Eres todo lo mejor para mí, Sloane. No importa cuántos moretones haya en tu corazón o en tu piel. Cuando abro los ojos, no son mis marcas lo que veo. No es la hinchazón, ni los arañazos, ni la sangre. Es Rowan, con sus ojos azul marino clavados en los míos, su brazo rodeando mi cintura mientras su otra mano traza lentos dibujos en mi piel. Coloco mi mano buena sobre la suya y le rodeo los nudillos con los dedos, donde las cicatrices se entrecruzan sobre el hueso. Levanto la mano y absorbo cada matiz de su expresión con mi mirada atenta. Guío sus dedos hasta el botón superior de mi camisa y dejo que mi mano descanse sobre el tenso músculo de su antebrazo. No compartimos ninguna palabra. Sólo la conexión de nuestros ojos en el espejo, una que no vacila.

Rowan libera el primer botón. El segundo. El tercero. El cuarto está bajo mi esternón. El quinto revela la parte superior de mi abdomen. El sexto la barra enjoyada en mi ombligo. No me quita los ojos de encima mientras desabrocha el séptimo y el octavo botón. Un trozo de piel en el centro de mi cuerpo brilla a la luz que nos baña desde el espejo. Me late el pulso. Podría verlo en mi cuello si estuviera dispuesta a apartar la mirada. Pero no lo hago. Sigo aguantando mientras los dedos de Rowan se enroscan en uno de los bordes de mi camisa. Lo abre, dejando mi pecho al aire. Luego hace lo mismo con el otro lado. Y nuestras miradas permanecen fijas. No es hasta que trago saliva y enarco las cejas cuando por fin deja que sus ojos se posen en mi cuerpo. —Jesús... —susurra—. Sloane... Mi piel es un amasijo de arañazos y moretones, todas las marcas más oscuras y evidentes que hace unas horas. Su mirada recorre cada centímetro de mi piel expuesta como si yo fuera algo precioso pero dañado, una revelación rota. Puede que no sea como él esperaba, pero sé que me ha imaginado así antes, desnuda y vulnerable a su mirada, a su tacto. Igual que yo lo he imaginado a él. Pero es diferente sentirlo en el pesado silencio que se extiende entre nosotros. No podría haber esperado la forma en que mi sangre se calienta a través de mi piel, o la forma en que el mundo entero se encogería a este punto, este momento en un espejo. La mirada de Rowan se posa en mi garganta, sus ojos azul marino casi negros, sus pupilas consumiendo el color hasta que sólo queda una fina franja de azul. Traza una línea por el centro de mi cuerpo, su atención tan lenta y deliberada que parece un roce contra mi piel. Fluye sobre las crestas de mi esternón. Se desvía hacia la izquierda y se detiene sobre mi corazón. Recorre el piercing de oro rosa que rodea mi pezón. Se me pone la carne de gallina en los brazos y me estremezco cuando su mirada me recorre el pecho hasta el otro lado y el piercing a juego del pecho derecho. —¿Algo te llamó la atención, niño bonito? —susurro. —Sí —dice, con voz dolorida—. Dios, sí, Sloane. Todos ustedes.

Rowan arrastra primero la camisa por el brazo que no está herido y luego se toma su tiempo para quitármela del hombro hinchado, sin apartar los ojos del reflejo de mi cuerpo. La tela cae y se acumula a mis pies. Respira hondo antes de enganchar los pulgares en la cintura de mis leggings y pasármelos por las caderas. Me rodea el tobillo con los dedos para levantarme el pie de la fría baldosa y tira de la tela para sacarme una pierna y luego la siguiente. Cuando se pone a mi altura, detrás de mí, puedo ver cada respiración agitada de su pecho, cada latido de su corazón cuando el pulso se le acelera en el cuello. —Tengo que recomponerme —murmura, con voz grave y áspera, las palabras no van dirigidas a mí. Me tiende la mano y la tomo—. Vamos. Al baño antes que me muera. Arrastro los pies mientras me empuja hacia la nube de burbujas blancas que brilla en la bañera. —¿Significaría eso que tendría una ganancia extra? —Estoy a punto de renunciar a todos los partidos, Mirlo — refunfuña—. No creo que tengamos que llegar al extremo de matarme todavía. Nos detenemos en el borde de la bañera. Rowan me agarra la mano buena mientras meto un dedo del pie en el agua caliente. Cuando doy el primer paso, levanto la vista, esperando encontrarlo concentrado en los detalles de mi cuerpo. Pero no es así. Sus ojos están clavados en los míos, con una arruga entre las cejas, como si toda esta experiencia fuera insoportable. —¿Estás bien? —le pregunto mientras me apoyo en su mano y meto el otro pie en el agua para permanecer de pie en la pequeña bañera, mi leve sonrisa sólo sirve para ahondar su ceño fruncido. —La verdad es que no. —Lo estás haciendo muy bien. —¿No debería decírtelo yo? —Probablemente. —Sólo entra, por el amor de Dios. —Me apunto.

Rowan se pasa la mano libre por el rostro. —¿Cómo es que todavía tienes la energía para tomarme el pelo? —Siempre tengo energía para eso. Tu sufrimiento es mi prioridad número uno. —Mi sonrisa empieza brillante, pero flaquea cuando la mirada de Rowan pasa de mí a la esquina de la habitación, como si no pudiera soportar mantener su atención en mi rostro un momento más—. ¿Qué pasa? ¿Rowan...? —He estado sufriendo durante cuatro años, Sloane. Te lo ruego. Métete en la puta bañera. Mis ojos no se apartan de su perfil mientras desciendo lentamente hacia el agua. A cada centímetro que caigo, espero que me mire a los ojos, pero no lo hace, como si de repente no pudiera. Como si se hubiera metido en una caja que hace un momento no existía. Me sumerjo hasta que las burbujas me consumen el pecho; sólo veo los hombros y la parte superior de la espalda por encima de su abrazo diáfano mientras me enrosco hacia delante y me abrazo a las rodillas. La larga exhalación de Rowan es inestable por encima de mí. Pasa un momento antes que se ponga en cuclillas a mi altura. Mi mirada sigue clavada en él, y él sigue evitándola. Rowan toma una toallita de donde la había dejado al borde de la bañera para empaparla en el agua. Tiene cuidado de no tocarme debajo de la superficie. Retira el paño y lo desliza por mi hombro ileso para limpiarme la suciedad de la piel con movimientos lentos, y aunque permanezco perfectamente inmóvil por fuera, mis pensamientos se agitan con la fuerza de un huracán. Trago saliva, incapaz de apartar la mirada de Rowan. Mi voz suena pequeña cuando digo: —¿Cuatro años? Los ojos de Rowan se oscurecen y se centran en el movimiento de su mano al pasar el paño por mi piel. No me roza con las yemas de los dedos, ni una sola vez, a pesar de repetir el movimiento del paño hasta que se enfría el agua que contiene. —Ya lo sabes. Te lo dije en casa de Thorsten.

El corazón me da un vuelco. Rowan sumerge el paño entre la nube de burbujas y en el agua, esta vez rozándome la cadera en un roce fugaz que podría haber sido intencionado. Antes que pueda estar segura, el paño está fuera del agua y se desliza sobre mi columna. —¿Te... te acuerdas de eso? Rowan no contesta. No creo que lo haga. Así que cuando sumerge el paño en el agua por tercera vez, le agarro la muñeca por debajo de la superficie y, por fin, sus ojos se encuentran con los míos. —Hola —le digo, con voz suave—. Estoy aquí mismo. —Sloane... —Rowan cierra los ojos y respira hondo, como si quisiera borrar el dolor. Cuando se encuentra con mi mirada, parece tan agonizante como hace un momento—. Si te vuelvo a tocar... —Sacude la cabeza—. He necesitado todo lo que hay en mí para desnudarte sin inclinarte sobre la encimera del baño y follarte hasta que me supliques que pare. Mis mejillas se sonrojan, pero intento esbozar una sonrisa arrogante, una que sólo oscurece la agonía en los ojos de Rowan. —No estoy segura de ver el problema con esa idea en este momento. —Estás herida. —Sólo mi hombro. Y mi cara. De acuerdo, también me duelen un poco las costillas, pero estoy bien, de verdad. Peligros del trabajo, ¿verdad? —Necesito cuidarte. Es mi culpa que estés así. El juego fue mi estúpida idea. —Oye, no le hagas sombra al juego. Es lo más divertido que he tenido desde... quizás nunca. Desde que tengo memoria. Es lo que más espero todos los años —digo, y la diversión se desvanece de mi voz a medida que la verdad sale a la superficie—. Tú eres lo que más espero, Rowan. Traga saliva, su expresión es un fino velo sobre cualquier conflicto que lo esté comiendo por dentro. Cuando sacude la cabeza,

el escozor de unas lágrimas súbitas y contenidas me arde en la nariz. Puede que su sufrimiento no sea lo que yo quería, por muy divertido que me pareciera hace unos instantes. —Quería jugar —continúo, con la voz aún segura aunque no creo que sea por mucho tiempo—. Tenía miedo cuando empezamos, miedo de estar cometiendo un gran error. Pero, ¿encontrar a alguien que pudiera entenderme por todos los pedazos destrozados que hay bajo la máscara? Lo necesitaba. Antes que llegaras, me faltaba algo. Tú, Rowan. Faltabas tú. Hiciste que me sintiera segura. Segura para jugar en nuestros términos. A salvo para divertirnos, aunque nuestra diversión no sea la idea que todos tienen de un buen momento. Su mandíbula se aprieta, como si fuera una lucha para no morder sus siguientes palabras. —Ese es el problema, Sloane. No es seguro. Es lo más alejado de eso. —Cuando abro la boca para discutir, Rowan me agarra la barbilla con la mano para atraparme con su mirada severa—. Casi te pierdo —dice, cada palabra puntuada por una pausa, como si intentara meterme cada una en la cabeza. —Estoy aquí —respondo con la misma cadencia. Mis dedos se pliegan en torno a los suyos y llevan su palma hasta mi corazón para que se apoye en el latido—. Aquí mismo. —Sloane... Ya estoy harta de palabras. Cierro el espacio que nos separa y aprieto mis labios contra los suyos. Se paraliza de la impresión y aprieto su mano donde aún está húmeda y caliente sobre mi pecho, mi lengua una exigencia contra sus labios. Déjame entrar. En ese momento me doy cuenta que siempre he estado dentro, en los pensamientos de Rowan, en sus planes, puede que incluso en su corazón, y ahora me aterra que de repente pueda dejarme fuera. Me devuelve el beso, pero lo hace tímidamente, como si intentara alejarme aunque no quiera. Arrastro su mano por mi piel. Su respiración se agita cuando me detengo en mi pecho, el piercing de mi pezón descansando en el

centro de su palma. Un gemido contradictorio se escapa del control de Rowan. Su mano presiona con más fuerza mi piel. Pero el beso sigue sin ser el mismo que en el granero, no cuando parecía que habíamos escapado de un destino para caer en otro mejor. Así que muevo su mano. La acerco a mi esternón. La deslizo por mi piel. Dejo que su mano se deslice en el agua, lenta y suavemente sobre mi ombligo. Sé que a él también le gusta ese piercing. Pude verlo en sus ojos cuando me miró en el espejo. Nuestro beso se rompe cuando sigo bajando. Su aliento inunda mis sentidos, el aroma del bourbon es un fantasma entre nosotros. Inhalo el aroma y lo atrapo en mis pulmones mientras mi pulso zumba en mis oídos. Presiono la palma de la mano de Rowan contra el vértice de mis muslos y la mantengo ahí. Aspira entrecortadamente. —Sloane... es que... Mi mano se aleja y lo dejo explorar. Sus dedos encuentran mi clítoris y el piercing triangular que hay allí, y me muerdo el labio inferior ante la explosión de sensaciones. Luego baja hasta los piercings simétricos de los labios exteriores, donde las barras de cada lado están cubiertas con pequeñas bolas de titanio. Cuando llega al piercing fourchette9, casi vibra de tensión. —Fuera de la puta bañera —gruñe mientras me agarra del brazo bueno y me levanta. Una ola de agua salpica el borde de la bañera y empapa los bajos de sus jeans, pero él no parece darse cuenta. —Pero acabo de entrar, según las instrucciones, debo añadir. —No, me importa una mierda. Le doy una sonrisa inocente, una que me gana una mirada aguda y acalorada. —Creí que habías dicho que tenías que cuidarme. —Y eso es exactamente lo que voy a hacer. El piercing de la fourchette es un piercing genital femenino. Se trata de un piercing realizado en el borde posterior de la vulva, en la zona del frenillo de los labios menores. 9

En el momento en que mi segundo pie sale de la bañera y toca la alfombrilla, me levanta en brazos. No me da una toalla, no me envuelve en nada más que su abrazo. Gotas de espuma resbalan por mi cuerpo y caen al suelo mientras empapo su camisa. Rowan abre la puerta de un tirón con más fuerza de la necesaria y marcha hacia la cama. —Pero no soy un maldito ángel, Sloane. Me deja en el borde de la cama y se aleja. Su pecho se tensa contra la camisa mojada con cada respiración. Me mira con los brazos cruzados, con las piernas cruzadas y el brazo bueno pegado al cuerpo mientras el agua me enfría la piel. —Muéstrame —exige. Mis cejas se alzan mientras mi corazón intenta clavarse contra mis costillas. —¿Mostrarte? —Ya me has oído. Sube a esa cama y abre las piernas y muéstrame. —La mojaré... No llego a pronunciar la última palabra y ya lo tengo delante, a un soplo de distancia, con las manos a ambos lados de mis caderas. —¿Te parece que me importa una mierda? ¿De verdad crees que me importa? —Me hormiguea la piel como si suplicara su caricia, pero estoy segura que él lo sabe, que lo percibe en cada respiración entrecortada que pasa por mis labios. Tiene cuidado de no tocarme con nada que no sea el fuego que arde en sus ojos—. He terminado de darle vueltas a esto, Sloane. Te he deseado durante cuatro años. Y vas a mostrarme lo que me he estado perdiendo. Rowan no se mueve mientras yo descruzo lentamente las piernas y suelto el agarre de mi cuerpo para sujetarme con la mano derecha. Me deslizo más arriba en la cama y él se cierne sobre mí, con los puños apoyados en el borde del colchón y los ojos clavados en los míos hasta que parece satisfecho que haya llegado lo bastante lejos. Cuando me detengo en el centro de la cama, Rowan

se endereza y cruza los brazos una vez más, con la mandíbula apretada. —Abre las piernas, Sloane. Sus ojos permanecen fijos en los míos mientras suelto un suspiro inseguro. Mi talón izquierdo se desliza por el colchón, luego el derecho, con las rodillas aún flexionadas y la parte superior del cuerpo apoyada en el codo. Los ojos de Rowan siguen sin apartarse de los míos a pesar que estoy desnuda ante él, como si se estuviera torturando, negándose a él mismo su deseo de mirar hacia abajo. —Más abiertas. El calor me recorre por dentro y separo un poco más las piernas. Un dolor se apodera de mis huesos, un vacío que pide ser llenado. Cada petición de Rowan es combustible, cada palabra incendiaria. —Más abiertas, Sloane. Deja de intentar esconderte de mí porque te prometo que no va a funcionar. Trago saliva. Mis piernas se abren hasta la incomodidad. Pasa un instante antes que la mirada de Rowan se separe de la mía y recorra mi cuerpo. Lo siento en cada centímetro de piel, el peso de su deseo al recorrerme, su delgada contención como fuego bajo mi piel. Su atención se posa en el vértice de mis muslos mientras los músculos de sus antebrazos se tensan. —El piercing del clítoris. Dímelo. No levanta la vista cuando hago una pausa. Se limita a esperar, a observar. —Tenía dieciocho años —le digo—. Era mi segundo piercing, después del del ombligo. Me dolió, claro, pero no tanto como pensaba. Una vez curado, me ayudó, creo. Con los org*smos. —¿No podías tener un org*smo antes? —No lo sé. No tenía la... situación... adecuada hasta ese momento. Pero sentí que me daba el control. —Permanezco inmóvil mientras el músculo de la mandíbula de Rowan salta. Sus ojos son oscuros, atormentados. Sabe lo suficiente sobre mi pasado como para rellenar las lagunas de su conocimiento con su propia imaginación—. Los piercings de los labios me los hice cuando tenía

veinte años. Me gustaba su aspecto. Sé que son pequeños, pero de algún modo me recuerdan a una armadura. Quizá no tenga sentido. —Así es —dice mientras sus ojos se clavan en los míos. Le dedico una leve sonrisa que se desvanece en un santiamén. —El último, el fourchette, me lo hice unos meses antes de conocerte. Me hacía sentir más segura. Y pensé que a un compañero también podría gustarle. Los ojos de Rowan son un vacío sin luz, su voz una ronca y grave cuando dice: —¿Lo hicieron? Mi mirada recorre la habitación hasta posarse en las sombras. No lo miro cuando niego con la cabeza. —No lo sé. No he estado con nadie desde que te conocí. Esas palabras son recibidas con silencio. Quedan suspendidas en el aire. Consumen el oxígeno de la habitación. Cuando mi mirada se levanta de las sombras, choca con la de Rowan y lo veo, el momento exacto en que su contención detona. —¿Por qué no? —exige. Vuelvo a sacudir la cabeza. —Ya te lo he dicho. Deja de esconderte. No va a funcionar conmigo, ya no. ¿Quieres esto? ¿Me quieres a mí? Entonces dímelo, Sloane. —Los brazos de Rowan caen de su pecho. Sus manos se apoyan en mis rodillas, firmes en el temblor de mis huesos para captar el cambio tectónico que me está destrozando—. Dímelo, joder, para que sepas que cuando te arruine para todos los demás hombres, es lo que pediste. Dime... —Tú —digo. Cada respiración se estremece a través de mis pulmones—. Te conocí. No quería a nadie más. Sólo a ti. Sólo te quiero a ti. No hay diversión ni alivio en sus ojos, sólo intensidad depredadora. Me mira como un tigre a un cordero. Una comida para devorar.

El colchón se hunde cuando él sube una de sus piernas a la cama y luego la otra para arrodillarse entre mis pantorrillas abiertas. —Recuerda lo que acabas de decir cuando pienses que es imposible que vuelvas. Porque lo harás. Tenemos cuatro putos años que recuperar. —Rowan se hunde entre mis muslos, sus callosas palmas envuelven mi tierna carne para mantenerme bien abierta. Cada exhalación calienta la humedad acumulada en mi entrada. Sus ojos siguen clavados en los míos a lo largo de todo mi cuerpo, una atracción gravitatoria de la que no puedo escapar—. Elige una palabra de seguridad. Hazlo ahora. Trago. Duro. —Motosierra. Suelta una carcajada, un estallido de calor en mi interior. —Qué apropiado, mi amor. Ahora sé una buena chica y encuentra algo a lo que agarrarte —dice, y luego me da una larga y lenta lamida en el centro—. Porque estoy a punto de destruirte.

Le dije que no soy un ángel. No creo que me creyera. Pero está a punto de descubrir que soy el demonio que nunca supo que necesitaba. Paso la lengua por la barra metálica curvada justo debajo de su clítoris mientras mi pulgar recorre sus sensibles nervios con la presión justa para dejarla con ganas de más. Sloane se levanta del colchón y jadea cuando me meto el piercing en la boca. El aroma de su excitación se mezcla con el persistente jabón de su piel. Ya estoy casi loco por la necesidad de hundirme en su apretado calor. —Rowan —susurra. Mi mano libre se desliza por su cuerpo para juguetear con el corazón que rodea su pezón en punta. Trazo las curvas y las bolitas de cada extremo de la barra antes de darle un suave tirón que provoca un estremecimiento. Su reacción me hace sonreír, pero su contención tiene que desaparecer. —No he entendido bien, mi amor. —Me aferro a su clítoris y paso la lengua por el capullo y la barra de metal hasta que un fuerte gemido sale de sus labios—. Así está mejor —digo cuando la libero de mi boca. —Nos oirán —susurra—. Fionn y Rose. —Bien. Les mostraremos cómo se hace. Dale a Fionn algo en que pensar. Tal vez pone su mierda junta y hace un movimiento con Rose.

Sloane suelta una carcajada que se convierte en un grito de placer cuando hundo la lengua en su coño para saborear su dulce y caliente excitación, dejando que cubra mis sentidos y arda en mi memoria. Mis dedos rastrean las hileras simétricas de bolas y barras de titanio que enmarcan su entrada y ella se retuerce antes que arrastre la lengua por sus labios y vuelva a su clítoris para hundir un dedo en su coño. Tiene los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la almohada. Su mano buena se agarra a un peldaño de hierro del cabecero mientras se muerde el labio. Mi dedo se enrosca para recorrer un lento camino sobre sus paredes internas. Ella se retuerce y hunde los dientes en su carne. Definitivamente, eso no va a funcionar. Le doy dos suaves palmadas seguidas en el pecho y ella suelta inmediatamente el labio para aspirar con necesidad. —Sigo sin oírte. —Rowan —gime. Sloane se retuerce cuando le doy otra pequeña bofetada. Su coño empapa mi mano mientras bombeo mi dedo con movimientos lentos. —¿Querías algo, Mirlo? Vas a tener que hablar. —Más —dice, esta vez más alto—. Necesito más. Añado otro dedo y un gemido más fuerte se escapa de sus labios. Pero sigue conteniéndose. —Vas a tener que hacerlo mejor si quieres correrte. Un escalofrío recorre su cuerpo cuando soplo una fina corriente de aire sobre su carne expuesta. —Por favor, Rowan. Por favor —gruñe. —Te diré una cosa —le digo. Ella se encuentra con mi mirada expectante, sus ojos oscuros de lujuria—. Ya que me lo has pedido tan amablemente, te daré este y dejaré que te corras. Pero será mejor que encuentres rápido tu voz, pajarito. Porque no hemos hecho más que empezar, y seguiré con esto todo el tiempo que haga falta hasta que me convenza que no te escondes de mí. Al final de esto, gritarás. Es una jodida promesa.

Un gemido tenso se libera del pecho de Sloane. Deslizo mi brazo libre por debajo de sus caderas y levanto su culo del colchón. Y luego la devoro. Muevo los dedos y los enrosco para acariciar la carne más sensible de su canal. Mi lengua baila sobre su clítoris hasta que tomo su piercing entre mis labios y le doy un suave tirón. Se agita, gime y lloriquea, pero Sloane no va a ninguna parte, sólo al límite. Y la mantengo donde quiero todo el tiempo que quiero. Le meto los dedos hasta el fondo y los mantengo firmes, negándole el org*smo que está creciendo en su interior. —Una cosa más, amor —le digo mientras suelta un quejido petulante—. No me quites los ojos de encima. Las pupilas dilatadas de Sloane se fijan en mi cara y sonrío. —Qué buena chica. Sin pestañear, me meto su clítoris en la boca, aprieto los labios contra su carne, presiono para que se deshaga. Grita y se agarra con fuerza a la barra de hierro del cabecero. Su coño se retuerce alrededor de mis dedos y sonrío contra su clítoris. Se lo niego de nuevo. —Ah, y otra cosa... —Rowan —ladra, y suelto una risita oscura contra su piel. La miro a los ojos mientras acaricio lánguidamente con la lengua el triángulo perforado, provocándole un escalofrío de necesidad—. Por el amor de Dios, por favor, deja que me corra. No más ''otras cosas''. No más paradas. —No te detengas —repito. El brillo diabólico de mis ojos se encuentra con un destello de cautela en los suyos—. Como quieras, Mirlo. Me aseguraré de no detenerme, como me pediste. Por última vez, cierro la boca en torno a ella, lamiéndola, chupándola y mordisqueándola hasta que se retuerce entre mis manos, con su excitación untada en mi cara y en el interior de sus muslos. Su coño palpita alrededor de mis dedos y ella se separa con un gemido estrangulado, con la espalda encorvada por las sábanas

húmedas. Sigo presionando hasta que estoy seguro que ha agotado cada segundo de placer, hasta que se queda flácida y sin aliento. Deslizo el brazo desde debajo de ella para posar la palma en la suave piel de su vientre mientras retiro los dedos de su coño y me pongo de rodillas. Puede que aún no se dé cuenta de cuánto tiempo va a estar a mi merced, pero al menos sabe que no he terminado. Me cierno sobre ella. Sus ojos permanecen fijos en mí mientras trazo la punta de mi dedo brillante sobre sus labios. —Abre —le ordeno. Lo hace, con la lengua pegada al labio inferior, esperando. Pongo los dedos sobre el calor resbaladizo y ella los rodea con los labios, llevándome directamente a algo que ya he imaginado muchas veces: la fantasía de su boca caliente y húmeda alrededor de mi polla—. Chúpamela. Sloane cierra los ojos con un gemido que vibra en mis dedos mientras tira con fuerza de la carne. Su lengua se arremolina sobre mi piel. Un escalofrío me recorre y sus ojos se abren de golpe, se entrecierran y una sutil sonrisa llena sus mejillas. —Sabes lo que me haces, ¿verdad? Quieres torturarme tanto como yo a ti —digo mientras libero mis dedos contra la succión de su boca. —Tal vez —respira. —Este es un juego que no ganarás, Mirlo. —Le dirijo una sonrisa sombría mientras me muevo hacia atrás de la cama. Con una mano detrás de los hombros, me quito la camisa y la tiro al suelo. Los ojos de Sloane recorren mi cuerpo para mirarme. Y la dejo. Lo agradezco, joder. Le gusta recordarme que no deje que mi belleza se me suba a la cabeza, pero sé lo que soy y el efecto que puedo tener. Soy músculo y cicatrices mezclados con guiones y remolinos de tinta negra. Del mismo modo que yo la miro y encuentro belleza en las marcas que sólo son temporales, ella me mira y sé que siente lo mismo. Hay arte en nuestras cicatrices. Hay maravilla en la forma en que podemos sanar. —¿Algo te ha llamado la atención, hermosa? La columna de su garganta se mueve mientras traga. Su mirada sube por mi cuerpo hasta chocar con la mía.

—Sí. Todos ustedes. —Bien —digo mientras me desabrocho el cinturón y me bajo los jeans y el bóxer, dejando libre mi erección. Sus ojos se posan en mi polla mientras la rodeo con la palma de la mano y la acaricio lentamente. Se relame los labios. Veo cómo le late el pulso en el cuello, incluso en la penumbra—. No quisiera decepcionarte. Sloane resopla una risa incrédula. —Imposible. —Y entonces me mira a los ojos, con expresión seria—. Eres hermoso, Rowan. Esta vez, me toca a mí sonrojarme. Estoy seguro que ella lo ve. Está en la forma en que su amable sonrisa parpadea y se desvanece. Pero si cree que una sonrisa y un cumplido van a dulcificar las cosas, no va a funcionar. Le rodeo el tobillo con una mano y la abro más hacia mí mientras vuelvo a subir a la cama. —¿Tomas anticonceptivos? —Sí —responde mientras un profundo rubor recorre su pecho— . Tengo un DIU. —Bien. —Acerco la cabeza de mi polla a su entrada, la hago rodar por el piercing de la fourchette. Maldito infierno. Voy a sentir el cielo, como siempre supe que sentiría—. Porque voy a llenarte hasta que reboses de mi sem*n. Cierro los ojos mientras paso la punta de mi erección por los piercings de sus labios, subiendo por un lado y bajando por el otro. Una respiración profunda e inestable llena mis pulmones mientras me niego a mí mismo un momento más. Quiero saborear la anticipación. La mano de Sloane encuentra mi muñeca y sus uñas se clavan en mi piel. Cuando abro los ojos, la desesperación me mira fijamente. Ella no sólo quiere esto tanto como yo. Lo necesita, joder. —Fóllame, Rowan, por favor. Destrúyeme. Mi moderación se rompe.

—Entonces mira hacia abajo. Mira lo bien que me tomas. Empujo dentro de su calor apretado, lo suficiente para que la corona quede envuelta por su calor. Me observa cómo le pedí, con la respiración entrecortada. Un gemido sale de sus labios cuando permanezco quieto, toda mi atención centrada en la forma en que su cuerpo se ajusta al mío, los piercings brillando tan hermosamente en la tenue luz. Deslizo mi polla un poco más adentro y luego me retiro sólo un centímetro, su coño apretado a mi alrededor. —Maldita sea, Sloane. Mira lo desesperado que está tu coño por ser arruinado. Tan jodidamente apretado que no quiere dejarme ir. Con cada embestida superficial, empujo más profundo, haciendo una pausa cada vez que Sloane intenta echar la cabeza hacia atrás con un gemido. Quiero que mire. Que nunca olvide este puto momento. Así que espero. Cada vez que intenta apartar la mirada, cada vez que el placer la aparta de mí, espero mi momento hasta que su atención vuelve a estar donde yo quiero. En mí. En nosotros. Y cuando por fin se queda clavada en el lugar donde se unen nuestros cuerpos, abro más sus piernas y empujo más hondo hasta que por fin toco fondo, con las caderas a ras de su carne. Permanezco allí, con las manos aferradas a su cintura, recorriendo con la mirada su hermoso y magullado cuerpo desde donde estoy enterrado hasta el fondo de su coño. Me concentro en su rostro y capto cada cambio en su expresión mientras saco la punta de mi erección para penetrarla hasta al fondo. Sloane responde con un gemido fuerte y desesperado. Se agarra al cabecero y vuelvo a hacerlo. Esta vez es aún más fuerte. —Esa es mi chica —le digo, encontrándome con su mirada oscura y llena de lujuria con una sonrisa pícara mientras me inclino hacia delante. Le rodeo el cuello con la mano—. Haz todo el ruido que quieras. Todo el maldito vecindario podría oírte y me importaría una mierda. Me abalanzo sobre ella con golpes largos y potentes, mi polla rodando sobre ese piercing con cada pasada, volviéndome salvaje de deseo. Estoy inundado de ella. Su aroma y sus gemidos ásperos. Su pulso al chocar contra mi palma. La visión de su cuerpo bajo el mío. La sensación de su coño apretado contra mi polla. Está en

todas partes, en cada gota de mi sangre, en cada chispa de pensamiento, y quiero destruirla por ello. Destrozarla como ella me ha destrozado a mí. Porque me pone de rodillas. Quiero arruinarla para que sea mía, mi hermoso desastre. Mi criatura salvaje. Mi diosa del caos. Y me la follo como si eso fuera exactamente lo que voy a hacer. Me meto dentro de ella. Fuerte. Profundo. Implacable y despiadado. Se resiste a que la agarre por la garganta, las venas le salen en forma de líneas por el cuello. Le cuento todas las formas en que voy a penetrarla. En su boca. En su coño perfecto. En su culito apretado. Voy a llenarla hasta que esté en todas partes dentro de ella. Al igual que ella está en todas partes en mí. Y le encanta. Su excitación perfuma el aire. Pide más. Me suplica que no pare. Y no lo hago, ni por un segundo. Con una mano la agarro por la garganta, con la otra presiono su clítoris en círculos y la penetro una y otra vez hasta que grita mi nombre y se aprieta alrededor de mi erección mientras se corre. Y yo detrás de ella. Una corriente eléctrica recorre mi espina dorsal, mis pelotas se tensan y me derramo dentro de ella, temblando, con el corazón atronando mis oídos. Empujo hasta el fondo y saboreo el aleteo de su coño mientras ordeña cada gota de sem*n. Quiero quedarme aquí enterrado, atraerla y apretar su cuerpo bañado en sudor de Sloane contra el mío mientras me duermo con su coño envuelto alrededor de mi polla. Y lo haré. Más tarde. Salgo despacio, centímetro a centímetro, fascinado por la visión de nuestra excitación brillando mientras cubre mi polla. Sloane se tapa los ojos con el brazo mientras intenta recuperar el aliento. Es adorable, de verdad. Probablemente ya piensa que la he destruido. Se equivoca. Me inclino y cierro la boca sobre su coño. Mis dedos trabajan su clítoris hinchado. Cuando meto la lengua en su palpitante canal, me recompensa con un grito de sorpresa.

—Rowan... Sus músculos se contraen y nuestros org*smos inunda mi boca. Sonrío contra su carne mientras recojo nuestros org*smos en mi lengua. Luego merodeo a lo largo de su cuerpo. Los ojos avellana de Sloane brillan, los moretones resaltan los tonos verdes de sus iris mientras bailan entre los míos. Creo que por fin me doy cuenta. Esto ni siquiera está cerca de terminar. Esto no ha hecho más que empezar. Me apoyo en los antebrazos y me cierno sobre ella. Le pongo un dedo en los labios. Golpeo, golpeo, golpeo. Abre bien. Los labios de Sloane se separan. Escupo el sem*n en su boca. —Traga. Lo hace, sus ojos no se apartan de los míos, no hasta que aplasto mis labios contra los suyos. Este beso es crudo. Ya no hay barrera entre nosotros. Es Sloane desnudada a poco más que deseo carnal. Es como me he sentido tantas veces cuando he estado con ella. Como si estuviera hecho de nada más que una necesidad desesperada. Nuestros dientes chocan. Me muerde el labio inferior y un sabor a hierro se funde con los sabores de la dulzura y la sal. —¿Lo has probado, Mirlo? —pregunto cuando me alejo lo suficiente como para ocupar todo el espacio de su campo de visión. —Sí —susurra. —¿Sabes lo que es eso? Tiene la sensatez de sacudir la cabeza. Yo sonrío. —Un aperitivo. Y ahora es el momento de un maldito festín. Vuelvo a deslizarme por su cuerpo para acomodarme entre sus muslos temblorosos mientras deslizo una mano por debajo de su espalda para acercar su coño a mi boca.

Y tal como prometí, antes que acabe la noche, ella grita.

No puedo dormir, aunque mi mente está más relajada que nunca y mi cuerpo está agotado. Puede que tenga algo que ver con la polla enterrada en mi coño. Creo que podría dormirme así, envuelta en los brazos de Rowan. Nunca ha habido un lugar más seguro. Y me encanta la idea de quedarme dormida así, todavía conectada de una forma que no quiero estar con nadie más. Pero no puedo. Porque a pesar de lo cansada que estoy, lo quiero. Desató algo en mí, abriéndome para revelar capas que no sabía que existían. No es que no haya tenido buen sexo antes, pero nada parecido a lo que fue con Rowan. Toma de una manera que da. Parece saber exactamente cuándo presionar y hasta dónde. Y al final, es ferviente. Desinhibido. Y ya lo deseo otra vez, aunque probablemente nos odiarían por ello.

nuestros

anfitriones

Cada vez que pienso en enfrentarme a Rose y Fionn mañana por la mañana, me arden las mejillas de calor. Fui tan ruidosa. Los dos. Grité el nombre de Rowan más de una vez. Él rugió el mío mientras se corría en mi boca, con mi cabello enroscado en su puño. Cuando por fin le supliqué que dejara de hacerme correr, me abrazó con su cuerpo flácido y agotado, amontonó almohadas alrededor de mi brazo herido y volvió a deslizarse dentro de mi coño con el sonido de mi jadeo. Sentí la sonrisa de sus labios contra mi cuello cuando susurré una maldición incrédula.

—Duérmete, Mirlo —me dijo, y luego me dio un beso en el cuello antes de apoyar la cabeza en la almohada—. O no, depende de ti. Pero yo voy a dormir como una puta roca con mi polla enterrada profundamente en tu coño perfecto. ¿Cómo carajo iba a dormir después que dijera eso? Y ahora estoy aquí, desesperada por el movimiento, por la fricción, y sin querer despertar al hombre cuya polla está metida hasta las pelotas en mi coño. —Jesús —susurro. Al principio pensé que se ablandaría y se saldría, pero no ha sido así. No estoy segura de cuánto tiempo ha pasado, quizá veinte minutos, pero me parece una puta eternidad. Si tan sólo pudiera moverme, aliviar un poco esta dolorosa necesidad entre mis muslos... Voy a estar despierta toda la noche a este paso. No. Eso sería una tortura. Que probablemente le encantaría. Una fina y decidida bocanada de aire pasa por mis labios. Meneo el brazo izquierdo por el nido de almohadas hasta que puedo apretar los dedos contra el clítoris con un suspiro de alivio. Me duele demasiado el hombro para moverlo con facilidad, pero no hace falta que sea perfecto, no con la polla de Rowan llenándome el coño. Ya estoy a mitad de camino, solo necesito un poco de presión. Empiezo a deslizar los dedos por el delicado manojo de nervios, rodando mi tacto sobre el piercing mientras me muerdo el labio inferior. Un gemido me pide que me libere. La humedad moja mis dedos. Mientras me toco, pienso en todas las fantasías que Rowan me susurraba mientras me follaba: en follarme en un lugar público, en abrirme en canal sobre la mesa del restaurante y devorarme, en masturbarme con un juguete mi coño mientras me llena el culo de sem*n. Se me escapa un pequeño gemido. Me quedo quieta. Aguanto la respiración. Nada cambia en la postura de Rowan ni en la cadencia de sus exhalaciones. No hay indicios que lo haya molestado.

Cuando estoy segura que nada ha cambiado, reanudo los círculos lentos. —Sloane. Me quedo completamente quieta, con un suspiro atrapado en los pulmones, los dedos aún apretados contra mi clítoris y perforándome. —Parece que estás tramando algo. ¿Quieres contármelo? —Umm... Rowan se apoya en un codo para poder mirarme a un lado de la cara. —Creía que habíamos hablado de no escondernos. —Me pasa el otro brazo por la cintura y me apoya la palma en el codo. Me estremezco cuando sus labios rozan la punta de mi oreja. No necesito verlo para saber que su cara está iluminada por esa sonrisa burlona que suele esbozar cuando estamos juntos. Siempre intenta meterse en mi piel. Como ahora. Probablemente este era su plan desde el principio. Resoplo, contrariada. Se ríe. —Tengo algunas ideas. Deja que te dé mis teorías. Su palma se desliza por mi antebrazo, sobre mi muñeca, sobre mi mano. Me aprieta los dedos contra el clítoris y cierro los ojos cuando me invade una oleada de sensaciones. —Creo que no podías dormirte. Pensabas en lo bien que te siente que te follara como te merecías. Hay que admitir que probablemente fue un poco difícil conciliar el sueño con mi polla alojada profundamente en tu coño codicioso, ¿no? Rowan sale despacio y vuelve a entrar hasta que sus caderas tocan mi culo. Ya estoy temblando. Lo hace otra vez y luego me muerde el lóbulo de la oreja, no tan fuerte como para hacerme daño, pero con la fuerza suficiente para hacerme jadear. —Sólo te hice una pregunta, amor.

—S-sí —digo, y soy recompensada con un beso y una presión más fuerte de sus dedos contra mi clítoris palpitante—. No podía dormir. —¿Era tan difícil? Sacudo la cabeza, aunque sea mentira. Si lo sabe, no me lo dice. —Creo que no has podido sacarte de la cabeza todas las cosas que te dije que te iba a hacer. Te has estado preguntando si eran sólo fantasías, o promesas. Y cuando no pudiste parar, todas esas ideas corriendo por tu cabeza se convirtieron en necesidad. Necesitas que te folle, aunque estés tan jodidamente cansada. Y necesitas saber qué es real. Está en mi cabeza. Es aterrador y estimulante. He estado sola tanto tiempo. Y ahora él está en cada pensamiento como si siempre hubiera estado aquí. Tenía razón cuando dijo que ya no hay forma de esconderse de él. No solo abrió mi jaula, la hizo añicos, y las primeras bocanadas de libertad arden en mis pulmones. —Sí —admito, esta vez con más confianza—. Todo es verdad. La larga exhalación de Rowan recorre mi hombro y me pone la piel de gallina. Sé sin preguntar que se siente aliviado por no tener que darme una respuesta, que por mucho que le confíe mi cuerpo, también le confío mis pensamientos, esperanzas y miedos. —Quédate aquí —exige apretando su mano contra la mía para pedirme que continúe. Se desliza fuera de mí y el colchón se hunde mientras él se aparta. Me retuerzo lo suficiente para ver lo que hace mientras se dirige hacia nuestro equipaje. Es la primera vez que le veo la espalda, e incluso a la tenue luz del baño puedo ver que tiene varias cicatrices anchas y largas, pero algo más se extiende por sus hombros. El corazón se me sube a la garganta y amenaza con tirarse sobre la cama. —Rowan...

Se detiene, gira la cabeza para mirar por encima del hombro mientras yo me incorporo y observo más de cerca la tinta negra que fluye sobre los gruesos músculos que recubren su columna vertebral. Gira todo lo que le permite el cuello para seguir mi línea de visión, pero solo puede ver la punta de un ala. —¿Eso es...? ¿Has...? —¿Me tatué en la espalda el cuervo que dejaste sobre la mesa? —Su sonrisa es burlona, pero hay una pizca de timidez en ella cuando termina mi pensamiento—. Sí. Parece que sí. Me trago el tornillo de banco que amenaza con ahogarme. —¿Por qué? Su sonrisa se ensancha y se encoge de hombros antes de darse la vuelta para rebuscar en una de las bolsas. Mi bolsa. —Por un lado, no podría llevarme el original conmigo. Podría estropearse. —Suelta un sonidito de triunfo y me mira. Sigo con la boca abierta por la revelación cuando veo lo que lleva en la mano: el consolador en una mano y el bote de lubricante en la otra—. Parece que aún tengo que aclararte algunas cosas. Rowan merodea hacia la cama. Mi corazón rebota contra mis costillas como un pinball. —Date la vuelta. De rodillas. Trago saliva. —Eres muy exigente. Rowan sonríe satisfecho. Le dirijo una última y acalorada mirada antes de hacer lo que me dice y darle la espalda. —Ni siquiera finjas que no lo disfrutas —me dice mientras se acerca por detrás a la cama. Me toma la mano buena y la dobla alrededor de uno de los travesaños del cabecero, luego coloca mis caderas donde él quiere y me abre las rodillas con una de sus musculosas piernas—. Tu coño te delata. Está goteando por mí, Sloane. —Tenías razón. No eres un puto ángel.

Desliza el juguete por mis labios y lo presiona contra mi entrada. —Maldita sea. Y tú tampoco. —Me lo introduce en el coño y lo vuelve a sacar con varios movimientos superficiales antes de encender la vibración—. Te dije que iba a follarte la boca y lo hice. Te dije que iba a comerte el coño en el restaurante como si fuera la mejor maldita comida de mi vida, y lo haré. Y te dije que te iba a llenar el culo de sem*n mientras te follaba con un juguete. ¿Y sabes lo que pasó cuando dije eso? —No —digo entre jadeos mientras él empuja el juguete con más fuerza. —Tu coño apretó tanto mi polla que pensé que iba a explotar. Estabas empapada. Goteando por tus muslos. —El tapón de la botella se abre. El lubricante gotea por mi culo y sobre el agujero plisado—. ¿Has hecho esto antes? —Más o menos... era al revés. —Me presiona el agujero con el pulgar, masajeando el borde mientras sigue con el ritmo del juguete. —Y te encantó. Vuelvo a asentir. —Sí. —Bien —es todo lo que dice, su tono definitivo mientras me mete el pulgar en el culo con el sonido de mi jadeo. Afloja mi apretado anillo muscular, me relaja en la sensación hasta que empujo contra él en una silenciosa petición de más. Y entonces su pulgar desaparece, sustituido por la cabeza lubricada de su polla mientras la desliza por el apretado agujero, presionándola contra mí hasta que se desliza por la resistencia. Hace una pausa mientras respiro por la extraña sensación de plenitud y luego empieza a empujar lenta y superficialmente, cada vez un poco más profundo por la vibración del juguete. —Ahora que hemos establecido que todo lo que te dije es una jodida promesa —gruñe mientras intensifica el ritmo de sus embestidas—. Probablemente deberíamos aclarar tu otra pregunta.

Estoy temblando, sudando, perdida en una dimensión sin sentido en la que lo único que conozco es la sensación de un placer intenso unido a una pizca de incomodidad, pero que agradezco porque no hace más que aumentar la neblina eufórica que me consume. Rowan ha adquirido una cadencia ininterrumpida de embestidas profundas y creo que ni siquiera puedo recordar mi propio nombre, por no hablar de algo que he dicho hace unos minutos. —¿Pregunta... era...? Oigo la sonrisa burlona en su carcajada. Jesucristo. Soy incapaz de hilvanar una simple frase y este hombre me folla sin descanso mientras probablemente sea capaz de recitarme la historia completa, año por año, de las guerras napoleónicas. Rowan se inclina más hacia mí, ralentiza sus embestidas y me cubre la espalda con el calor de su cuerpo. Una de sus manos encuentra mi pecho y hace rodar el pezón entre sus dedos mientras me sopla una fina corriente de aire frío por el cuello que me hace estremecer. —Sobre el tatuaje, Sloane —dice, con voz burlona—. Me preguntaste por qué me lo hice. Gimo mientras una profunda embestida me acerca a un intenso org*smo casi al alcance de la mano. —Bien... uhh... —¿Alguna suposición? Mi frente se aprieta contra mi brazo mientras suelto un grito estrangulado. —¿Te gusto...? —¿Porque ''me gustas''...? —Rowan suelta una carcajada incrédula—. Como. Tú. ¿En serio...? Cristo, Sloane. Eres jodidamente brillante, pero también la persona más voluntariamente inconsciente que he conocido nunca. ¿De verdad crees que me gustas cuando enmarqué un dibujo que me dejaste en un trozo de papel que arrancaste de un cuaderno? ¿Que lo colgué en la cocina para mirarlo todos los días y pensar en ti? ¿Crees que sólo me gustas cuando me lo tatúo en la piel? Juego a este puto

juego cada año y me desgarro el corazón viéndote marchar, sólo para volver a hacerlo, ¿y me gustas? ¿Crees que sólo me gustas cuando te follo así? El ritmo se acelera. La palma caliente de Rowan acaricia mi pecho. Me penetra con fuerza. Grito su nombre y me folla con más fuerza. —Mataría por ti, y lo he hecho. Lo haría de nuevo, cada maldito día. Me volvería del revés por ti. Moriría por ti. No sólo me gustas, Sloane, y lo sabes, joder. Empujones despiadados me lanzan al abismo. Mi vista se llena de estrellas. Cuando el org*smo me destroza, mis labios emiten un sonido que nunca había emitido. No me deshago. Detono. El brazo de Rowan me rodea la cintura y me estrecha mientras se corre, con mi nombre apagado por mi corazón mientras retumba en mis oídos. Su respiración sigue entrecortada, su pecho se estremece cuando apaga el juguete y susurra contra mi cuello: —No sólo ''me gustas'', ¿entiendes? Asiento con la cabeza. Los dedos de Rowan recorren mi mandíbula, suaves y lentos, un roce en el que me inclino cuando su palma se detiene para apoyarse en mi mejilla. —Y a ti tampoco solo "te gusto", ¿verdad? No es una pregunta. Ni siquiera es una demanda. Es una necesidad de ser liberado de un lugar donde cree que ha estado solo. La llave se desliza en la cerradura mientras las palabras de Lark resuenan en mi mente por encima del alboroto de los latidos del corazón. Pon algo de esa valentía al servicio de ti misma, para variar. Dejé de lado todos los "y si"... Todos excepto uno.

—No —susurro—. Me gustas más de lo que tú lo haces, Rowan. Pienso en ti todo el tiempo. Te extraño todos los días. Apareciste en un momento y nada ha sido igual desde entonces. Y eso me asusta. Mucho. Rowan me da un beso en el hombro mientras su pulgar se desliza por mi mejilla. —Lo sé. —Eres más valiente que yo. —No, Sloane —dice riendo por lo bajo mientras se aparta—. Simplemente soy más imprudente, con menos sentido de la autoconservación. También tengo miedo. Observo cómo se levanta de la cama y se dirige al baño para volver con la toallita y los pañuelos. Se toma su tiempo para limpiarme la piel con suaves caricias, con la atención puesta en el movimiento de su mano y el ceño fruncido mientras parece sumido en sus pensamientos. —¿De qué tienes miedo? —pregunto cuando el silencio se alarga tanto que parece que me está dando un tirón en los huesos. Rowan se encoge de hombros, sin levantar la vista cuando dice: —No sé. Que me succionen los globos oculares con una aspiradora industrial es una pesadilla recurrente. No estoy seguro de cómo se me ocurrió. —Cuando le doy una palmada en el brazo, la máscara estoica de Rowan se quiebra y esboza una leve sonrisa. Pero se desvanece lentamente y no contesta hasta que desaparece— . Tengo miedo que me destruyas. Que yo te destruya a ti. Exhalo un suspiro dramático. —Yendo directo a la destrucción, ¿eh? No las cosas fáciles de las que aterrorizarse, como el hecho que vivamos en estados diferentes, o que ambos estemos locamente ocupados en el trabajo, o como que yo tengo una amiga y tú aparentemente salgas con toda la ciudad de Boston. Nop. Directo a destruir. Vuelve a sonreír, pero aún puedo verlo en sus ojos, cómo el miedo se aferra a sus pensamientos, abriéndose paso también en los míos.

—Nada de eso es insuperable. Sólo tenemos que hacer lo que hace la gente normal. Hablar y esas cosas. —No tenemos un buen historial de cosas de gente normal. — Señalo mi cara—. Prueba A. Podríamos haber ido a tomar unas cervezas. —Entonces se nos dará bien. Sólo tenemos que practicar. Parece bastante sencillo, ¿verdad? Practicar. Mejorar un poco cada día. Un poco más fuerte. Es difícil imaginar cómo superar estos obstáculos que parecen montañas cuando estás a su sombra. Pero nunca escalaré si sigo parado. Y Lark tenía razón, he estado solo parado en las sombras. Así que sigo haciéndome la misma pregunta: ¿Y si lo intento? No dejo que mi mente divague hacia una respuesta. Porque la verdadera respuesta es, no lo sé. Nunca lo he intentado y ni querido decir antes, no de esta manera. No respondas a la pregunta. Inténtalo. Eso es lo que pienso cuando miro mi reflejo en el espejo del baño. Es lo que pienso cuando vuelvo a la cama y Rowan me ayuda a ponerme una camiseta sin mangas antes de volver a ponerme el cabestrillo. Es lo que pienso cuando me tumbo a su lado. Me mira abiertamente y le devuelvo la mirada. Sus párpados están pesados, como los míos, pero se niega a apartar la mirada. Y sigo pensando: Inténtalo. Sacudo el brazo derecho debajo de mí y levanto un puño entre los dos. —Piedra-papel-tijeras. —¿Para qué? —Sólo hazlo, niño bonito. Me sonríe con desconfianza y luego cruza mi puño con el suyo. A la de tres, hacemos nuestra selección. Rowan elige piedra. Yo elijo las tijeras.

Ya sé que la piedra se elige la mayoría de las veces en los juegos de piedra, papel o tijera. Lo busqué después de la primera vez que conocí a Rowan y me lo sugirió en caso de desempate. Y ya sé que Rowan casi siempre elige piedra. —¿Qué acabo de ganar? —dice. —Puedes preguntarme lo que quieras y te responderé con sinceridad. Sus ojos brillan en la penumbra. —¿En serio? —Sí. Adelante. Cualquier cosa. Rowan se muerde el labio mientras delibera. Tarda un buen rato en decidirse por una pregunta. —Ibas a irte cuando estábamos en Virginia Occidental y maté a Francis. ¿Por qué no lo hiciste? La imagen de Rowan arrodillado en la carretera irrumpe en mi mente. He pensado en ello tantas veces, en la forma en que descargaba implacables golpes sobre el hombre atenazado por su locura. Lo había observado desde las sombras, y cuando Rowan aminoró la marcha y se detuvo, retrocedí. Irme era lo más inteligente. Estaba claramente trastornado. Peligroso. Me había agarrado por el cuello momentos antes y, aunque tenía miedo, seguía confiando en él. Una parte de mí sabía que me apartó de Francis y del auto para ocultarme en las sombras. Y cuando todo terminó, mi mente me gritó que huyera, pero mi corazón vio a un hombre destrozado en la carretera, luchando por encontrarse a sí mismo en la bruma de la rabia. Y la primera palabra que salió de sus labios fue mi nombre. No había dado más de dos pasos hacia atrás. Ni siquiera me di la vuelta. —Me llamaste. Sonaba a pérdida. Yo... —Trago saliva, y su tacto me encuentra desde las sombras, un rastro de calor hormigueante que sube por mi brazo y vuelve a bajar—. Sabía que no sólo querías que me quedara. Me necesitabas. Hacía mucho tiempo que no me necesitaban así.

Su suave caricia encuentra mi mejilla, un contraste con la violencia que grabó cicatrices en sus nudillos aquella noche. —Probablemente ya sea bastante obvio, pero me alegro que te quedaras. —Yo también. Me acerco más y aprieto mis labios contra los suyos, saboreando su aroma familiar y el confort de su presencia. Cuando me separo, digo: —¿Puedo hacerte una pregunta, aunque acabo de perder piedra, papel o tijera? La risa de Rowan precede a un beso en mi sien. —Creo que puedo darte un regalo. Aunque sólo uno. —Recuerdo que le susurraste a Francis antes de golpearlo. ¿Qué le dijiste? La pausa de silencio entre nosotros se alarga, y por un momento pienso que no va a responder. Rowan desliza la mano por debajo de mi almohada y me acerca hasta que mi cabeza descansa sobre su pecho; los latidos de su corazón me reconfortan en la oscuridad. —Dije lo mismo que te dije a ti justo antes de matarlo —dice finalmente—. Que eres mía. Cuando esa pieza del rompecabezas encaja en su sitio, me duele un poco, como si mi corazón tuviera que resquebrajarse para hacerle sitio. No parece que pueda ser verdad, pero quizá Rowan ha estado realmente seguro de nosotros todo el tiempo, de lo que podíamos ser y de lo que quería. Estaba esperando pacientemente a que me pusiera al día. Aprieto un beso en su pecho y poso mi mejilla sobre su corazón. —Sí. Supongo que sí. Cierro los ojos y, cuando los abro, la habitación está bañada por la luz del amanecer que se cuela por las persianas. Sigo abrazada a Rowan, con sus piernas entrelazadas con las mías y su brazo sobre mi cintura. Está profundamente dormido. Me tomo un momento para observar el movimiento de sus párpados y la constante subida y bajada de su pecho, y luego me desenredo de

sus extremidades y me alejo. Cuando termino en el baño, aún no se ha movido, así que me visto en silencio y lo dejo dormir. El aroma a café y masa azucarada me arrastra por el pasillo. Cuando llego al comedor, Rose ya está allí, con el cabello oscuro recogido sobre el hombro en una trenza suelta y un plato de gofres delante. Levanta la vista cuando me acerco y me sonríe con sus grandes ojos marrones. —Buenos días —dice—. Hay más en la cocina. Sírvete. —Gracias. Y lo siento mucho. —¿Porqué? —dice Rose con la boca llena de gofres. Me mira y entrecierra los ojos como si intentara averiguar si le he robado algo por la noche. —Por ser... ruidosa. Rose se encoge de hombros y deja de prestar atención a su plato de comida. —Cariño, he vivido en un circo literal desde que tenía quince años. Podría dormir en el Tilt-a-Whirl si tuviera que hacerlo. Resoplo una carcajada y me dirijo a la cocina, sacando dos tazas de la estantería para llenarlas de café. —Lo del callejón de los payasos de ayer tiene más sentido ahora. —Bueno, pasara lo que pasara —dice con un guiño bobalicón y exagerado mientras la miro a los ojos desde el otro lado de la isla de la cocina—. No he oído nada. Pero él, en cambio... parece un poco desmejorado. Me giro cuando Fionn entra en el comedor en pijama, despeinado y con los ojos entornados. Se dirige directamente a la nevera y saca un frasco de probióticos de una fila de la puerta. Cuando miro a Rose, su sonrisa es perversa. —¿Durmió bien, doctor? —pregunta—. Dormí como una roca. Aunque no estoy segura de Sloane y Rowan. Fionn le dirige una mirada sombría. Pero también hay calor en ella.

—Lo siento —digo, con las mejillas ardiendo bajo mi piel—. Has sido muy amable al aceptarnos sin avisar. No queríamos entretenerte con todas estas cosas. —No te preocupes, Mirlo. Estará bien. El Doctor Blueballs sólo está un poco celoso. Rowan se acerca con un par de pantalones de chándal bajos y nada por encima, salvo un delicioso despliegue de músculos y tinta. Me ruborizo por segunda vez cuando se detiene a mi lado y me besa en la sien. —Ponte una camiseta, perdedor —refunfuña Fionn cuando Rowan le da una palmada en la espalda y lo empuja para tomar la leche. —¿Por qué? Supongo que es bueno recordarte periódicamente que, aunque pases horas al día haciendo burpees, aún puedo patearte el culo. Fionn parece querer discutir ese punto, pero su mirada recorre el cuerpo musculoso y lleno de cicatrices de su hermano mayor antes que parezca replantearse esa idea. —Creí haber dicho algo sobre tomárselo con calma —argumenta en su lugar—. Descansar. Nada de deportes... bruscos. La sonrisa de Rowan es poco menos que diabólica. —No estábamos haciendo deporte. Estábamos teniendo sexo. Rose carcajea en la mesa y se mete otro bocado de gofre en la boca. —Increíble. Me encantan estos dos. ¿Pueden quedarse? —No. —Fionn mira fijamente a Rose y luego a Rowan antes de cambiar su atención hacia mí, su expresión adquiere una cualidad de disculpa—. Lo siento. En circunstancias normales, sí. Pero ese imbécil de ahí —dice, señalando con el pulgar a Rowan—. Me va a hacer la vida imposible por lo del apodo hasta que se le pase. Necesito dormir por las noches. Y tú también. De hecho, probablemente deberías tomarte un par de semanas de baja hasta que dejes el cabestrillo.

—Aún me queda otra semana de vacaciones —respondo—. No he tomado un día por enfermedad en casi dos años, así que no debería ser un problema. —Voy a escribirte una nota del médico de todos modos, por si acaso. Quiero que lleves el cabestrillo todo lo que puedas. Y programa una cita con un fisioterapeuta. Nada de levantar objetos pesados ni de hacer deporte —dice mientras dirige una mirada mordaz a Rowan. Cuando Fionn vuelve a mirarme, frunce el ceño con preocupación—. ¿Tienes a alguien que pueda ayudarte en casa si lo necesitas? —Me tiene —responde Rowan antes que tenga oportunidad de mencionar siquiera el nombre de Lark—. Ella me tiene. Mi mirada rebota entre Rowan y su hermano. La incredulidad, los nervios y la excitación se enroscan como una cuerda en mi pecho. —¿Vienes a Raleigh? Rowan deja el café sobre la encimera. Sus ojos azules se clavan en los míos, la sombra del mar profundo bajo el sol. No hay ninguna sonrisa burlona que ilumine su piel, ninguna mueca divertida que baile por sus labios cuando se acerca y se detiene frente a mí. Observa el movimiento de sus dedos al trazar el contorno de mi mejilla. El resto del mundo desaparece. —No, Sloane —dice—. Te voy a llevar a casa. A Boston.

—Dios mío. Eres tú. Miro a mi derecha, donde Lark está de pie a mi lado, esperando que esto sea probablemente un momento de fangirl. Puede que Lark haya firmado con una discográfica independiente más pequeña, pero sigue teniendo muchos seguidores y no sería la primera vez que la reconocen mientras salimos juntas. Pero cuando vuelvo la mirada a Meg, la azafata, me está mirando fijamente. Las llamas envuelven mis mejillas. —Umm... ¿hola...? —Lo siento mucho. Cuando viniste la última vez, me despisté y olvidé decírselo a Rowan. —Los bonitos ojos azules de Meg se abren de par en par mientras sacude la cabeza—. Todavía me siento fatal. —Bueno, no había hecho reserva, así que no tienes nada de qué disculparte. —Pero tienes una reserva en 3 In Coach —me dice Meg con una sonrisa dulce y cómplice. Saca una tachuela de su podio y me pasa una hoja de papel. La mesa doce está RESERVADA PERMANENTEMENTE para: -Cualquier reserva bajo el nombre de Sloane Sutherland

-Una mujer hermosa, de cabello negro, ojos color avellana y pecas, 1,70m, probablemente sola, tímida, probablemente parece que quiere huir Informar inmediatamente a Rowan de cualquier reserva con este nombre o de cualquier huésped que se ajuste a esta descripción. Y luego, en posteriormente:

texto

rojo,

como

si

se

hubiera

añadido

INMEDIATAMENTE. NO ESTOY BROMEANDO. La palabra "INMEDIATAMENTE" aparece subrayada seis veces. —Qué bonito —dice Lark mientras apoya la barbilla en mi hombro y lee la nota, señalando el texto en rojo—. Parece que va a cortar a la gente por ti. Eso es tan Keanu-mantico. Resoplo una carcajada mientras le devuelvo el papel a Meg. —En primer lugar, Keanu-mantic no es una palabra. En segundo lugar, Keanu no corta a la gente de forma romántica. —Lo hace en John Wick. —Claro. Para un perro. Yo no llamaría a eso romance, Lark. Lark se encoge de hombros antes de sonreír a Meg. —Mesa para dos, por favor, para Sloane Sutherland, pelinegra, pecosa, belleza de 1,70 que parece que quiere huir. Meg toma dos menús de su podio y sonríe mientras nos hace señas para que avancemos. —Síganme. Le haré saber al Chef que están aquí tan pronto como estén sentadas. Lark chilla y me agarra la muñeca mientras seguimos a Meg hasta la cabina en la que me senté la última vez que estuve aquí, hace más de un año. Probablemente puede sentir mi pulso martilleando en su mano. Me quedé con Rowan dos semanas después de alargar mis vacaciones como me había recomendado Fionn. Y esas dos semanas con Rowan no fueron suficientes. Todavía tenía el cuerpo magullado y dolorido cuando me fui a Raleigh a recoger mis cosas y alquilar mi casa amueblada. Hice

arreglos en el trabajo para trabajar desde casa, y me pasé las tardes y los fines de semana desmantelando mi cuarto de matanza de contenedores de almacenamiento que apenas he usado desde que empezamos este juego. Han pasado tres semanas desde que vi a Rowan, y mi corazón está casi a punto de estallar a través de mi pecho a medida que los segundos avanzan hacia el final de nuestra separación. No sé si esto va a funcionar: vivir con él, trabajar desde casa todos los días, estar en una ciudad nueva, intentar convertir esta base que hemos creado en algo más. Pero voy a intentarlo. —Estás muy emocionada —le digo a Lark, intentando desviar la atención de mi propia expectación a medida que avanzamos por el concurrido restaurante. La hora punta del almuerzo ya ha pasado, pero sigue habiendo más mesas llenas que vacías, aunque muchos de los clientes ya han terminado los platos principales y han pasado a los postres. —Por supuesto que sí. Mi mejor amiga está e-n-a-m-o-r-a-d-a y voy a conocer a su hombre por primera vez. Resoplo. —Nunca dije nada de amor. —¿No instalaste a escondidas una cámara de seguridad en la cocina? —Eso es acoso, no amor. —Él lo sabe, yo lo sé y tú lo sabes. Y está claro que él también te adora. Él conoce a mi niña —dice, señalando hacia el reservado mientras Meg deja los menús sobre la mesa—. Una elección perfecta para Sloaney. Resguardada y equidistante entre las salidas. Dios mío. Tiene razón. Lark se desliza en el asiento acolchado y Meg desaparece para buscar a Rowan en la cocina, y yo sigo de pie a un lado como una tonta, mirando la mesa como si nunca hubiera visto una. Reserva permanentemente el reservado que sabe que querrías en su popular restaurante. Le da una paliza a un emo pervertido por

verte masturbarte. Hace que un chico cualquiera del barrio te lleve la compra. ¿A quién carajo quieres engañar? Este hombre no solo te ''gusta más de lo normal.'' La cabeza de Lark se inclina y una arruga aparece entre sus cejas mientras su mirada recorre mi rostro. —¿Estás bien, Sloaney? Te ves asustada. Estoy a punto de decir algo. Abro la boca y comienzo tartamudeando una frase que nunca llega a materializarse. Se me muere en la lengua cuando oigo el sutil acento irlandés que se eleva por encima de las conversaciones de los comensales y el tintineo de los cubiertos sobre los platos y los vasos sobre las mesas. —Mirlo —dice lo bastante alto como para que se oiga el ruido. Cuando miro, está pasando entre las mesas, con el mismo aspecto que la última vez que vine a 3 In Coach, con la bata de chef arremangada hasta los codos y un delantal blanco atado a la cintura. Pero esta vez no tiene cara de asombro, sino una cálida sonrisa y los brazos abiertos—. Ven aquí. Miro a Lark y su sonrisa es resplandeciente, sus ojos bailan. Mueve la cabeza en su dirección y, aunque sé que probablemente parezco una adolescente enamorada, no puedo evitarlo. El corazón se me sube a la garganta. Si fuera por él, ya estaría corriendo en su dirección. Puede que no corra, pero camino. Rápido. Cuando nos encontramos en medio del restaurante, Rowan me toma el rostro entre las manos y se toma un momento para absorber los detalles de mi rostro, como si estuviera saboreando cada matiz. Está radiante, claramente en su elemento en este espacio, sus ojos brillantes y arrugados en las esquinas con la amplitud de su sonrisa y la profundidad de su alivio. El beso que compartimos no perdura. Pero sí su calor, que infunde en cada célula tanto consuelo como la necesidad de más de lo que podemos soportar en este momento. —Tienes mucho mejor aspecto —dice cuando se aparta.

Me encojo de hombros. —Todavía un poco dolorida, pero estoy mejorando. —¿Trip estaba bien? —Winston odió cada momento del viaje desde Raleigh. Creo que voy a oír sus gruñidos en sueños durante una semana, pero se ha calmado ahora que está en tu casa. Parece un poco raro, pero estoy segura que se adaptará en uno o dos días. Dejé mis cosas en el suelo del salón, así que estoy segura al noventa por ciento que mi gato habrá destrozado todo el equipaje en venganza para cuando volvamos. —Nuestra casa —corrige Rowan, y me pasa un brazo por encima del hombro para guiarnos de vuelta a la cabina—. Nuestro gato. Estoy deseando que seamos influencers de la arena para gatos, qué gran negocio. Vamos a ser ricos. Resoplo una carcajada y pongo los ojos en blanco. —Eres lo peor. —Algún día me amarás. Uno de mis pasos vacila. Hoy es ese día. Quizá ayer también. Y anteayer. Tal vez por un tiempo, de hecho. No puedo decir exactamente cuándo empezó, pero no creo que se detenga nunca. Tomo la mano de Rowan que descansa sobre mi hombro convaleciente, la articulación todavía un poco sensible pero cada día mejor. Cuando lo miro, intento reprimir una sonrisa, pero no lo consigo. —Sí. Tal vez. Rowan no dice nada, no me pide más, pero sé que puede verlo en mí como si estuviera escrito en la constelación de puntos de mi piel, incluso cuando intento apartar la mirada. —Te lo dije —susurra mientras me besa en la sien.

Lark sale del reservado y abraza a Rowan como si lo conociera desde hace años, y ambos entablan una conversación fluida desde el momento en que nos sentamos. Y aunque finjo estar concentrada en el menú, no lo estoy. Estoy observando a Lark y Rowan con el corazón más lleno de lo que jamás hubiera imaginado. Las dos únicas personas a las que quiero en este mundo están sentadas una al lado de la otra, forjando los primeros momentos de una amistad, unos cimientos que espero que sólo crezcan con el tiempo. Puede que no tenga a mucha gente, pero tengo a Lark y a Rowan, y eso es suficiente. Compartimos una comida juntos. Una botella de vino. Compartimos el napoleón de higos filo de postre y nos sentamos con nuestros cafés hasta que los últimos comensales se han marchado y el restaurante se cierra para preparar el turno de la cena. La conversación no se detiene. No faltan las risas. Y cuando llega la hora de marcharnos, hacemos planes para volver a reunirnos en los próximos días mientras Lark esté en la ciudad: música en directo, cenas fuera, tal vez un paseo en velero por el puerto. Mientras nos dirigimos a la salida, Rowan me guiña un ojo, como si todo esto formara parte de su gran plan para atraer a Lark hasta aquí. Nos despedimos de ella con un abrazo en la puerta y Rowan acaba con una pegatina de una estrella dorada en la mejilla antes que Lark se marche bailando. —Vamos, necesito tu ayuda —dice, tomándome de la mano cuando Lark dobla una esquina dos manzanas más abajo, en dirección a su hotel. Rowan me arrastra en dirección contraria—. Un trabajo muy importante, Mirlo. —¿Qué trabajo? —Ya verás. —¿Vas a dejarte esa pegatina en la cara? Rowan se burla. —Por supuesto. Me hace más guapo. Cuatro manzanas y una vuelta más tarde, Rowan se detiene. Aunque le pregunto qué está haciendo y dónde estamos, elude mis

preguntas. En lugar de responder, se coloca detrás de mí y me tapa los ojos con las palmas de las manos antes de empujarme hacia delante. Estoy a punto de decirle que no voy a cruzar toda la ciudad de Boston con los ojos vendados cuando nos guía hasta que nos detenemos y giramos a la izquierda. —¿Lista? —pregunta. Asiento con la cabeza. Me quita las manos de los ojos. Ante mí está la fachada de un edificio de ladrillo donde un nuevo toldo negro con luces de globo se extiende sobre una zona de asientos al aire libre que aún no tiene sillas en la cubierta recién pintada. El interior está acabado, los lujosos detalles del mobiliario y las mesas de madera oscura se mezclan con el ladrillo visto y los inesperados toques de decoración en azul cerceta. Enormes helechos ondean suavemente con la brisa del sistema de aire acondicionado oculto entre la red industrial de vigas y conductos de acero negro del techo. Es bonito y elegante, pero cómodo. Y en toda la fachada del restaurante, por encima de la puerta y el toldo, un enorme cartel en letras mayúsculas. Carnicero & Mirlo. —Rowan... —Me acerca un paso, mirando fijamente el letrero y el cuervo de hierro forjado estilizado y la cuchilla de carne incorporados detrás de las primeras letras—. ¿Lo dices en serio? —¿Te gusta? —Es increíble. Me encanta. —Bueno, eso es un alivio teniendo en cuenta que estamos a dos semanas de la apertura. Las reservas están llenas hasta después de Navidad. Habría sido muy incómodo cancelarlas. —Con una sonrisa de oreja a oreja, me toma de la mano y me lleva hacia la puerta, donde hay un gran cartel con la gran inauguración y los datos de contacto. Abre el cerrojo y me sostiene la puerta para que entre; el olor a pintura fresca y muebles nuevos nos recibe—. Aun así, necesito tu ayuda.

Mientras nos dirigimos a la cocina, Rowan señala detalles, decoraciones que reflejan la influencia de sus hermanos, como la selección de bourbon Weller's detrás de la barra para cuando Fionn venga a la inauguración, o los posavasos de cuero con la marca que hizo Lachlan. Pero yo también estoy en todas partes. En la enorme ala de cuero negro, las intrincadas plumas esparcidas por una pared sobre las cabinas, el lugar exacto donde me gustaría sentarme. En los cuadros en blanco y negro de cuervos pintados por artistas locales, con un cuchillo de carnicero o una hacha de carnicero en cada uno de ellos. No soy sólo yo. Somos nosotros. Tiro de Rowan hasta que se detiene en el centro de la habitación. Sus ojos recorren mi cara y bajan hasta mi cuello mientras un ardiente trago se agita en mi garganta. —Tú... —es todo lo que consigo decir. Hago un gesto entre nosotros y luego hacia la habitación—. ¿Esto...? Rowan intenta contener una carcajada mientras una sonrisa cómplice se dibuja en sus labios. —Elocuente. ¿Se trata de otra situación "hombre-tipo"? No puedo esperar a oír lo que se te ocurre, Mirl... —Te amo, Rowan —le suelto. Solo tardo un momento en notar la sorpresa en la expresión de Rowan antes de lanzarme hacia él, envolviendo su sólido cuerpo en mi abrazo. Su corazón martillea bajo mi oreja mientras aprieto la cara contra su pecho. Sus brazos me rodean, una mano se enreda en mi cabello y me besa en la coronilla. —Yo también te amo, Sloane. Muchísimo. Pero el restaurante fue probablemente una gran pista. Me río contra su pecho y muevo una mano entre nosotros para atrapar una lágrima antes que caiga. —Tuve esa sensación. No estoy segura de qué me lo dijo. Puede que fuera el cartel de la entrada. Rowan se aparta y me rodea los hombros con sus cálidas manos. Cuando me mira fijamente, veo todo lo que siento reflejado en su

débil sonrisa y sus ojos suaves. Es un alivio saber que puedo amar y ser amada, después de años preguntándome si estaba tan destrozada que en mi corazón sólo había lugar para la venganza y la soledad. Y creo que también veo la liberación de esa carga reflejada en los ojos de Rowan. —Vamos —me dice después de darme un beso rápido en los labios—. Sigo necesitando tu ayuda. Rowan nos guía hasta la cocina, donde los nuevos electrodomésticos comerciales y las encimeras de acero inoxidable brillan bajo las luces empotradas en el techo recién pintado. Se dirige primero a una hilera de ganchos donde cuelgan delantales y me tiende uno antes de desaparecer en el frigorífico. —¿Qué estamos haciendo? —le pregunto cuando vuelve con los ingredientes apilados en una bandeja que coloca en la encimera a mi lado. —Construyendo una nave espacial. —Sonríe cuando le fulmino con la mirada—. Cocinando, claramente. Todavía estoy elaborando el menú del almuerzo para la semana de apertura. Necesito tu ayuda para ajustarlo. —Pensé que ya habíamos establecido que cocinar no es mi fuerte. —No, hemos establecido que cocinas perfectamente bien, sólo tenemos que hacerlo juntos. Y lo hacemos. Empezamos con cosas más sencillas, como hacer una vinagreta de vino tinto para una de las ensaladas y preparar verduras para una sopa. Luego pasamos a cosas más difíciles: lomo de cerdo con aros de chalota, un filete de salmón con salsa de nata. Y ver a Rowan compartir su arte con tanta pasión y confianza es como inyectarme un afrodisíaco directamente en las venas. Mi deseo por él aumenta con cada momento que pasa, y él está tan inmerso en lo que hace que no parece darse cuenta de ninguna de las señales. Sólo hace que lo desee mucho más. Degustamos los platos que creamos juntos y Rowan presiona la estrella dorada de su mejilla contra la parte superior de una página

nueva de un cuaderno manchado y con las páginas manchadas, donde anota ideas y comentarios sobre todo lo que hacemos. Y luego dice que es hora del postre, el plato en el que más ayuda necesita. Cuando intento protestar diciendo que estoy llena, se ríe de mí. —Sé que puedes aguantar más —dice con una sonrisa burlona, y se aleja a grandes zancadas en dirección a la nevera. Vuelve con otra bandeja de ingredientes, pero esta vez la pavlova, la crème brûlée y la tarta de chocolate ya están hechas. Sólo hay que montarlas con su presentación y sus salsas, cosa que Rowan hace con rapidez y precisión antes de colocarlos frente a mí en el mostrador. Luego da un paso atrás y deja que su mirada fluya a lo largo de mí. Lo siento en el centro de mi cuerpo, como si tirara de una cuerda invisible que tensara mi núcleo hasta hacerme doler. —Ponte de cara al mostrador y súbete el vestido, Sloane. Mis bragas se humedecen al instante, incluso antes que mi cerebro haya procesado completamente sus palabras, como si mi cuerpo supiera lo que está a punto de ocurrir antes que mi mente. Respiro con dificultad y abro la boca, pero no sé qué decir. Rowan levanta las cejas y desvía la mirada hacia el mostrador. —¿Crees que no me di cuenta de cómo te bajaste el vestido antes de inclinarte para enseñarme las tetas cuando estábamos haciendo esa salsa de vino blanco? Siempre me fijo en ti, Sloane. Ahora haz lo que te digo. Me estremezco al contener el aliento, me agarro el dobladillo del vestido y me lo subo por los muslos mientras me doy la vuelta y miro el mostrador de acero inoxidable, su borde pulido frío contra mi piel acalorada. El calor de Rowan me envuelve la espalda cuando se coloca detrás de mí para pasarme una palma callosa por la pierna y por el culo. Me aparta las bragas, pone su polla en mi entrada y se desliza dentro de mí de un solo golpe con el sonido de mi grito ahogado. Y luego se queda ahí, inmóvil, alojado hasta el fondo en mi coño. Un gemido se me atrapa en el fondo de la garganta. Mi clítoris palpita, suplicando fricción, mi coño desesperado por moverse.

Intento moverme hacia delante y hacia atrás, pero no hay sitio adónde ir entre la fuerza inflexible de Rowan y el borde afilado del mostrador contra mis caderas. —No —me ordena cuando vuelvo a intentarlo—. Relájate, Sloane. Un gemido estrangulado sale de mis labios. —¿Cómo carajo se supone que voy a hacer eso? Rowan se ríe, sin inmutarse por el hecho que el deseo me esté abrasando, cada célula abrasada por la necesidad de más de lo que él me va a dar. —Inténtalo. A ver adónde te lleva. Mi pulso tamborilea a un ritmo galopante, mi respiración es agitada e irregular. Cuando dejo de intentar moverme, Rowan apoya la barbilla en mi hombro y toma una cuchara de postre. —Eres una chica muy buena, Mirlo —me arrulla al oído mientras desliza la cuchara por la crème brûlée y me la acerca a los labios separados—. Y las chicas buenas tienen recompensa. El postre cremoso y la cobertura de bayas ácidas aterrizan en mi lengua con una explosión de sabor. Rowan se queda quieto mientras yo saboreo el gusto. —¿Te ha gustado? —pregunta. —S-sí. —¿Falta algo?— —Yo... —Maldición, no lo sé. No puedo pensar con claridad con su polla gruesa y dura en mi coño, mi excitación resbalando en mi entrada, mi clítoris exigiendo alivio. Cuando niego con la cabeza, parece entender que no quiero decir "no", pero que no estoy segura. —Cierra los ojos. Inténtalo de nuevo. Hago lo que me pide Rowan y cierro los ojos. Los olores del azúcar y las bayas frescas inundan mis fosas nasales, aromas que no percibí realmente la última vez. Rowan me pasa el borde de la

cuchara por los labios para pintarme la piel rosada de sabor antes que los abra para él. —¿A qué sabe? —Rowan susurra contra mi oreja. —Crema. Vainilla. Azúcar caramelizada. Fresas y frambuesas — respondo con los ojos aún cerrados. Tengo la sensación de estar flotando, no fuera de mi cuerpo, sino en lugares de su interior que nunca antes había visto o sentido. Hay otro reino en mi interior que ni siquiera sabía que existía. Es como si estuviera desconectada del resto del mundo, pero más presente que nunca. Todas las sensaciones se vuelven más claras en ausencia de ruidos extraños. —¿Qué falta? —Rowan lo intenta de nuevo. —Nada. Pero... —Sacudo la cabeza. La mano de Rowan se desliza por mi brazo en señal de seguridad, que este lugar y mis palabras están a salvo con él—. Pero no es único. —Tienes razón —responde. Me da un beso indulgente en el cuello mientras su polla se retuerce dentro de mí. Me fijo en cada movimiento que hace, desde la forma en que sus labios se despegan de mi piel hasta la subida y bajada de su pecho contra mi espalda— . No es único. Es como cualquier otra crème brûlée de la ciudad. Necesita algo diferente. Algo nuevo. —Thorsten Harris probablemente sugeriría... —Mirlo —dice Rowan, puntuando su advertencia con un mordisco en el lóbulo de mi oreja—. Ni se te ocurra terminar esa frase o te las verás conmigo. Mis ojos permanecen cerrados mientras sonrío. —Me gusta tu versión del infierno. —Eso dices ahora. Pero podría quedarme horas en este coñito tuyo, y creo que te sentirías diferente si me pasara todo ese tiempo sin dejarte correrte. —Rowan mueve las caderas, un leve movimiento que enciende mi desesperación por más—. Ahora sé mi pajarito bueno y nómbrame la fruta más aleatoria que se te ocurra. Lo primero que se te ocurra. Ni siquiera pienso en ello. Sólo hablo. —Caqui.

Se hace un silencio. Rowan se relaja detrás de mí, como si la tensión contenida en su pecho se hubiera esfumado. —Sí. Caqui. Es una idea excelente, amor. Y luego se desliza fuera de mí. Abro los ojos y me doy la vuelta mientras él da un paso atrás y se mete la erección en el boxér antes de subirse los pantalones. Respiro entrecortadamente mientras lo asimilo. Hay calor y deseo en sus ojos, pero los mantiene cerrados. No como yo. Sé que mi desesperada necesidad de más está escrita en mi rostro. —Creía que habías dicho que las chicas buenas tienen recompensa —digo, con la voz baja y ronca. Una lenta sonrisa asoma por la comisura de los labios de Rowan, donde su cicatriz brilla en una línea recta a través de su piel. —Tienes razón. Eso he dicho. Sal al restaurante y siéntate en tu mesa. —¿Cuál es la mía? —Ya lo sabrás. Me lanza un guiño y empieza a recoger los ingredientes que no ha utilizado en la bandeja. Lo observo un momento antes que me haga un gesto con la cabeza hacia la puerta y me diga que estará allí en cuanto termine. Salgo a la penumbra y me dirijo hacia las cabinas situadas bajo el ala negra montada en la pared. Cuando miro entre la entrada principal y la señal de la salida de emergencia junto a los baños y la puerta de la cocina, es obvio cuál elegiría: la cabina que se encuentra justo debajo del vértice del ala extendida. Cuando me deslizo sobre el asiento, hay una línea de texto en letra cursiva grabada en la superficie de la madera. Dice: "Cabina de Mirlo". Mi dedo recorre cada letra mientras contemplo el espacio y capto cada detalle desde esta atalaya. Todavía estoy absorbiendo el calor que me recorre las venas cuando oigo el ruido de la puerta de la cocina.

—Creía que te había dicho que te subieras a la mesa —dice Rowan mientras camina hacia mí. Miro de él a las ventanas de la parte delantera del restaurante y viceversa. La anticipación corre por mis venas en un torrente de adrenalina. —Pero... —Súbete, Sloane. Ahora. El fuego me recorre la piel mientras hago un gesto hacia la entrada del restaurante. Rowan se detiene junto a la mesa con una expresión severa que indica que no está dispuesto a escuchar ninguna protesta que yo vaya a hacer, aunque eso no me impedirá seguir discutiendo. —Acabo de ver pasar a una mujer con la compra —le digo—. Ella no quiere ver eso. Nadie quiere. —Por supuesto que sí. E incluso si no lo hicieran, hay un detalle importante que podrías estar pasando por alto: Yo no. Maldición. me importa. Entonces, ¿estás usando tu palabra de seguridad? —No. Las manos de Rowan se apoyan en la superficie mientras se inclina, clavándome una mirada inquebrantable. —Entonces súbete a la puta mesa, Sloane. Subo a la superficie de espaldas a la fila de ventanas mientras los latidos de mi corazón zumban bajo mi piel, sin dejar de mirarlo. Cuando me acomodo, Rowan se desliza sobre el banco acolchado hasta situarse frente a mí. Mi mirada queda atrapada en la suya, nuestra conexión ininterrumpida, ninguno de los dos se mueve. Parece disfrutar que espere sus instrucciones tanto como yo disfruto obedeciéndolas. —Súbete el vestido hasta la cintura —me dice, con los ojos oscuros y desbordantes de lujuria. Hago lo que me dice, pero me tomo mi tiempo, arrastrando el dobladillo por mi piel—. Abre bien las piernas. La mirada de Rowan permanece clavada en mis bragas húmedas y en el contorno de mis piercings bajo la tela mientras abro los

muslos todo lo que me permiten mis caderas. Me agarra de las rodillas y me acerca un poco más al centro de la mesa. —¿Recuerdas lo que te dije? —pregunta sin apartar los ojos del vértice de mis muslos. Asiento con la cabeza. —Que ibas a devorarme en una mesa del restaurante. —Maldita sea, Mirlo. Y esta es una comida por la que me moría de ganas. Rowan estira mis bragas a un lado, baja la cabeza y se da un festín. No mentía. Podría haber gente caminando. Podrían estar mirando por la ventana. Podrían estar en la mesa de al lado y a él no le importa una mierda. Me devora el coño como si fuera su última comida. Pródiga cada piercing con atención y chupa mi clítoris. Me mete la lengua en el coño y gime. Aprieta sus dedos contra mis muslos con un agarre que no hace más que aumentar mi deseo. Y si alguien está mirando, tampoco me importa. Agarro el cabello de Rowan con fuerza y lo aprieto contra mí para apretar mi coño contra su cara. Me recompensa con un gruñido gutural y dos dedos hundidos en mi coño; el ritmo inmediato y su tacto experto me empujan más cerca de deshacerme. Mi culo chirría contra la madera mientras él avanza y me consume en cuerpo y alma. Me corro gritando el nombre de Rowan, empapando sus dedos y cubriéndole la cara. Y no me da tiempo para recuperarme del intenso org*smo antes de bajarme las bragas por las piernas y tirarlas al suelo. En cuanto me las quita, se baja los pantalones y el bóxer y se desliza dentro de mí. —Joder, Sloane —grita con la primera embestida. Ya puedo decir que no pasará mucho tiempo antes que me desgarre por segunda vez—. Te he extrañado tanto, joder. Ha sido un infierno aquí sin ti.

—Estoy aquí —susurro. Le acaricio el cabello con una mano y, con la otra, deslizo mi tacto por debajo de su chaqueta de chef para trazar los músculos de su espalda. Se aparta lo suficiente como para taparse la cabeza con la gruesa tela y yo rozo cada músculo tenso y cada cicatriz dentada. Rowan me cruza un brazo por la espalda y me levanta de la mesa, sin romper nunca nuestra conexión mientras me tira hacia abajo para que me siente a horcajadas sobre él en el banco. —Vas a tomarme la polla tan profundo como puedas. Vas a cabalgarla como quieras hasta que te corras encima. Y estas tetas —me dice mientras me desabrocha la cremallera de la espalda y me baja el escote y las copas del sujetador—. Vas a hacer rebotar estas putas tetas en mi cara. Me agarro con una mano a la parte superior de la cabina y con la otra me inclino para acercar mi pecho a su boca. Me chupa el pezón y pasa la lengua por el piercing; su gemido vibra en mi piel mientras pellizca el otro hasta que están duros y firme. Me deslizo sobre su erección, llenándome de su longitud. Quiero que este placer dure. Quiero saborear cada largo golpe de su polla, cada roce de mi clítoris contra su carne mientras me lo meto hasta el fondo, cada roce de mis piercings contra nervios sensibles. Pero me lleva al límite con sus besos en los pechos y sus sucias exigencias cada vez que sale a la superficie de mi piel. Eso es, amor, llévame hasta el fondo de ese pequeño y apretado coño. Vas a estar goteando mi sem*n por esos bonitos muslos hasta llegar a casa. Mi org*smo me destroza la vista con un estallido de estrellas, cierro los ojos y grito. Me separo cuando Rowan empuja hacia arriba, golpeando aún más profundo mientras se derrama dentro de mí, con sus manos agarradas con fuerza a mis caderas mientras me sujeta sobre su polla palpitante. Nuestras frentes están juntas, nuestras respiraciones compartidas, nuestras miradas fundidas. Cuando por fin salimos de la niebla eufórica, sonrío y rozo las mejillas de Rowan con las yemas de los dedos. —Yo también te extrañé. Rowan suspira y me doy cuenta que es la primera vez que lo veo realmente relajado desde que volví. Me da un beso en la punta de la nariz.

—Vayamos a casa y hagamos esto otra vez. Y otra vez, y otra, y otra. —Guía mis caderas hacia arriba hasta que se libera, con su sem*n goteando por mi entrada. —¿Servilleta? —pregunto mientras me miro las piernas. Rowan traza una línea en la cara interna de mi muslo. Dos dedos recogen el lechoso riachuelo y se deslizan hasta mi coño, con los ojos oscuros de deseo al ver mi reacción. —Joder, no —gruñe mientras mete su sem*n con los dedos con lentas embestidas. Me estremezco y gimo, mi piel sensible ya está desesperada por más—. Lo he dicho en serio. Volverás a casa con ese desastre en los muslos, pajarito. Tras una última y profunda embestida y una pasada de su pulgar por mi clítoris que me hace jadear y agarrarme a su hombro, retira sus dedos y los lleva a mis labios para chuparlos. Cuando está satisfecho, me guía suavemente hasta el final de la cabina y se vuelve a poner la ropa antes de seguirme. Nos quedamos un momento de pie, agarrados de la mano, mirando el espacio, las ventanas donde por suerte nadie se ha parado a observarnos en nuestro santuario, el que siempre parece rodearnos cuando estoy a solas con Rowan. Dejo que mis ojos recorran el espacio, y cuando mi atención fluye en su dirección, siento la mirada de Rowan presionando mi rostro como una suave caricia. —Me alegro mucho que hayas vuelto, Mirlo —me dice mientras me atrae hacia él y me rodea la espalda con los brazos. Cierro los ojos. Nos agitamos en nuestro abrazo, moviéndonos juntos como dos criaturas oscuras entrelazadas, fluyendo con la corriente del mundo que nos rodea. —No voy a ninguna parte —susurro—. Sólo a casa contigo.

Parece como si hubiera atravesado el infierno las dos últimas semanas para llegar a este momento exacto: la noche de la inauguración de Carnicero & Mirlo. Hemos tenido los problemas normales previos al lanzamiento. Problemas con el sistema PTV10. Problemas con los proveedores. Lo normal, pero nada importante, sólo un montón de mierda que se va acumulando. Pero 3 In Coach ha sido una bestia completamente distinta. Roturas de equipos. Problemas eléctricos. Aparatos defectuosos. Es como un grano en el culo sin fin, cuando debería funcionar sin problemas. He intentado olvidarme de muchos de los problemas para mantener la concentración, pero el estrés sigue ahí, y ni siquiera he tenido tiempo de desahogarme como haría normalmente el Carnicero de Boston. Si pudiera elegir un blanco fácil, como un traficante de mierda, sé que me sentiría mucho más tranquilo. Simplemente no hay tiempo. Pero gracias a Dios, la única luz brillante es Sloane. Si le molestan mis largas horas de trabajo, mi agotamiento y estrés, no lo dice. Sé que está preocupada por mí, pero no se irrita ni me exige más atención y presencia de la que puedo darle en este momento. De hecho parece estar progresando, aunque me cueste creerlo. —Me siento fatal, te mudaste hasta aquí, cambiando tu vida y yo apenas estoy aquí —dije mientras miraba el techo en la Un sistema de punto de venta (TPV) es el hardware y el software que le permite realizar ventas, aceptar pagos y cobrar a los clientes. 10

oscuridad cuando nos acostamos hace dos noches. Pero lo que no dije fue lo preocupado que me siento constantemente que esto no esté saliendo como lo había imaginado. Llevo años queriendo a Sloane, y ahora que por fin está aquí, me corroe la idea que quizá no le esté dando lo que necesita. ¿Y si sólo estoy viniendo a casa cada noche para quitarme el estrés suficiente como para poder dormirme, pero sin proporcionarle nada tangible a cambio? ¿Es eso lo que estoy haciendo? —Soy feliz. —Había respondido ella simplemente, como si debiera ser obvio—. Me gusta la soledad, Rowan. Me siento segura cuando estoy sola. Quizá no siempre con ese pelmazo de ahí con cara de querer arrancarme la cara —había dicho mientras agitaba una mano hacia la puerta del dormitorio—. Pero Winston aparte, esto es bueno para mí. No me siento sola. De hecho, es la primera vez en mucho tiempo que no lo hago. Me había dado un beso en la mejilla como para puntualizar lo que quería decir y luego se quedó dormida donde siempre, apoyada en mi corazón. Pero yo permanecí despierto mucho tiempo después, con una sola pregunta rondando mi mente: ¿Y si miente? Respiro hondo y vuelvo a concentrarme en la tarea que tengo entre manos, a saber, no quemar el foie gras frito para los aperitivos mientras Ryan, el maître, entra en la cocina para comprobar el tiempo de los aperitivos. Dos minutos. Dos minutos y los primeros invitados estarán comiendo en Carnicero & Mirlo. Dos minutos hasta que el siguiente paso en mi carrera se haga realidad. Coloco el foie gras en el brioche tostado preparado por la souschef, Mia. Aderezamos cada plato, cinco en total, y los colocamos en el pase para la mesera que ya está esperando, e inmediatamente pasamos a emplatar los siguientes pedidos que ya se están cocinando. Entonces, empezamos a correr. Sopas. Aperitivos. Ensaladas. Rápido y ágil. Plato tras plato. Vigilo los números de las mesas, pero no hay nadie en la diecisiete, y esa mesa está permanentemente reservada para Sloane. Miro el reloj de pared.

Siete cuarenta y dos. Una punzada de preocupación me golpea las costillas y me retuerce las tripas. Llega cuarenta y dos minutos tarde. —¿Está Sloane aquí? —pregunto cuando Ryan entra en la cocina con una de las meseras. —Todavía no, Chef. —Maldita sea —siseo. Mia se ríe a mi lado en la línea. —Deja el acento irlandés, chef. Sólo llega tarde. —Nunca llega tarde —ladro furioso. —Ella estará aquí, no te preocupes. Quiero llamarla, pero no puedo parar, ni siquiera para mirar el celular. Estoy en medio de la primera ronda de platos principales, con más aperitivos entrando a medida que el restaurante se llena hasta los topes. El corazón me atraviesa el pecho y me ahoga la garganta. Ella no es así. Estaba mintiendo. Ella es jodidamente miserable aquí. Se ha ido. Ha ocurrido algo. Ha tenido un accidente. Ella está herida o lastimada o mierda, arrestada. Se apagará en un lugar como la cárcel. Eso sería peor que la muerte para una mujer como Sloane. ¿Puedes imaginarlo? ¿La tímida y dura Sloane Sutherland, rodeada de gente las veinticuatro horas del día, sin poder encontrar nunca un espacio seguro donde esconderse? —Hola Chef. Sloane está aquí —dice despreocupadamente una de las meseras mientras toma dos platos principales del pase. Se aleja con los platos antes que pueda soltar mi aluvión de preguntas en el aliento que he estado conteniendo. Pero es suficiente alivio para revitalizar mis esfuerzos y recargar mi espiral de concentración.

El equipo y yo nos afanamos en el servicio y presto especial atención a la mesa diecisiete, sin saber cuál de los seis pedidos de esa mesa es el suyo. Y entonces la avalancha disminuye gradualmente, y cuando por fin pasamos a los postres, me quito el delantal de la cintura, doy las gracias a mi esforzado personal de cocina y me dirijo a la recepción. Sonrisas, aplausos, caras medio borrachas y saciadas me reciben al entrar en el comedor, pero mis ojos encuentran enseguida a Sloane donde está sentada rodeada de mis hermanos, Lark, Rose y mi amiga Anna, con la que parece acercarse cada vez más. Ryan me pasa una copa de champán mientras las meseras flotan de mesa en mesa, entregando copas de cortesía a los clientes. —Muchas gracias por venir esta noche —digo mientras alzo mi copa en un brindis. Mi mirada recorre la sala y se fija en el Dr. Stephan Rostis, sentado a la mesa con su mujer, antes de obligarme a apartar la vista. Mierda, eso sí que me alegraría la noche desmembrar a ese hijo de puta. Se me ilumina la sonrisa al pensarlo—. Sin su apoyo a 3 In Coach, esta próxima aventura de Carnicero & Mirlo no habría sido posible. También quiero dar las gracias a mi trabajador y dedicado personal, que ha hecho un trabajo increíble no sólo esta noche, sino en el período previo a la apertura. Los aplausos aumentan a mi alrededor cuando desvío mi atención hacia la mesa de Sloane. Está sentada entre Rose y Lark, que han hecho el viaje para la noche de la inauguración, y mis hermanos a ambos lados del banco de curvo. —Gracias a mis hermanos, Lachlan y Fionn, sin los cuales sé que no estaría aquí. Puede que nos echemos mierda el uno al otro, pero siempre me han cubierto las espaldas. Saben que los amos, hermanos. Rose se inclina hacia Fionn y le susurra algo al oído. Él sonríe mientras hace un movimiento con el dedo y el pulgar. —Bueno, en cierto modo te quiero. En realidad sólo los tolero la mayor parte del tiempo. Sobre todo a ti, Fionn —aclaro al son de una carcajada. Luego dirijo mi atención a Sloane.

Está jodidamente guapa con ese vestido que llevó la noche de la gala Best of Boston, con el cabello oscuro recogido sobre un hombro en ondas brillantes. La luz de la vela baila en sus ojos color avellana mientras sonríe. Nadie me había mirado nunca como ella, con una embriagadora mezcla de orgullo y secretos que sólo nosotros compartimos. El resto de la habitación desaparece y me quedo absorto en ella por un momento. Cuando hablo, es sólo con ella: —Para mí hermosa novia Sloane —digo mientras levanto mi copa en su dirección—. Gracias por poner tu confianza en mí. Por aguantar mi mierda. Por aguantar la mierda de mis hermanos. —El público se ríe y la sonrisa de Sloane se ensancha mientras el rubor le sube por el cuello—. Cuando era joven, coleccionaba todos los amuletos de la suerte que podía encontrar. Llevaba una pata de conejo a todas partes. No le preguntes a Fionn de dónde la saqué, nunca se callará —digo, y las risas vuelven a rodearnos. Pero Sloane no se ríe, solo esboza una sonrisa melancólica mientras sigue enganchada al pasado bajo mis palabras—. No podía entender por qué esos talismanes nunca cambiaban mi suerte, así que dejé de creer. Pero ahora lo sé. Lo estaba guardando todo para conocerte, Mirlo. Le brillan los ojos mientras aprieta un beso en la punta de los dedos y lo ofrece al espacio que nos separa en una palma levantada. —Por Carnicero & Mirlo —digo alzando mi copa. El público se hace eco de mi brindis y bebemos. La ronda de aplausos que sigue alivia mis reprimidas preocupaciones por nuestro éxito. Dedico tiempo a comprobar cómo están los clientes, la mayoría de los cuales son habituales de 3 In Coach y tienen preferencia en la limitada lista de reservas de la noche de apertura. El entusiasmo me sigue de mesa en mesa. Están entusiasmados con todo, desde el diseño interior hasta los cócteles y el menú de la cena. Sé que vamos a triunfar. Lo noto en los huesos. Y puede que toda esta locura de los últimos meses merezca la pena. La última mesa en la que me detengo es la cabina situada bajo el centro del ala del cuervo.

—Estoy orgulloso de ti, mierdecilla —dice Lachlan mientras dobla una mano tatuada sobre mi nuca y presiona su frente contra la mía, como hemos hecho desde que éramos niños—. Lo has hecho bien. —Sí, no eres tan malo. Supongo que nos quedaremos contigo — dice Fionn mientras me da una palmada en el hombro más fuerte de lo necesario. Rose sigue sentada con la pierna escayolada, así que me inclino para darle un beso en cada mejilla. Anna me dedica una sonrisa radiante y un breve abrazo antes de retomar su conversación con Rose, la pequeña banshee que entretiene a la mesa con sus interminables historias de la vida circense. Lark me abraza con fuerza y me dedica una retahíla de efervescentes cumplidos mientras Lachlan la observa con cara de disgusto. Cuando por fin llego a Sloane y me deslizo a su lado en la cabina acolchada, una combinación de alivio y agotamiento atraviesa la máscara que siento que llevo puesta desde hace demasiado tiempo. Me rodea con los brazos, apoyo la barbilla en su hombro y paso una mano por el suave terciopelo que cubre su espalda. —No eres sólo una cara bonita —dice Sloane mientras resoplo una carcajada en sus brazos—. Es increíble, Carnicero. Es perfecto. Y siento que hayamos llegado tarde. —Acerca sus labios a mi oído y susurra—: Fue culpa de Lachlan y Lark. Creo que se enrollaron, pero estoy confusa, porque parece que se odian, carajo. —De algún modo, nada de eso me sorprende, ya que Lachlan está implicado —respondo antes de besarle el cuello y apartarme lo suficiente para verla a los ojos. Sonríe cuando le paso los dedos por el cabello—. Debería estar diciendo ''salgamos de fiesta cuando se hayan ido todos y podamos hacer apuestas sobre si volverán a enrollarse o no'', pero en realidad solo quiero robarte el kindle y acurrucarme en la cama con algo de p*rno pirata y luego quedarme dormido durante mil años. Sloane pone los ojos en blanco y mira hacia otro lado mientras yo sonrío. —Tienes que ponerte al día. Ahora estoy con la obscenidad de un hitchhiker smut11. Hitchhiker - Sexo inesperado... Tirones de pelo - Sexo a cambio de favores Hitchhiking - Gratuitous Smut 11

—Entonces préstame tu kindle. —Que te jodan —dice, y presiona sus labios contra mi mejilla antes de meterse debajo de mi brazo y enhebrar sus dedos entre los míos—. De forma cariñosa, por supuesto. Me quedo el tiempo suficiente para sentir la calma de su tacto y la compañía de la familia y los amigos antes de volver a la cocina, ayudando a Mia y al equipo a preparar la cena para compartir con el personal. Y entonces el torbellino de caos que ansío y en el que crezco se desvanece, dejando paz a su paso. Es más de medianoche cuando Sloane y yo llegamos a casa, y parece que apenas me he metido en la cama antes de dormirme. A la mañana siguiente es domingo, técnicamente mi día libre, aunque suelo acabar trabajando de alguna manera. Sloane ya está despierta, con el café preparado, el portátil abierto y los ojos fijos en la pantalla mientras se mete Froot Loops en la boca. Winston está sentado en el extremo opuesto de la mesa, mirándola fijamente como si intentara comunicarle telepáticamente sus juicios a fuego lento. Lo tomo al pasar y gruñe cuando lo dejo en el suelo. —¿Qué mierda estás comiendo? —pregunto mientras trazo un toque sobre su pulso mientras continúo mi camino hacia la bendita máquina de café. —Cheerios teñidas individualmente, claramente. Me llevó toda la mañana —se burla. Sonrío, aunque ella no lo ve. —Esa boca inteligente se va a poner a buen uso tan pronto como esté con cafeína. —¿Me estás amenazando con pasar un buen rato? —Más bien prometedor. Y hablando de buen rato —digo vertiendo el resto del café en la taza más grande que tengo antes de empezar una nueva cafetera—. ¿Viste al Dr. Rostis allí anoche? —Ooh, lo hice, sí. No tuve oportunidad de hablar con él. Tal vez deberíamos incluirlo en el juego del próximo año en lugar de reclutar a Lachlan para identificar un objetivo.

Una punzada de preocupación me recorre el cuerpo con un escalofrío. Sigo viendo a Sloane atrapada en el sótano de la casa de Harvey Mead, con la huella de su bota marcándole la cara, y la sangre goteándole por la nariz bajo la lluvia. El relámpago sobre su hombro deforme sigue vivo en mi mente. Sueño con ese momento demasiado a menudo. Me persigue. —O tal vez en lugar de un juego competitivo este año, podemos jugar juntos. Podríamos cazarlo como un equipo. Sloane suelta una carcajada burlona. —¿Tienes miedo de perder otra vez, niño bonito? —Tengo miedo de perderte. Sloane se vuelve entonces hacia mí, con ojos escrutadores recorriendo mi rostro. Su mirada se suaviza hasta convertirse en algo parecido a la compasión. Probablemente se deba a mis ojeras, a mi cabello desordenado y a mi barba más larga de lo habitual. Analiza cada detalle antes de sentarse de nuevo en su silla. —Rowan, estaré bien. Esto es lo que hacemos. Lo que pasó con Harvey fue un error mío por descuido. —¿Por qué lo hiciste? —presiono. Ya sé la respuesta. Ella sabe que la sé. Sloane traga saliva. —Porque pensé que iba por ti. Me dirijo hacia la mesa y ella abre un brazo hacia mí, envolviendo mi cintura en su calor y recostando su cabeza contra mi costado cuando me detengo a su lado. —No quiero parar —le digo—. Pero hay mucho más riesgo cuando trabajamos el uno contra el otro en lugar de juntos. —Cierto, pero también es muy divertido cuando te pateo el culo . Un suspiro sale de mis pulmones, una pizca de frustración en una bocanada de aire.

—Sloane, no puedo soportar preocuparme por ti ahora mismo. No creo que pueda soportar ese estrés a parte de todo lo demás. Apenas puedo mantener una vida cotidiana y normal contigo, y mucho menos eso. Sloane se pone rígida contra mí. Me doy cuenta que ha sonado duro cuando no era mi intención. Es que estoy tan cansado, maldita sea, y la preocupación constante por estropear esta nueva vida está manifestando exactamente lo que no quiero que ocurra: estropearla de una puta vez. —Lo siento, amor. No quise decir eso de la forma en que salió. —No pasa nada —dice, pero el brillo de su tono resulta forzado. —No, hablo en serio. No eres una carga, si eso es lo que piensas. —No pasa nada —vuelve a decir mientras me dedica una breve sonrisa antes de volver a centrar su atención en el portátil—. Lo entiendo. Pero todo tu esfuerzo ha merecido la pena. Las primeras críticas de la noche de la inauguración son estupendas. Acerca el ordenador para que pueda ver las reseñas que ha estado leyendo. Pero tardo un momento en fijarme en lo que intenta mostrarme. No sé si insistirle en este evidente desvío o si hacerlo la hará retroceder aún más. Al final, pienso que lo más probable es que empeore las cosas si abro mi boca descafeinada sobre el tema, así que le aprieto el brazo y leo las críticas por encima de su hombro. Puede que sean prematuras y un poco parciales, ya que la mayoría proceden de clientes habituales fieles, pero por los detalles y el entusiasmo me doy cuenta que hemos empezado con buen pie. Y cuando Sloane señala pasajes y comentarios concretos, sé que ella también está orgullosa, aunque mis palabras acaben de causar un escozor que no era mi intención. —¿Qué tienes planeado para esta mañana? —le pregunto cuando hemos leído juntos algunas reseñas. —Creo que quedaré con las chicas para tomar un café. Estaría bien verlas un par de veces más antes que se vayan de la ciudad — responde Sloane, pero algo en la forma en que lo dice me hace pensar que se trata de un plan improvisado que se le acaba de ocurrir para salir del apartamento—. Después de eso, tal vez haga algunos recados, no estoy segura. ¿Y tú?

—Tengo que ir a 3 In Coach cuando termine el desayuno tardío. Jenna envió un mensaje de texto que han tenido algunos problemas con una de las campanas de escape. —Dejo que mis dedos se deslicen a través del cabello de Sloane, las ondas todavía débiles de la noche anterior—. ¿Qué tal si nos vemos allí a las cuatro? Entra por detrás, por la cocina. Podemos ir a algún sitio y tomar algo. —Sí. Suena bien. —Sloane se levanta y me da una breve sonrisa cuando se vuelve hacia mí, pero hay una tirantez en ella antes de depositar un beso en mi mejilla y llevar su tazón vacío a la cocina— . Será mejor que me prepare. Con un último destello de sonrisa, Sloane toma a Winston y desaparece por el pasillo con el gato gruñendo en sus brazos. Me planteo seguirla hasta la ducha. Tal vez debería apretarla contra los fríos azulejos y enterrarme en su apretado calor y besar cada gota de agua de su cara hasta que sepa sin duda que no es una carga. Pero no lo hago. Me preocupa que cuando necesite o quiera espacio, no lo pida y la presione demasiado. La apartaré. Apoyo la frente en las manos y me quedo así un buen rato, pensando en todo lo que deberíamos hablar esta noche, cuando podamos relajarnos con un par de copas. Buscaremos una mesa privada en un bar tranquilo y hablaremos de todo como acordamos en casa de Fionn. Y luego volveremos a nuestra casa y la conversación de esta mañana no será más que otro ladrillo en los cimientos de una vida que estamos construyendo juntos. Cuando Sloane aparece por el pasillo con la piel enrojecida por el calor de la ducha y el cabello húmedo, yo sigo en la mesa, con la segunda taza de café casi terminada. —A las cuatro en el restaurante, ¿no? —pregunto mientras me levanto de la silla. Ella asiente, su sonrisa brillante, pero la tirantez que no puede ocultarme permanece. —Allí estaré. Y aunque me da un beso de despedida, y me dice que me ama, y me lanza una sonrisa por encima del hombro mientras se va, esa fina máscara sigue siguiéndola hasta la puerta.

—Maldito imbécil —me digo mientras me paso una mano por el cabello y me dejo caer en el sofá. Me inventé este puto juego por capricho sólo para tenerla cerca, y ahora le doy la impresión que pienso que todo esto no es más que un enorme grano en el culo. Y lo que es peor, hago como que tenerla en mi vida es una puta carga. No lo es. Es lo más alejado de eso. Simplemente no puedo soportar la idea de perderla, que es exactamente lo que va a pasar si no me pongo las pilas y hablamos de esto. Así que eso es lo que me propongo hacer. Levanto el culo y me voy al gimnasio, al final de la calle, y luego vuelvo para ducharme. Dedico un rato a buscar ideas para el menú de Nochevieja, para el que aún faltan unos meses, pero que sé que llegará pronto. Winston vigila mientras hago algunas tareas y preparo el almuerzo y le doy una loncha de bacon que no se ha ganado, porque es un poco malhumorado. Luego me dirijo a 3 In Coach, dándome el tiempo justo para llegar allí después que todo el personal se haya ido para poder ver si este ventilador es algo que pueda arreglar yo mismo antes que llegue Sloane. Entro por la puerta trasera, desactivo la alarma y me dirijo a la cocina por un pasillo oscuro y sin ventanas. Todo está relucientemente limpio, todos los utensilios, ollas y sartenes donde deben estar para el almuerzo del martes, cuando el restaurante volverá a estar abierto. Mientras examino la zona de preparación, mi mirada se fija en el boceto enmarcado que cuelga de la pared, el que Sloane me dejó aquel primer día que vino. Una leve sonrisa se dibuja en mis labios al recordar el rubor en su piel y el pánico en sus bonitos ojos. Fue la primera vez que realmente me permití creer que ella podría querer algo más que amistad, pero no sabía cómo hacerlo realidad. Un ruido repentino procedente de un rincón oscuro me sobresalta y me doy la vuelta para ver a David sentado en la silla de acero que le hemos preparado junto al lavavajillas. —Jesucristo —siseo mientras me doblo por la cintura y me golpeo el corazón con una mano mientras sus cavidades se inundan de adrenalina—. ¿Qué demonios haces aquí todavía?

David no me contesta, por supuesto. No ha pronunciado una sola palabra desde que lo encontramos en la mansión de Thorsten. Su mirada vacía se clava en el suelo mientras se mece a un ritmo lento en su silla, algo que parece hacer en las raras ocasiones en que está agitado. Me acerco a él y me inclino lo suficiente para escrutar su rostro inexpresivo. Parece calmarse un poco cuando le pongo una mano en el hombro caído. No parece haber nada raro en él. —Gracias a Dios que vine, amigo. Odio la idea que pases la noche aquí. Lo dejo para que mire el horario de los turnos en la pizarra. Hay una nota para que el chef Jake lleve a David a casa después del almuerzo tardío. Jake es el miembro más nuevo de la plantilla, se trasladó desde Seattle hace seis meses y hasta ahora sólo ha sido de fiar, así que este nivel de cagada es inusual y sin duda algo por lo que le echaré la bronca el martes. Cuando David se acomoda con un vaso de agua, me concentro en la tarea que tengo entre manos: accionar el interruptor de los ventiladores. Uno de ellos no se enciende. No hay mucho que pueda ver con el filtro que oculta el mecanismo, así que recojo mis herramientas del despacho y me dirijo al panel de control eléctrico para cortar la corriente de esa parte de la cocina. Una vez desmontada la carcasa, no tardo en encontrar el origen del problema: un cable desconectado. Hay que juguetear un poco para volver a montarlo todo, pero es un trabajo bastante sencillo y termino unos minutos antes de las cuatro. —Ahora vuelvo, David —le digo, con el ceño fruncido mientras su suave y metronómico balanceo se reanuda—. Voy a encender el interruptor, y en cuanto llegue Sloane, te llevaremos a casa, ¿de acuerdo? No sé cuánto comprende. Nada cambia en su comportamiento. Sacudiendo la cabeza, me doy la vuelta y recojo mis herramientas para guardarlas en el despacho. Acciono el interruptor de la cocina en la caja de fusibles y vuelvo a encender los ventiladores.

Cuando vuelvo a la cocina y rodeo los fogones, me detengo en seco. El frío cañón de una pistola me presiona en el centro de la frente. Una risita profunda y la voz suave y desconocida del hombre que sostiene la Glock chocan con el pánico que inunda mis venas. —Vaya, vaya —dice—. El Carnicero de Boston. Levanto las manos mientras el arma me aprieta más la cara en señal de advertencia. —Y tu pequeña Tejedora de Orbes también llegará en cualquier momento. Por muy tentadora que parezca esa fiesta de tres, me gustaría pasar un buen rato juntos, solos tú y yo. Así que vas a hacer que se vaya. Una llave se desliza en la cerradura de la puerta trasera mientras el clic del seguro se libera en la pistola que me apunta a la cara. —Si no lo haces, la mataré —susurra, dando un paso atrás hacia las sombras que envuelven la esquina de la habitación. Desplaza el arma, apuntándola hacia la puerta del pasillo, la que Sloane atravesará en cualquier momento—. Y disfrutaré cada segundo haciéndote mirar.

Introduzco mi llave en la cerradura de la entrada de servicio de 3 In Coach y empujo la pesada puerta de acero hacia las sombras del pasillo. Cuando la meto en el bolsillo, mantengo la mano alrededor del frío metal. Aparte de la del apartamento de Lark, nunca había tenido la llave de otra persona. Sabiendo lo mucho que el restaurante significa para Rowan y sus hermanos, el metal estriado me parece sagrado. Me gusta sostenerla contra la palma de la mano, para saber que yo también significo algo para Rowan, lo suficiente como para que quiera que comparta este lugar con él. Sé que Rowan ha estado increíblemente estresado con todo lo que está pasando. Lo he sentido cerrarse de vez en cuando, y siempre que le he preguntado por ello, me ha dicho que sólo quería dejar los problemas en el trabajo y olvidarse de ellos durante un tiempo. Eso tenía sentido, y he intentado crear para él el mismo lugar seguro que él siempre ha creado para mí. Nuestro propio pequeño reino donde el mundo exterior desaparece por un rato. Pero esta mañana ha sido la primera vez que he sentido que el panorama cambiaba de una forma que me ha revuelto las tripas y me ha puesto el corazón en un puño. Hasta ahora, no me había preguntado si la carga que le pesa soy yo. Tengo que recordarme una y otra vez que debo creer en su palabra, que no lo dijo en ese sentido, aunque mis inseguridades siguen revoloteando en mi cabeza como insectos que repiquetean contra un cristal. Si ha dicho que no soy una carga, entonces está siendo sincero... ¿no? Todos decimos cosas que no pensamos. Sólo me llevará un día o dos sacármelo de la mente, y las cosas

mejorarán una vez que Carnicero & Mirlo esté completamente en marcha. Aprieto la llave con más fuerza en la palma de la mano. Es una prueba. Él y yo no somos temporales. Nuestras circunstancias lo son, y pasarán con el tiempo. —Rowan —llamo mientras me acerco a la cocina—. Encontré este lugar en línea que parece bastante fresco, con un patio en la azotea. Tal vez podríamos... Mi voz se entrecorta cuando entro en la habitación. Rowan está de pie, con las manos apoyadas en el borde del mostrador de acero inoxidable, los hombros tensos y la cabeza agachada. Cuando su mirada se cruza con la mía, está llena de oscuridad y derrota. —¿Qué pasa...? —pregunto mientras me detengo y lo asimilo. Mi corazón se agita de preocupación. Cada chispa de intuición me dice que todo esto está muy mal—. ¿Ha pasado algo con el restaurante? ¿Estás bien? Empiezo a acercarme a él, con la mano levantada para tocarle el brazo, pero se endereza bruscamente y retrocede fuera de mi alcance. Mis pies se detienen al instante. Mi ritmo cardíaco se duplica. —¿Estás bien? —vuelvo a preguntar. Su voz no contiene amabilidad, ni calidez, ni siquiera familiaridad cuando dice: —No, Sloane. No estoy bien. Mi garganta se colapsa alrededor de las palabras que quiero decir. El calor estalla bajo mi piel, quemándome por dentro y por fuera. Mi mirada salta entre los confines de la mirada oscura y afilada de Rowan, sus bordes rozan lo letal. —¿Qué está pasando? —Lo que pasa es que tienes que irte a casa. —De acuerdo... tomaré un Uber...

—No. A Raleigh. Tienes que volver a donde perteneces. —Yo no... —Un repentino estallido de emoción me ahoga la garganta. Me arde la nariz. Un escozor inunda mis ojos—. No lo entiendo. Rowan se pasa una mano por el cabello y aparta la mirada antes de dar otro paso hacia atrás, claramente molesto por mi presencia. Estoy desesperada por dar un paso más, por tocarlo y hacer que todo esto termine antes que se desintegre en mis manos como un castillo de arena arrastrado mar adentro. —¿He hecho algo? Si hice algo, tienes que decírmelo. Podemos hablarlo. Se pellizca el puente de la nariz mientras un suspiro frustrado sale de sus pulmones. —No has hecho nada Sloane, esto no está funcionando, joder. Y necesito que te vayas. —Pero... pensé que habías dicho que haríamos lo que hace la gente normal. Hablar entre nosotros. Hacer que funcione. —No somos "gente normal", Sloane. No podemos fingir ser algo que no somos. Ya no. Te lo dije en abril, el día diez. Dije que nunca quise ser como los demás. Sacudo la cabeza, intentando abrirme paso entre la confusión y mis recuerdos. —No recuerdo... —El diez o el trece. Como quieras. Es solo como te dije en el auto camino a la gala. Ya te dije entonces que el restaurante era lo único que tenía sentido en mi vida. Pero no importa. Lo que importa es que hay cosas que nunca podremos tener. Yo nunca podré tener una vida normal. Tú tampoco. Somos monstruos en este mundo. Sé que no soy una persona normal, pero no me siento como un monstruo. Me siento como un arma. La justicia final en nombre de aquellos que no pueden hablar, entregando castigo a aquellos que no merecen clemencia. Pero tal vez Rowan tenga razón. Tal vez me he estado engañando a mí misma sobre mi reino de venganza, y soy tan monstruo como la presa que cazamos.

Estoy atrapada en estas preguntas cuando Rowan suelta un suspiro frustrado, como si esto le estuviera quitando demasiado tiempo. Me duele y me arde en el pecho. —Mis restaurantes son lo único que realmente importa —dice, señalando hacia el comedor antes de presionar con el dedo el mostrador de acero inoxidable—. Tengo que centrarme en esto. Tratar de tener estos dos lugares y una relación no es factible para mí. Así que tienes que irte. Vete a casa. La dura mirada de Rowan no se detiene. Me taladra hasta el fondo. No vacila cuando la primera lágrima cae de mis pestañas y dibuja una línea caliente en mi mejilla. Ni siquiera pestañea cuando le siguen las siguientes. —Pero... te amo, Rowan —susurro. Rowan no es cálido, ni amable, ni nada que no sea frío y clínico cuando dice: —Crees que sí, pero no es así. Porque no puedes. Mi mente da vueltas. Mi corazón se deshace en cenizas. Una parte de mí quiere huir tanto como él quiere que lo haga. Correr y correr hasta que ya no sepa ni dónde estoy. Hasta que no pueda sentir este dolor. Pero planto los pies. —Me iré, si eso es lo que quieres —digo, con la voz apretada y pequeña—. Pero necesito que me digas algo antes, por favor. —Qué. —Necesito saber por qué no me aman. Es la primera vez que veo el más mínimo atisbo de vacilación en Rowan desde que entré en esta cocina. Pero en un instante, se lo traga. Y no sale nada más. Mi ira se ampolla bajo el peso de esta pérdida implosiva. —Dímelo.

Sólo veo una mirada oscura y sin luz. Las lágrimas inundan mi visión hasta que apenas puedo ver a Rowan a través del velo acuoso. —Sé sincero conmigo. ¿Por qué no puedes amarme? ¿Qué me pasa? Dime... —Porque eres una maldita psicópata, por eso. Las palabras de Rowan me golpean como una bofetada. Las lágrimas se detienen. Mi respiración se detiene. Mi corazón destrozado. Incluso el tiempo. El momento de silencio entre nosotros parece eterno, un dolor que se ha grabado en lo que queda de mi alma, sus palabras grabadas allí para siempre. Sé que en un instante me seguirán, un fantasma que nunca me abandonará. Rowan cierra las manos en puños apretados y se inclina un poco más hacia mí, como si intentara meterme la revelación por los ojos y en el cerebro. —Matas a la gente, les cortas trozos y montas un elaborado espectáculo montando un loco mapa que nadie más que tú puede descifrar. Luego les sacas los putos ojos y los conviertes en adornos. Sé que no soy un maldito santo, pero esa mierda es una locura de nivel superior. Eso es lo que te pasa, Sloane. Estás desquiciada. Vas a estrellarte y arder. Me llevarás contigo si dejo que esto siga. Así que tienes que irte, maldita sea. Doy un paso insegura hacia atrás, luego otro, y otro. Por primera vez siento malestar en la mano y me doy cuenta que he estado agarrando la llave del restaurante con tanta fuerza que me ha mordido la piel. La saco del bolsillo y miro fijamente la plata que descansa sobre las marcas rojas de mi palma. Mi mirada no se dirige a Rowan, sino al boceto que dibujé el año pasado. Está enmarcado cerca de la puerta principal del restaurante, justo donde Rowan puede verlo mientras trabaja, donde está a salvo del calor y la humedad de la cocina. Igual que yo pensaba que estaba a salvo en su piel. Como yo estaba a salvo en su corazón. Pero no lo estoy.

Cuando mi atención se centra en Rowan, lo miro a los ojos por última vez. Me doy sólo un momento para recordar cada detalle de su hermoso rostro. Sus labios carnosos. Esa cicatriz que desearía poder besar. Sus ojos azul marino, aunque su mirada me atraviese. En el siguiente suspiro, giro la mano y dejo que la llave resbale de mi piel y caiga al suelo. No digo nada más mientras giro sobre mis talones y dejo a 3 In Coach. Corro todo el camino de vuelta a su apartamento. Doce manzanas. Tres tramos de escaleras. Sólo cuando saco del bolsillo el juego de llaves de la casa e irrumpo en el salón hecha un amasijo de sudor y respiraciones irregulares, me permito volver a llorar. Soy una maldita psicópata. Pensé que era como yo. Pensé que éramos iguales. Podría haber comenzado con un juego, pero incluso desde el principio, se sentía como mucho más. Como si finalmente hubiera encontrado un alma gemela. Todos estos años, estas experiencias locas, la nostalgia y la soledad del medio, pensé que se sumaban a algo más brillante en nuestro horizonte. Nos estábamos acercando, ¿no? Es lo que me permito creer. ¿Cómo he podido estar tan equivocada todo este tiempo? Amo a Rowan. Hasta la puta médula. Amo el futuro que vi con él, y ahora me lo ha arrancado de las manos. ¿Y si esto es siempre lo que esperaba al otro lado de la montaña? ¿Sólo un precipicio escarpado por el que caer? Tardo un buen rato en darme cuenta que me he movido del centro de la habitación al sofá de Rowan. No sé cuánto tiempo llevo sentada. Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegué. Siento como si tuviera la cabeza rellena de algodón, una barrera difusa entre mis pensamientos y el mundo. Parpadeo y miro a Winston, que está sentado frente a mí en la silla favorita de Rowan, con los ojos amarillos en su pelaje gris afelpado.

—Probablemente eres aún más psicópata que yo. Te llamas como un puto gato no muerto —le digo al felino mientras me sube por la garganta otro torrente de lágrimas. Hago un gesto de derrota en dirección a Winston antes de dejar caer la cabeza entre las manos y sollozar—. Así que sí, como que te entiendo perfectamente con toda esa mirada de muerte que tienes, pero aun así te vas a subir a un puto avión y te vas a venir conmigo porque que me parta un rayo si vuelvo a Raleigh sola. Lloro una avalancha de lágrimas que parece no tener fin hasta que algo suave me roza la mano. Mis palmas húmedas se deslizan por mi cara y Winston me mira fijamente, su suave ronroneo es un rumor de consuelo. Cuando levanto el brazo, se sube a mi regazo y se tumba. —¿Así que admito que soy una psicópata y ahora quieres que seamos amigos? Supongo que eso encaja. Nos sentamos así hasta que mis lágrimas terminan de caer, solos el gato, yo y la vibración de su ronroneo contra mis muslos. Y después de un largo rato, cuando la certeza que Rowan podría volver en cualquier momento corroe mis pensamientos lo suficiente como para dominarlos, dejo al gato a un lado y me levanto. —Si vamos a subirnos a un avión, vamos a hacerlo con un aspecto sexy. Y no me refiero a una especie de hoguera —le digo a Winston mientras me mira fijamente, aparentemente disgustado porque su cálida cama humana se ha movido. Me dirijo a la ducha, la subo hasta que está hirviendo. Cada uno de los productos de Rowan se va por el desagüe, porque mi maldita energía psico es real en los momentos en que no soy un desastre mocoso y sollozante. Luego me seco el cabello, me maquillo, me prometo a mí misma que no volveré a llorar para no estropear el mejor trabajo de delineador que me he hecho en mucho tiempo. Incluso me pongo pestañas postizas, porque joder. Si voy a ser una psicópata, voy a ser la psicópata más sexy que el Aeropuerto Internacional Logan haya visto jamás. Por supuesto, parte de esa perseverancia se desvanece cuando reservo el próximo vuelo fuera de la ciudad y recojo mis cosas. Para cuando llamo a desaparecido.

Lark,

mi determinación

casi

ha

—Hola, Tetas Estrella Dorada, ¿cómo estás? —pregunta con voz de campanilla. Una respiración profunda sale por mi nariz. —Um. He estado mejor. —¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —Rowan —digo, parpadeando las lágrimas—. Rompió conmigo. —¿Qué? —Hay un largo rato de silencio. Asiento con la cabeza, aunque sé que Lark no puede verme—. No... —Sí. Un sonido de angustia se cuela en la línea desde el extremo de la llamada de Lark. El pegamento que mantiene unido mi corazón para que siga latiendo se ablanda con el sonido de la angustia que Lark siente por mí. Dentelladas de dolor me atraviesan por dentro y por fuera, marcando músculos y huesos. —Él no pudo... No puedes estar hablando en serio... —susurra Lark. —Muy en serio, por desgracia —respondo, poniendo el teléfono en altavoz mientras me siento en el sofá y tiro de Winston hacia mi regazo—. Acabo de reservar un vuelo a Raleigh. Quiero salir de Boston enseguida. ¿Puedo quedarme en tu casa un rato hasta que se me ocurra qué mierda hacer con los inquilinos de mi casa? —Por supuesto. Siempre. Todo el tiempo que quieras. Mándame un mensaje con los detalles de tu vuelo y cambiaré mi vuelo para que podamos irnos juntas. —Lark suelta una retahíla de palabrotas e incredulidad cuando le envío el número de mi vuelo. Cuando recibe los detalles, repite la información antes de soltar un largo suspiro—. Cariño, tiene que haber algún error. Ese hombre te ama. Mi risa resopla amarga y sardónica. —Eso pensaba yo también. Pero me ha dejado muy claro que no. Por lo visto, soy una maldita psicópata y, por lo tanto, no puedo amar ni ser amada. Supongo que eso no es noticia. Resulta que soy demasiado psicópata incluso para él.

—¿Eso es lo que te dijo? ¿Y no le arrancaste los ojos y los tiraste por el retrete? Una leve sonrisa pasa por mis labios y se desvanece tan rápido como aparece. —Probablemente debería haberlo hecho. —¿Qué más dijo? —No sé, algunas cosas raras —respondo, tratando de recordar los detalles recientes que ya parecen nebulosos bajo el dolor—. Me dijo que tenía que irme a casa, y al principio pensé que se refería aquí, al apartamento. Pero luego dijo ''no, a Raleigh''. Cuando le pregunté por qué, al principio no me dio ninguna razón, sólo que lo nuestro no funcionaba y que los restaurantes tenían prioridad. —Pero pensé que estaba funcionando. —Yo también —gruño en el pelo de Winston, repitiendo cada palabra de nuestra ruptura, aunque daría cualquier cosa por olvidarlas todas—. Le pedí que lo habláramos. Eso fue algo que dijo en casa de Fionn, que hablaríamos de cosas como hace la gente normal. —Eso me parece razonable y bastante poco psicológico. —Sí. Lo mismo. Luego dijo algo un poco extraño. —Frunzo el ceño mientras abro la función de búsqueda de mi pantalla de inicio y escribo la palabra "lobby". Aparece un mensaje de Rowan como una de las opciones, y pulso sobre él para abrir su texto—. Dijo que ''nunca quiso ser como los demás''. Afirmó concretamente que me lo había dicho de camino a la gala Best of Boston del diez de abril. —De acuerdo... ¿qué tiene eso de raro? —No recuerdo que dijera eso. Nunca. Y la gala no fue el día diez. Lark hace una pausa. Probablemente está pensando que he perdido la cabeza, y puede que tenga razón. —¿Quizás se equivocó de fecha? —Pero la gala fue dos días antes de su cumpleaños, el veintisiete. ¿No te parece extraño que no se acordara de eso?

—Cariño, no lo sé. Si está en medio de una ruptura y obviamente estresado por la mierda del restaurante, puede que se haya equivocado con las fechas. —Supongo, pero luego se corrigió y dijo el trece. Es la forma en que lo dijo, la forma en que lo puso todo junto. Fue extrañamente específico —le contesto, recorriendo los mensajes que él y yo compartimos en torno a esas fechas—. Dijo algo más sobre nuestra conversación en el auto de camino al evento, que ''el restaurante era lo único que tenía sentido en su vida''. Pero estoy segura que nunca dijo eso. —Hun, Sloane, te amo. Te amo más que a nadie, pero cariño él puede que no recuerde del todo todos los detalles. Quiero decir, está claramente jodido de la cabeza si va a dejarte, así que quién sabe lo que está pasando ahí, ¿sabes? Lark sigue hablando, explicando todas las teorías razonables de por qué pudo decir lo que dijo. Pero no oigo ni una palabra mientras empujo al gato de mi regazo y me pongo en pie. Porque estoy mirando un mensaje que le envié a finales de marzo, el mismo día que me llamó para pedirme que fuera su cita para los premios. ¿Crees que esta gala tendrá un buffet de helados? Si es así, probablemente debería hacerles saber que sólo acepta sem*n recién ordeñado Mi sangre se convierte en fragmentos de hielo en mis venas. Recuerdo tener ese helado blanco en mis manos en la cocina de Thorston mientras le leía la etiqueta casera a Rowan. Del diez al trece de abril. Sé lo que dijo de camino a la gala. Lo recuerdo tan claramente como recuerdo el calor del beso que me dio en el cuello en el vestíbulo, el cosquilleo de electricidad en mi piel cuando me tomó de la mano por el asiento de cuero durante el trayecto. Al menos una cosa va bien en el 3 In Coach, me dijo. Es inevitable que las cosas salgan mal. Últimamente... parece que son muchas.

Lark sigue hablando cuando le digo: —Tengo que irme. —Y desconecto la llamada. Tengo los dedos fríos y entumecidos cuando abro la aplicación de la cámara que instalé en la cocina del restaurante. La sangre fluye por mis extremidades. Se me revuelve el estómago al ver los detalles en la pantalla. —No... —Las lágrimas inundan mi visión—. No, no, no... Me aferro al corazón, que se hace añicos por segunda vez. Los bordes de mi visión se oscurecen y cierro los ojos con fuerza. Un sonido de angustia sale de mis labios mientras mis rodillas se doblan y el teléfono se me cae de la mano. Sé que el horror que acabo de ver es real. Pero no hay tiempo para derrumbarse. ¿Y si no eres lo bastante rápida? No respondo a esa pregunta. No puedo. Lo único que puedo hacer ahora es intentarlo. Me trago la lanza de dolor y me estabilizo para dar una vuelta en medio de la habitación. Mi mirada se posa en mi estuche de cuero donde guardo el bisturí entre lápices y gomas de borrar. Con las manos temblorosas, descuelgo el teléfono y marco a un contacto cuyo nombre nunca introduje en mi teléfono. Contesta al segundo timbrazo. —Dama Araña —dice Lachlan—. ¿Qué se celebra? —Necesito un favor. Urgentemente —respondo mientras tomo mi maletín de la mesa auxiliar y me dirijo a la puerta—. Tienes el tiempo que tarde en correr doce manzanas. —Suena divertido. Me gustan los retos. ¿Qué necesitas? —Te voy a decir lo que sé —digo, bajando las escaleras de dos en dos—. Y tú me vas a dar todo lo que encuentres sobre David Miller.

El borde afilado de la mandolina se apoya en la parte interior de mi antebrazo, entre las cuerdas que me atan a la silla. Aprieto los puños con las palmas de las manos hacia arriba, las uñas cortas se clavan en la carne mientras me preparo para el dolor que ya he soportado y el que está por venir. Respiro entrecortadamente y aprieto los dientes. Sé lo que está a punto de ocurrir. La sangre ya mana de otras dos heridas, y él está decidido a conseguir esta vez el corte perfecto. El cuchillo se clava en mi piel y la despega de la carne que hay debajo. Me trago un grito cuando David empuja hacia abajo para resistir mi inútil lucha y desliza la mandolina hacia mi codo hasta cortarme una fina tira de piel. Arroja la herramienta ensangrentada sobre la encimera, donde se detiene junto a su pistola. Luego me arranca la piel del brazo de un tirón despiadado mientras el sonido de mi grito de angustia llena la habitación. —Sabes, le tome el gusto a esto en Thorsten —dice David mientras se acerca hasta ocupar todo el espacio de mi campo visual. Me agarra del cabello con una mano y me echa la cabeza hacia atrás para sonreírme. Sus ojos, antes vacíos, ya no lo están. Son voraces. Y están clavados en mí—. ¿Tú también has desarrollado el gusto? Sus dedos gotean sangre de la piel rebanada entre ellos. Me agito en la silla, pero no puedo escapar de su agarre. —Sólo una probadita —dice.

Aprieto los labios con fuerza. Un gruñido ahogado de protesta vibra en mi garganta cuando me unta los labios con mi piel ensangrentada. —¿No? Su falso mohín se convierte en una sonrisa reptiliana. La lengua de David se desliza entre sus dientes y extiende la piel sobre ella como un velo, mostrándola para que yo la vea. Cierra los labios en torno a ella y la deja contonearse contra su sonrisa triunfal. Luego se la mete en la boca. Con los ojos cerrados, sus mandíbulas trabajan lentamente, como si saboreara cada bocado mientras lo hace rodar entre los dientes. Su audible trago me revuelve el estómago. —Una delicia. Tan poco común. —Se vuelve hacia la mesa y arrastra una botella de Pont Neuf por el mostrador de acero inoxidable—. ¿Sabes qué más es raro? Mi respuesta es sólo respiraciones entrecortadas. —Una mujer como Sloane —dice David. Voy a estar jodidamente enfermo. Nunca, nunca me he sentido así. Como si hubiera un pozo vacío en mi estómago. Como si estuviera cayendo en él de adentro hacia afuera. Tan indefenso. Tan jodidamente desesperado. Esa mirada en sus ojos cuando le dije que no la amaba, me persigue cada vez que respiro. Esas malditas lágrimas me destrozan. —No mucha gente haría lo que ella hizo por mí —dice David mientras hace girar el sacacorchos dentro de la botella. Chirría con cada giro metronómico de su mano—. Pero así es ella, ¿no? Igual que protegió a esa amiga suya, la chica Montague. Qué extraño que esa profesora desapareciera de repente de su internado, ¿no crees? La gente tiene una curiosa forma de desaparecer convenientemente cerca de los Montesco. —Déjala en paz —grito.

—Aunque cuando escarbé, escarbé y escarbé en busca de respuestas, parecía que ya corrían rumores sobre las cosas que les hizo a las chicas de allí. Cosas terribles. Cosas depravadas. Cosas desviadas. Pero al menos hizo algo bueno: creó la Tejedora de Orbes. Un hermoso monstruo. El corcho sale de la botella. Su voz gotea inocencia fingida cuando David dice: —¿Crees que ella querría hacer esas cosas desviadas y depravadas conmigo? Mi vista se enrojece de rabia mientras me revuelvo en la silla. —Déjala en paz, maldita sea —gruño. David suspira mientras se sirve un vaso de vino. —Creo que ella tampoco quiere. Pero la obligaré. Estallo dentro de mis ataduras, desquiciado. Salvaje. Loco. Pero no voy a ninguna parte. —Quizá me tome mi tiempo —continúa mientras desenrolla el corcho de la espiral metálica—. Hacer que confíe en mí. Quizá incluso logre una semirrecuperación milagrosa. Ya sabes, no tanto como para no seguir tocándole la fibra sensible, pero lo suficiente como para que pueda convencerse a ella misma que se folla a un hombre lobotomizado. O tal vez ya he agotado toda mi paciencia. He estado esperando este momento durante tanto tiempo, ya sabes. Tal vez la siga hasta el 154 de Jasmine Street. Podría entrar en su casa y llevarle una bolsa para perros. Darle de comer trocitos de ti y luego follármela hasta destrozarla, hasta que no sea más que otro trozo de carne sangrienta y pulverizada destinada a la basura. Se acerca hasta quedar frente a mí, con la mirada clavada en su vino, que agita en la copa y luego bebe un sorbo. —De cualquier forma —dice mientras una sonrisa se dibuja en sus labios—. El sonido de su suplica será una hermosa sinfonía. Una obra maestra. Se me obstruye la garganta. Me escuecen los ojos.

Sé que no se puede razonar con él. No hay trato. No tengo nada que ofrecer. Pero lo intento de todos modos. Por ella. —Por favor, por favor, déjala en paz. Si quieres que suplique, suplicaré, mierda. Si quieres dinero puedes quedarte con todo lo que tengo. Si quieres cortarme en mil pedazos, puedes. Haz lo que quieras conmigo. Pero, por favor, déjala en paz. Por favor. David se inclina hacia mí. Sus ojos recorren cada centímetro de mi cara. —¿Por qué haría eso, cuando puedo tenerlos a los dos? Un destello de movimiento. Plata en la penumbra. El dolor estalla en mi muñeca y la agonía brota de mis labios. Miro hacia abajo, donde el sacacorchos se entierra en mi piel, crispándose con cada latido de mi corazón. —El Pont Neuf —dice David mientras sostiene su copa bajo mi brazo atado. La sangre gotea en el vino—. Está bueno, pero un poco soso para mi gusto. Me gusta algo con cuerpo. Deja el sacacorchos en mi brazo mientras bebe un largo sorbo. Cuando sus ojos se fijan en los míos, están nublados, entrecerrados. Su lenta sonrisa es exultante. —Mucho mejor —susurra, y mezcla el vino y la sangre antes de beber más—. Ese toque de hierro añade otra dimensión a la mezcla. A pesar de lo insoportable que era ese viejo charlatán pretencioso, debo admitir que Thorsten tenía algo entre manos. ¿Y todo esto de hablar? Bueno... me ha dado hambre. Apuesto a que tú también estás hambriento. David se vuelve hacia la encimera, donde la mandolina yace manchada de sangre sobre el acero inoxidable. Es la cara de Sloane la que veo cuando dejo caer la barbilla sobre el pecho y cierro los ojos. Son sus lágrimas las que siento cuando el sudor resbala por mi cara hasta caer sobre mi regazo. Pienso en lo jodidamente hermosa que estaba cuando le dije que no la quería, su piel radiante por el dolor de mis palabras. Vi cómo se destrozaba

su corazón y retorcí ese cuchillo para nada. Porque nunca podré salvarla. No de esto. Ni de él. Sólo puedo esperar que desaparezca como sé que puede hacerlo. Como debería haber hecho, desde el primer momento en que la dejé salir de esa jaula. Estoy pensando en aquel primer momento en que la conocí en el pantano cuando noto que David se queda quieto en la periferia. Cuando aparto la mirada de mi regazo, sigue de pie junto a la mesa donde está la mandolina, pero su postura es diferente. Rígido. Tenso. Da un lento giro de espaldas a mí, con la cabeza inclinada hacia la mesa de preparación a su izquierda y el mostrador a su derecha. —¿Buscas algo? —dice una voz desde las sombras. Conmoción y confusión. Desesperación y miedo. Todo se estrella en mi pecho cuando Sloane sale a la luz, con la pistola de David en la mano. Es tan jodidamente hermosa. Tan valiente. La pistola no vacila en su mano mientras la mantiene apuntándolo y avanza hasta detenerse lo bastante a un lado como para que pueda verla con claridad. Su piel brilla con una ligera capa de sudor. Sus ojos color avellana delineados con negro y sus gruesas pestañas me miran. Su rostro está inexpresivo mientras observa mi ensangrentado y el sacacorchos incrustado en mi muñeca.

brazo

Mira a David. Una lenta sonrisa se dibuja en sus labios. —Hola, David. Me alegro mucho que por fin podamos hablar — dice. Y entonces baja el arma. —Me preguntaba cuando finalmente harías tu movimiento. Su sonrisa adquiere un borde oscuro. Un borde afilado. Uno que se desliza justo entre mis costillas. Sloane no me mira. Ni siquiera una mirada en mi dirección. Mantiene toda su atención en David, calidez y asombro en sus ojos, ese maldito hoyuelo una sombra junto a sus labios.

Quiero arrancarle la puta piel. —Admiro tu trabajo —dice—. El Degollador de South Bay. Supongo que te hiciste amigo de Thorsten mientras estabas en Torrance, ¿tengo razón? David sonríe antes de llevarse la copa a los labios y beber un largo sorbo de vino, luego la deja sobre la encimera junto a la mandolina y se cruza de brazos. —Así que me has estado acosando. No puedo decir que me sorprenda del todo. Sloane se encoge de hombros. —Me gusta saber quién anda por ahí. —Lo sé. He estado acechando por mi cuenta. Soy consciente del calibre de la presa que cazas. Estás aquí para matarme. —Si lo estuviera —dice mientras levanta la pistola y examina el cañón—. Ya lo habría hecho. David sonríe mientras recorre con la mirada el cuerpo de Sloane. Hay un destello en sus ojos, un parpadeo de todas las cosas que quiere hacerle, todos sus deseos depravados. —Estuve viendo tu pequeño momento especial con este hijo de puta hace un par de horas, no lo olvides. Reconozco el dolor cuando lo veo. Se podría decir que es mi especialidad. —Y fue una actuación muy convincente, ¿verdad? —Sloane se encoge de hombros y mantiene el dedo en el gatillo mientras apoya el codo en la cadera y apunta la pistola hacia el techo—. Yo también te he estado observando. —Las pequeñas mentiras te atraparán en una telaraña, Tejedora de Orbes. Deberías saberlo mejor que nadie —dice David a través de la oscura sonrisa depredadora que se dibuja en sus labios—. He apagado las cámaras de seguridad. Aunque David se acerca un poco más a ella, Sloane permanece relajada. Nada cambia en su postura cuando dice: —Tsk, tsk, David. No has debido de tener en cuenta todas las cámaras de seguridad —dice mientras apunta con la Glock a una

cámara en la esquina de la habitación que apunta hacia nosotros, con la luz roja aún encendida—. Esa es la mía. He estado vigilando todo el tiempo. La sonrisa de David decae al darse cuenta que tiene razón. La sonrisa de Sloane es triunfante mientras le guiña un ojo. —Como he dicho. Si quisiera, lo haría. En un abrir y cerrar de ojos, apunta a David con la pistola y le apunta a la frente. Él se pone rígido y baja los brazos. —Pum, pum, pum —dice con un ritmo entrecortado. Su sonrisa se extiende antes de bajar el arma a su lado—. Es broma. Sólo puedo ver el perfil de David, pero él no puede ocultar ese brillo en sus ojos. Está jodidamente embelesado. Sloane lo devora y su rostro esboza una sonrisa indulgente. —¿Te hiciste amigo de Thorsten para encontrarme? —pregunta con una coqueta inclinación de cabeza. —Más bien para defenderme. Tenía la idea que podrías venir por mí algún día. Pensé que si me hacía amigo de alguien como nosotros, podría tener un amortiguador cada agosto, cuando la gente de nuestra... naturaleza... tiende a acabar muerta. Por supuesto, Thorsten no sabía que estaba siendo cazado, así que le sugerí que podría fingir ser su jodido sirviente durante la noche mientras él se rascaba el picor con la aparición fortuita de dos víctimas aparentemente perfectas. —David toma un trago y la estudia antes de apoyarse en el mostrador—. Ya sabes lo que dicen: el trabajo en equipo hace que el sueño funcione. Sloane sonríe. —Así es. Pero a veces cuesta encontrar el equipo adecuado. David inclina su vaso en su dirección. —Muy cierto. —Mirlo... —le digo.

Suspira y me clava una mirada apagada. —Para ya con el ''Mirlo''. —Sloane, amor, por favor... —¿Amor? —Sloane ladea la cabeza. Sus ojos son negros en la tenue luz—. ¿Amor...? ¿De verdad pensabas que era eso? Tú mismo lo dijiste, soy una maldita psicópata, ¿recuerdas? Un monstruo. Esto no es amor. Es aburrimiento. Es competencia. Y por lo que parece —dice mientras deja que su mirada pase del sacacorchos al goteo constante que fluye hasta el charco de sangre en el suelo—. Ya he ganado. Sacudo la cabeza. Mi voz es solo un susurro estrangulado cuando digo: —Te va a hacer cosas brutales, Sloane. —Oh, ¿quieres decir que tal vez se ponga poético mientras me penetra el culo hasta las pelotas? ¿Es ese el tipo de cosa que estás pensando? —Sloane pone los ojos en blanco—. Creo que he demostrado que puedo manejar eso. Cada dolor de mi cuerpo es eclipsado por el de mi pecho mientras mi corazón se incinera. Ella observa lo que ocurre, igual que yo hice con ella. Pero no percibo ni la más mínima pizca de remordimiento o arrepentimiento, solo asco en la forma en que curva los labios antes de apartar la mirada. La expresión de Sloane se suaviza cuando mira a David. —Sabes, me apetece mucho destrozar la ciudad, si me entiendes —le dice guiñándole un ojo. Su sonrisa de vuelta es voraz. Suplico, pero es como si no me oyeran. Me revuelvo en la silla, pero no me ven. Las lágrimas queman mis ojos. Sé lo que le hará, a mi hermosa Sloane. La destruirá. Arrancará pedazos de ella. Se los comerá delante de ella, como ha hecho conmigo. Y tantas otras cosas horribles, espantosas, jodidamente monstruosas que no soporto imaginar, pero las imagino de todos modos.

Aunque la deje salir viva de esta habitación, no sobrevivirá a la noche. —¿Qué tienes en mente? —pregunta David. —¿Qué tal si terminamos aquí y vamos a divertirnos? Tengo algunas ideas. Tal vez Kane Atelier sería un buen lugar para empezar. La bilis se revuelve en mi estómago cuando David sonríe y levanta su copa. —Por una noche en la ciudad. —Se bebe de un trago el resto del vino ensangrentado y deja la copa vacía sobre la mesa. —Toma, toma esto. —La mano de Sloane se levanta como si estuviera atrapada en cámara lenta, su palma abierta y la Glock descansando en ella como una ofrenda—. Realmente no me gustan las armas. Los ojos de David brillan de expectación cuando toma el arma, con la mirada fija en el premio mortal. En el momento en que sus dedos rozan la empuñadura de la pistola, el otro brazo de Sloane se mueve en un tajo hacia arriba. Hay un destello de plata, algo oculto en su mano. David retrocede por reflejo. La sangre salpica la Glock al caer al suelo. Se lanza por ella con la otra mano, pero Sloane es demasiado rápida. Su golpe descendente le corta la otra muñeca. David ruge de frustración, pero el gruñido se convierte en un gemido de dolor cuando ella le da una patada en la pierna y lo hace caer de rodillas. Mientras cae, su bisturí está esperando. Se desliza en la muesca de la garganta, con el filo hacia arriba. El peso de David parte la carne en dos a lo largo de su garganta mientras Sloane mantiene la hoja firme entre sus manos. Se detiene contra la punta de su barbilla, profundamente contra el hueso. David tose, gorgoteando, desesperado, a través de la rendija abierta. Un chorro de sangre salpica la cara de Sloane. Ella no parpadea mientras deja que su mirada recorra cada detalle de su

dolor y su furia, su sonrisa oscura y triunfante mientras los ojos oscurecidos de él le devuelven la mirada. —No me gustan las armas —dice y le agarra el cabello con fuerza. Con la otra mano tira de la hoja—. Demasiado ruidosa. Sin delicadeza. Le clava el bisturí en el ojo. El grito de David no es más que un chisporroteo de rocío carmesí. Luego lo deja caer al suelo. La sangre se extiende en un charco espeso sobre las baldosas. Sloane permanece de espaldas a mí mientras observa los movimientos desesperados de David, lentos y quietos, e incluso cuando se detienen, permanece allí, mirándolo fijamente como si necesitara estar segura que no volverá a levantarse. —¿Estás bien? —pregunta sin volverse, con voz ronca. Examino mi brazo sangrante, donde la piel se ha desprendido de la carne palpitante que hay debajo. Me palpitan la mejilla y las costillas donde he recibido sus primeros golpes. El sacacorchos sigue latiendo con el acelerado latido de mi corazón, pero probablemente parezca peor de lo que es. —No me importaría levantarme de esta silla, pero sí. Estaré bien. Sloane asiente y se queda en silencio, con la mirada clavada en el cuerpo del suelo. —Sloane... No se mueve. —Sloane, amor... —No. —Um... ¿Mirlo? Todavía nada. —¿Melocotón?

Ladea la cabeza y me mira por encima del hombro. Pero allí también hay lágrimas, que salpican la sangre que salpica sus mejillas. —Te dije que te cortaría si volvías a llamarme así. —Mirlo será. —Le doy una débil sonrisa. Hay preocupación en sus ojos mientras me mira, pero también dolor, y eso me consume el alma—. Amor, yo... —Cállate —suelta, y saca el teléfono del bolsillo. Un latido después, el sonido de su timbre precede a la voz de mi hermano. —Bien hecho. Mi amigo Conor está afuera. ¿Quieres que entre? —pregunta Lachlan. —No. Pero gracias por enviar refuerzos. —¿Estás bien? —Claro. —Sloane me mira por encima del hombro. Todavía tiene lágrimas en los ojos, aunque la mirada que me lanza es jodidamente letal—. El hijo de puta de tu hermano necesita... piel... A mí también me vendría bien ayuda con la limpieza. Lachlan se ríe entre dientes. —Fionn ya está en camino. Conozco gente para la limpieza; dame una hora para eso. Conor vigilará la puerta hasta que lleguen. —Hay una pausa, y cuando Lachlan vuelve a hablar, su voz es suave y seria—. Gracias por cuidar de mi hermano, Sloane. —Desconéctate de la cámara. No quiero que veas en caso que cambie de opinión y lo mate yo misma. —Hazme un favor y dale un gran beso —dice Lachlan. Responde con un gruñido de agravio y desconecta la llamada antes de arrojar el teléfono sobre la mesa de preparación con un ruido seco. Entonces se vuelve hacia mí, con los ojos brillantes y los brazos cruzados. —Cuento esto como una victoria. —Es justo.

—Son tres para mí. Al mejor de cinco. —Merecido. Totalmente. —Y todavía estoy muy enfadada contigo. —Lo entiendo, amor. —Quiero apuñalarte. —Sí, eso tiene sentido. Pero por favor, no mi polla. O mis pelotas. O mi cara bonita. Los labios de Sloane tiemblan. Su dura expresión se desmorona y recupera una máscara estoica, sólo para caer una segunda vez. Las salpicaduras rojas y las rayas en su cara son tan dolorosamente hermosas, sus lágrimas tan jodidamente agonizantes. —Me rompiste el corazón. —Lo sé, amor. Lo siento mucho. Lo siento mucho, maldita sea. Sabes que sólo lo hice para alejarte de él, ¿verdad? Tenía que sacarte de aquí o él iba a matarte. Las lágrimas en los ojos de Sloane se mueven y brillan mientras se acumulan en la línea de sus pestañas. —No soy imposible de amar. —Me señala con su dedo ensangrentado, acentuando cada palabra—. Soy jodidamente adorable. Estoy desesperado por tocarla, aunque sea un momento, como si ver que está bien no fuera suficiente. —Amor... por favor... déjame levantarme de esta silla para que podamos hablar como es debido. —La frente de Sloane se arruga mientras trata de aferrarse a su ferocidad y falla. Cuando le doy una pequeña sonrisa, no puede evitarlo: su mirada cae a mi cicatriz y se queda allí—. Vamos, Mirlo. Libérame para que pueda demostrarte que te amo con locura. Quizá también tome el botiquín de la puerta, si no te importa. Su mirada feroz vuelve. —O me desangraré en el suelo, eso está bien... pero levantarme de la silla seguiría siendo bueno. Preferiblemente sin ser apuñalado.

Tras otro largo momento de vacilación, se acerca y empieza a deshacer los nudos, primero los que atan la silla al poste de apoyo del mostrador y luego los que rodean mis extremidades. La última cuerda que cae al suelo es la que ata mi muñeca empalada al reposabrazos. Me levanto de la silla en cuanto estoy libre. El dolor se ve opacado por la necesidad cuando suelto el implemento y agarro a Sloane cuando retrocede, estrechándola contra mí en un abrazo desesperado. Y doy gracias a todos los dioses a los que nunca rezo cuando ella envuelve mi cuerpo con sus brazos. Entierra la cara en mi pecho y humedece mi camisa con todos los miedos que ha mantenido enterrados. —Pensé que era demasiado tarde —dice una y otra vez—. Lo siento mucho, Rowan. Tardé demasiado en descubrir tus pistas. Tomo su cara entre las palmas de mis manos y miro fijamente sus grandes ojos color avellana. Un dolor se me atraganta en la garganta mientras saboreo este momento para mirarla, para sentir su calor contra mi piel. He estado a punto de perderlo todo. Pero ella está aquí, con su aroma a jengibre y su delineador de ojos negro corrido por la piel, sus pecas salpicadas de motas de sangre. Las arrugas marcan su frente y su ceño fruncido mientras su mirada se cruza con la mía. Nunca ha estado más guapa. —No demasiado tarde, Mirlo. Justo a tiempo. Intenta sonreír, pero no lo consigue. Su hoyuelo es sólo una débil depresión en su piel. Y sé que las mentiras que le dije son las más peligrosas, porque utilicé como arma sus verdaderas inseguridades. Aunque sólo las dijera para salvarla, cortes como esos son profundos y se curan lentamente. Bajo la cabeza y le sostengo la mirada, manteniendo su rostro firme entre mis manos. —Nunca has dejado de ser adorable. Sólo estabas esperando a alguien que te quisiera por lo que eres, no por lo que quiere que seas. Yo puedo hacerlo, si me dejas. —Aprieto los labios contra los suyos y siento el sabor de la sal y la sangre, pero me alejo antes que

el beso se haga más profundo—. Te adoro, Sloane Sutherland. Te deseé desde aquel primer día en Briscoe. Te he amado durante años. No voy a parar. Nunca. Sloane me mira a los labios y se queda ahí. Asiente con la cabeza. —Puede que seas una psicópata —le digo con una sonrisa mientras sus ojos se entrecierran—. Pero tú eres mi psicópata y yo soy el tuyo. ¿Entendido? Cuando levanta los ojos de mis labios, por fin sonríe. —Sigues siendo de lo peor. —Y aún me amas. —Sí —dice ella—. Sí, quiero. Sloane se pone de puntillas y me rodea la nuca con las manos, acercándome hasta que su frente presiona la mía y su aliento es una caricia dulcemente perfumada en mis labios. —De verdad, maldición —susurra—. Y vas a tener que esforzarte más para librarte de mí, porque no voy a ir a ninguna parte. —Yo tampoco, Sloane. Cuando Sloane atrae mis labios hacia los suyos, lo sé. Lo siento en cada latido que palpita en mi piel cruda y sangrante. Que el mundo podría girar en todas direcciones y destrozar todas las realidades, pero que no hay más vida que la que elegimos construir.

—Vamos a llegar tarde —dice Rowan. Pero no le importa. La verdad es que no. Porque tiene las manos enredadas en mi cabello y la cabeza echada hacia atrás mientras me trago su polla. —Jesús, Sloane. ¿Cómo eres tan jodidamente buena en esto? Tarareo mi satisfacción en su carne y le acaricio los huevos con la mano libre mientras me meto los dedos en el coño con la otra. Cuando vuelvo a gemir, baja la mirada para observarme, con los ojos ennegrecidos por el deseo. —Joder, me encanta ver cómo te tocas —sisea. Se me cierran los ojos mientras acaricio mi clítoris. El prepucio se desliza por mi lengua—. Será mejor que te corras, porque estoy al puto borde y tenemos que irnos. Ralentizo el movimiento de mis dedos, deslizo los labios hasta la coronilla de su erección y sonrío. Mi insolencia es recibida con un gruñido. La mano de Rowan se dirige a mi garganta y atrapa la risita que pide ser liberada. —¿Te estás portando como una mocosa? —me pregunta mientras recorro con la lengua la parte inferior de su erección y le clavo mis ojos más inocentes. Su mano se tensa—. ¿Has olvidado la última vez que fuiste una mocosa? Me encojo de hombros, aunque no lo he olvidado. Hace unas semanas, cuando decidí apretarle las clavijas y hacer caso omiso de

la mayoría de sus órdenes mientras le montaba la polla, me secuestró cuando volvía a casa después de tomar unas copas con Anna, me vendó los ojos y me ató a una mesa del restaurante para que comiera toda una serie de manjares sobre mi cuerpo desnudo. Me manoseó durante horas, rociándome los pezones con salsa de caramelo para chupármela mientras me follaba, goteando nata montada fría sobre mis piercings genitales antes de lamérmelos hasta dejarlos limpios. Cada vez que pedía clemencia, se reía. —Las chicas buenas tienen recompensa —dijo mientras bajaba la vibración del juguete anal que me había introducido en el culo después de atarme. Ralentizó el ritmo de sus caricias mientras me penetraba, apartándome del borde del org*smo—. Las mocosas reciben su castigo. Se había deslizado dentro de mí, se había masturbado hasta rociarme el pecho con chorros calientes de sem*n y había vuelto a empezar. Probablemente tuvo el efecto contrario al que él pretendía, porque aquella noche me lo pasé como nunca. —¿Esa es tu respuesta? —dice ahora, sus ojos letales y oscuros—. ¿Sólo un encogimiento de hombros? Eso me parece bastante malcriado. Suspiro y vuelvo a lamer su erección mientras le acaricio los huevos. —Puede que haya mentido sobre la hora de la cita —respondo mientras acaricio la longitud de su polla y le prodigo un lametón en la punta—. Tenemos una hora más. Mis ojos permanecen fijos en el rostro de Rowan mientras esta información se asienta en su cerebro inundado de endorfinas. —Oh, gracias, maldición —dice finalmente, y se sumerge en el calor de mi boca—. Haz que te corras o juro por Dios que voy a llevarte a una cabaña remota y castigarte durante tres días. Rowan Kane, siempre amenazándome con pasar un buen rato. Me suelta la garganta, pero me mantiene firme mientras me arrodillo ante él y me meto la polla hasta el fondo. Me la mete hasta el fondo de la garganta y mis sonidos entrecortados y ahogados

estimulan el ritmo de sus embestidas. Con la otra mano, me meto los dedos en el coño hasta que se cubren de mi excitación y del sem*n que él ya había derramado dentro de mí. Mis dedos resbaladizos se retiran, y entonces muevo mi tacto hacia Rowan, encontrando el borde plisado de su culo. Se estremece cuando masajeo el apretado anillo, y luego introduzco un dedo en su interior. —Oh, mierda, Sloane... —¿Estás usando tu palabra de seguridad? —Maldita sea, no. Sonrío y añado un segundo dedo, acariciando suavemente hasta encontrar el tacto que lo hace temblar. —Qué buen chico —arrullo, con tono sacarino—. Y los buenos chicos tienen recompensa. Mis labios se cierran alrededor de su polla y chupo. Un desinhibido sonido de placer retumba en el pecho de Rowan mientras lo follo con los dedos y me trago su erección. Con la otra mano, rodeo mi clítoris, acercándome al org*smo que sé que me va a exigir. Y cuando siento que su cuerpo se tensa, eso es exactamente lo que hace. Exige. —Mirlo, será mejor que te corras ahora mismo porque me estás matando y juro por Dios... Me derrumbo con su polla hundida hasta el fondo de mi garganta, mi gemido quejumbroso es una vibración que rodea su longitud. Sus palabras me excitan cada vez. Un suspiro después, Rowan gruñe y su esperma caliente inunda mi boca. Me trago hasta la última gota y extiendo su placer hasta que estoy segura que está agotado, con una fina capa de sudor brillando en su pecho desnudo al respirar entrecortadamente. —Tenemos que irnos —digo con una sonrisa ladina mientras retiro mis dedos de su culo—. Vamos a llegar tarde.

Rowan me fulmina con la mirada y me da un beso en la frente antes de asearnos, vestirnos y salir corriendo. Cada paso que damos bajo el cálido sol de junio me hace palpitar el corazón, no de ansiedad, sino de emoción. Si Rowan está nervioso, no lo demuestra. Mientras caminamos por las calles de la ciudad, con los dedos entrelazados y la otra mano sujeta alrededor de la cicatriz más grande de la cara interna de su antebrazo, me cuenta una animada historia sobre Lachlan de cuando eran adolescentes. La noche que ocurrió, Fionn había tratado meticulosamente la herida y utilizado Dermagraft para sustituir el tejido que faltaba, y Rowan se ocupó diligentemente de cuidarlo desde aquella noche. Y pronto, la cicatriz se transformará en algo hermoso. Le encantará. Sé que le encantará. Paramos en Kane Atelier de camino a nuestra cita y entramos en la tienda con el aroma del cuero y el sonido de la música indie. Contengo una sonrisa mientras me pregunto si Lachlan escucha alguna vez la música de Lark, y cuando miro a Rowan a mi lado, pienso que él podría estar preguntándose lo mismo. —Viejo imbécil. ¿En qué estás trabajando? —dice Rowan mientras Lachlan aparta su desgastada silla giratoria de su escritorio y tira lo que parecen unas gafas de lectura junto a la piel que está tallando. —Alforjas personalizadas para la Harley de un motero. Si no pudiera patearte el culo yo mismo, él lo haría encantado por mí — responde Lachlan—. Y sólo soy dos años mayor que tú, hijo de puta. —Entonces, ¿por qué llevas gafas de viejo? Parece como si estuvieras a punto de hacer un crucigrama y quedarte dormido en tu sillón reclinable La-Z-boy —dice Rowan guiñándome un ojo. —Vete a la mierda. ¿Qué quieres, maldito imbécil? —En realidad soy yo, tengo una pequeña petición —digo mientras doy un paso más cerca del descarado hermano mayor de Rowan. —Ah, la señorita araña, que viene a pedirme un favor —dice Lachlan con una sonrisa ladina mientras se reclina en su silla.

—En realidad, estoy pidiendo un favor. —¿Ah, sí? Qué favor es ese. —Salvar a tu hermano pequeño. —Si no recuerdo mal —dice Lachlan, dándose golpecitos en la barbilla con uno de sus dedos anillados—. Ayudé a limpiar tu desordenada escena del crimen antes de borrar cualquier rastro de la existencia de un tal David Miller de los libros de la historia de los asesinos en serie. Así que yo diría que estamos en paz. De nada. Pongo los ojos en blanco y Rowan sonríe a mi lado. —Bien. Un favor para Lark Montague en ese caso. Hay un momento rotundamente:

de

duda

antes

que

Lachlan

diga

—Mierda, no. —Vamos —digo, con la voz ronca en una súplica llorona mientras doy otro paso para acercarme—. Lark se muda a Boston la misma semana que vamos a estar fuera. Ayúdala a llevar sus cosas a su nuevo apartamento, por favor. No tiene mucho. —¿Por qué no tiene mucho? —pregunta Lachlan, con el ceño fruncido y voz severa. Rowan y yo intercambiamos una mirada fugaz y confusa antes de volver a centrarme en Lachlan. —Um, ella viaja ligera, supongo... La mirada de Lachlan se ensombrece como si esta información fuera insuficiente antes de suavizar su reacción bajo una máscara apática. —De acuerdo. Pero no esperes que me quede cuando termine. —Por supuesto que no. —Y no voy a enseñarle la ciudad o alguna mierda. —Absolutamente no. —No somos como, amigos. Ella no puede llamarme para... leche. —De acuerdo... le haré saber que no te llame para pedir leche. Hecho.

Lachlan gruñe. Yo sonrío. —Gracias —digo mientras me acerco y le doy un abrazo que ya sé que no me devolverá—. No te arrepentirás. —Sí, lo haré. —De acuerdo entonces. Le doy un beso en la mejilla cubierta de una barba corta al son del encantado bufido de Rowan y me alejo. —Gracias por eso, campanilla. Tenemos que irnos —dice Rowan con una sonrisa burlona que Lachlan devuelve con una mirada fulminante, pero aun así se levanta de la silla. Nos acompaña fuera del estudio hasta la calle y hacemos planes para cenar juntos la semana que viene antes que apriete la frente contra la de Rowan, como hace siempre. Y entonces nos ponemos en marcha, yendo a nuestra cita de la mano, tomándonos nuestro tiempo para disfrutar de nuestra sencilla compañía y de nuestra creciente excitación por lo que está por venir a medida que avanzamos hacia nuestro destino. La pequeña campana de latón suena en lo alto de la puerta cuando entramos en Prism Tattoo Parlor. Laura, la dueña de la tienda, nos saluda cordialmente y le da a Rowan un formulario de consentimiento para que lo rellene mientras ella y yo ultimamos los detalles del diseño que le di, nuestras voces en voz baja para que Rowan no pueda oír los detalles. Cuando todo está firmado y el diseño está impreso en el papel transfer, Rowan se sienta en la silla de Laura. —Lo siento, carnicero, pero no me fío de ti ni un pelo —le digo mientras me coloco detrás de él para taparle los ojos. Laura sonríe mientras prepara el brazo de Rowan y transfiere la plantilla a su cicatriz. —Me hieres —dice. —Claro —resoplo—. ¿Me seguiste o no durante tres días en California sólo para poder hacer trampas y ganar un partido? —No hice trampas. Y además, perdí. Miserablemente, debo añadir. Todavía no puedo comer helado.

Sonrío y tomo asiento a su lado para poder ver cómo Laura empieza a trazar las primeras líneas negras en su piel. —Quizá empecemos un programa de desensibilización para ti. Tengo algunas ideas. —Ahora sí. Tardamos unas horas, pero la imagen cobra vida en el brazo de Rowan, un diseño que yo misma hice y que trabajé con Laura para perfeccionar, de modo que cubriera sus cicatrices y se adaptara a los contornos de su brazo. Y en poco tiempo, ella está limpiando el tatuaje fresco, quitando el exceso de tinta y los puntos de sangre para revelar la imagen final. Compartimos una sonrisa brillante sobre el cuerpo de Rowan, de un artista a otro, mientras nos acribilla a preguntas que no respondemos. —De acuerdo, bonito. Es hora de comprobarlo —digo mientras Laura toma uno de los bíceps de Rowan y yo agarro el otro. Lo guiamos hasta un espejo de cuerpo entero. Me pongo a su lado mientras Laura le quita la venda de los ojos y Rowan ve por primera vez el tatuaje que ocupa todo su antebrazo. —Mierda —dice, sin apartar los ojos del diseño mientras se acerca al espejo y gira el brazo de un lado a otro. Absorbe cada detalle, tanto en el espejo como en su brazo directamente, su aguda mirada rebota hacia mí cada pocos segundos—. Es increíble, Mirlo. Las plumas negras del cuervo brillan con toques de añil, su ojo es de otro mundo y opalescente cuando mira a lo lejos. Agarra un cuchillo de chef pulido, en cuya hoja se refleja la luz. Detrás del ave y su afilada percha hay un fondo de salpicaduras como de graffiti en estallidos de colores vibrantes. —Los colores son épicos, Laura —dice, mirándola con una sonrisa apreciativa. Sonríe. —Gracias, pero se le ocurrió a tu chica. Yo sólo di vida a su diseño. Laura le entrega el dibujo de referencia en su iPad, el original que le envié hace dos meses, cuando Rowan sugirió por primera vez

un encubrimiento para las cicatrices. Se queda mirando la imagen y traga saliva. Tarda un buen rato en volver la mirada hacia mí. —¿Color? —pregunta. Señala la imagen sin apartar sus ojos de los míos—. ¿Tú hiciste esto? Me encojo de hombros, el comienzo de un dolor formándose en mi garganta cuando percibo un destello vidrioso en sus ojos. —Sí, supongo que sí. Rowan le devuelve el iPad a Laura y me abraza con fuerza, con la cara pegada a mi cuello. No dice nada durante un buen rato. Se limita a abrazarme. —Hiciste color —susurra, pero sigue sin soltarme. Sonrío en los brazos de Rowan. —Qué puedo decir, Carnicero. Supongo que lo has sacado de mí.

La ciudad me da asco. El olor del mar contaminado. El escape de un autobús que pasa. El aliento de la gente que vierte sus pútridos pensamientos en el aire pesado. La ciudad es un pozo negro de podredumbre. Ahora bien, los hombres de Sodoma eran malvados en extremo y pecadores contra el Señor. Me trago el disgusto por este entorno que me ha invadido durante la última semana. Mi mirada va de un extremo a otro de la calle, pero siempre vuelve a la puerta de enfrente y a la curva de letras doradas en el cristal. Suena la alarma de mi reloj. Las doce del mediodía. Señor, te pido que tus bendiciones se derramen sobre mí, tu humilde siervo. Levanta mi mano contra mis adversarios. Devuelve sobre ellos toda maldad e injusticia que han desatado sobre mí, tu fiel discípulo. Amén. Abro los ojos y reanudo mi vigilia desde el patio del café. Mi té se ha enfriado, el libro que tengo delante sigue sin leer. Mis dedos repican al ritmo de la música que resuena en mi cabeza. Un himno, uno que solía cantar mi madre. Deja que los pecadores sigan su curso, Y elige el camino de la muerte

La puerta se abre al otro lado de la calle. Un hombre alto y atlético abre la puerta a una mujer de cabello negro. Ella mira a su alrededor. The Killers, dice su camiseta negra. Se me calienta la sangre. Pero yo, con todas mis preocupaciones, Se apoyará en el Señor; Echaré mis cargas sobre su brazo, Y descansa en su palabra Al subir a la acera, la pareja se vuelve para hablar con otro hombre que se queda en el umbral de la puerta. Tatuajes negros cubren sus manos y sus musculosos brazos. No es tan alto como el primero, pero sí más poderoso. El protector. El luchador. Me doy cuenta: la forma en que está de pie, la manera en que sonríe, la disposición enroscada en cada movimiento. Una serpiente, siempre lista para atacar. Intercambian palabras que no oigo, sonrisas que no siento. El segundo pone la mano sobre el hombro del primero. Sus frentes se presionan antes de separarse. El primer hombre se aleja de la mano de la mujer. Le da un beso en la sien y ella sonríe. Los veo pasear por la calle y doblar la esquina. Durante un largo instante, mi mirada permanece allí, atrapada en su ausencia, como si persiguiera sus pasos, un fantasma acechando entre sus sombras. Me acomodo más en mi silla. Vuelvo a centrar mi atención donde debe estar. En Kane Atelier. Busco Su bendición cada mediodía, Y pagar mis votos por la noche. Rowan Kane se llevó a mi hermano. Y yo juro tomar el suyo.

Este es el primer avance de la historia de Lachlan y Lark: ¡una comedia romántica oscura de odio y amor, un matrimonio de conveniencia! Teaser sujeto a cambios. Fecha de publicación por confirmar. LACHLAN Lark y Sloane intercambian algún tipo de conversación silenciosa. Sloane levanta una ceja. Los ojos de Lark se entrecierran. Sloane suspira y se encoge de hombros. Y entonces Lark empuja su asiento hacia atrás. Se levanta y se sube al hombro su ridícula bolsa. —Tengo que irme —dice mientras dirige una sonrisa brillante como un maldito láser a Sloane y Rowan. Cuando se posa en mí, siento que esa sonrisa podría abrirme la piel de un tajo—. Nos vemos en casa. Y entonces sale a grandes zancadas de Carnicero & Mirlo, arrastrando su energía como un cometa. Rowan se ríe y sacude la cabeza antes de dar un sorbo a su bebida. —A menos que quieras pagar la fianza para sacarla de la cárcel, será mejor que vayas a buscar a tu mujer. Me reclino en la silla y golpeo el vaso con el anillo del dedo índice mientras intento no mirar hacia la puerta. Mi atención se centra en Sloane, que enmascara su sonrisa con un bocado de comida. Una sensación de hundimiento me invade el pecho. —¿De qué estás hablando?

—Ve por ella antes que acuchille a Claire, imbécil —dice. —No... ella... —Miro hacia la puerta y luego a Sloane, con los ojos llenos de chispas—. ¿Qué...? —Escucha —dice, apoyando la palma de la mano en la mesa y mirándome por fin a los ojos. Ese maldito hoyuelo parpadea junto a su labio. Es como su batseñal de travesura—. Lark Montague puede ser bonita, toda una animadora ra-ra de arco iris feliz y brillante, pero es una maldita psicópata disfrazada. La amo hasta la muerte y más allá, pero psicópata. Sigo sin poder conciliar sus palabras con la mujer que creo conocer. —¿Esa Lark... musicoterapeuta, cantautora, feliz-alegre-alegre Lark...? ¿Me estás diciendo que tiene una vena psicópata...? Ambos se ríen. Maldita risa. —Lachlan —dice Sloane, sacudiendo la cabeza—. Ella no sólo tiene una vena. Ella tiene un desfile de brillo completo de psicópata. Rowan apunta su tenedor hacia ella. —Una vez preparó una bomba de purpurina en mi auto por la vez que hice llorar a Sloane y le dije que se fuera a casa. Me gasté mil dólares arreglando el auto y todavía encuentro purpurina a diario. —Cuando estábamos en el internado, una chica llamada Macie Roberts llamó a una de las amigas de Lark ''tonta, cubo de sem*n''. Así que Lark se metió en la habitación de Macie y se pasó toda una noche escribiendo ''Soy una tonta cubo de sem*n'' con pintura para tela en, literalmente, todas las prendas de Macie, incluso en su ropa interior. —Háblale de las lentejuelas. —¿Lentejuelas? —pregunto mientras los dos se ríen. Las cejas de Sloane se alzan mientras empuja un poco de comida alrededor de su plato. —Hace unos años, Lark vivía con su novio del aquel entonces, un chico llamado Andrew. Un fin de semana, mientras Lark estaba

fuera de la ciudad, él y su amiga común Savannah se enrollaron en el apartamento de Lark y Andrew —dice mientras una oleada irracional de ira me recorre y me vuelve a recorrer—. Un par de semanas después, Lark entró en casa de Savannah mientras dormía y le escribió "zorra infiel" en la cara con pegamento Gorilla y lentejuelas. Robó el bote de quitaesmalte de Savannah y su teléfono y ordenador, así que no tuvo más remedio que salir a comprar más para quitar el pegamento. Incluso una vez que las lentejuelas se habían ido, todavía se podían ver las marcas. Fue bastante impresionante. No puedo negar que me encanta la osadía de ese plan. Casi sonrío, pero entonces capto el intercambio de una mirada oscura entre Sloane y Rowan. —¿Qué pasa? —Bueno... Lark no confirmará ni negará su implicación, pero dos meses después, Andrew murió en un extraño accidente pirotécnico. —¿Lark... mató a alguien...? ¿Esa Lark? Sloane se encoge de hombros. —No sé por qué sigues aquí sentado cuando probablemente le esté cortando la cara a Claire para hacer un cometa, pero es el dinero de tu fianza, supongo —dice Rowan, y en un santiamén estoy a medio camino de la puerta, con mi silla sonando detrás de mí al volcarse por la fuerza de mi urgencia. El sonido de las risas de Rowan y Sloane me siguen hasta la calle.

Muchísimas gracias a ustedes, los increíbles lectores de Butcher & Blackbird, por tomarse el tiempo de acompañar a Rowan y Sloane en este viaje. Significa mucho para mí que quieran participar y formar parte de la vida de esta historia a medida que se abre camino. Realmente no tenía ni idea de dónde acabaría esto y ha sido una alegría. Espero que hayan disfrutado del viaje. Un agradecimiento muy especial a Arley, a quien siempre recurro para compartir los primeros capítulos, y cuyos comentarios han hecho de Butcher & Blackbird una historia mejor. Arley, me has ayudado mucho a encontrar el equilibrio que esperaba, ¡y te doy las gracias! Gracias también a Trisha, que nunca ha dejado de animarme. Significa mucho para mí. Sus disposición a compartir sus consejos y su orientación me han ayudado a seguir adelante, incluso al principio, cuando me preguntaba qué mierda era esta historia. Muchas gracias. Si aún no lo has hecho, hazte un favor y echa un vistazo a las obras de Trisha (te recomiendo que empieces por Lovely Bad Things). A Jess, por ser una de las primeras defensoras de Rowan y Sloane, y por estar siempre pendiente de mí. Parece que siempre apareces cuando más necesito tu pequeño rayo de sol. Jess, tu energía tranquilizadora y tu apoyo inquebrantable significan mucho para mí. Y a mi amiga Lauren, que me ayudó a sacarle el máximo partido a David. Cuando yo estaba como, ''¿es este tipo lobotomizado un paso demasiado lejos?'' Lauren fue como ''ABSOLUTAMENTE NO'' jajaja. Esta pinta de galletas y crema es para ti, perra caliente. Por favor, echa un vistazo a los romances oscuros de autoestopista de Lauren - ¡empieza con Hitched! Y Lauren, ¿dónde demonios está mi hombre vagón? Por último, pero no por ello menos importante, a mis increíbles hijos, mi marido Daniel y mi hijo Hayden, que me ayudan a sacar

tiempo para que pueda escribir, que me traen café y batidos y que me dan los mejores abrazos. Los amo, chicos (Hayden, no te atrevas a leer esto, estoy hablando con el universo).

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